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jueves, 31 de mayo de 2007

C U C U T A






LOS PRIMOS SE DESTACARON OTRA VEZ EN LO SUYO, EL PERRO MAYOR SONRIE!!!
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CONTABLES

Publicado: 24/05/2007



Contadores Públicos
Honorarios mínimos sugeridos en los distintos ámbitos de actuación profesional



El Consejo aprobó el pasado 16 de mayo mediante Resolución CD 63/2007, el informe “Honorarios mínimos sugeridos para el Contador Público”, que fuera originalmente preparado por la Comisión de Problemática de los Pequeños y Medianos Estudios Profesionales y luego enriquecido por el aporte y las opiniones de distintas Comisiones Profesionales y Académicas.

La aprobación de este informe responde a la inquietud permanente de la matrícula por disponer de una guía orientativa que asista al Contador Público en la determinación de sus honorarios profesionales.

Dicho Informe sugiere una metodología y una escala de referencia que contiene honorarios mínimos sugeridos al Contador Público en las tareas desarrollados en los distintos ámbitos de actuación profesional.

A lo largo del mencionado informe se enfatiza la idea de que los honorarios mínimos sugeridos, en ningún caso deben ser interpretados como aranceles mínimos obligatorios, concepto este último que se encuentra fuera del marco legal de desregulación económica actualmente vigente.
• Para acceder al Informe sobre “Honorarios mínimos sugeridos para el Contador Público”, haga click aquí. (zip, 32Kb)




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Cúcuta dejó muy mal parado a Boca

Cúcuta dejó muy mal parado a Boca


LOS PRIMOS ME HACEN PENSAR QUE LO NUESTRO NO ES TAN MALO

NO SOLO DE PAN VIVE EL HOMBRE

CPCECABA

AGREGARLE UN POCO DE MANTECA Y AZUCAR PUEDE AYUDAR

domingo, 27 de mayo de 2007

EL TECLA


y lo de hoy porque? Esto sigue pero...........para que?
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Cavar

¡Cavar trincheras!

¡Con nuestros hombres cayendo como moscas!

No tenemos tiempo para cavar trincheras.
Las tendremos que comprar hechas

de Groucho Marx

lunes, 21 de mayo de 2007

CARIATIDE DE NAVEA

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curriculum-mortoriun-vitae
Obituario Primera Selección
sepas de California -Barracas







nombre:
Cariátide de Navea.

antecedentes e historia profesional y de la otra:

Jefe de claques con experiencia en:
Teatro Maipo
Circo Sarrasani
Teatro Marconi
Teatro Colon
Casa Rosada
Parroquia Santa Cruz
Isla de Alcatraz
Radio la Tribu
Radio La Colifata

Características sobresalientes de su personalidad:

Insidioso, insípido, incoloro,
No es agua, porque tiene olor.
Casi siempre toma el perfume de los lugares que frecuenta,
Además del color.
Eximio camaleón
Rey de las fugas, principalmente hacia ningún lado
No es liquido, es lo que es. Grandes Tours, y fugas geográficas
Seguro
fuerte de personalidad intrépida
abanderado
varios vicios (*)
varias enfermedades (*)
(*)Existe un catalogo explicativo
monitor
chupa media
guarda espalda
defensor de minas pobres
aguatero,
masajista oficial de Graciela Alfano

