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miércoles, 14 de marzo de 2007

NAVEA- EL AMERIANO

Historias de NAVEA
por Luis Nuñez

El Americano

El Americano, baja por la ladera. Ayer había visto nuevamente al Dr. Alfonso, en Trives. Los resultados de los exámenes hechos en el Hospital de Orense eran suficientemente claros. El Americano no había podido dormir anoche.
El sol comienza a salir, el Americano sigue bajando la ladera. Llega al recinto donde están las cabras y las ovejas, lo abre. Hoy es su día, tiene que llevar los animales al monte. Sabe que pasará el día bajo el sol, y que tendrá tiempo de mirar largamente las nubes, que anuncian lluvias. Junto al viejo molino, ve el cielo y la vida. Llega la tarde, el sol se oculta.
Deja en su regreso a los animales en el recinto y como es lo acostumbrado, sube al ultramarinos.
Todo esta dispuesto, todo esta dicho, ahora sabe que debe ocurrir. Casi se siente invulnerable.
Recorre las callejas, piensa que todos recordarán aquel día. Sabe que este es un buen lugar, que forma parte desde siempre de él, una piedra mas de sus montañas. Saluda a las mujeres que lavan en la fuente. Mañana ese hecho tal vez, sea una anécdota que comentarán.
En el ultramarinos, toma un aguardiente, y se sienta en la banca de la ventana. Allí, está el Rubio, al que sorprende, cuando le recuerda que mañana es su turno de subir las bestias al monte. Sabe que el Rubio se acordará mañana cuando mire las nubes de este comentario.
Al llegar las once de la noche, saluda y sale al patio del ultramarinos, piensa que preferiría dormir y no despertar más. La botella que lleva en su mano con aguardiente, lo ayudará, pero mañana qué, frente al castiñeiro, la arroja con violencia contra el tronco. Su olvido, su memoria.
Al rato sale Pedro, frente a él las nubes y el castiñeiro, que los relámpagos iluminan. Sus ojos no distinguen con claridad al muñeco ondulante, el enorme títere, el extraño monigote que cuelga de la rama más gruesa. Es el Americano. La cara pálida y torva, los pies aletean sobre el suelo.
El grueso cinto brutamente sujeta el cuello del Americano.
Tiempo después de este incidente solo queda algún recuerdo tal vez esta historia, que le oí contar al Rubio en el ultramarinos. Yo bebía mientras lo escuchaba. Pedro que nos sirvió varias veces, no dijo una sola palabra. Su silencio se sintió como olvido.
Al salir al patio vi el tronco talado de un gran árbol.
La risa del rubio a mi lado, no me gusto. Menos cuando me dijo: ¿crees en los duendes?
historias de navea 1.doc--martes, 11 de enero de 2000
11/01/00 04:25 00.1.P.1.

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