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miércoles, 30 de abril de 2008

JUAN GELMAN RIE EN EL CIRCO

 
Posted by Picasa


LAMENTO POR LA MUERTE DE PARSIFAL HOOLIG

empezó a llover vacas
y en vista de la situación reinante en el país
los estudiantes de agronomía sembraron desconcierto
los profesores de ingeniería proclamaron su virginidad
los bedeles de filosofía aceitaron las grampas de la razón intelectual
los maestros de matemáticas verificaron llorando el dos más dos
los alumnos de lenguaje inventaron buenas malas palabras

esto ocurrió al mismo tiempo
un oleaje de nostalgia invadía las camas del país
y las parejas entre sí se miraban como desconocidos
y el crepúsculo era servido en el almuerzo por padres y madres
y el dolor o la pena iba vistiendo lentamente a los chiquitines
y a unos se les caía el pecho y la espalda a otros y nada a los demás
y a Dios lo encontraron muerto varias veces
y los viejos volaban por el aire agarrados a sus testículos resecos
y las viejas lanzaban exclamaciones y sentían puntadas en la memoria o el olvido según
y varios perros asentían y brindaban con armenio coñac
y a un hombre lo encontraron muerto varias veces

junto a un viernes de carnaval arrancado del carnaval
bajo una invasión de insultos otoñales
o sobre elefantes azules parados en la mejilla de Mr. Hollow
o alrededor de alondras en dulce desafío vocal con el verano
encontraron muerto a ese hombre
con las manos abiertamente grises
y las caderas desordenadas por los sucesos de Chicago
un resto de viento en la garganta
25 centavos de dólar en el bolsillo y su águila quieta
con las plumas mojadas por la lluvia infernal

¡ah queridos!
¡esa lluvia llovió años y años sobre el pavimento de Hereby Street
sin borrar la más mínima huella de lo acontecido!
¡sin mojar ninguna de las humillaciones ni uno solo de los miedos
de ese hombre con las caderas revueltas tiradas en la calle
tarde para que sus terrores puedan mezclarse con el agua y pudrirse y terminar!

así murió parsifal hoolig
cerró los ojos silenciosos
conservó la costumbre de no protestar
fue un difunto valiente
y aunque no tuvo necrológica en el New York Times ni el Chicago Tribune se ocupó de él
no se quejó cuando lo recogieron en un camión del servicio municipal
a él y a su aspecto melancólico
y si alguno supone que esto es triste
si alguno va a pararse a decir que esto es triste
sepa que esto es exactamente lo que pasó
que ninguna otra cosa pasó sino esto
bajo este cielo o bóveda celeste



LAMENTO POR EL ARBOLITO DE PHILIP


philip se sacó la camisa servil
llena de tardes de oficina y sonrisas al jefe
y asesinatos de su niño románticamente hablando
su niño operado cortado transplantado injertado
de bucólicas primaveras y Ginger Street volando alto verdadera
en la tarde de agosto gris

se quedó en pecho philip y cuando
se quedó en pecho hizo el recuento feliz de cuando:
le sacó la lengua al maestro (a espaldas del maestro)
le hizo la higa a la patria potestad (a espaldas de la patria potestad)
formó cuernitos con la mano contra toda invasión maternal (a espaldas
de toda invasión maternal)
se burló del ejército la iglesia (a espaldas del ejército la iglesia)
en general de cuando
ejerció su rebelde corazón (dentro de lo posible)
fortificó sus entretelas acostumbradas al vuelo (siempre que el tiempo lo permita)
engañó a su mujer (con permiso)
philip era glorioso en esas noches de whisky y hasta vino
exóticamente consumido con referencias a la costa del sol
una palabra encantadora lo retenía semanas y semanas a su alrededor
sol por ejemplo
o sol digamos
o la palabra sol
como si philip buscara lejos de la sociedad industrial
fuentes de luz fuentes de sombra fuentes

qué coraje hablar del sol

como suele ocurrir philip murió
una tarde lenta amarilla buena callada en los tejados
no hablaremos de cómo lo lloró su mujer (a sus espaldas)
o el ejército la iglesia ( a sus espaldas
o el mundo en particular y en general súbitamente de espaldas:
su viuda le plantó un arbolito sobre la tumba en Cincinnati
que creció bendecido por los jugos del cielo
y también se curvó

y si alguien piensa que lo triste es la vida de philip
fíjese en el arbolito le ruego
fíjese en el arbolito por favor

hay varias formas de ser mejor dicho
muchas formas de ser:
llamarse Hughes
hablar arameo mojarlo con té
estallar contra la tristeza del mundo
pero a ustedes les pido que se fijen
en el curvado arbolito
tiernamente inclinado sobre philip
su pecho en pena en piel como se dice

ni un pajarito nunca

cantó o lloró sobre ese árbol
verde todo inclinado
inclinado
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EL MARINERO.
DE
FERNANDO PESSOA


Una sala, sin duda en un castillo antiguo.
La sala se ve que es circular.
En el centro se yergue sobre un catafalco
un ataúd con una doncella de blanco.
Cuatro hachas en los ángulos.
A la derecha, casi frente a quien imagina la sala,
hay una única ventana, alta y estrecha,
que da hacia donde sólo se ve,
entre dos montes lejanos,
un pequeño trozo de mar.
Junto a la ventana velan tres doncellas.
La primera está sentada frente a la ventana,
e espaldas al hacha superior de la derecha.
Las otras dos están sentadas una a cada lado de la ventana.
Es de noche y hay como [1] un vago resto de luar [2].



PRIMERA VELADORA – Todavía no ha dado hora alguna.
SEGUNDA – No se podría oír. No hay reloj aquí cerca. Dentro de poco debe ser de día.
TERCERA – No: el horizonte está negro.
PRIMERA – ¿No deseas, hermana mía, que nos entretengamos contando lo que fuimos? Es hermoso y siempre es falso...
SEGUNDA – No, no hablemos de eso. Además, ¿fuimos nosotras algo?
PRIMERA – Tal vez. No lo sé. Pero, a pesar de todo, siempre es hermoso hablar del pasado... Las horas han caído y hemos guardado silencio. Por mi parte, he estado mirando la llama de aquella vela. A veces tiembla, otras se hace más amarilla, otras empalidece. No sé por qué ocurre eso. Pero sabemos nosotras, hermanas mías, ¿por qué ocurre cualquier cosa?...
(una pausa)

LA MISMA – Hablar del pasado - eso debe ser hermoso, porque es inútil y apena tanto...
SEGUNDA – Hablemos, si queréis, de un pasado que no hubiésemos tenido.
TERCERA – No. Tal vez lo hubiésemos tenido...
PRIMERA – No decís más que palabras. ¡Es tan triste hablar! ¡Es un modo tan falso de olvidarnos!... ¿Y si paseáramos?...
TERCERA – ¿Dónde?
PRIMERA – Aquí, de un lado para otro. A veces eso va en busca de sueños.
TERCERA – ¿De qué?
PRIMERA – No sé. ¿Por qué habría de saberlo?
(una pausa)

SEGUNDA – Todo este país es muy triste... En el que yo viví antaño era menos triste. Al atardecer, hilaba sentada junto a mi ventana. La ventana daba al mar y, a veces, había una isla a lo lejos... Muchas veces no hilaba; miraba el mar y me olvidaba de vivir. No sé si era feliz. Ya no volveré a ser aquello que quizá no he sido nunca...
PRIMERA – Fuera de aquí, nunca he visto el mar. Ahí, desde esa ventana, que es la única desde donde el mar se ve, ¡se ve tan poco!... ¿Es hermoso el mar de otras tierras?
SEGUNDA - Sólo el mar de otras tierras es hermoso. El que nosotras vemos nos trae siempre saudades [3] de aquel que no veremos nunca...
(una pausa)

PRIMERA – ¿No decíamos que íbamos a contar nuestro pasado?
SEGUNDA – No, no lo decíamos.
TERCERA – ¿Por qué no habrá reloj en esta sala?
SEGUNDA – No lo sé... Pero así, sin reloj, todo es más lejano y misterioso. La noche pertenece más a sí misma... ¿Quién sabe si podríamos hablar así si supiéramos la hora que es?
PRIMERA – En mí todo es triste, hermana mía. Paso diciembres en el alma... Estoy procurando no mirar a la ventana... Sé que desde allí se ven, a lo lejos, montes... Yo fui feliz antaño más allá de los montes... Yo era una niña. Cogía flores todo el día y antes de dormirme pedía que no me las quitasen... No sé qué tiene esto de irreparable que me dan ganas de llorar... Eso sólo pudo ser lejos de aquí... ¿Cuándo llegará el día?...
TERCERA – ¿Qué importa? Llega siempre de la misma manera... siempre, siempre, siempre...
(una pausa)

SEGUNDA - Contémonos cuentos unas a otras... Yo no sé ningún cuento, pero eso no daña... Tan sólo el vivir daña... No rocemos por la vida ni siquiera la orla de nuestros vestidos... No, no os levantéis. Eso sería un gesto y cada gesto interrumpe un sueño... En este momento yo no soñaba, pero me agrada pensar que podía haber estado soñando... Mas el pasado, ¿por qué no hablamos del pasado?
PRIMERA – Hemos decidido no hacerlo... Pronto rayará el día y nos arrepentiremos... Con la luz los sueños se adormecen... El pasado no es más que un sueño... Además, ni siquiera sé lo que no es sueño... Si miro atentamente el presente, me parece que ya pasó... ¿Qué es cualquier cosa? ¿Cómo pasa? ¿Cómo es por dentro el modo con que pasa?... Ah, hablemos, hermanas mías, hablemos en alto, hablemos todas juntas... El silencio comienza a tomar cuerpo, comienza a ser cosa... Siento que me envuelve como una niebla... ¡Ah, hablad, hablad!...
SEGUNDA – ¿Para qué? Os observo a las dos y al punto no os veo... Parece que entre nosotras han crecido abismos... Tengo que agotar la idea de que os puedo ver para poder llegar a veros... Este aire caliente es frío por dentro en el lugar donde toca el alma... Debería sentir ahora manos imposibles deslizándose por mis cabellos –es el gesto con que hablan de las sirenas... (Cruza las manos sobre las rodillas. Pausa.) Hace un momento, cuando no pensaba en nada, estaba pensando en mi pasado.
PRIMERA – También yo debía haber estado pensando en el mío...
TERCERA – Yo ya no sabía en qué pensaba... Tal vez en el pasado de los otros..., en el pasado de gente maravillosa que nunca existió... Junto a la casa de mi madre corría un riachuelo... ¿Por qué correría, y por qué no correría más lejos o más cerca?... ¿Hay alguna razón para que una cosa sea lo que es? ¿Existe para ello una razón verdadera y real como mis manos?...
SEGUNDA – Las manos no son verdaderas ni reales... Son misterios que habitan nuestra vida... A veces, cuando contemplo mis manos tengo miedo de Dios... No hay viento que mueva las llamas de las velas y, mirad, se mueven... ¿Hacia dónde se inclinan?... ¡Qué pena si alguien pudiese responder!... Siento grandes deseos de oír extrañas músicas que deben ahora estar tocando en palacios de otros continentes... Siempre es lejanía [4] en mi alma... Tal vez, porque cuando era niña, corrí tras las olas a la orilla del mar. Llevé la vida de la mano por entre las rocas, bajamar, cuando el mar parece haber cruzado las manos sobre el pecho y haberse adormecido cual estatua de ángel para que nunca más nadie mirase...
TERCERA – Tus frases me recuerdan mi alma...
SEGUNDA – Quizá por no ser verdaderas... Mal sé que las digo... Las repito siguiendo una voz que no oigo y que me las está murmurando en secreto... Pero debo haber vivido realmente a la orilla del mar... Amo todo cuanto se mece... Hay olas en mi alma. Al caminar me balanceo... Ahora me gustaría caminar...
No lo hago porque nunca vale la pena hacer nada, sobre todo lo que se quiere hacer... Es de los montes de lo que tengo miedo... Es insufrible su quietud y su grandeza... Deben tener un secreto de piedra y se niegan a saber que lo tienen... Si asomándome a esta ventana pudiese dejar de ver montes, asomaría un momento a mi alma alguien en quien me sentiría feliz...
PRIMERA – Yo, por mi parte, amo los montes... Del lado de acá de todos los montes la vida es siempre fea... Del lado de allá, donde vive mi madre, solíamos sentarnos a la sombra de los tamarindos y hablar de ir a ver otras tierras... Allí era todo alegre y duradero como el canto de dos aves, una a cada lado del camino... La floresta no tenía otros claros que nuestros pensamientos... Y nuestro sueño era que los árboles proyectasen en el suelo otra calma que no sus sombras... Fue realmente así como vivimos, yo y no sé si alguien más... Decidme que fue verdad esto para que no tenga que llorar...
SEGUNDA – Viví entre rocas y acechaba el mar... La orla de mi falda era fresca y salada golpeando mis piernas desnudas... Era pequeña y extraña... Hoy tengo miedo de haber sido... El presente me parece que duermo... Habladme de las hadas. Nunca le oí a nadie hablar de ellas... El mar era demasiado grande para hacer pensar en las hadas... En la vida conforta ser niño... ¿Eras feliz, hermana mía?
PRIMERA – Empiezo en este instante a haberlo sido antaño... Además, todo aquello murió en las sombras... Los árboles lo vivieron más que yo... Nunca llegó y yo apenas tenía esperanzas... Y tú, hermana, ¿por qué no hablas?
TERCERA – Me causa horror que de aquí a poco os haya dicho ya lo que os voy a decir. Mis palabras presentes, apenas las diga, pertenecerán ya al pasado, quedarán fuera de mí, no sé donde, rígidas y fatales... Hablo, y pienso esto en mi garganta, y mis palabras me parecen gente... Tengo un miedo superior a mí misma. Siento en mi mano, no sé cómo, la llave de una puerta desconocida. Y toda yo soy un amuleto o un sagrario que tuviesen conciencia de sí mismos. Por esto es por lo que me aterra ir por una floresta oscura, a través del misterio de hablar... Y, al final, ¿quién sabe si soy yo así y si esto es sin duda lo que siento?...
PRIMERA – ¡Cuesta tanto saber lo que se siente cuando nos fijamos en nosotros mismos!... Incluso vivir sabe a costar tanto cuando uno se da cuenta que vive... Habla, pues, sin advertir que existes... ¿No nos ibas a decir quién eras?
TERCERA – Lo que antaño era ya no recuerda quien soy... ¡Pobre de la feliz que fui!... Yo he vivido entre las sombras de las ramas, y todo en mi alma son hojas que se estremecen. Cuando camino bajo el sol mi sombra es fresca. Pasé la fuga de mis días al lado de fuentes, donde mojaba, cuando soñaba vivir, las puntas apacibles de mis dedos... A veces, a la orilla de los lagos, me asomaba y me contemplaba... Cuando sonreía, mis dientes eran misteriosos en el agua... Tenían una sonrisa sólo suya, independiente de la mía... Sonreía siempre sin motivo... Habladme de la muerte, del fin de todo, para que tenga un motivo que recordar...
PRIMERA – No hablemos de nada, de nada... Hace más frío, pero ¿por qué hace más frío? No hay ninguna razón para que haga más frío. No es precisamente más frío lo que hace... ¿Para qué tenemos que hablar?... Es mejor cantar, no sé por qué... El canto, cuando la gente canta por la noche, es una persona alegre y sin miedo que entra de repente en el cuarto y lo anima consolándonos... Podría cantaros una canción que cantábamos en casa de mi pasado. ¿Por qué no queréis que os la cante?
TERCERA – No merece la pena, hermana mía... Cuando alguien canta no puedo estar conmigo. Necesito no poder recordarme. Y luego todo mi pasado se hace otro y lloro una vida muerta que llevo conmigo y que no viví nunca. Siempre es demasiado tarde para cantar, así como siempre es demasiado tarde para no cantar...
(una pausa)