Segundo lugarteniente del subjefe de la barra brava de un Monseñor Anónimo, proclive a los pecados de carne, estofado y pastas.
Colesterol alto
Hipertenso, jefe de sustos en el Hospital Ramos Mejias.
Volvió de algún lado, todavía no sabe de donde
A cargo de los asuntos externos y coronarios del Hospital Alemán
Cursa actualmente el tercer año, en camino a la medalla de oro, del curso de Próstata, siguiendo la vieja tradición familiar.
Sus antepasados llamaban a este problema estigmático: hernia.
Mozo, Vejete y ahijuna, odiado y querido recalcitrante, capaz de sofrenar un potro y de llevarlo a la luna.
Subalquilaba ladrillos, los domingos a la tarde, en los pasillos de la cancha de San Lorenzo, los domingos de partido, se ha presentado en licitación para el mismo negocio (el lo llama del espectáculo) con la gente de Carrefour (*)
(*) hay copia de pedido de instrucciones a Francia.
Cuarto premio en Regatas de Villa Pueyrredon, su manejo de los cordones y zanjas callejeras, le hizo ganar el mote de yacaré, -con el perdón de Artigas--,
Socio expulsado del Automóvil Club, por sus 525 veces caídos en zanjas y 856 veces en alcantarillas.
Actualmente proyecta un gran tour mundial, asociado con la "Alcatraz Escape Co de California " habiendo legalizado una filial en el Barrio de Barracas vecino al Borda.
Imaginativo sexual y eminente sexopata, autor del manual mundialmente conocido: " fúguese con su cuñada”, con un apéndice, para el caso de que ella no quiera, y como hacerlo con su concuñado en sustitución.

La segunda parte de este manual batió récords que superaron en venta a la Biblia y a Don Quijote. Su titulo es inolvidable, todos los hombres andamos después de la lectura del simple titulo, con las manos cruzadas en el bajo vientre en posición de esperando el pelotazo en los tiros libres:
Él titulo es:
"Como recuperarse del recorte y la flexibilidad sexual y volver a vivir con Loreta otra vez.””

.

martes 1 de octubre de 1996
CURRIC1.DOC
464

sábado, 19 de mayo de 2007

Félix de Azúa Blog

Félix de Azúa Blog

Nada más difícil que lo fácil

El tren para Reims tenía que salir a las once de la mañana, pero el panel anunciaba su anulación. Debíamos cambiar los billetes para tomar el siguiente, a las 12.30 horas. Gran enfado de cientos de personas que trabajan a una hora de París. El panel añadía que la anulación se debía a "movimientos sociales en la zona de Reims". Intrigado por la frasecita acudí a Información, donde, tras una escaramuza cortés, admitieron que estábamos ante una huelga salvaje encubierta. "Un aviso para Sarkozy", dijo mi informador guiñando un ojo.

El nuevo presidente ha anunciado que impondrá servicios mínimos en los sectores estratégicos, algo que existe desde hace años incluso en Italia. Los sindicatos aristocráticos, pilotos de avión, maquinistas de tren, controladores del transporte público, ya están afilando el hacha. Todos aquellos que, con el fin de mantener sus privilegios, no vacilan en utilizar a los trabajadores como rehenes en huelgas que para nada perjudican a los ricos, van a echar un pulso al nuevo presidente. A esta odiosa extorsión la llaman movimientos sociales. Fariseísmo de los portavoces. Es el ambiente de la Gran Bretaña de Margaret Thatcher.

Durante los últimos días, grupos de ultras han destrozado la plaza de la Bastilla, han quemado coches, han arrasado comercios. Una vez más, castigan con su ira a la gente desvalida, a los trabajadores. En aquellos lugares donde han desatado su vesania aparecen pintadas que dicen: "fachos", es decir, nuestro familiar "fachas".

Ellos creen aludir a los votantes de Sarkozy, pero están firmando sus actos. En efecto, los únicos fascistas son ellos, que no dudan en utilizar la violencia contra gente inocente con el único fin de expresar su narcisismo ideológico. Fachas, sin duda. El Partido Socialista los ha condenado, pero los pequeños partidos antiliberales dudan en dar su opinión. Conocemos de memoria esta liturgia de sacristanes.

Va a ser muy difícil enterrar los tópicos revolucionarios de hace medio siglo, pero solo quienes puedan abandonarlos sobrevivirán al siglo XX. Y mira que es fácil...

Artículo publicado en: El Periódico, 12 de mayo de 2007

13/05/07 | Enlace permanente | Comentarios (638)
El fin del mundo, más o menos
En obediencia al giro cósmico de la rueda de Fortuna cuyos ciclos son imposibles de medir (tantas son las generaciones humanas que los separan), las sociedades opulentas reciben el castigo a su felicidad bajo la forma de terribles catástrofes, pero sólo las opulentas son castigadas, porque las miserables viven la catástrofe todos los días, incluidos los domingos.

En ocasiones, el desastre obedece a razones comprobables. La peste negra arrasó las ciudades más ricas y sabias de Europa, en la Italia norteña, con un bacilo que llegó de oriente en las pulgas de las ratas, un emigrante clandestino escondido en las tripas de un polizonte. El pánico al castigo divino aún perduraba en una película de Elia Kazan con inmigrantes ilegales, peligros de plaga pestífera y ratas similares a sus víctimas.

Otras veces la destrucción llega por obra de un agente discreto, pero se convierte en un pánico general e induce a creer que el Juicio Final está al caer. En estos casos la plaga o el desastre es una metáfora de la culpabilidad: la culpa de ser tan ricos, tan sabios, tan avanzados, tan poderosos o tan guapos. Tal fue el caso de la tuberculosis durante el romanticismo, según el sagaz ensayo de Susan Sontag sobre la enfermedad y sus metáforas. También lo fue, al inicio de su expansión, el sida, aunque rápidamente las comunidades más afectadas supieron introducir racionalidad en el análisis y detener un terror que podía convertirse en muy peligroso.

Durante el largo dominio de la brutal burguesía del Segundo Imperio, ese periodo en el que se amasaron las primeras grandes fortunas plebeyas, gigantescas acumulaciones de capital logradas con el crimen, la estafa, el robo (aunque también la audacia e inteligencia de los burgueses), todo ello acompañado por sangrientas revoluciones y represiones que influirían decisivamente sobre Karl Marx, el castigo divino fue la sífilis y su herencia.

Como la peste en las ratas, la sífilis se ocultaba en la sangre de las prostitutas y fluía por toda actividad sexual que no fuera del gusto de la iglesia y el Estado. Difundido desde la ciencia médica, el pánico a la espiroqueta y a la sexualidad perversa fue tan intenso que duró más de cien años. Todavía en mi bachillerato (Hermanos de La Salle, Barcelona) hube de leer un pasmoso ensayo de Monseñor Thiamer Toth, obispo húngaro, que bajo el título de Juventud y pureza explicaba la lenta liquefacción de la columna vertebral en los masturbadores masculinos.

El horror a la infección degenerativa iba unido a un permanente horror corporal. La burguesía opulenta veía el cuerpo humano como un saco de miasmas, infecciones, putrefacciones y descomposiciones, humores malignos que acababan por ocupar el cerebro. Los locos furiosos, los delirantes, las histéricas, los desenfrenados, eran tenidos por pecadores en la etapa final del vicio.

Todos los escritores del ochocientos narraron el terror a la degeneración de la sociedad burguesa minada por un mal secreto e ignominioso. La sífilis, como los actuales transgénicos, producía una descomposición invisible de los genes que corrompía fatalmente la herencia. Lo cierto es que aquella sociedad era cada día más poderosa, más opulenta y que estaba haciendo del planeta entero su finca privada. No importa: la obcecación por el castigo, la perturbadora presencia de una culpabilidad difusa, imponía en los burgueses imperiales el pavor a la destrucción universal. Es decir, la de su clase social.

No hay nada más asombroso que asistir por vía de novelas o documentos de la época a las onversaciones habituales en aquellos salones. Cada cinco frases aparecía el diagnóstico médico. La medicina era la ciencia dominante y aunque su lenguaje nos parece hoy cosa de sacamuelas, en su momento fue la verdad absoluta. Cuando muere Jules Goncourt, seguramente de sífilis, el parte médico firmado por una eminencia dice que la causa ha sido una "perimeningitis encefálica difusa". Palabras divinas que se acompañan con esta descripción: "Une désagrégation du cerveau à la base du crâne, derrière la tête".