PRIMERA – Pronto será de día... Guardemos silencio... La vida así lo quiere. Junto a la casa en que nací había un lago. Yo iba allí y me sentaba a su orilla, sobre un tronco que había caído casi dentro del agua... Me sentaba en la punta y mojaba en el agua los pies, estirando los dedos hacia abajo. Después miraba fijamente las puntas de los pies, pero no para verlos. No se por qué, pero me parece que este lago nunca ha existido... Recordarlo es como no poder acordarme de nada... ¿Quién sabe por qué digo esto y si fui yo quien vivió lo que recuerdo?...
SEGUNDA – Nos ponemos tristes cuando soñamos a la orilla del mar... No podemos ser lo que queremos ser, porque lo que queremos ser lo queremos siempre haber sido en el pasado... Cuando la ola se quiebra y bulle la espuma, parece que hay mil voces diminutas hablando. La espuma tan sólo parece fresca a quien la cree una... Todo es mucho y no sabemos nada... ¿Queréis que os cuente lo que soñaba a la orilla del mar?
PRIMERA – Puedes contarlo, hermana mía; pero nada en nosotras necesita que nos lo cuentes... Si es hermoso, me pesa ya el haberlo oído. Y si no es hermoso, espera... cuéntalo sólo después de cambiarlo...
SEGUNDA – Voy a contároslo. No es totalmente falso, porque sin duda nada es totalmente falso. Debe haber sido así... Un día, me encontré recostada sobre la cima fría de una roca, y había olvidado que tenía padre y madre y que había habido en mí, infancia y otros días; ese día vi a lo lejos como una cosa que sólo yo pensara ver, el pasar vago de una vela... Luego desapareció... Cuando reparé en mí, me di cuenta que ya tenía ese sueño mío... No sé dónde empezó... Nunca volví a ver otra vela... Ninguna vela de los navíos que de aquí zarpan se parece a aquella, ni siquiera cuando hay luna y los navíos pasan de lejos, lentamente...
PRIMERA – Por la ventana veo un barco a lo lejos. Tal vez es el que viste...
SEGUNDA – No, hermana mía; el que ves busca sin duda algún puerto... Es imposible que el que yo vi buscase algún puerto...
PRIMERA – ¿Por qué me has respondido?... Puede ser... No he visto ningún barco por la ventana... Deseaba ver uno y te hablé de él para no entristecerme... Ahora cuéntanos lo que soñaste a la orilla del mar...
SEGUNDA – Soñaba con un marinero que se hubiese perdido en una isla lejana. En la isla había firmes palmeras, pocas, que rondaban ociosas aves... No vi si alguna vez se posaban... Desde que se salvó del naufragio, el marinero vivía allí... Como no tenía medio de volver a su patria, y sufría cada vez que la recordaba, se puso a soñar una patria que nunca hubiese tenido; se puso a imaginar que hubiera sido suya otra patria, otra suerte de país con otro tipo de paisajes, y otra gente, y otra forma de andar por las calles y de asomarse a las ventanas... A cada rato, construía en sueños esta falsa patria, nunca dejaba de soñar, por el día bajo la sombra exigua de las grandes palmeras, que se recortaba, orlada de puntas, en el suelo arenoso y caliente; por la noche, tendido en la playa, de espaldas, y sin fijarse en las estrellas.
PRIMERA – ¡Qué no haya habido un árbol que motease sobre mis manos extendidas la sombra de un sueño como ese!...
TERCERA – Déjala hablar... No la interrumpas... Conoce palabras que las sirenas le enseñaron... Entorno los ojos para poder escucharla... Cuenta, hermana mía, cuenta... Me duele el corazón por no haber sido tú cuando soñabas a la orilla del mar...
SEGUNDA – Durante años y años, día a día, el marinero erigía en un sueño continuo su nueva tierra natal... Todos los días ponía una piedra de sueño en ese edificio imposible... Pronto iba teniendo un país que había recorrido ya tantas veces. Recordaba haber transitado ya a lo largo de sus costas durante horas y horas. Sabía qué color solían tener los crepúsculos en una bahía del norte, y lo apacible que era arribar, entrada ya la noche, con el alma apoyada en el murmullo del agua que el navío surcaba, a un gran puerto del sur en donde antaño había pasado, feliz quizá, de sus mocedades la supuesta...
(una pausa)

PRIMERA – Hermana mía, ¿por qué te callas?
SEGUNDA – No se debe hablar demasiado... La vida nos acecha siempre... Toda hora es madre de sueños, pero es preciso no saberlo... Cuando hablo demasiado empiezo a separarme de mí y a oírme hablar. Eso hace que me compadezca de mí misma y sienta excesivamente el corazón, entonces me viene un afligido deseo de tenerlo entre los brazos para mecerlo como a un hijo... Mirad: el horizonte ha empalidecido... El día no puede ya tardar... ¿Es necesario que os hable aún más de mi sueño?
PRIMERA – Cuenta siempre, hermana mía, cuenta siempre... No pares de contar, ni te fijes en los días que nacen... El día nunca nace para quien apoya la cabeza en el seno de las horas soñadas... No retuerzas las manos, recuerda el ruido de una serpiente furtiva... Háblanos más, mucho más, de tu sueño. Es tan verdadero que no tiene sentido ninguno. Sólo pensar en oírte, me emociona...
SEGUNDA – Sí, os hablaré más de mi sueño. Incluso necesito contároslo. A medida que lo voy contando, me lo cuento a mí misma... Son tres escuchando... (De repente, mirando el ataúd, y estremeciéndose.) Tres no... No sé... No sé cuántas...
TERCERA – No hables así... Cuenta deprisa, sigue contando... No hables de cuántos pueden oír... Nunca sabemos cuántas cosas realmente viven y ven y escuchan... Vuelve a tu sueño... El marinero. ¿Qué soñaba el marinero?...
SEGUNDA – (más bajo, con una voz muy pausada) Al principio creó los paisajes, después creó las ciudades; más tarde las calles y las travesías, una a una, cincelándolas en la materia de su alma – una a una las calles, barrio a barrio, hasta los paredones de los muelles, en donde construyó puertos más tarde... Una a una las calles, y la gente que las recorría y que las miraba desde las ventanas... Empezó a conocer a gente [5] como quien apenas las reconoce... Iba conociendo sus vidas pasadas y sus conversaciones [6] y todo eso como quien tan sólo sueña paisajes y los va viendo... Luego viajaba, recordado [7], a través del país que creara... Y así fue construyendo su pasado... Pronto tuvo otra vida anterior... Tenía ya, en esa nueva patria, un lugar donde había nacido, los sitios donde había pasado la juventud, los puertos donde había embarcado... Iba teniendo poco a poco los compañeros de la infancia y más tarde los amigos y enemigos de su madurez... Todo era diferente de como lo había tenido – ni el país, ni la gente, ni siquiera su mismo pasado se asemejaban a lo que habían sido... ¿Me obligáis a que continúe?... ¡Me apena tanto hablar de esto!... Ahora, al hablaros de ello, me gustaría más estar contando otros sueños...
TERCERA – Continúa, aunque no sepas por qué... Cuanto más te escucho, menos me pertenezco...
PRIMERA – ¿Será bueno realmente que continúes? ¿Debe cualquier historia tener fin? En todo caso sigue... Importa tan poco lo que decimos o no decimos... Velamos las horas que pasan... Nuestro menester es inútil como la Vida...
SEGUNDA – Un día que había llovido mucho, y el horizonte estaba aún muy incierto, el marinero se cansó de soñar... Quiso entonces recordar su patria verdadera..., pero vio que no se acordaba de nada, que no existía para él... No recordaba otra infancia que la de su patria de sueño, ni otra adolescencia que la que se había creado... Toda su vida había sido su vida soñada... Vio que no podía haber existido otra vida... Si de ni una calle, ni de una figura, ni de un gesto materno se acordaba... Y en la vida que le parecía haber soñado, todo era real y había sido... Ni siquiera podía soñar otro pasado, imaginar que hubiese tenido otro, como todos, un momento, pueden creer... Oh hermanas mías, hermanas mías... Hay algo que no sé lo que es, que no os he dicho... algo que explicaría todo esto... Mi alma me desalienta... Mal sé si he estado hablando... Habladme, gritadme para que despierte, para que sepa que estoy aquí ante vosotras y que hay cosas que son tan sólo sueños...
PRIMERA – (con una voz muy baja) No sé que decirte... No me atrevo a mirar a las cosas... ¿Cómo continúa ese sueño?...
SEGUNDA – No sé cómo era el resto... Mal sé cómo era el resto... ¿Por qué ha de haber más?...
PRIMERA – ¿Qué ocurrió después?
SEGUNDA – ¿Después? ¿Después de qué? ¿Es después alguna cosa?... Vino un día un barco... Vino un día un barco... – Sí, sí... Sólo podía haber sido así... – Vino un día un barco, y pasó por esa isla, y allí no estaba el marinero...
TERCERA – Quizá hubiese regresado a su patria... ¿Pero a cuál?
PRIMERA – Sí, ¿a cuál? ¿Qué habrían hecho del marinero? ¿Lo sabría alguien?
SEGUNDA – ¿Por qué me lo preguntas? ¿Hay respuesta para algo?
(una pausa)

TERCERA – ¿Es absolutamente necesario, aun en tu sueño, que haya existido ese marinero y esa isla?
SEGUNDA – No, hermana mía; nada es absolutamente necesario.
PRIMERA – Al menos, ¿cómo acabó el sueño?
SEGUNDA – No acabó... No sé... Ningún sueño acaba... ¿Sé realmente si no lo continúo soñando, si no lo sueño sin saberlo, si el soñarlo no es esta cosa vaga que llamo mi vida?... No me habléis más... Empiezo a estar segura de algo que no sé lo que es... Avanzan hacia mí, por una noche que no es ésta, los pasos de un horror que desconozco... ¿A quién habré ido a despertar con el sueño mío que os he contado?... Siento un miedo disforme de que Dios hubiese prohibido mi sueño... Sin duda mi sueño es más real de lo que Dios permite... No estéis en silencio... Decidme al menos que la noche va pasando, aunque lo sepa... Mirad, comienza a ser de día... Mirad: va a llegar el día real... Desistamos... No pensemos más... No intentemos seguir en esta aventura interior... ¿Quién sabe lo que está en su final?... Todo esto, hermanas mías, murió con la noche... No hablemos más de ello, ni a nosotras mismas... Es humano y conveniente que tomemos, cada cual, su actitud de tristeza.
TERCERA – Me ha sido tan grato escucharte... No digas que no... Bien sé que no ha merecido la pena... Por eso es por lo que lo he encontrado grato... No ha sido por eso, pero deja que lo diga... Además, la música de tu voz, que he sentido aún más que tus palabras, me deja, quizá por ser tan sólo música, insatisfecha...
SEGUNDA – Todo deja insatisfecha, hermana mía... Los hombres que piensan se cansan de todo, porque todo cambia. Los hombres que pasan lo atestiguan, porque cambian con todo... Eterno y hermoso sólo existe el sueño... ¿Por qué estamos hablando todavía?...
PRIMERA – No lo sé... (mirando el ataúd, bajando la voz) ¿Por qué se muere?
SEGUNDA – Tal vez porque no se sueña bastante...
PRIMERA – Es posible... Entonces, ¿no valdría la pena encerrarnos en el sueño y olvidar la vida para que la muerte nos olvidase?...
SEGUNDA – No, hermana mía, nada vale la pena...
TERCERA – Hermanas mías, ya es de día... Mirad: la línea de los montes se maravilla... ¿Por qué no lloramos?... Esa que finge estar ahí era hermosa y joven como nosotras, y soñaba también... Estoy segura de que su sueño era el más hermoso de todos... ¿Qué soñaría ella?...
PRIMERA – Habla más bajo. Quizá nos escucha, y ya sabe para qué sirven los sueños...
(una pausa)

SEGUNDA – Tal vez nada de esto sea verdad... Todo este silencio, y esta muerta, y este día que nace, tal vez no son más que un sueño... Mirad bien todo esto... ¿Creéis que pertenece a la vida?...
PRIMERA – No lo sé. No sé cómo se es de la vida... ¡Ah, qué inmóvil estás! Y tus ojos tan tristes parece que lo están inútilmente...
SEGUNDA – No merece la pena estar triste de otro modo... ¿No os apetece que nos callemos? Es tan extraño estar viviendo... Todo lo que sucede es increíble, tanto en la isla del marinero como en este mundo... Mirad, ya está verde el cielo... El horizonte sonríe oro... Siento que me escuecen los ojos por haber pensado en llorar...
PRIMERA – Lloraste realmente, hermana mía.
SEGUNDA – Tal vez... No importa... ¿Qué clase de frío es éste [8]?... ¡Ah, es ahora... es ahora!... Respondedme a esto... Respondedme aún una cosa... ¿Por qué la única cosa real en todo esto no será el marinero, y nosotras y todo lo de aquí tan sólo un sueño suyo?...
PRIMERA – No hables más, no hables más... Lo que has dicho es tan extraño que debe ser verdad... No sigas... No sé qué ibas a decir, pero debe ser demasiado para que el alma pueda oírlo... Tengo miedo de lo que no llegaste a decir... Mirad, mirad, ya es de día... Mirad el día... Haced todo lo posible por fijaros sólo en el día, en el día real, ahí fuera... Miradlo, miradlo... Consuela... No penséis, no reflexionéis... Mirad cómo llega, el día... Brilla cual oro en tierra de plata. Las leves nubes se redondean a medida que adquieren color... ¿Y si nada existiese, hermanas mías?... ¿Y si todo fuese, de algún modo, absolutamente cosa ninguna?... ¿Por qué has mirado así?...
(No le responden. Y nadie había mirado de ninguna manera)

LA MISMA – ¿Qué es lo que has dicho que me ha aterrado?... Lo he sentido tanto que apenas vi lo que era... Dime qué fue para que oyéndolo de nuevo no tenga tanto miedo como antes... No, no... No digas nada... No te lo pregunto para que me respondas, sino por hablar solamente, para no dejarme pensar... Tengo miedo de poder recordar lo que fue... Pero fue algo desmedido y pavoroso como el que haya Dios... Ya deberíamos haber acabado de hablar... Hace ya tanto tiempo que nuestra conversación perdió el sentido... Lo que hay entre nosotras que nos hace hablar dura demasiado... Aquí hay otras presencias además de nuestras almas... El día ya debería haber despuntado... Ya deberían haber despertado... Algo se demora... Todo se demora... ¿Qué es lo que está ocurriendo en las cosas conforme con nuestro horror?... Ah, no me abandonéis... Hablad conmigo... Hablad al mismo tiempo que yo para no dejar sola a mi voz... Tengo menos miedo a mi voz que a la idea de mi voz, dentro de mí, si reparo en que estoy hablando...
TERCERA – ¿Qué voz es esa con que hablas?... Es de otra... Viene de una especie de lejanía[9].
PRIMERA – No sé... No me recuerdes eso... Debería estar hablando con la voz aguda y trémula del miedo... Pero ya no sé cómo se habla... Entre mi voz y yo se ha abierto un abismo... Todo esto, toda esta conversación y esta noche y este miedo, todo esto debería haber acabado, debería haber acabado de repente, después del horror que nos contaste... Empiezo a sentir que lo olvido, eso que dijiste, y que me hizo pensar que debía gritar de un modo distinto para expresar un horror parecido...
TERCERA – (a la SEGUNDA) Hermana mía, no nos debías haber contado esa historia. Ahora, con más horror, me admira el estar viva. Contabas, y me distraía tanto que oía el sentido de tus palabras independientemente de su sonido. Y me parecía que tú, y tu voz, y el sentido de cuanto decías, eran tres entes diferentes como tres criaturas que hablan y andan.
SEGUNDA – Son realmente tres entes diferentes, con vida propia y real. Tal vez Dios sepa por qué... Ah, pero ¿por qué hablamos? ¿Quién nos hace seguir hablando? ¿Por qué hablo yo sin querer hablar? ¿Por qué no vemos que ya es de día?...
PRIMERA – ¡Quién pudiese gritar para despertarnos! Estoy oyéndome gritar dentro de mí, pero ya no conozco el camino de mi deseo hacia mi garganta. Siento una necesidad feroz de tener miedo de que alguien pueda ahora llamar a aquella puerta. ¿Por qué no llama alguien a la puerta? Sería imposible y yo necesito tener miedo de eso, de saber de qué es de lo que tengo miedo... ¡Qué extraña me siento!... Me parece que ya no tengo mi voz... Parte de mí se ha adormecido y se ha quedado imaginando... Mi pavor ha aumentado pero yo ya no sé sentirlo... Ya no sé en qué parte del alma se siente... Han puesto al sentimiento mío de mi cuerpo una mortaja de plomo... ¿Para qué nos has contado tu historia?
SEGUNDA – Ya no recuerdo... Ya casi no recuerdo haberla contado... ¡Parece haber ocurrido hace ya tanto tiempo!... ¡Qué sueño [10], qué sueño absorbe mi modo de mirar las cosas!... ¿Qué es lo que queremos hacer? ¿Qué es lo que ideamos hacer? - ya no sé si es hablar o no hablar...
PRIMERA – No hablemos más. A mí, me cansa el esfuerzo que hacéis para hablar... Me duele el intervalo que hay entre lo que pensáis y lo que decís... Mi conciencia flota en la superficie de mi piel por la somnolencia aterrada de mis sentidos... No sé qué es esto, pero es lo que siento... Necesito decir frases confusas, un poco largas, que cueste decirlas... ¿No sentís todo esto como una araña enorme que nos teje de alma a alma una tela negra que nos prende?
SEGUNDA – No siento nada... Siento mis sensaciones como algo que se siente... ¿Quién es quien estoy siendo?... ¿Quién es quien está hablando con mi voz?... Ah, escuchad...
PRIMERA Y TERCERA – ¿Quién ha sido?
SEGUNDA – Nada. No oí nada... Quise fingir que oía para que supusierais que oíais y yo pudiese creer que había algo que oír... Oh, qué horror, qué horror íntimo nos desprende la voz del alma, y las sensaciones de los pensamientos, y nos hace hablar y sentir y pensar cuando todo en nosotras anhela el silencio y el día y la inconsciencia de la vida... ¿Quién es la quinta persona en esta sala que extiende el brazo y nos interrumpe siempre que vamos a sentir?
PRIMERA – ¿Para qué intentar horrorizarme? No cabe más terror dentro de mí... Peso demasiado en brazos de sentirme. Me he hundido toda en el tibio lodo de lo que supongo que siento. Me penetra por todos los sentidos algo que nos prende y nos vela. Me pesan los párpados en todas mis sensaciones. Se traba la lengua en todos mis sentimientos. Un sueño profundo pega unas a otras las ideas de todos mis gestos. ¿Por qué has mirado así?...
TERCERA – (con una voz muy lenta y apagada) Ah, es ahora, es ahora... Sí, alguien ha despertado... Hay gente que despierta... Cuando alguien entre acabará todo esto... Hasta entonces hagamos lo posible por creer que todo este horror fue un largo sueño que tuvimos mientras dormíamos. Ya es de día... Todo va a terminar... Y de todo esto queda, hermana mía, que sólo tú eres feliz porque crees en el sueño...
SEGUNDA – ¿Por qué me lo preguntas? ¿Por qué lo he dicho? No, no creo...