En sus reuniones, Zola, Flaubert, Maupassant, los Goncourt, Daudet, no cesan de hablar de sus enfermedades con un lenguaje aldeano: "una fiebre cerebral", "una tisis de laringe", "un enfriamiento de las meninges". Todos ellos sufren sucesivamente o al tiempo hepatitis, cólicos, gastritis, neuralgias, gripes, comezones, migrañas, rampas, sarpullidos, reumatismos, insomnios o depresiones nerviosas y lo comentan con arrobo, dando un lugar distinguido al aspecto de las deyecciones.

En uno de los mejores estudios que se han escrito jamás sobre la literatura francesa, el soberbio Le pays de la littérature, de Pierre Lepape, figura un delicioso capítulo sobre Zola en donde el autor expone con maestría la presencia majestuosa de los médicos del Segundo Imperio. El prestigio de la medicina era tan elevado y general como el que actualmente pueda tener la ecología. Zola, un decidido partidario de la ciencia y el progreso, quiso acabar de una vez con la poesía y otras pamplinas, para construir una novela científica según el método experimental de Claude Bernard, modelo mayúsculo de los médicos parisienses. El único modo de evitar la destrucción de la raza y el fin del mundo (el suyo), era, decía, exponer científicamente la causa de la decadencia. A ello dedicó los 19 volúmenes de su anatomía patológica de la Francia burguesa.

Esa ciencia literaria, sin embargo, no era sino un disfraz de la moral tradicional. La novela científica exponía la verdad de la degeneración genética francesa y por tanto era la única actividad artística moralmente respetable. El resto era histeria: "Cuando oyen sonar la música, las mujeres lloran. Hoy necesitamos la virilidad de la verdad para alcanzar la gloria futura", dice en su Carta a la juventud. Y con la arrogancia de quien nada sabe de la ciencia, pero se cree un experto, añadía: "Que los poetas sigan haciendo música mientras nosotros trabajamos". La degeneración genética producida por el frenesí sexual, el alcohol y la sífilis eran la causa científica del fin del mundo (del suyo). Poesía tenebrosa inspirada por una culpabilidad flotante. Había ganado demasiado dinero.

Cada sociedad alucina su fin-del-mundo metafórico. Ahora que nuestros cuerpos son una mercancía de lujo, ¿qué culpabilidad tortura a los opulentos, los sabios, los guapos? ¿Qué peste negra va a destruir sus privilegios? Bien podría ser una sífilis de la tierra, el llamado "cambio climático", fenómeno que afecta al planeta desde que existe y que se acelera debido a la imparable e implacable hipertecnificación. La tierra está degenerando, es una bolsa de miasmas, sus casquetes polares están podridos, su atmósfera envenenada, la infección fluye por sus aguas, pronto morirá. En esta leyenda, como en la leyenda de la tuberculosis o de la peste negra, se toma la parte por el todo. Si llegara ese fin-del-mundo sólo afectaría seriamente a una parte discreta de los habitantes del planeta. El resto seguiría como siempre malviviendo, o puede que algo mejor. Hace muchos siglos un meteorito asfixió buena parte de la vida zoológica, pero sólo a los bichos más grandes. Eso no ha impedido la invención del teléfono.

La denuncia de un cambio climático universal y catastrófico cuya causa serían "las naciones ricas" o "los gobiernos reaccionarios" y cuya víctima abarcaría a "todo el planeta" con ese añadido demagógico de "en especial los más pobres" es nuestra leyenda del castigo divino, nuestro mito del fin del mundo (opulento). Habrá víctimas del cambio climático como hubo apestados, tuberculosos y sifilíticos, pero puestos a lo peor, la hecatombe climática, si la hay, dejará con vida y buenas perspectivas a una parte bastante amplia del planeta: la que todos los días vive el fin del mundo sin sentir la menor culpabilidad.