Un gallo canta. La luz parece como que [11] aumenta de repente. Las tres veladoras se quedan en silencio y sin mirarse unas a otras.
No muy lejos, por un camino, un carro errante gime y chirría.


11/12, Octubre, 1913.

BORGES

1964


I

Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,

cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.

Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente

para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.

II

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta

y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna

y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

sábado, 26 de abril de 2008

y entonces me encontre con Juan Gelman

 
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y este sàbado me encontre con Juan Gelman

LAMENTO POR LA MUERTE DE PARSIFAL HOOLIG

empezó a llover vacas
y en vista de la situación reinante en el país
los estudiantes de agronomía sembraron desconcierto
los profesores de ingeniería proclamaron su virginidad
los bedeles de filosofía aceitaron las grampas de la razón intelectual
los maestros de matemáticas verificaron llorando el dos más dos
los alumnos de lenguaje inventaron buenas malas palabras

esto ocurrió al mismo tiempo
un oleaje de nostalgia invadía las camas del país
y las parejas entre sí se miraban como desconocidos
y el crepúsculo era servido en el almuerzo por padres y madres
y el dolor o la pena iba vistiendo lentamente a los chiquitines
y a unos se les caía el pecho y la espalda a otros y nada a los demás
y a Dios lo encontraron muerto varias veces
y los viejos volaban por el aire agarrados a sus testículos resecos
y las viejas lanzaban exclamaciones y sentían puntadas en la memoria o el olvido según
y varios perros asentían y brindaban con armenio coñac
y a un hombre lo encontraron muerto varias veces

junto a un viernes de carnaval arrancado del carnaval
bajo una invasión de insultos otoñales
o sobre elefantes azules parados en la mejilla de Mr. Hollow
o alrededor de alondras en dulce desafío vocal con el verano
encontraron muerto a ese hombre
con las manos abiertamente grises
y las caderas desordenadas por los sucesos de Chicago
un resto de viento en la garganta
25 centavos de dólar en el bolsillo y su águila quieta
con las plumas mojadas por la lluvia infernal

¡ah queridos!
¡esa lluvia llovió años y años sobre el pavimento de Hereby Street
sin borrar la más mínima huella de lo acontecido!
¡sin mojar ninguna de las humillaciones ni uno solo de los miedos
de ese hombre con las caderas revueltas tiradas en la calle
tarde para que sus terrores puedan mezclarse con el agua y pudrirse y terminar!

así murió parsifal hoolig
cerró los ojos silenciosos
conservó la costumbre de no protestar
fue un difunto valiente
y aunque no tuvo necrológica en el New York Times ni el Chicago Tribune se ocupó de él
no se quejó cuando lo recogieron en un camión del servicio municipal
a él y a su aspecto melancólico
y si alguno supone que esto es triste
si alguno va a pararse a decir que esto es triste
sepa que esto es exactamente lo que pasó
que ninguna otra cosa pasó sino esto
bajo este cielo o bóveda celeste



LAMENTO POR EL ARBOLITO DE PHILIP


philip se sacó la camisa servil
llena de tardes de oficina y sonrisas al jefe
y asesinatos de su niño románticamente hablando
su niño operado cortado transplantado injertado
de bucólicas primaveras y Ginger Street volando alto verdadera
en la tarde de agosto gris

se quedó en pecho philip y cuando
se quedó en pecho hizo el recuento feliz de cuando:
le sacó la lengua al maestro (a espaldas del maestro)
le hizo la higa a la patria potestad (a espaldas de la patria potestad)
formó cuernitos con la mano contra toda invasión maternal (a espaldas
de toda invasión maternal)
se burló del ejército la iglesia (a espaldas del ejército la iglesia)
en general de cuando
ejerció su rebelde corazón (dentro de lo posible)
fortificó sus entretelas acostumbradas al vuelo (siempre que el tiempo lo permita)
engañó a su mujer (con permiso)
philip era glorioso en esas noches de whisky y hasta vino
exóticamente consumido con referencias a la costa del sol
una palabra encantadora lo retenía semanas y semanas a su alrededor
sol por ejemplo
o sol digamos
o la palabra sol
como si philip buscara lejos de la sociedad industrial
fuentes de luz fuentes de sombra fuentes

qué coraje hablar del sol

como suele ocurrir philip murió
una tarde lenta amarilla buena callada en los tejados
no hablaremos de cómo lo lloró su mujer (a sus espaldas)
o el ejército la iglesia ( a sus espaldas
o el mundo en particular y en general súbitamente de espaldas:
su viuda le plantó un arbolito sobre la tumba en Cincinnati
que creció bendecido por los jugos del cielo
y también se curvó

y si alguien piensa que lo triste es la vida de philip
fíjese en el arbolito le ruego
fíjese en el arbolito por favor

hay varias formas de ser mejor dicho
muchas formas de ser:
llamarse Hughes
hablar arameo mojarlo con té
estallar contra la tristeza del mundo
pero a ustedes les pido que se fijen
en el curvado arbolito
tiernamente inclinado sobre philip
su pecho en pena en piel como se dice

ni un pajarito nunca

cantó o lloró sobre ese árbol
verde todo inclinado
inclinado

viernes, 25 de abril de 2008

JUAN GELMAN Y SUS HETERONIMIOS

"Hacia el Sur", volviendo a Juan Gelman
Nota del 1 del 7 de 1997. José Rodríguez Padrón
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Gelman recupera también la imagen de “un poeta portugués (que) tenía cuatro poetas dentro (F Pessoa)

Tal vez sea (esa) intervención perturbadora, esa intencionada provocación con la cual Juan Gelman se acerca una y otra vez al lenguaje, lo que convierte a su escritura en una de las más sugestivas de la actual poesía hispanoamericana. En la obra de Gelman se aúnan -hasta producir sorprendentes resultados- la condición ritual, ceremonial, del poema y la efectividad sentimental producida por el talante coloquial y directo, espontáneo, que adopta su palabra a cada paso. Es ese el sentido -por ejemplo- de sus constantes tentativas y aproximaciones a la poesía mística, a la obra de Quevedo o a las estructuras clásicas del poema (el soneto, en primerísimo lugar, cuyo prestigio no impone al escritor ningún respeto reverencial a los modelos, sino que genera un desafio capaz de hacerle descubrir las facetas más vivas y renovadoras que en ellos subyacen: son motivos de un trabajo inaugural antes que de modelos formularios a los cuales se sirve incuestionablemente.
Esas notas pueden definir muy bien este último libro suyo que quisiera comentar: Hacia el Sur (Marcha editores, México, 1982)( ... ).
Y el poema es entonces palabra mágica, canción, eco de otros recogido por el escritor como herencia a través de la cual es todavía posible sentir la esperanza como algo concreto, y conjurarla con esa llamada. Aunque, paralelamente, el escritor vive con los pies bien asentados en la realidad: el poeta sabe y por eso se produce constantemente en esa obra, tan exaltada, un desgarrón irónico muy característico. Diríamos que el poeta habita simultáneamente dos mundos que reconoce inconciliables, pero que los convoca con idéntico deseo en un último gesto esperanzado. ( ... )
Los poemas de Hacia el Sur son todos ellos una suerte de testimonio, una suerte de rastro que el poeta recoge y sigue con la apasionada certeza de encontrar a quienes lo han ido dejando, como señal de que su sacrificio no fue inútil. Así se explican los heterónimos utilizados por Juan Gelman (José Galván, que "desapareció a fines de 1978 en la Argentina, asesinado o secuestrado por la dictadura militar"; Julio Greco que "cayó combatiendo contra la dictadura militar el 24 de octubre de 1976”: ¿será necesario advertir al lector de la coincidencia de esas iniciales con las del poeta?): el escritor afirma haber rescatado la palabra de ambos en el último minuto, cuando todo hacía prever que se perdería con sus vidas para siempre. Los poemas constituyen entonces, no ya el testimonio sino la deuda que el escritor tiene contraída con aquellos otros que son él mismo. Por eso, los heterónimos no funcionan aquí como mero recurso literario, sino que traducen la imagen explícita de una identidad trágicamente dividida, de esa identidad plural capaz de ser, al tiempo, el reconocimiento de la individualidad radical del escritor en el espejo de esa voz que a todos pertenece; que Gelman recupere también la imagen de “un poeta portugués (que) tenía cuatro poetas dentro" -en una clara alusión a Pessoa- es muy significativo:
y según oscar wilde en el arte no hay primera persona/
pero maiacowsky y vallejo hablaron en primera persona/
tenían el yo lleno de gente/ y walt whitman también/
recuerdo cuando pasó por un paumanok juntando gorriones
con la barba/
Por eso decía que tal actitud desemboca en una experiencia mucho más trágica que la real que la origina; pues la extinción del, texto, el final de la palabra, el silencio, cercena patéticamente -una y otra vez- la ilusión construida con esmero a lo largo del poema con esa palabra conjuradora. Y, en ningún momento, abandona Gelman su voluntad creadora, la libertad con que nacen sus imágenes ni la brillantez metafórica de su lenguaje. La mujer, la belleza, el amor, centran el desarrollo de sus poemas que giran apasionadamente en torno de esos tres núcleos identificados siempre con la libertad; con una libertad que reclama, además, la posesión a causa de su atractivo formal, de su gozosa presencia, incluso física. Sin embargo, esa mujer, ese amor o esa belleza, que son las apariencias poéticas del Sur mítico alumbrado en el libro, que son también territorios deseables, se manifiestan como objetos, cuya posesión resulta ser ilusoria o fugaz; hacen patente su inconstancia, su voluble condición, contradiciendo así -al final de la experiencia- la satisfacción rebelada por ese espacio poético audazmente inaugurado por el escritor:
pero siempre en el sur/ al sur del sur/ donde la cordillera abriga/ la pampa canta como el mar/ y la columna de fuego se alza cada noche para mostrar donde queda la esperanza/ la esperanza está llena de corazón/ en el ojo le crecen dos arbolitos/ del arbolito salís vos con una mañana llena de vientos/ de gorriones al sol/ abrís el sol de tus gorriones y nadie creía que una vez iba a haber tanto sol
Fugacidad que da lugar a una incertidumbre, a una perpleja confusión reveladora del trágico vacío desde el cual escribe Juan Gelman. De ahí que los interrogantes sucesivos de Hacia el Sur no sean otra cosa que la expresión de la duda ante tales imágenes; de ahí la repetida referencia al desengaño quevedesco, a la evidencia fría de la muerte tras una vida entregada al cálido juego del amor:
porque el alma amorosa es desordenada y perfecta/ tiene mucha limpieza y lindura/ se necesita todo un dios para encerrarla/ como le pasó a don francisco/ que así pudo cruzar la agua fría de la muerte
De ahí, también, la peculiar sencillez del lenguaje. No se trata de una palabra fácil, pero sí teñida de una ingenua crueldad, de una espontánea expresividad, que tiene su origen en el balbuceo inquietante pero ilusionado en que se origina -y con el cual se mantiene- la palabra de los relatos
infantiles. Y como sucede en esas historias, a la caprichosa imaginación desbordada responderá una despiadada soledad que nace al comprobar cómo aquella voz, aquel conjuro que tendía a recuperar una orden y una bondad elementales, originales, no ha hecho sino construir la imagen de una utopía, de una quimera que en sí misma se consume. Una desolación en muchos casos patética que nos remite a la sentimentalidad distanciada de la poesía vallejiana (lenguaje también balbuciente y primario); que nos evoca su propia voluntad colectiva, su deseo de que la palabra se constituya en nexo entre el yo y el todos, de que fuese una palabra redentora porque a todos pertenece. No otra es la razón del rescate de ciertas actitudes creadoras de tipo colectivo o popular como el tango o la milonga que, además de subrayar el sentido de esa identidad colectiva evocada, aportan una peculiar sentimentalidad, entre patética y melodramática, contradicha sin embargo por la formulación poemática usada por Gelman; no otra es la razón del ritmo reiteradamente contradicho en estos poemas, de las pausas subrayadas gráficamente al margen de la estructura lógica de versos y estrofas; no otra es la razón del ajustado maridaje entre la fluidez del discurso -que adopta una experiencia narrativa- y las reiteraciones que se abren concéntricamente para detener aquella sucesión en una perplejidad explícita; no otra es la razón -en fin- de la sugestiva simbiosis entre un lenguaje poético subrayado por la indiscutible herencia surrealista que cruza, como viento vitalizador, el espacio todo de la poesía de Juan Gelman, y la inclusión de frases o expresiones coloquiales, de onomatopeyas y hasta de gestos que atenúan con justeza culturalista, al tiempo que establecen un revulsivo irónico dentro del texto mismo.( ... )
El poeta sabe de la inutilidad de su tarea, y sin embargo no renuncia a la poesía, no se resiste a desterrar de su poética la esperanza de la vibración creadora, engendradora, del lenguaje. La duda se manifiesta; el poema se orienta por lo general hacia un tú que opera como doble en esa meditación: en esta solicitud, en este diálogo implícito se hace patente la inquietud desde que esta experiencia poética se ha desarrollado; el poema se plantea con una convicción contenida en esas formas de futuro tan abundante que se instalan inteligentemente en el ámbito del subjuntivo, con lo que de forma inmediata queda negada tal convicción. De esto no cabe duda. Pero cuando insisto en la confianza esperanzada de Juan Gelman estoy pensando en ese reiterado acercamiento suyo a una experiencia sensual que es también una aventura por el territorio de la belleza, por el territorio de la palabra que nombra esa belleza y que el poeta transita con inusitada alegría hasta confirmar como:
lo lindo es saber que uno puede cantar pío-pío en las más raras circunstancias/ tío Juan después de muerto/ yo ahora para que me quieras/
(Fragmento de nota publicada en Hora de Poesía N 32, Barcelona, 1978).

jueves, 24 de abril de 2008

BORGES

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Everything and nothing
El hacedor (1960)


Nadie hubo en él; detrás de su rostro (que aun a través de las malas pinturas de la época no se parece a ningún otro) y de sus palabras, que eran copiosas, fantás¬ticas y agitadas, no había más que un poco de frío, un sueño no soñado por alguien. Al principio creyó que todas las personas eran como él, pero la extrañeza de un compañero, con el que había empezado a comentar esa vacuidad, le reveló su error y le dejó sentir para siempre, que un individuo no debe diferir de su especie. Alguna vez pensó que en los libros hallaría remedio para su mal y así aprendió el poco latín y menos griego de que habla¬ría un contemporáneo; después consideró que en el ejer¬cicio de un rito elemental de la humanidad, bien podía estar lo que buscaba y se dejó iniciar por Anne Hathaway, durante una larga siesta de junio. A los veintitantos años fue a Londres. instintivamente, ya se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie; en Londres encontró la profesión a la que estaba predestinado, la del actor, que en un escenario, juega a ser otro, ante un concurso de personas que juegan a tomarlo por aquel otro. Las tareas histriónicas le enseñaron una felicidad singular, acaso la primera que conoció; pero aclamado el último verso y retirado de la escena el último muerto, el odiado sabor de la irrealidad recaía sobre él. Dejaba de ser Ferrex o "Tamerlán y volvía a ser nadie. Acosado, dio en imaginar otros héroes y otras fábulas trágicas. Así, mientras el cuerpo cumplía su destino de cuerpo, en lupanares y tabernas de Londres, el alma que lo habitaba era César, que desoye la admonición del augur, y Julieta, que aborrece a la alondra, y Macbeth, que conversa en el páramo con las brujas que también son las parcas. Nadie fue tantos hombres como aquel hombre, que a semejan¬za del egipcio Proteo pudo agotar todas las apariencias del ser. A veces, dejó en algún recodo de la obra una confesión, seguro de que no la descifrarían; Ricardo a¬firma que en su sola persona, hace el papel ene muchos, y Yago dice con curiosas palabras no soy lo que soy. La identidad fundamental del existir, soñar y representar le inspiró pasajes famosos.
Veinte años persistió en esa alucinación dirigida, pero una mañana le sobrecogieron el hastío y el horror de ser tantos reyes que mueren por la espada y tantos desdicha¬dos amantes que convergen, divergen y melodiosamente agonizan. Aquel mismo día resolvió la venta de su teatro. Antes de una semana había regresado al pueblo natal, donde recuperó los árboles y el río de la niñez y no los vinculó a aquellos otros que había celebrado su musa, ilustres de alusión mitológica y de voces latinas. Tenia que ser alguien; fue un empresario retirado que ha hecho fortuna y a quién le interesan los préstamos, los litigios y la pequeña usura. En ese carácter dictó el árido testa¬mento que conocernos, del que deliberadamente excluyó todo rasgo patético o literario. Solían visitar su retiro amigos de Londres, y él retomaba para ellos el papel de poeta.
La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estabas tú, que como yo eres muchos y nadie.