Artículo publicado en: El País, 10 de mayo de 2007

10/05/07 | Enlace permanente | Comentarios (187)
Duelo al anochecer, triunfo al alba
Todo ha sido planificado con precisión versallesca. El estudio, a 23 grados. Los candidatos no se darán la mano en público. Las cámaras no pueden enfocar a uno cuando el otro tiene la palabra. El tiempo de intervención lo mide un cronómetro que gotea los segundos en la pantalla de la televisión. Dos testigos vigilan.

Son los dos duelistas más hábiles al sur de Cornualles. Dos profesionales con cientos de muescas en la culata de sus pistolas. Ségo ha vencido a los paquidermos del Partido Socialista y se ha impuesto en un medio turbulento y agresivo, un nido de víboras. Sarko lleva decenas de años nadando en los pantanos ministeriales y derrotando a caimanes mayores y más acorazados. Ella, mujer de huesos grandes y rasgos clásicos, la imagen de la República comunitaria, tiene mejor presencia física que él, un falso enclenque, un mandril con los colmillos como navajas.

La candidata usa una voz mo- nótona, tediosa, como si leyera la lección a los alumnos más torpes. El candidato modula, sube y baja el tono, a veces canta, es un seductor. Por fin, ella reacciona con violencia ante esa intimidad acariciante, jesuítica. Entonces él aprovecha el descuido para reprocharle dulcemente su cólera: "Un presidente de la República ha de mantener la calma, madame Royal; usted ha perdido los nervios". Ella encaja el golpe, trata de serenarse a toda prisa, lo consigue a medias. Es el momento decisivo. Al día siguiente todos los medios de comunicación hablan de la agresividad mostrada por Ségolène. Sus amigos, los de Libération, lo mencionan a su favor: "¡Ségolène tiene agallas!", aplauden. Sus enemigos la presentan como una mujer autoritaria, dogmática, de la izquierda obtusa.

Ese fue, creo yo, el disparo mortal del duelo. Los datos, las estadísticas, las disputas de cancillería apenas dejarán rastro. La imagen de Ségolène rabiosa, los ojos encendidos, acusando de inmoralidad al candidato, ¿pesará sobre los indecisos? Los indecisos son casi todos centristas de Bayrou, gente de buenos modales, educada, que odia el ruido.

Mañana lo sabremos.

(Hoy ya lo sabemos. El tiro fue mortal)

Artículo publicado en: El Periódico, 5 de mayo de 2007

07/05/07 | Enlace permanente | Comentarios (273)
Con resaca entre dos fiestas
Termina una elección y empieza la otra. Los candidatos están de nuevo en escena, repeinados y limpitos como niños salidos del baño. La carrera política es agotadora. Solo los deportistas comparten esa capacidad de sacrificio y la admirable virtud de no darse por enterados cuando hacen el ridículo.

Se habrán fijado en que todas las elecciones del ámbito europeo ya tienen resonancia en los países de la UE. De un modo paulatino, lo que suceda en Bélgica o en Holanda repercute en el resto de los europeos. Hace unos años era impensable que los ingleses vivieran pendientes de las elecciones danesas o los italianos de la política española. La Unión Europea se está realizando sin que nos percatemos. Asistimos desconcertados a una brutal concentración de empresas, pero es que en Europa dentro de poco habrá tres o cuatro firmas allí en donde todavía hay doce.

Lo pensaba a partir de una entrevista con Massimo Cacciari en Libération. El que años atrás fuera uno de los intelectuales más influyentes de la extrema izquierda europea, alcalde de Venecia más tarde, y hoy uno de los fundadores del nuevo Partido Democrático italiano, no solo está muy alerta sobre las elecciones francesas, sino que aconseja a Ségolène Royal que abandone el tradicionalismo, que cambie de estrategia y que imite al Labour británico: "Basta con ver las diferencias entre Blair y Zapatero para entender la cantidad de cosas que deben pensarse de nuevo en ese terreno", dice.

Según Cacciari, los socialistas europeos solo tienen dos caminos. Uno, el ideológico a la manera española o latinoamericana, lleva al fracaso. El otro, pragmático al modo británico, les permitirá derrotar a los conservadores. Cacciari defiende una alianza de Royal con Bayrou, algo inadmisible para los viejos caimanes del socialismo francés, tan ideológicos como retrógrados. Pero una alianza con la extrema izquierda antiliberal conduce a la derrota.

Tarde o temprano sucederá lo mismo en España. Incluso a nosotros, más latinoamericanos que europeos, nos será imposible escapar de Europa.

Artículo publicado en: El Periódico, 28 de abril de 2007

30/04/07 | Enlace permanente | Comentarios (443)
Las barbas del vecino
La aparición de un tercer candidato ha obligado a conservadores y socialistas a esforzarse más en Francia

El día amaneció espléndido para ser un 22 de abril parisino. Bien es cierto que por la mañana no superábamos los ocho grados. A mediodía, sin embargo, ya estábamos por encima de la temperatura de Barcelona. Esta primavera viene siendo excepcionalmente calurosa. Quizá como consecuencia del buen tiempo, muchos franceses cogieron el coche y el resultado fue que las primeras estimaciones de participación eran alarmantes: un exagerado aumento de votantes respecto a las elecciones del 2002 que nadie sabía explicar. Es cierto que hay tres millones de votantes nuevos, pero ¿por qué votaban todos a primera hora? A las doce del mediodía se confirmaba el dato: la participación era histórica. Algo estaba a punto de cambiar.

LA CAMPAÑA había sido muy seria, muy profesional, muy intensa. La aparición de un tercer candidato con posibilidades reales, François Bayrou, había obligado a los perpetuos dueños del negocio, socialistas y conservadores, a esforzarse por razonar y explicar sus propuestas. A trabajar más. Y a fe mía que han trabajado como esclavos. Aquí no sirve lo de anular al adversario como si fuera menor de edad. Los ciudadanos franceses llevan varios cientos de años votando y saben que las imprecaciones personales, los insultos, las descalificaciones, esconden algo turbio y manifiestan la inconsistencia e inseguridad de quienes las usan.

En Francia es inadmisible que un político diga de otro que es un facha o un totalitario o un imbécil. El insulto se vuelve en su contra de inmediato, porque no cae sobre la persona, sino sobre los votantes del insultado. Solo algunos pequeños grupos con la enfermedad infantil del comunismo siguen utilizando el vocabulario de la guerra civil. El mismo día de las elecciones, Christophe Prochasson explicaba en Le Monde, bajo el título La izquierda de la vieja escuela ha muerto, que las elecciones francesas habían prolongado hasta 1970 la guerra civil soterrada durante el régimen de Vichy. Durante 40 años, la izquierda y la derecha francesas respon- dían a esa divisoria fratricida. En la actualidad, según Prochasson, las diferencias ideológicas han desaparecido y por lo tanto la división entre izquierdas y derechas no tiene sentido: "Los valores han reemplazado a las ideas, pero la izquierda aún no se ha percatado". Acababa su intervención diciendo que posiblemente ese sería el papel histórico de Ségolène Royal: librar a los socialistas de su conformismo. Nosotros, que llevamos ya 70 años de guerra civil soterrada, quizá nunca veamos esa modernización. Seguiremos viviendo en el pasado, como siempre.