LA MEMORIA DE SHAKESPEARE
Por Jorge Luis Borges
________________________________________
Hay devotos de Goethe, de las Eddas y del tardío cantar de los Nibelungos; Shakespeare ha sido mi destino. Lo es aún, pero de una manera que nadie pudo haber presentido, salvo un solo hombre, Daniel Thorpe, que acaba de morir en Pretoria. Hay otro cuya cara no he visto nunca.
Soy Hermann Soergel. El curioso lector ha hojeado quizá mi Cronología de Shakespeare, que alguna vez creí necesaria para la buena inteligencia del texto y que fue traducida a varios idiomas, incluso el castellano. No es imposible que recuerde asimismo una prolongada polémica sobre cierta enmienda que Theobald intercaló en su edición crítica de 1734 y que desde esa fecha es parte indiscutida del canon. Hoy me sorprende el tono incivil de aquellas casi ajenas páginas. Hacia 1914 redacté, y no di a la imprenta, un estudio sobre las palabras compuestas que el helenista y dramaturgo George Chapman forjó para sus versiones homéricas y que retrotraen el inglés, sin que él pudiera sospecharlo, a su origen (Urprung) anglosajón. No pensé nunca que su voz, que he olvidado ahora, me sería familiar... Alguna separata firmada con iniciales completa, creo, mi biografía literaria. No sé si es lícito agregar una versión inédita de Macbeth, que emprendí para no seguir pensando en la muerte de mi hermano Otto Julius, que cayó en el frente occidental en 1917. No la concluí; comprendí que el inglés dispone, para su bien, de dos registros —el germánico y el latino— en tanto que nuestro alemán, pese a su mejor música, debe limitarse a uno solo.
He nombrado ya a Daniel Thorpe. Me lo presentó el mayor Barclay, en cierto congreso shakespiriano. No diré el lugar, ni la fecha; sé harto bien que tales precisiones son, en realidad, vaguedades.
Más importante que la cara de Daniel Thorpe, que mi ceguera parcial me ayuda a olvidar, era su notoria desdicha. Al cabo de los años, un hombre puede simular muchas cosas pero no la felicidad. De un modo casi físico, Daniel Thorpe exhalaba melancolía.
Después de una larga sesión, la noche nos halló en una taberna cualquiera. Para sentirnos en Inglaterra (donde ya estábamos) apuramos en rituales jarros de peltre cerveza tibia y negra.
—En el Punjab —dijo el mayor— me indicaron un pordiosero. Una tradición del Islam atribuye al rey Salomón una sortija que le permitía entender la lengua de los pájaros. Era fama que el pordiosero tenía en su poder la sortija. Su valor era tan inapreciable que no pudo nunca venderla y murió en uno de los patios de la mezquita de Wazil Khan, en Lahore.
Pensé que Chaucer no desconocía la fábula del prodigioso anillo, pero decirlo hubiera sido estropear la anécdota de Barclay.
—¿Y la sortija? —pregunté.
—Se perdió, según la costumbre de los objetos mágicos. Quizás esté ahora en algún escondrijo de la mezquita o en la mano de un hombre que vive en un lugar donde faltan pájaros.
—O donde hay tantos —dije— que lo que dicen se confunde.
—Su historia, Barclay, tiene algo de parábola.
Fue entonces cuando habló Daniel Thorpe. Lo hizo de un modo impersonal, sin mirarnos. Pronunciaba el inglés de un modo peculiar, que atribuí a una larga estadía en el Oriente.
—No es una parábola —dijo—, y si lo es, es verdad. Hay cosas de valor tan inapreciable que no pueden venderse.
Las palabras que trato de reconstruir me impresionaron menos que la convicción con que las dijo Daniel Thorpe. Pensamos que diría algo más, pero de golpe se calló, como arrepentido. Barclay se despidió. Los dos volvimos juntos al hotel. Era ya muy tarde, pero Daniel Thorpe me propuso que prosiguiéramos la charla en su habitación. Al cabo de algunas trivialidades, me dijo:
—Le ofrezco la sortija del rey. Claro está que se trata de una metáfora, pero lo que esa metáfora cubre no es menos prodigioso que la sortija. Le ofrezco la memoria de Shakespeare desde los días más pueriles y antiguos hasta los del principio de abril de 1616.
No acerté a pronunciar una palabra. Fue como si me ofrecieran el mar.
Thorpe continuó:
—No soy un impostor. No estoy loco. Le ruego que suspenda su juicio hasta haberme oído. El mayor le habrá dicho que soy, o era, médico militar. La historia cabe en pocas palabras. Empieza en el Oriente, en un hospital de sangre, en el alba. La precisa fecha no importa. Con su última voz, un soldado raso, Adam Clay, a quien habían alcanzado dos descargas de rifle, me ofreció, poco antes del fin, la preciosa memoria. La agonía y la fiebre son inventivas; acepté la oferta sin darle fe. Además, después de una acción de guerra, nada es muy raro. Apenas tuvo tiempo de explicarme las singulares condiciones del don. El poseedor tiene que ofrecerlo en voz alta y el otro que aceptarlo. El que lo da lo pierde para siempre.
El nombre del soldado y la escena patética de la entrega me parecieron literarios, en el mal sentido de la palabra.
Un poco intimidado, le pregunté:
—¿Usted, ahora, tiene la memoria de Shakespeare?
Thorpe contestó:
—Tengo, aún, dos memorias. La mía personal y la de aquel Shakespeare que parcialmente soy. Mejor dicho, dos memorias me tienen. Hay una zona en que se confunden. Hay una cara de mujer que no sé a qué siglo atribuir.
Yo le pregunté entonces:
—¿Qué ha hecho usted con la memoria de Shakespeare?
Hubo un silencio. Después dijo:
—He escrito una biografía novelada que mereció el desdén de la crítica y algún éxito comercial en los Estados Unidos y en las colonias. Creo que es todo. Le he prevenido que mi don no es una sinecura. Sigo a la espera de su respuesta.
Me quedé pensando. ¿No había consagrado yo mi vida, no menos incolora que extraña, a la busca de Shakespeare? ¿No era justo que al fin de la jornada diera con él?
Dije, articulando bien cada palabra:
—Acepto la memoria de Shakespeare.
Algo, sin duda, aconteció, pero no lo sentí.
Apenas un principio de fatiga, acaso imaginaria.
Recuerdo claramente que Thorpe me dijo:
—La memoria ya ha entrado en su conciencia, pero hay que descubrirla. Surgirá en los sueños, en la vigilia, al volver las hojas de un libro o al doblar una esquina. No se impaciente usted, no invente recuerdos. El azar puede favorecerlo o demorarlo, según su misterioso modo. A medida que yo vaya olvidando, usted recordará. No le prometo un plazo.
Lo que quedaba de la noche lo dedicamos a discutir el carácter de Shylock. Me abstuve de indagar si Shakespeare había tenido trato personal con judíos. No quise que Thorpe imaginara que yo lo sometía a una prueba. Comprobé, no sé si con alivio o con inquietud, que sus opiniones eran tan académicas y tan convencionales como las mías.
A pesar de la vigilia anterior, casi no dormí la noche siguiente. Descubrí, como otras tantas veces, que era un cobarde. Por el temor de ser defraudado, no me entregué a la generosa esperanza. Quise pensar que era ilusorio el presente de Thorpe. Irresistiblemente, la esperanza prevaleció. Shakespeare sería mío, como nadie lo fue de nadie, ni en el amor, ni en la amistad, ni siquiera en el odio. De algún modo yo sería Shakespeare. No escribiría las tragedias ni los intrincados sonetos, pero recordaría el instante en que me fueron reveladas las brujas, que también son las parcas, y aquel otro en que me fueron dadas las vastas líneas:
And shake the yoke of inauspicious stars
From this worldweary flesh.
Recordaría a Anne Hathaway como recuerdo a aquella mujer, ya madura, que me enseñó el amor en un departamento de Lübeck, hace ya tantos años. (Traté de recordarla y sólo pude recobrar el empapelado, que era amarillo, y la claridad que venía de la ventana. Este primer fracaso hubiera debido anticiparme los otros.)
Yo había postulado que las imágenes de la prodigiosa memoria serían, ante todo, visuales. Tal no fue el hecho. Días después, al afeitarme, pronuncié ante el espejo unas palabras que me extrañaron y que pertenecían, como un colega me indicó, al A, B, C, de Chaucer. Una tarde, al salir del Museo Británico, silbé una melodía muy simple que no había oído nunca.
Ya habrá advertido el lector el rasgo común de esas primeras revelaciones de una memoria que era, pese al esplendor de algunas metáforas, harto más auditiva que visual.
De Quincey afirma que el cerebro del hombre es un palimpsesto. Cada nueva escritura cubre la escritura anterior y es cubierta por la que sigue, pero la todopoderosa memoria puede exhumar cualquier impresión, por momentánea que haya sido, si le dan el estímulo suficiente. A juzgar por su testamento, no había un solo libro, ni siquiera la Biblia, en casa de Shakespeare, pero nadie ignora las obras que frecuentó. Chaucer, Gower, Spenser, Christopher Marlowe. La Crónica de Holinshed, el Montaigne de Florio, el Plutarco de North. Yo poseía de manera latente la memoria de Shakespeare; la lectura, es decir la relectura, de esos viejos volúmenes sería el estímulo que buscaba. Releí también los sonetos, que son su obra más inmediata. Di alguna vez con la explicación o con las muchas explicaciones. Los buenos versos imponen la lectura en voz alta; al cabo de unos días recobré sin esfuerzo las erres ásperas y las vocales abiertas del siglo dieciséis.
Escribí en la Zeitschrift für germanische Philologie que el soneto 127 se refería a la memorable derrota de la Armada Invencible. No recordé que Samuel Butler, en 1899, ya había formulado esa tesis.
Una visita a Stratford-on-Avon fue, previsiblemente, estéril.
Después advino la transformación gradual de mis sueños. No me fueron deparadas, como a De Quincey, pesadillas espléndidas, ni piadosas visiones alegóricas, a la manera de su maestro, Jean Paul. Rostros y habitaciones desconocidas entraron en mis noches. El primer rostro que identifiqué fue el de Chapman; después, el de Ben Jonson y el de un vecino del poeta, que no figura en las biografías, pero que Shakespeare vería con frecuencia.
Quien adquiere una enciclopedia no adquiere cada línea, cada párrafo, cada página y cada grabado; adquiere la mera posibilidad de conocer alguna de esas cosas. Si ello acontece con un ente concreto y relativamente sencillo, dado el orden alfabético de las partes, ¿qué no acontecerá con un ente abstracto y variable, ondoyant et divers, como la mágica memoria de un muerto?
A nadie le está dado abarcar en un solo instante la plenitud de su pasado. Ni a Shakespeare, que yo sepa, ni a mí, que fui su parcial heredero, nos depararon ese don. La memoria del hombre no es una suma; es un desorden de posibilidades indefinidas. San Agustín, si no me engaño, habla de los palacios y cavernas de la memoria. La segunda metáfora es la más justa. En esas cavernas entré.
Como la nuestra, la memoria de Shakespeare incluía zonas, grandes zonas de sombra rechazadas voluntariamente por él. No sin algún escándalo recordé que Ben Jonson le hacía recitar hexámetros latinos y griegos y que el oído, el incomparable oído de Shakespeare, solía equivocar una cantidad, entre la risotada de los colegas.
Conocí estados de ventura y de sombra que trascienden la común experiencia humana. Sin que yo lo supiera, la larga y estudiosa soledad me había preparado para la dócil recepción del milagro.
Al cabo de unos treinta días, la memoria del muerto me animaba. Durante una semana de curiosa felicidad, casi creí ser Shakespeare. La obra se renovó para mí. Sé que la luna, para Shakespeare, era menos la luna que Diana y menos Diana que esa obscura palabra que se demora: moon. Otro descubrimiento anoté. Las aparentes negligencias de Shakespeare, esas absence dans l'infini de que apologéticamente habla Hugo, fueron deliberadas. Shakespeare las toleró, o intercaló, para que su discurso, destinado a la escena, pareciera espontáneo y no demasiado pulido y artificial (nicht allzu glatt und gekünstelt). Esa misma razón lo movió a mezclar sus metáforas.
my way of life
Is fall'n into the sear, the yellow leaf
Una mañana discerní una culpa en el fondo de su memoria. No traté de definirla; Shakespeare lo ha hecho para siempre. Básteme declarar que esa culpa nada tenía en común con la perversión.
Comprendí que las tres facultades del alma humana, memoria, entendimiento y voluntad, no son una ficción escolástica. La memoria de Shakespeare no podía revelarme otra cosa que las circunstancias de Shakespeare. Es evidente que éstas no constituyen la singularidad del poeta; lo que importa es la obra que ejecutó con ese material deleznable.
Ingenuamente, yo había premeditado, como Thorpe, una biografía. No tardé en descubrir que ese género literario requiere condiciones de escritor que ciertamente no son mías. No sé narrar. No sé narrar mi propia historia, que es harto más extraordinaria que la de Shakespeare. Además, ese libro sería inútil. El azar o el destino dieron a Shakespeare las triviales cosas terribles que todo hombre conoce; él supo transmutarlas en fábulas, en personajes mucho más vividos que el hombre gris que los soñó, en versos que no dejarán caer las generaciones, en música verbal. ¿A qué destejer esa red, a qué minar la torre, a qué reducir a las módicas proporciones de una biografía documental o de una novela realista el sonido y la furia de Macbeth?
Goethe constituye, según se sabe, el culto oficial de Alemania; más íntimo es el culto de Shakespeare, que profesamos no sin nostalgia. (En Inglaterra, Shakespeare, que tan lejano está de los ingleses, constituye el culto oficial; el libro de Inglaterra es la Biblia.)
En la primera etapa de la aventura sentí la dicha de ser Shakespeare; en la postrera, la opresión y el terror. Al principio las dos memorias no mezclaban sus aguas. Con el tiempo, el gran río de Shakespeare amenazó, y casi anegó, mi modesto caudal. Advertí con temor que estaba olvidando la lengua de mis padres. Ya que la identidad personal se basa en la memoria, temí por mi razón.
Mis amigos venían a visitarme; me asombró que no percibieran que estaba en el infierno.
Empecé a no entender las cotidianas cosas que me rodeaban (die alltägliche Umwelt). Cierta mañana me perdí entre grandes formas de hierro, de madera y de cristal. Me aturdieron silbatos y clamores. Tardé un instante, que pudo parecerme infinito, en reconocer las máquinas y los vagones de la estación de Bremen.
A medida que transcurren los años, todo hombre está obligado a sobrellevar la creciente carga de su memoria. Dos me agobiaban, confundiéndose a veces: la mía y la del otro, incomunicable.
Todas las cosas quieren perseverar en su ser, ha escrito Spinoza. La piedra quiere ser una piedra, el tigre un tigre, yo quería volver a ser Hermann Soergel.
He olvidado la fecha en que decidí liberarme. Di con el método más fácil. En el teléfono marqué números al azar. Voces de niño o de mujer contestaban. Pensé que mi deber era respetarlas. Di al fin con una voz culta de hombre. Le dije:
—¿Quieres la memoria de Shakespeare? Sé que lo que te ofrezco es muy grave. Piénsalo bien.
Una voz incrédula replicó:
—Afrontaré ese riesgo. Acepto la memoria de Shakespeare.
Declaré las condiciones del don. Paradójicamente, sentía a la vez la nostalgia del libro que yo hubiera debido escribir y que me fue vedado escribir y el temor de que el huésped, el espectro, no me dejara nunca.
Colgué el tubo y repetí como una esperanza estas resignadas palabras:
Simply the thing I am shall make me live.
Yo había imaginado disciplinas para despertar la antigua memoria; hube de buscar otras para borrarla. Una de tantas fue el estudio de la mitología de William Blake, discípulo rebelde de Swedenborg. Comprobé que era menos compleja que complicada.
Ese y otros caminos fueron inútiles; todos me llevaban a Shakespeare.
Di al fin con la única solución para poblar la espera: la estricta y vasta música: Bach.
P.S. 1924 —Ya soy un hombre entre los hombres. En la vigilia soy el profesor emérito Hermann Soergel, que manejo un fichero y que redacto trivialidades eruditas, pero en el alba sé, alguna vez, que el que sueña es el otro. De tarde en tarde me sorprenden pequeñas y fugaces memorias que acaso son auténticas.

Al otro, a Borges, era a quien le ocurrían las cosas.

Al otro, a Borges, era a quien le ocurrían las cosas. Yo me demoro en las librerías de viejo de las ciudades que visito, tratando de descubrir, acaso ya mecánicamente, algún título suyo que aún no conozca. El otro imaginó una Biblioteca compuesta por libros de cuatrocientas diez páginas, cuarenta renglones en cada página y ochenta letras en cada renglón que permitían todas las posibles combinaciones de veinticinco signos ortográficos. A mí se me ha dado la infinita misión de fatigar las páginas informes de la Red (que otros llaman el Texto), en idiomas que ignoro, por espacios con enlaces que se bifurcan, para buscar una nueva referencia, un escrito recuperado, la lista definitiva de todas sus reseñas, de cada palabra que él escribió y que sólo el azar, o lo que engañosamente denominamos azar, puede redimir del abandono. Convencido de que siempre hay una forma de burlar el juego, trato de enmendar esa broma cabalística que lo llevo a llamar completas a unas cuantas de sus obras, quizás esperando que alguien como yo escribiera un prólogo que contuviera no sólo la obra, sino el espíritu de la obra, los comentarios de sus textos, la refutación de esos comentarios, la crítica a esas refutaciones, de manera que la propia obra fuera innecesaria y cayera definitivamente en el olvido. Por eso, tal vez, me guste la perfección de los laberintos y de las rayas de los tigres, la certeza de los espejos y del filo de las espadas, la precisión de la prosa de Kipling, y no como al otro, que compartía conmigo esas preferencias, pero de un modo vanidoso que lo convertía en un personaje de sí mismo. Alguna vez quise escribir como él y dejar de tener esta existencia vicaria que me anula y me margina, pero no caí en la tentación de leer sus propios cuentos. Para eso, en muchas noches de insomnio que sólo la labor obsesiva de escribir notas al margen pudo aliviar, estudié con detenimiento ciertas obras fundamentales: la poesía completa de Lugones; una novela casi críptica de Macedonio Fernández; el Paraíso perdido de Milton, en una edición española de 1693; determinados pasajes de la obra inmortal que escribieron los hombres que llamamos Homero; la traducción que Sir Richard Burton hizo del Libro de las Mil Noches y Una Noche; la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland; un estudio comparativo entre las Églogas de Jacopo Sannazaro y La Guerra de los Mundos de Wells; dos notas apócrifas sobre un análisis del ritmo poético de la Völsunga Saga (1796);la correspondencia entre Mosco de Sicarusa y Tales de Mileto, con un breve prefacio de Coleridge; un opúsculo de Cyrilus Ossean titulado Die Negation als Ausdrucksform mit besonderer Berücksichtigung; algunos aforismos de Chesterton acerca de las convenciones y los gatos. No quiero cansar al paciente lector con otras obras de menor importancia que me llevaron por fin al momento en el que empecé a escribir mi primer cuento, ni creo que sea necesario recordar que a pesar de empeñar todos mi esfuerzos no logré comenzarlo con esta frase: “El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbusch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguán una carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto”. Nada me cuesta confesar que podría haber logrado mejores páginas que el otro, pero no las mismas, que a él lo han salvado y a mí sólo me dejaron esta vana costumbre de estar triste. Yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algunas de mis páginas podrán sobrevivir en el otro y perfeccionarlo en su gloria. Poco a poco voy reconstruyendo su vasta vida a través del espejo y la memoria, me convierto en un hombre trabajado por el tiempo, un hombre que ha aprendido a agradecer las modestas limosnas del destino: una vieja parábola sobre mariposas y guerreros, la lectura de la Cosmogonía de Snorri Sturluson, una descripción de la batalla de Chacabuco, la metáfora “And miles to go before I sleep”, el soldado por cuyo amor desfalleció Matilde Urbach, comprender que la vigilia es otro sueño que sueña no soñar. Angelus Silesius entendió que para seguir leyendo, habría de ser uno mismo el libro y también la esencia del libro. Yo he de desvanecerme en Borges, no permanecer en mí (si es que alguien soy yo), y cada vez me reconozco más en las milongas y el arrabal, fui cambiando poco a poco la dulce sonoridad del italiano por el rudo sajón, la poesía de Machado por los torpes versos de Evaristo Carriego, la exactitud de los relojes por los juegos con el tiempo y el infinito, estas sombras que se alzan sobre el incesante galope de mis dioptrías, los espejos en los que ya apenas me entreveo, estas gafas inútiles que voy perdiendo la costumbre de ponerme. Ya no podré leer a Shakespeare ni a Spinoza, pero esos autores eran de Borges, que los falseaba y magnificaba, y yo tendré que ponerme a hacer otra cosa. Ya no habrá sino recuerdos, tardes merecidas por la pena, noches que serán la misma noche. Nadie pierde sino lo que no tiene y no ha tenido nunca, y yo sólo tuve la fiel memoria, que ya es del otro. Sólo me queda la esperanza de que la muerte nos iguale, que no el olvido.

No sé cuál de los dos soñó esta página.

Espergesia VALLEJO

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.

Todos saben que vivo,
que mastico... y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de ferétro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.

Todos saben... Y no saben
que la Luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

No soy nada. PESSOA

No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es
(Y si supieran quién es, qué sabrían?),
De ahí para el misterio de una calle cruzada constántemente por gente,
Para una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposíblemente real, cierta, desconocídamente cierta,
Con el misterio de las cosas por debajo de las piedras y de los seres,
Con la muerte por la humedad en las paredes y pelos blancos en los hombres,
Con el Destino conduciendo la carroza de todo por la avenida de nada.

Estoy hoy vencido, como si supiera la verdad.
Estoy hoy lúcido, como si estuviera para morir,
Y no tuviera más hermandad con las cosas
Sinó una despedida, tornándose esta casa y este lado de la calle
La hilera de carruajes de un convoy, y una partida silbatada
De dentro de mí cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos en la ida.

Estoy hoy perplejo, como quien pensó y creyó y olvidó.
Estoy hoy dividido entre la lealtad que debo
A la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fallé en todo.
Como no hice propósito ninguno, tal vez todo fuera nada.
El aprendizaje que me dieron,
Descendí de ella por la ventana de los fondos de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Mas allá encontré sólo hierbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. En qué he de pensar?

Qué se to de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
Ser lo que pienso? Pero pienso tanta cosa!
Y hay tantos que piensan ser la misma cosa que no puede haber tantos!
Genio? En este momento
Cien mil cerebros se conciben en sueño genios como yo,
Y la historia no marcará, quién sabe?, ni uno,
Ni habrá sinó mierda de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
En todos los manicomios hay enfermos locos con tantas certezas!
Yo, que no tengo ninguna certeza, soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
En cuántas mansardas y no-mansardas del mundo
No estan en este momento genios-para-sí-mismos soñando?
Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas -
Sí, verdaréramente altas y nobles y lúcidas -,
Y quién sabe si realizables,
Nunca verán la luz del sol real ni hallarán oidos de gente?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
Tengo soñado más que lo que Napoleón hizo.
Tengo apretado al pecho hipotético más humanidades que las de Cristo,
Tengo hechas filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Mas soy, y tal vez seré siempre, el de la mansarda,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para eso;
Seré siempre sólo el que tenga cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta,

Y cantó la canción del Infinito en una capoeira,
Y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
Creer en mí? No, ni en nada.
Derrameme la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me halla el pelo,
E el resto que venga si viene, o tenga que venir, o no venga
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
Mas despertamos y él es opaco,
Nos levantamos y él es ajeno,
Salimos de casa y él es la tierra entera,
Más el sistema solar y la Via Láctea y el Indefinido.

(Come chocolates, pequeña;
Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo sinó chocolates.
Mira que las religiones todas no enseñan más que la confitería.
Come, pequeña sucia, come!
Pudiera yo comer chocolates con la misma verdad con que comes!
Pero yo pienso y, al tirar el papel de plata, que es de hoja de estaño,
Dejo todo por el suelo, como hube dejado la vida.)

Pero al menos queda de la amargura de lo que nunca seré
La caligrafia rapida de estos versos,
Pórtico partido para el Imposible.
Pero al menos consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos en el gesto largo con el que tiro
La ropa sucia que soy, en rol, para el decurso de las cosas,
Y quedo en casa sin camisa.

(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
O diosa griega, concebida como estatua que fuera viva,
O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
O princesa de trovadores, gentilisima y colorida,
O marquesa del siglo dieciocho, escotada y lejana,
O cocot(*) célebre del tiempo de nuestros padres,
O no sé qué moderno - no concibo bien el qué -
Todo eso, sea lo que fuere, que seas, si puede inspirar que inspire!
Mi corazón es un balde despejado.
Como los que invocan espíritus invocan espíritus invoco
A mí mismo y no encuentro nada.
Llego a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo los paseos, veo los autos que pasan,
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los canes que también existen,
Y todo esto me pesa como una condena al exilio,
Y todo esto es extranjero, como todo.)

Viví, estudié, amé y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo que yo no envidie solo por no ser yo.
Miro a cada uno de los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca vivieras ni estudiaras ni amases ni creyeras
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
Tal vez hallas existido apenas, como un lagarto a quien cortan el rabo
Y que es rabo para abajo del lagarto remezcládamente

Hice de mí lo que supe
Y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El dominó(**) que vestí era yerrado.
Conociéronme después por quien no era y no desmentí, y me perdí.
Cuando quise sacar la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la saqué y me vi al espejo,
Ya había envejecido.
Estaba ebrio, ya no sabía vestir el dominó que no había sacado.
Dejé fuera la máscara y dormi en el bestiario
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
Quien me diera encontrarme como cosa que yo hiciera,
Y no quedase siempre delante de la Tabaquería de delante,
Tacoñando a los pies la consciencia de estar exisitendo,
Como un tapete en que un borracho tropieza
O un felpudo que los gitanos robaron y no valia nada.

Mas el Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó en la puerta.
Lo miró con el desconforto de la cabeza mal girada
Y con el desconforto de la alma mal-entendiendo.
Él morirá o yo moriré.
Él dejará la pizarra, yo dejaré los versos.
A cierta altura morirá la pizarra también, los versos también.
Después de cierta altura morirá la calle donde estuvo la pizarra,
Y la lengua en que fueran escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto se dio.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como gente
Continuará hacienco cosas como versos y viviendo por bajo de cosas como pizarras,

Siempre una cosa de frente de la otra,
Siempre una cosa tan inútil como la otra,
Siempre el imposible tan estúpido como el real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño de miterio de la superficie,
Siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni otra.

Mas un hombre entró en la Tabaquería (para comprar tabaco?)
Y la realidad plausible cae de repente encima de mí.
Me semiergo enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en que digo lo contrario.

Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarro la libertación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como una ruta propia,
Y gozo, en un momento sensitivo y competente,
La libertación de todas las especulaciones
Y la consciencia de que la metafísica es una consecuencia de estar mal dispuesto.

Después me dejo para atrás en la silla
Y continúo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, continuaré fumando.

(Si yo me casara con la hija de mi lavandera
Tal vez fuera feliz.)
Visto eso, me levanto de la silla. Voy a la ventana.
El hombre salió de la Tabaquería (metiendo cambio en el bolsillo de las calzas?)
Ah, lo conozco, es Estevez sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino Estevez se dio vuelta y me vio.
Me señó adiós, le grité Adios Oh Estevez!, y el universo
Se me renconstruyó sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la Tabaquería sonrió.

Álvaro de Campos

JULIO CORTAZAR

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Amor 77

Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.


De Julio Cortazar.
1979
un tal Lucas

miércoles, 23 de abril de 2008

any where out of the world

“any where out of the world”

Un día al azar abrí uno de esos libros y volví a leer “any where out of the world” y quede prisionero del clima y de algunas partes que yo había señalado anteriormente sin quizás darme cuenta de porque lo hacia.

“Dime, alma mía, pobre alma aterida, ¿qué te parecería vivir en Lisboa?. Allí debe de hacer calor, y tu té desperazarias como un lagarto. Esta ciudad esta a la orilla del agua; dicen que esta construida en mármol... Ese es un paisaje a tu gusto; un paisaje hecho de luz y de mineral, ¡y liquido para reflejarlos!”.

Ya le había dicho que había salido de un hospital, reponiéndome de una operación.

Entonces en ese mismo cuento otra frase:....
“ Esta vida es un hospital en que cada enfermo esta poseído por el deseo de cambiar de cama ............Me parece que siempre estaré bien donde no estoy, y este problema de mudanza es uno de los que discuto sin cesar con mi alma”.

Una tercera anotación en que se habla de Casablanca y alguien se pregunta que había sido de Ingrid Bergman cuando llegó a Lisboa, después del fin de la película.

Yo había visto Casablanca y desde ese momento Lisboa no era solo una ciudad, era una maravillosa palabra que significaba: salir de aquí, allí estaremos a salvo. En la vista la ciudad no es mostrada para nada, todos quieren ir, nadie la conoce.
Lisboa era lo desconocido el futuro pero en libertad o para pasar mas fácilmente hacia ella.

Sigo con el hilo de mi carta, que espero Ud. haya querido seguir leyendo.

estoy cansado de haber soñado, pero no cansado de soñar

“”He soñado mucho. Estoy cansado de haber soñado, pero no cansado de soñar. De soñar nadie se cansa, porque soñar es olvidar, y olvidar no pesa y es un sueño sin sueños en el que estamos despiertos. En sueños lo he conseguido todo. También he despertado, ¿pero que importa?. ¡Cuantos Cesares he sido!. ¡Cuantos Césares he sido y sueño todavía ser!. Cuantos Césares he sido, pero no de los reales. He sido verdaderamente imperial mientras he soñado, y por esos nunca he sido nada. Mis ejércitos fueron derrotados, pero la derrota fue blanda, y nadie murió. Cuantos Césares he sido, aquí mismo, en el Hospital San Luis, en estos últimos tres días. Y lo Césares que he sido todavía viven en mi imaginación; pero los Césares que han sido están muertos, y el Hospital San Luis, es decir la realidad, no puede conocerlos. Pero no sé ahora que traerá el día de mañana, quisiera terminar esto. ¿Pero que ocurre? ¿He perdido las gafas? , ¡Por favor los gafas, las gafas, no puedo ver, ... ¡ por favor alguien debe seguir esto ...!
Todos nosotros los otros y yo mismo

ERNESTO SABATO

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Tal vez a nuestra muerte el alma emigre:
a una hormiga,
a un árbol,
a un tigre de Bengala;
mientras nuestro cuerpo se disgrega
entre gusanos
y se filtra en la tierra sin memoria,
para ascender luego por los tallos y las hojas,
y convertirse en heliotropo o yuyo,
y después en alimento de ganado,
y así en sangre anónima y zoológica,
en esqueleto,
en excremento.
Tal vez le toque un destino mas horrendo
en el cuerpo de un niño
que un día hará poemas o novelas,
y que en sus oscuras angustias
(sin saberlo)
purgara sus antiguos pecados
de guerrero o criminal,
o revivirá pavores,
el temor de una gacela,
la asquerosa fealdad de comadreja,
su turbia condición de feto, cíclope o lagarto,
su fama de prostituta o pitonisa,
sus remotas soledades,
sus olvidadas cobardías y traiciones.

JUAN GELMAN

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! quien pudiera agarrarte por la cola magiafantasmanieblapoesia!
!Acostarse contigo una vez sola y despuës enterrar esta manïa !
! Quien pudiera agarrarte por la cola!

sábado, 12 de abril de 2008

VIÉNDOLAS VENIR: Eduardo Mendoza se va de El País

VIÉNDOLAS VENIR: Eduardo Mendoza se va de El País


Eduardo Mendoza se va de El País

No es ninguna tragedia porque las columnas de Mendoza en el periódico de Polanco no eran lo mejor de su producción precisamente. Pero me da pena no verlo el lunes que viene y leerlo como de pasada. Me gusta mucho más en sus novelas. Justo al contrario que me pasa con Juan José Millás, que se luce más los viernes en la última de El País que en cualquiera de sus libros. Supongo que todo se deberá a un cambio generacional, pero a este periódico se le está yendo mucha gente buena. De Mendoza, ese barcelonés que siempre me ha recordado a Maragall, son imprescindibles títulos como La ciudad de los prodigios y La verdad sobre el caso Savolta. También tiene su gracia la trilogía que protagoniza un loco al que un comisario saca del manicomio para que resuelva casos. El primero de la serie se titula El misterio de la cripta embrujada. De Mendoza he aprendido mucho. Y le estaré agradecido siempre.

Publicado por Álvaro Romero Bernal en 16:20
3 comentarios:
Anónimo dijo...
Sus columnas tampoco me parecían demasiado brillantes, pero es que creo que en El País (salvo excepciones como JJ Millás o Javier Cercas...) no hay grandes columnistas. O a mí me parece que siempre escribe el mismo. Por lo que dice, no por el cómo lo dice.

Saludos

www.manuguerrero.es



2 de enero de 2008 0:20
damasceno dijo...
No se las razones personales que puede haber tenido Mendoza para no estar mas en El Pais. Pero creo que es un visionario, ese diario por su formato no tiene mas columnas. Lo recuerdo en el diario cuando comenzo a cubrir la columna que presentaba Montalban los lunes. Su primer columna de aquel lunes fue como una disculpa por el sacrilegio, Los lunes eran para mi un placer leerlo. Pero todo se acaba, las columnas tambien, claro que no los columnistas. Yo tambien siempre escribo lo mismo, Uds no?
Damasceno Monteiro
atentamente

12 de abril de 2008 21:59

martes, 8 de abril de 2008

ODA MARÍTIMA DE ÁLVARO DE CAMPOS

Fernando Pessoa


ODA MARÍTIMA
DE ÁLVARO DE CAMPOS

SOLO, EN EL MUELLE desierto, en esta mañana de verano,
miro hacia la entrada del puerto, miro hacia lo Indefinido,
miro y me alegra ver,
negro y claro, pequeño, un paquebote entrando.
Viene lejos, nítido, clásico a su manera.
Distante, en el aire lo sigue la vana orla de su humo.
Viene entrando y la mañana entra con él
y en el río,
aquí, allá, despierta la vida marítima,
se izan velas, avanzan remolcadores,
surgen barcos pequeños detrás de las naves que están en el
puerto.
Hay una tenue brisa.
Y mi alma se une con lo que apenas distingo,
con el paquebote que entra,
porque él está con la distancia, con la mañana,
con el sentido marítimo de esta hora,
con la dolorosa dulzura que me sube como náusea,
como un principio de furia en el espíritu.
Miro a lo lejos el paquebote,
independiente del alma,
y dentro de mí un volante comienza a girar, lentamente.

Los paquebotes que entran de mañana en el puerto
traen ante mis ojos
el misterio alegre y triste de quien llega y parte.
Traen una memoria de muelles y momentos distantes,
puentes que conducen hacia otra humanidad.
Todo el atracar, todo el desprendimiento de la nave
es -lo siento en mí como sangre-
inconscientemente simbólico,
terrible amenaza de revelaciones metafísicas
que perturban en mí al que yo fui.

Ah, todo el muelle es una soledad de piedra.
Y cuando la nave se aleja
y de pronto reparo en que se abrió un espacio
entre el muelle y la nave,
no sé por qué sufro una súbita angustia,
una niebla de tristes sentimientos
que brilla en el suelo de mis penas de hierba
como la primer ventana donde el alba golpea,
y que me envuelve como si recordara a una persona
que misteriosamente fuese mía.

Ah, ¿quién sabe, quién sabe
si antes de mí, en otro tiempo,
no partí de muelle?
¿Si no dejé otra clase de puerto
en una nave hacia el sol oblicuo del amanecer?
¿Quién sabe si no dejé,
anterior al tiempo del mundo exterior
que veo raerse en mí,
un gran muelle con poca gente
de una gran ciudad despierta a medias,
enorme ciudad comercial, crecida y apopléjica
aunque eso quede fuera del Espacio y el Tiempo?

Sí, un muelle de algún modo material,
visible como muelle, veraz, realmente muelle,
el Muelle Absoluto por cuyo modelo inconscientemente
imitado,
insensiblemente evocado,
construimos nuestros muelles en nuestros puertos,
nuestros muelles de piedra actual sobre agua verdadera,
que después de construidos se revelan
Cosas Reales, Hechos de Espíritu, Entidades en Piedras que
son Almas,
en la fugacidad de nuestros sentimientos de hierba o raíz,
cuando del muro exterior parece abrirse una puerta
y sin que nada se altere
todo se manifiesta diverso.

Ah, Gran Muelle donde partimos en Naciones-Navíos.
Gran Muelle Anterior, eterno y divino.
¿De qué puerto? ¡En qué mar?
Oh, ¿por qué pienso esto?
Gran Muelle, igual a todos los muelles pero Único.
Lleno también de murmurantes silencios en las albas,
desabotonando con las mañanas un ruido de guindastes
y comboyes que arriban con mercaderías,
bajo la nube negra que surge, ocasional y leve,
del fondo de las chimeneas de las fábricas cercanas
y sombrea el llano de carbones pequeños que brillan
como si fuese la sombra de una nube que pasa sobre agua
sombría.

En los momentos de silencios y angustia,
¡qué esencia de misterio y de sentido
de un éxtasis divino y revelador
no es puente entre cualquier muelle y el Muelle!

Muelle que en las aguas inmóviles se refleja oscuro,
y el bullicio a bordo de las naves.
Oh alma errante e inestable de la gente que se embarca,
gente simbólica que pasa y en quien nada perdura,
y que al volver la nave al puerto
ha cesado de ser la misma.
Oh ebriedad de lo diverso, idas, fugas continuas,
alma eterna de los navegantes y las navegaciones,
quilla reflejada lentamente en las aguas
cuando la nave sale del puerto.
Fluctuar como el alma de la vida; como la voz, partir,
trémulo vivir el instante sobre las aguas eternas.
Despertar a días más reales que los días de Europa,
ver puertos misteriosos en la soledad del mar,
doblar cabos apartados hacia súbitos vastos paisajes
por innumerables costas atónitas...

Ah las playas distantes, los muelles vistos los lejos.
Las playas cercanas, los muelles vistos de cerca.
El misterio de cada ida y cada arribo,
a cada hora marítima
la dolorosa inestabilidad e incomprensión
de este universo imposible, sentido en nuestra piel.
La solución absurda que nuestras almas esparcen
sobre extensiones de mares diferentes e islas lejanas,
sobre las distantes islas de las costas ya pasadas,
sobre el crecimiento nítido de los puertos con sus casas y
gentes
hacia el barco que se aproxima.

Ah las frescas mañanas del arribo
y la palidez de las mañanas en que se parte,
cuando nuestras entrañas se contraen
y una vaga sensación semejante al miedo
-el miedo ancestral de separarse y partir,
el misterioso y ancestral recelo al arribo y lo nuevo-
nos recorre la piel y nos tortura
y todo nuestro cuerpo angustiado siente,
como si fuese alma,
un inexplicable deseo por sentir de otra manera:
una nostalgia de algo,
una zozobra del cariño ¿a qué vaga patria?
¿A qué costa? ¿A qué nave? ¿A qué muelle?
Nos duele su pensamiento
y queda por dentro un gran vacío,
una hueca saciedad de minutos marítimos
y una vaga ansiedad que sería tedio o dolor
si supiese cómo serlo...

A pesar del verano la mañana está fresca.
Una tenue torpeza de noche perdura en el aire sacudido.
Ligeramente se apresura el volante dentro de mí.
Y el paquebote viene entrando ... porque así tiene que ser,
no porque lo vea avanzar en su distancia excesiva.

En mi imaginación está cerca y visible,
en toda su extensión las líneas de sus vigías,
y todo tiembla en mí, la carne y la piel,
por esa criatura que no llega en nave alguna
y que yo vine a esperar al muelle por un inexplicable
mandamiento.

Las naves que entran y salen de los puertos,
las que pasan a lo lejos
(me imagino viéndolas desde una playa desierta),
todas estas naves casi abstractas al partir,
todas me conmueven como si fueran otra cosa,
no sólo naves que parten y regresan.

Y vistas de cerca, aunque no se embarque uno en ellas,
vistas desde abajo en los botes, murallas elevadas,
y por dentro, a través de las cámaras, de la salas, de las
despensas,
mirando de cerca los mástiles afilándose hacia lo alto,
rozando las cuerdas, descendiendo corredores incómodos,
oliendo la untada mezcla metálica y marina de todo aquello
-vistas de cerca son ellas y son otra cosa,
producen en la misma nostalgia y la misma ansiedad otras
distintas.

Toda la vida marítima, todo en la vida marítima,
toda esa preciosa seducción se insinúa en mi sangre
y sueño indefinidamente los viajes.
Ah, las líneas de las costas distantes, oprimidas por el
horizonte,
los cabos, las islas y las playas arenosas.
Soledades marinas, como los momentos del Pacífico
en que una sugestión nacida en la escuela
uno siente en los nervios el peso de que sea el mayor de los
océanos,
y el mundo y el sabor de las cosas
se tornan un desierto dentro de nosotros.
La extensión más humana, más furiosa, del Atlántico.
El Índico, el más misterioso de los océanos.
El Mediterráneo, dulce sin misterio alguno, clásico,
un mar que se golpea
encontrando explanadas de jardines cercanos
mirados por estatuas blancas.
Todos los mares, todos los estrechos, las bahías, los golfos,
quisiera apretarlos a mi pecho, oh sentirlos y morir.

Y ustedes, oh cosas navales, mis viejos juguetes de sueño,
fuera de mí componen mi vida interior;
quillas, mástiles y velas, guindolas y cordajes,
chimeneas de vapor, gavias, hélices, flámulas,
calderas, colectores, válvulas, galdropes y escotillas,
caen dentro de mí como se precipita en el suelo
el contenido confuso de una gaveta abierta.
Sean el tesoro de mi vida avaricia febril,
sean los frutos del árbol de mi imaginación,
tema de mis cantos, sangre en las venas de mi inteligencia,
sean el lazo que me una al exterior por la belleza,
provéanme de imágenes, literatura, metáforas,
porque en serio, en verdad, real, literalmente,
mis sensaciones son una nave que rompe el aire con la quilla,
mi imaginación un ancla sumergida a medias,
mi ansiedad un remo quebrado
y la tesitura de mis nervios una red secándose en la playa.

Suena por casualidad en el río un silbato, sólo uno.
Se estremece ya todo el campo de mi psiquismo.
Se apresura cada vez más el volante dentro de mí.

Ah, los paquebotes, los viajeros, el se-ignora-el-paradero
de Fulano de Tal, marino, conocido nuestro.
Ah, la gloria de saber que un hombre
que andaba con nosotros
murió ahogado junto a una isla del Pacífico.


Nosotros que íbamos con él hablaremos de eso
con un orgullo legítimo, con una inexpresable confianza
de que tenga un sentido más bello y más vasto
que el de apenas perder el barco donde iba
y haber quedado en el fondo con los pulmones reventados...

Ah, los paquebotes, los cargueros, los barcos de vela.
Van escaseando en los mares -ay de mí- los veleros.
Y yo que amo la civilización moderna, que con el alma beso
las máquinas;
yo, el ingeniero, el civilizado, el educado en el extranjero,
quisiera ver sólo veleros y barcos de madera,
saber de la vida marítima sólo la antigua vida de los mares.
Porque los antiguos mares son las Distancia Total,
la Lejanía Pura, libre del peso actual...
Ah, todo me recuerda esa vida mejor,
esos mares más extensos porque se navegaban despacio,
misteriosos porque se sabía menos de ellos.

Todo vapor lejano es de cerca un velero.
Toda nave distante ahora, vista de cerca es otra en el
pasado.
Todos los invisibles marineros a bordo de las naves
en el horizonte
son los marineros visibles del tiempo de las viejas naves,
esa época lenta, el velero de peligrosas travesías,
el tiempo de madera y lona
y de viajes que duraban meses.

Me invade poco a poco el delirio de las cosas marítimas,
me penetran físicamente el muelle y su atmósfera,
el murmullo del Tajo corre por encima de mis sentidos,
y comienzo a soñar, y me envuelvo con el sueño de las
aguas,
comienzo a pegar bien el cordaje de transmisión en mi alma
y la premura del volante me seduce nítidamente.
Gritan por mí las aguas,
gritan por mí los mares,
gritan por mí las lejanías, levantando al gritar una voz
corpórea
todas las épocas marítimas vividas en el pasado.

Tú, marinero inglés, Jim Barns, amigo mío, fuiste tú
el que me enseñó ese grito antiquísimo, inglés,
que tan mortalmente resume
en las almas complejas como la mía
el llamado confuso de las aguas,
la voz inédita e implícita de todas las cosas del mar,
de los naufragios, de los viajes lejanos y travesías peligrosas.
Ese grito inglés tuyo, hecho universal en mi sangre,
sin rasgo de grito, sin forma humana ni voz.
Ese grito tremendo que parece sonar
es una caverna cuya bóveda es el cielo
y parece narrar todas las cosas siniestras
que pueden suceder en la Lejanía, en el Mar, por la Noche.
(Fingías siempre que era por una goleta que gritabas,
y decías así, poniendo las manos junto a la boca,
haciendo bocina con las grandes manos curtidas y oscuras:

Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó--- yyy
Schooner ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó ----yyyy...)

Te escucho aquí, ahora, y algo en mí se despierta.
Se estremece el viento. Avanza la mañana. El calor se abre.
Siento mis mejillas encenderse.
Mis ojos conscientes se dilatan.
El éxtasis en mí se eleva, crece, avanza,
y con un ruido ciego, amotinado, se acentúa
el vivo giro del volante.

Oh clamoroso llamado
cuyo calor, cuya furia hierve en mí,
todas mis ansias en una unidad explosiva,
mis propios tedios apresurándose, todos...
Grito que lanza a mi sangre
un amor ya pasado, no sé dónde, que retorna
y aún tiene fuerza para atraerme e impulsar,
que aún tiene fuerza para hacerme odiar esta vida
que transcurre entre el límite corporal
y del alma
de la gente real con que vivo.

Ah, sea como sea, vaya a donde vaya, partir.
Irme fuera, por las olas, por el peligro, por el mar.
Ir Lejos, hacia Fuera, a la Distancia Abstracta,
indefinidamente, por las noches hondas y misteriosas,
y como la polvareda llevado por los vientos,
entregado a los vendavales.

Ir, ir, ir, ir de una vez.
El deseo de tener alas enfurece mi sangre.
Todo mi cuerpo se arroja ante mí.
Fuera de mi imaginación me precipito en torrentes.
Clamo, me abalanzo, me atropello...
Mis ansias estallan en espuma
Y mi carne son olas que golpean contra las rocas.
Pensando en esto, oh ira, pensando en esto, oh furia,
pensando en las estrechez de mi vida llena de ansiedad,
súbita, trémula, exorbitadamente,
con una oscilación vasta, viciosa, violenta,
del volante vivo de mi imaginación,
se desata en mí, agobiante, vertiginosa, silbante,
la brama sombría y sádica del estruendo de la vida marítima.

Eh, marineros, grumetes, eh, tripulantes, pilotos.
Navegantes, marinos, hombres de mar, aventureros.
Eh, capitanes. Hombres que duermen en rudas tarimas.
Hombres que duermen en los mástiles, avistando el peligro.
Hombres que tienen la muerte por almohada.
Hombres que poseen una toldilla, que mira desde la borda
la inmensa inmensidad del mar.
Eh, manipuladores de los guindastes de carga.
Eh, amainadores de velas, fogoneros, servidumbre,
eh, los que enrollan cabos en el combés,
los que llevan la carga a las bodegas
y limpian el metal de las escotillas.
Hombres del timón y de las máquinas y de los mástiles.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Gente de playeras y bonete,
con anclas y banderas cruzadas tatuadas en el pecho.
Gente de amurada, fumadores de pipa,
oscuros de tanto sol, curtidos por tanta lluvia,
limpios de los ojos, por tanta inmensidad ante ellos,
audaces por tantos vientos que sus rostros batieron con
valor.

Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Hombres que vieron Patagonia
y pasaron por Australia,
que colmaron su mirada de costas que nunca veré
y pisaron tierra en tierras donde jamás descenderé.
Que compraron toscos artículos en colonias, adentrándose en
tierras inhóspitas,
y haciéndolo todo si nada hicieran,
como si eso fuese natural,
como si la vida fuese así
y ni siquiera cumpliendo un destino.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Hombres del mar actual y del pasado.
Encargados de abordo, esclavos de galeones. Combatientes
de Lepanto.

Piratas del tiempo de Roma. Navegantes de Grecia.
Fenicios. Cartagineses. Portugueses salidos de Sagrés
a la aventura indefinida, hacia el Mar Total, a realizar
lo imposible.
Hombres que asentaron patrones y dieron nombres a cabos,
que por primera vez traficaron con esclavos y negros de
nuevas tierras
y dieron el primer espasmo europeo a las negras atónitas.
Que trajeron oro, hongos, abalorios, maderas olorosas,
de costas de lujuriosa explosión vegetal.
Hombres que saquearon tranquilos pueblos africanos,
que hicieron huir a esas razas con el ruido de cañones
y se entregaron a la matanza, al robo y a torturar
y ganaron los trofeos de novedad
arremetiendo con la cabeza ante el misterio de nuevos
mares.
Eh-eh-eh-eh-eh
A todos ustedes en un solo,
a todos ustedes en todos ustedes como uno,
a todos ustedes mezclados, cruzados,
a todos sanguinarios, violentos, odiados, temidos,
ensangrentados,
yo los saludo, yo los saludo, yo los saludo.
Eh- eh-eh-eh-eh Eheh-eh-eh-eh Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Eh laho.laho laHO-lahá-á-á-á-á

Quiero ir con ustedes, quiero ir
al mismo tiempo con todos ustedes
a todo lugar donde vayan.
Quiero tener sus peligros frente a frente,
sentir en mi cara los vientos que deshicieron las suyas,
escupir de mis labios la sal de los mares que los suyos
besaron,
tender los brazos para ayudarlos, compartir sus tormentas,
llegar por fin como ustedes a puertos extraordinarios.

Huir juntos de la civilización,
perder con ustedes toda idea moral,
sentir que se transforma lejos mi humanidad.
Juntos beber en mares del sur
nuevos tumultos del alma, nuevos salvajismos,
nuevos fuegos primitivos de mi volcánico espíritu.
Ir con ustedes, arrojar de mí
-ah, poeta de dentro hacia afuera-
mi traje de civilizado, mis blandas acciones,
mi miedo innato de encadenado,
mi pacífica vida,
mi sentada, estática, reglamentada e inspeccionada vida.

En el mar, en el mar, en el mar, en el mar.
Eh, dejar la vida en el mar, al viento, a las olas.
Salar con la espuma arremetida por los vientos
mi paladar de grandes viajes.
Fustigar con agua conmovida la carne de mi aventura,
y que fríos oceánicos recorran los huesos de mi existencia.
Flagear, acuchillar, oprimir con vientos, con espuma, con
soles,
mi ser ciclónico y atlántico,
mis nervios tendidos como jarcias,
lira en las manos de los vientos.
Sí, sí, sí... Crucifíquenme en las navegaciones
y mi espalda gozará su cruz.
Átenme a los viajes como a maderos
y la sensación de esa tortura recorrerá mis vértebras
en un incansable espasmo pasivo.
Háganme lo que sea, pero que esté en los mares,
sobre el combés, al son de las olas,
hieran, maten, acuchillen.
Lo que quiero es llevar a la muerte
un alma que se transborde en el mar,
que embriagada se derrumbe de cosas marítimas,
tanto de marineros como de anclas, de cabos,
tanto de cosas de la distancia como el ruido de los vientos,
tanto de la Lejanía como del Muelle, de los naufragios,
de los tranquilos comercios,
de los mástiles, del oleaje,
llevar a la muerte con dolor, voluptuosamente,
una copa de sanguijuelas llena para beber,
para beber extrañas verdes absurdas sanguijuelas marinas.

Hagan jarcias de mis venas,
amarras de mis músculos.
Arránqueme la piel y péguenla en las quillas,
que sienta el dolor de los clavos
y que nunca cese de sentirlos.
Hagan con mi corazón una flámula de almirante
de aquellos tiempos de guerra de las viejas naves
y coloquen al pie de los combés mis ojos arrancados.
Quiebren mis huesos golpeándolos contra las amuradas,
fustíguenme atado a los mástiles, fustíguenme,
y a todos los vientos de todas las latitudes y longitudes
lancen mi sangre en las aguas que atraviesan la nave
de lado a lado, arrojadas a la cubierta
en las violentas convulsiones de las tormentas.

Tener la audacia de las velas henchidas con el viento
y ser el agobio de los vientos como las altas gavias,
la vieja guitarra del Fado de los mares llenos de peligros,
canción que los navegantes oyeron y no pudieron repetir.

Los marineros que se sublevaron
ahorcando al capitán en una verga.
Que desembarcaron a otro en una isla desierta.
Marooned.

El sol de los trópicos provocó la fiebre de la piratería antigua
en mis venas intensas.
Los vientos de la Patagonia tatuaron mi imaginación
con imágenes trágicas y obscenas.
Fuego, fuego, fuego dentro de mí.
Sangre, sangre, sangre, sangre,
me estalla el cerebro.
El mundo se rae en mí, enrojecido.
Me estallan las venas con un sonido de amarras
y feroz, voraz, revienta en mí
la muerte en bramidos del gran pirata cantando
hasta que sus hombres abajo sentían el pavor en sus
vértebras,

Fifteen men on the Dead Man's chest.
Yo-ho ho and a bottle of rum!

Y después gritar, e una voz irreal, hasta denotar en el aire:

Darby M'Graw-aw-aw-aw-aw
Darby M' Graw-aw-aw-aw-aw-aw-aw-aw
Fetch a-a-aft- the ru-u-u-u-u-u-u-u-u-um, Darby

Ah, qué vida aquella, esa era vida.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Eh-laho-laHO-lahá-á-á-á-á
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh

Quillas quebradas, naves a pique, sangre en los mares,
combés ensangrentados, despojos,
dedos cercenados en las amuradas,
cabezas de niños aquí y allá,
gente con los ojos desorbitados al gritar, al aullar.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Todo esto me envuelve como una capa en el frío.
Me froto con todo esto como una gata en celo con un muro.
Clamo como un león hambriento,
arremeto contra todo como un toro enfurecido,
clavo las uñas, me destrozo las garras, sangran mis encías
sobre todo esto.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh

De repente estalla en mis oídos
como un clarín junto a mí
el viejo grito, mas ahora metálico, airado,
llamando por la presa que ya se distingue,
la goleta que va a ser asaltada:

Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó ---yyyy ...
Schooner ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó ---yyy ...

Ya en mí no existe el mundo entero. Me enardezco,
bramo en la furia del abordaje,
pirata-menor, César-Pirata;
robo, mato, despedazo, acuchillo,
sólo siento el mar, la presa, el saqueo.
Sólo siento que golpeo
y que me golpean
la venas de mis fuentes.
Derrama sangre caliente la sensación de mis ojos.
Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Ah piratas, piratas, piratas,
ámenme y ódienme, piratas,
mézclenme con ustedes, piratas.
Su furia, su crueldad, hablan a mi sangre
de un cuerpo de mujer que fue mío en otro tiempo y cuyo
celo sobrevive.

Quisiera ser una bestia que abarca todos sus movimientos,
una bestia que hundiese los dientes en las amuradas,
en las quillas,
que comiese mástiles, bebiese sangre y alquitrán en los
combés,
destrozase remos, cordajes, poleame y velas,
serpiente de los mares, femenina y monstruosa, cebándose en
los crímenes.

Y hay una sinfonía de sensaciones incompatibles y afines,
una orquestación en mi sangre de confusión de crímenes,
de estrépitos espasmódicos en orgías de sangre en los mares,
con furia, como un vendaval ardiendo en el espíritu,
una polvareda caliente que nubla mi lucidez
haciéndome ver esto y soñarlo sólo con la piel y las venas.
Los piratas, la piratería, las naves, el instante,
aquel instante marítimo en que la presa es asaltada
y el terror de las víctimas huye hasta la locura -ese instante
en su total de crímenes, terror, naves, gente, mar, nubes, cielo,
brisa, latitud, longitud, gritos,
quisiera que en su Todo fuese mi cuerpo en su Todo,
sufriendo,
que fuese mi cuerpo y mi sangre, mi ser enardecido,
y floreciera como una herida que se expande en la carne
irreal de mi alma.

Ah, ser todo en los crímenes, ser yo todos los elementos que
forman
los asaltos a los barcos y las matanzas y la violaciones.
Ser cuanto sucedió en los saqueos,
cuanto vivió o quedó inerte en el lugar de las tragedias
sangrientas.
Ser el pirata resumen de toda la piratería en su apogeo,
y la víctima síntesis, de carne y hueso, de todos los piratas
del mundo.

Ah, que mi cuerpo pasivo fuese la mujer todas-las mujeres
que fueron violadas, heridas, muertas, destrozadas por los
piratas.
Ser en mi subyugado ser la hembra que teme pertenecerles
y sentir todo esto,
sentir todas estas cosas recorrer al mismo tiempo
mis vértebras.

Oh, mis velludos y ásperos héroes de la aventura y el crimen.
Mis bestias marítimas, esposos de mi imaginación.
Amantes causales del desvió de mis sensaciones.
Quisiera ser Aquella que los espera en los puertos,
amantes odiados en el sueño de su sangre de pirata.
Porque ella estaría con ustedes, única en el espíritu,
furiosa sobre los cadáveres desnudos de sus víctimas en los
mares.
Ella los habría acompañado en sus crímenes
y en la orgía oceánica,
su espíritu de bruja danzaría invisible entre los movimientos
de sus cuerpos, de sus cuchillos, de sus manos
estranguladoras.
Y ella, esperándolos en tierra cuando llegaban, si acaso
llegaban,
bebería en los rugidos de ese amor todo el vasto,
todo el denso y siniestro perfume de sus victorias,
y a través de sus espasmos entonaría un Sabbat enrojecido y
amarillo.
La carne herida, abierta y destripada, con la sangre
derramándose.
Ahora, en el auge preciso de soñar lo que ustedes hacían,
acercándome todo a mí, ya no les pertenezco, soy ustedes,
y mi femineidad que los acompaña es ser sus almas.
Estar dentro de toda su ferocidad, cuando la liberaban,
beber dentro de la conciencia sus sensaciones
cuando teñían de sangre altamar
y cuando arrojaban a los tiburones
los cuerpos aún vivos de los heridos, la carne sonrosada de
los niños
y llevan a las madres a mirar por la borda lo que les
ocurría.
Estar con ustedes en la carnicería, en el pillaje,
orquestado en la sinfonía de los saqueos.
Ah, no sé, no sé cuánto quisiera ser para ustedes.
No sólo ser una hembra, ser las hembras, las víctimas,
las víctimas -hombres, mujeres, niños, naves-,
no sólo ser la hora y los barcos y el oleaje,
no sólo ser sus almas, sus cuerpos, su furia, su posesión,
ni concretamente ser su hecho abstracto de orgía,
no es sólo esto que yo quisiera ser -es más que esto:
Dios-Esto.
Porque es preciso ser Dios, el Dios de un culto contrario,
un Dios monstruoso y satánico, Dios de un panteísmo de
sangre
que pueda colmar en toda su medida mi furor imaginativo
y que nunca logre agotar mi ansia de identificarme
con cada uno y con todo y con el Más-Todo de sus victorias.
Ah, tortúrenme para satisfacerme.
Hagan de mi carne el aire que sus cuchillos atraviesan
antes de caer sobre las cabezas y las espaldas.
Que sean mis venas los vestidos que las dagas traspasan,
mi imaginación el cuerpo de las mujeres que violan,
mi inteligencia el combés donde luchan de pie, matando,
y toda mi vida -en su conjunto nervioso, histérico,
absurdo-
el gran organismo cuyas células conscientes
fueran cada acto de piratería cometido
-y todo yo un torbellino como una inmensa pudrición del
oleaje, ah y ser todo esto.

Con pavorosa velocidad, desmedido,
el mecanismo febril de mis visones que se transbordan
gira ahora que es apenas mi conciencia, mi volante,
un nebuloso círculo agobiado en el aire.

Fifteen men on the Dead Man´s chest.
Yo-ho ho and a bottle of rum!

Eh- laho-LaHO ---lahá-á-ááá ---ááá...

Ah, lo salvaje de este salvajismo. Mierda
toda la vida que no es esto, como la nuestra.
Yo, ingeniero, práctico por fuerza, sensible a todo,
aquí, en relación a ustedes cuando estoy detenido y cuando
camino,
también cuando yazgo o cuando, débil, me impongo;
estático, quebrando, disidente cobarde de su gloria,
de su gran poder estridente, encendido y sangriento.

Arre, por no actuar de acuerdo con mi delirio.
Arre, por andar siempre aferrado a la enaguas de la
civilización.

Por andar con la douceur des moeurs a cuestas, como un
fardo de olanes.
Niños de aceras -todos somos- del humanitarismo
moderno.
Estupores de tísicos, de neurasténicos, de linfáticos,
sin coraje para ser violentos y audaces,
con el alma como gallina amarrada por una pierna.

Ah, los piratas, los piratas.
El ansia de lo que es ilegal y feroz,
el ansia de las cosas crueles y abominables
que como brama abstracta roe nuestros débiles cuerpos,
nuestros nervios femeninos y delicados,
y nos enloquece con incontenibles fiebres la mirada vacía.

Oblíguenme a arrodillarme ante ustedes.
Humíllenme y golpéenme.
Hagan de mí su esclavo, algo suyo,
y que su desprecio jamás me abandone,
oh, mis señores, mis señores.

Siempre tomar gloriosamente la parte sumisa
en los hechos sangrientos y en las sensualidades desatadas.
Derriben sobre mí, como grandes, pesados muros,
las barbaries del antiguo mar.
Del este al oeste de mi cuerpo
esparzan la sangre de mi sangre,
besen con cuchillos y látigos y furia
mi alegre terror carnal de pertenecerles,
mi ansia masoquista de ofrecerme a su furor,
de ser el objeto inerte que sienta su omnívora crueldad,
señores, dominadores, emperadores, corsarios.
Ah, tortúrenme,
acuchíllenme y ábranme,
deshecho en pedazos conscientes
frótenme en los combés,
espárzanme en los mares, déjenme
en las ávidas playas de las islas.

En mí ceben todo mi misticismo suyo,
cincelen la sangre de mi alma
y abran, hieran.
Oh, tatuadores de mi corporal imaginación,
amados desolladores de mi sumisión carnal.

Sométanme como se mata perro a patadas,
hagan de mí el pozo para su desprecio de dominadores.

Háganme todas sus víctimas.
Como Cristo sufrió por todos los hombres, quiero sufrir
por todas las víctimas que cayeron bajo sus manos,
sus manos callosas, sangrientas, con dedos cercenados
en salvajes asaltos de amuradas.
Háganme cualquier cosa, como si fuese arrastrado
-oh placer, oh beso de dolor-
arrastrado por caballos que ustedes fustigan ...
Pero esto en el mar, todo esto en el ma-a-a-ar, esto en el
MA-A-A-AR
Eh-eh-eh-eh-eh Eh-eh-eh-eh-eh-eh Eh-EH-EH-EH-EH-EH
EH en el MA A-A-A-AR

Yeh eh-eh-eh-eh-eh Yeh-eh-eh-eh-eh-eh Yeh- eh-eh-eh-eh-eh
eh-eh
Todo grita. Gritan vientos, oleaje, barcos,
mares, gavias, piratas, mi alma , la sangre y el aire, y el aire.
Eh- eh-eh-eh. Yeh- eh-eh-eh-eh-eh. Yeh-eh-eh-eh-eh-eh Todo
canta gritando

FIFTEEN MEN ON THE DEAD MAN'S CHEST.
YO-HO-HO AND A BOTTLE OF RUM !

Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh
Eh-laho-laHO-O-oo-lahá-á ---ááá

AHO-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O ---YYYY...
SCHOONER AHO-O-O-O-O-O-O-O-O-O-O ---YYYY...

Darby M'Graw-aw-aw-aw-aw-aw
DARBY M'GRAW -AW-AW-AW-AW-AW-AW

FETCH A-A-AFT THE RU-U-U-U-U-U-UM, DARBY!

Eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh-eh!
EH-EH EH-EH-EH-
EH-EH-
EH-EH-
EH-EH-EH!
EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-
EH-EH-!
EH-EH-EH-EH-EH-EH-
EH-EH-EH-EH-EH-EH-!
EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-EH-!

Algo se rompe en mí.
El enardecimiento ha anochecido.
Sentí un exceso: no puedo ya continuar sintiendo.
Se hundió mi alma y dentro de mí sólo quedó un eco.
Decrece notablemente la velocidad del volante.

Salen un poco los sueños en las manos de los ojos.
Dentro de mí sólo hay un vacío, un desierto, un mar
nocturno.
Y al sentir el mar nocturno dentro de mí,
sube de sus lejanías, nace de su silencio
otra vez, otra vez el basto grito antiquísimo,
de repente , como un relámpago de sonido que no es un
estruendo sino ternura,
abarcando súbitamente todo el horizonte marino
húmedo y sombrío, humano, marino y nocturno,
voz de sirena distante llorando, llamando,
que viene del fondo de la Lejanía, del fondo del Mar, del
alma de los Abismos,
y a su tono, como algas, boyan mis sueños desechos...

Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó ---yy ...
Schooner ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó ---yy ...

Ah, sobre mi excitación el rocío.
La frescura nocturna en mi océano interior.
He aquí, ante una noche en el mar
llena de enorme misterio humano de las olas nocturnas,
todo está en mí pronto.
La luna sube en el horizonte
y mi infancia feliz despierta en mí, como una lágrima.
Mi pasado resurge como si ese grito marítimo
fuese un aroma, una voz, el eco de una canción
que busca de mi pasado
aquella felicidad que nunca más volveré a tener.

Era en la vieja casa sosegada a la orilla del río ...
(las ventanas de mi cuarto y las del comedor
deban, por encima de una casas bajas, el río cercano,
al Tajo, este mismo Tajo, pero en otro punto, más
distante ...
Si yo ahora llegase a la misma ventana no llegaría a la
misma Ventana.
Aquel tiempo pasó como el humo de un vapor en
altamar ...)

Una inexplicable ternura,
un remordimiento conmovido y lloroso
por todas aquellas víctimas -especialmente los niños-
que imaginé hacer al soñarme un antiguo pirata.
Una emoción conmovida porque fueron mis víctimas;
pero tierna y suave, porque no lo fueron realmente.
Una ternura confusa, como un vidrio empañado, azulado,
canta viejas canciones en mi pobre alma dolorida.

Ah, ¿cómo pude pensar, soñar aquellas cosas?
Que diferente soy de lo que fui hace unos momentos.
Histeria de sensaciones -primero éstas, después sus
contrarias.
En la mañana rubia que se levanta como mi olvido
sólo escoge las cosas de acuerdo con esta emoción
-el murmullo de las aguas,
el leve murmullo de las aguas del río al encontrarse con el
muelle ...
La vela pasando al otro lado del río,
los montes lejanos, de un azul japonés,
las casas de Almada,
y lo que hay de suavidad y de infancia en la hora
matutina ...

Una gaviota pasa
y mi ternura es mayor.

Pero en nada he reparado durante este tiempo.
todo fue una impresión de la piel, como una caricia.
Todo este tiempo no quité la vista de mi sueño lejano,
de mi casa al pie del río,
de mi infancia al pie del río,
de la ventana de mi cuarto que en la noche deba al río
y la paz del lugar esparcida en las aguas ...
Mi vieja tía que me amaba a causa de un hijo que perdió.

Mi vieja tía acostumbraba cantarme para que yo durmiera
(si bien ya era yo un poco grande para eso) ...
Recuerdo y las lágrimas caen sobre mi corazón y lo lavan
de la vida,
y se levanta una leve brisa marina dentro de mí.
A veces ella cantaba la "Nao Catrineta":

Allá va la Nao Catrina
sobre las aguas del mar ...

Y otras veces, una melodía muy melancólica y tan
medieval,
la "Bella Infanta" ... Recuerdo, y la pobre vieja voz se
levanta dentro de mí.
Recuerdo que muy poco la recordé después, y ella que me
amaba tanto.
Qué ingrato fui con ella -y finalmente, ¿qué hice yo con la
vida?
Era la "Bella Infanta" ... Yo cerraba los ojos y ella
cantaba:

Estando la Bella Infanta
en su jardín sentada

Yo habría un poco los ojos y veía la ventana llena de luna
y después cerraba los ojos otra vez, y con esto era feliz.

Estando la Bella Infanta
es su jardín sentada
su peine de oro en la mano
sus cabellos peinaba

Oh, mi pasado de infancia, muñeco que me rompieron.

No poder viajar al pasado, a aquella casa y a aquel cariño,
y siempre quedar allí, siempre contento y siempre niño.

Pero esto fue el pasado -linterna en una esquina de calle
vieja
Pensar en esto me da frío, hambre de algo que no puede
obtenerse.
Me da remordimiento pensar en esto.
Oh, torbellino lento de sensaciones opuestas,
vértigo suave en el alma por causas confusas.

Furias rotas, ternuras como cordeles con que los nuños
brincan,
gran abatimiento de la imaginación en los ojos de los
sentidos,
lágrimas, lágrimas inútiles,
suaves brisas de contradicción corriendo la faz del
alma ...

Evoco, para salir de esta emoción, por un esfuerzo
voluntario,
con un esfuerzo desesperado, marchito, inútil,
la canción del Gran Pirata cuando estaba muriendo:

Fifteen men on the Dead Man's chest.
Yo-ho-ho and a bottle of rum!

Mas la canción es una línea recta mal trazada en mi
Interior ...

Me esfuerzo y otra vez logro traer ante mis ojos del alma,
otra vez, pero con una imaginación casi literaria,
la furia de la matanza, de la piratería, el apetito del saqueo
que se paladea,
de la carnicería inútil de mujeres y de niños,
de la frívola tortura de los pasajeros pobres hecha por
distracción
y de la sensualidad de romper y destruir las cosas más
amadas de los otros,
pero sueño todo esto con mi miedo, como si alguien respirarse
de pronto sobre mi nuca.

Recuerdo que sería interesante
ahorcar a los hijos frente a las madres
(sin querer me siento las madres de ellos),
enterrar vivos en las islas desiertas a los niños de cuatro
años
y llevar a los padres en lanchas hasta allá, para verlos
(me estremezco, y recuerdo un hijo que no tengo
y que está durmiendo tranquilo en casa).

Aguijón de un ansia fría de crímenes marinos,
de una inquisición sin la disculpa de la Fe,
crímenes ni siquiera como razón de ser de la maldad o la
furia.
hechos fríamente, ni siquiera por herir o por el mal,
ni siquiera para divertirnos:
apenas para pasar el tiempo
igual que uno pasa el rato en un comedor de provincia
con la servilleta tirada al otro lado de la mesa después de
comer,
sólo por el suave gusto de cometer crímenes abominables y
no considerarlos gran cosa,
de ver sufrir hasta la locura y la muerte-por-el-dolor pero
nunca llegar más allá ...
porque mi imaginación rehúsa acompañarme.
Un escalofrío me contrae.
Y de pronto, pero más repentinamente que la otra vez, de
más lejos, de más hondo,
de pronto -oh pavor por todas mis venas-
el frío súbito de la puerta del Misterio que dentro de mí se
abrió y dejó pasar una corriente de aire.
Recuerdo a Dios, lo trascendental de la vida,
y de pronto la vieja voz del marino Jim Barns, con quien
hablaba,
convertida en la voz de ternura misteriosa de mi anterior,
de esas pequeñas cosas de rezago de madre y cinta de
cabello de hermana,
pero asombrosamente venida del más allá de la apariencia
de las cosas,
la voz sorda y remota convertida en la Voz Total, la voz
sin Boca,
venida por fuera y por dentro de la soledad nocturna de los
mares,
llama por mí, llama por mí ...

Viene sordamente, como si estuviese sofocada y aún se
oyese,
lejanamente, como si estuviese en otro lugar y no la
pudiéramos oír,
como un líquido guardado, una luz que se apaga, un aliento
silencioso,
de ningún sitio del espacio, ningún lugar en el tiempo,
el grito eterno y nocturno, el soplo hondo y confuso:
Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó ---yyy ...
Ahó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó --- ---yyy ...
Shooner ah- ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó-ó --- ---yyy ...
Tiemblo por un frío del alma que recorre mi cuerpo.
De pronto abro los ojos, que no tenía cerrados.

Ah, qué placer por fin salir de los sueños.
He aquí de nuevo al mundo real, tan bondadoso para los
nervios.
Aquí, en esta hora matutina cuando entran en el puerto los
paquebotes que arriban temprano.

No me importa ya el paquebote que entra: aún está lejos.
Ahora lo que esté cerca me eleva el alma.
Mi imaginación práctica, higiénica, poderosa,
comienza en este momento a ocuparse con las cosas
modernas y útiles,
con los cargueros, con los paquebotes y los pasajeros,
con las modernas cosas inmediatas, potentes, comerciales,
verdaderas.
Modera su giro en mi interior el volante.

Moderna vida marítima.
Todo limpieza, higiene, máquinas.
Todo tan bien arreglado, tan naturalmente ajustado:
las piezas de las máquinas, las naves por los mares,
todos los procesos comerciales de exportación e importación
combinándose perfectamente,
corriendo todo como por leyes naturales,
ninguna cosa chocando con otra.

Nada perdió la poesía. Y están además las máquinas ahora
con su poesía, y también esa nueva vida
sentimental, comercial, intelectual, mundana,
que infundieron las máquinas en las almas.
Como antes, los viajes son bellos,
y un barco siempre será bello sólo por ser un barco.
Viajar todavía es viajar y lo lejos está donde siempre estuvo
-en ninguna parte, gracias a Dios.

Los puertos están llenos con vapores de muchas especies.
Pequeños, grandes, con diferentes disposiciones de vigías,
de tan deliciosamente tantas compañías de navegación.
Vapores diferentes en la destacada separación de los
anclamentos.
Tan agradable su garbo estático de cosas comerciales que se
desplazan en el mar,
en el viejo mar siempre homérico, oh Ulises.

La mirada humana de los faros en la distancia de la noche,
y el faro repentinamente cercano en la noche muy obscura
("Qué cerca e la tierra estábamos pasando". Y el sonido del
agua hablándonos al oído) ...

Todo es hoy como siempre, y ahora además hay comercio.
Y el destino comercial de los grandes vapores me envanece
de mi época.
La gente a bordo de los barcos de pasajeros
me produce el orgullo de vivir en un tiempo
donde es fácil el mestizaje de las razas
y se transponen espacios para ver todas las cosas,
viviendo con la realidad de los sueños.

Limpios, reglados, modernos como un escritorio con clips en
redes de hilo amarillo,
mis sentimientos, comedidos ahora y naturales, como de
gentlemen,
son prácticos, ajenos adversarios.
Lleno de aire marino los pulmones,
como gente perfectamente consciente de cómo es saludable
respirar la brisa del mar.

El día ha avanzado ya hasta horas de trabajo.
Comienza todo a moverse, a regularizarse.
Con gran placer natural, directo, repaso con el alma
todas las operaciones comerciales que necesita un embarque
de mercancías.
Mi época es el sello que llevan todas las facturas,
y siento que todas las cartas de todos los escritorios
debían estar dirigidas a mí.

Un grado de abordo posee tanta singularidad
y es hermosa como una asignatura de comandante de la nave.
Rigor comercial de principio a fin en las cartas:
Dear Sirs -Messieurs -Amigos y Señores;
Yours faithfully- ...nos salutation empressées ...
Esto es humano y limpio, y por eso es bello,
y su fin es un destino marítimo, un vapor donde embarcan
las mercancías de que trataron las cartas y facturas
Ah, complejidad de la vida. Las facturas son escritas por
gente
que vive amores, odios, pasiones políticas, a veces crímenes
-pero son tan cuidadas, tan bien escritas, tan ajenas a esto.

Hay quien mira una factura y no siente esto.
Con seguridad que tú, Cesario Verde, lo sentías.
Yo, hasta las lágrimas lo siento humano.
Vengan a decirme que no hay poesía en el comercio, en los
escritorios.
Ahora entra por toda la pie. La respiro con este aire marino.
Pero esto viene con motivo de los vapores, de la navegación
moderna.
Pues las facturas y las cartas comerciales son el principio de la historia,
y las naves que llevan las mercancías por el mar eterno son
el fin.

Ah, y los viajes, los viajes de recreo o cualquier otros,
los viajes por mar donde somos compañeros
de una manera especial, como si un misterio marino
uniese las almas y nos convirtiera por un momento
en patriotas efímeros de una inconstante patria
que eternamente se desplaza en la inmensidad de las aguas.
Grandes hoteles del Infinito, oh trasatlánticos míos.
Con el cosmopolitismo total, perfecto, de nunca detenerse en
un punto
pero conteniendo todas las formas de vestidos, de caras,
de razas.

Los viajes, los viajeros -cuánta variedad de ellos,
cuántas nacionalidades sobre el mundo y profesiones, gentes.
Diversos destinos que se dan en la vida,
la vida que en el fondo es siempre la misma.
Cuántas caras raras. Todas las caras son raras
y nada posee tanta religiosidad como mirar mucho ala gente.
La fraternidad no es una idea revolucionaria,
es algo que la gente aprende en su vida diaria, donde tiene
que tolerar todo,
y en ocasiones encuentra agrado en los que tiene que tolerar,
y un día acaba por llorar de ternura sobre lo que toleró.

Esto es bello, es humano,
abraza nuestros sentimientos humanos, tan convenientes y
burgueses,
tan complicadamente sencillos, tan metafísicamente tristes.
La vida inestable, diversa, acaba por educarnos en lo
humano.
Pobre gente, pobre gente toda la gente.

Me separo de esta hora en el cuerpo de esa nave
que ahora va saliendo. Es un tramp-steamer inglés,
muy sucio, como si fuese una nave francesa,
con un aire simpático de proletario de los mares,
y sin duda anunciado ayer en la última página de los
periódicos.

Me enternece el pobre vapor, va tan humilde y tan natural.
Parece tener un cierto escrúpulo no sé en qué, ser persona
honrada,
muy cumplida en el alguna de tantas especies de deberes.
Allá va dejando el lugar frente al muelle, donde yo estoy.
Allá va tranquilamente, pasando donde las naves estuvieron
en otro tiempo, en otro tiempo ...
¿Hacia Cardiff? ¿Hacia Liverpool? ¿Hacia Londres? No
importa.

Él hace su deber. Así nosotros hacemos el nuestro. Hermosa
vida.
Buen viaje. Buen viaje.
Buen viaje, mi pobre amigo casual, que me hiciste el favor
de llevar contigo la fiebre y la tristeza de mis sueños,
de restituirme a la vida para verte pasar.
Buen viaje. Buen viaje. Esto es la vida ...

Cuán natural es tu aplomo, inevitablemente matutino,
al salir hoy del puerto de Lisboa.
Siento un curioso cariño, grato, por eso.
¿Por cuál eso? Allá sé lo que es ...Va ...Pasa ...
con un ligero estremecimiento
(T-t--t---t----t-----t ...).
Dentro de mí se detiene el volante.

Pasa, lento vapor, pasa y no permanezcas ...
Pasa de mí, pasa de mi vista,
vete de dentro de mi corazón,
piérdete en la Lejanía, en la Lejanía (bruma de Dios),
piérdete, sigue tu camino y déjame ...
¿Quién soy para que llore o interrogue?
¿Quién soy yo para que te hable y te ame?
¿Quién soy para que me duela mirarte?
Se aleja del muelle, crece el sol, levanta su oro,
brillan los tejados de los edificios del muelle,
todo este lado de la ciudad brilla ...

Parte, déjame,
sé ahora la nave en medio del río, destacada y nítida,
después la nave saliendo el puerto, pequeña y cercana,
después el vago punto en el horizonte -oh angustia mía-,
un punto cada vez más vago en el horizonte ....
después nada, y sólo yo mi tristeza,
y la gran ciudad ahora llena de sol
y la hora real y desnuda como un muelle ya si naves,
y el giro lento del guindaste que, como un compás que gira,
traza un semicírculo de no sé qué emoción
en el silencio conmovido de mi alma ...