Otro aspecto curioso de la campaña es que por primera vez los notorios intelectuales apenas han tenido presencia pública. De nuevo un elemento del antiguo régimen que se acaba, quizá por el mismo motivo: el fracaso de las ideologías y la cada vez más fuerte necesidad de pragmatismo. Ciertamente, los medios han destacado el apoyo a Sarkozy de la casi totalidad de la vieja izquierda del 68. Los socialistas solo han contado con ancianos ideólogos casi todos funcionarios y con algún cantante de voz muerta. Aunque lo más chusco ha sido el apoyo que han recibido el tenebroso José Bové y sus ovejas por parte del filósofo más infantil del año, Michel Onfray. Según el joven divulgador, Bové es el candidato "libertario". Nadie sabe lo que esa palabra pueda significar porque el tal Bové no cesa de exigir fondos estatales, subvenciones, protección administrativa y otros elementos poco afines con el pensamiento anarco.

Y finalmente, a las ocho de la tarde se hizo público el resultado. Nada había cambiado. Con variantes decimales ganaba Sarko con una cifra muy alta, más del 30%, Ségo- lène venía a continuación, rozando el 26%, y Bayrou se quedaba al borde del 19%. La extrema derecha se reducía al habitual 10% de rabiosos, temerosos y resentidos. La extrema izquierda desaparecía del mapa de la mano de los verdes. Así pues, sin sorpresas: lo esperable, lo que está mandado.

Una vez pasado el susto, los invitados de los programas de las televisiones francesas, elefantes de la nomenklatura, jefazos burocráticos, reptiles de moqueta y redacción, peroraban durante horas para no decir absolutamente nada. Sobre todo ni una palabra sobre el futuro, sobre las posibles alianzas, sobre los apoyos de la segunda vuelta, el 6 de mayo. Para eso les pagan. A los electores no debe llegarles ni una sola palabra sobre asuntos tan delicados. Ahora comienzan quince días de tráfico, yo te doy esto, tú me das aquello, antes de la decisión definitiva. Empieza la política real, de la que los votantes no sabrán nunca nada.

EL PERDEDOR, Bayrou, se despedía de sus huestes (muy jóvenes y entusiasmadas, a pesar del resultado) con un discurso triunfante, luchador, enteramente distinto de los sermones de Sarkozy ("¡Gracias, franceses y francesas, etcétera!") y Ségolène ("¡Hemos de inventar una Francia nueva, etcétera!"). O bien cambiamos las reglas de juego, decía Bayrou, o bien Francia seguirá siendo la finca privada que explotan dos inmensas empresas y sus redes clientelares, los socialistas y los conservadores. Bayrou hablaba ya pensando en las legislativas, cuando es muy probable que se convierta en la pieza decisiva para la formación de gobierno. Es el único que aún puede hacer algo por su país.

Artículo publicado en: El Periódico, 24 de abril de 2007

24/04/07 | Enlace permanente | Comentarios (339)
Pan y circo redimidos
Mucha gente cree que todas las televisiones del mundo están obsesionadas con el componente genital, la basura emocional y el deporte para machos. Sin embargo, las diferencias son notables y dan fe del alma de cada sociedad. Ni en Francia, ni en Gran Bretaña, ni en Alemania se vive con histérica intensidad el chismorreo porno. Es un plato de la Italia de Berlusconi. En Inglaterra, el husmeo de las glándulas es faena de tabloides dirigidos a los hooligans y sus parejas. En Francia apenas existe.

En España, las estrellas, los herederos y las entretenidas forman el menú destinado a las mujeres. A los hombres se les echa fútbol. En vida del marxismo, a este material que engancha como una droga se le llamaba "alienante" o "enajenante" porque chiflaba al proletariado y lo dejaba lelo. Algunos marxistas muy aficionados al fútbol, como Vázquez Montalbán, nunca dejaron de protestar por el uso que el franquismo y el fascismo dieron a los deportes.

¡Cómo se equivocaban! Leo en El País que los deportes dominan de una manera abrumadora el minutaje de los telediarios democráticos: el 23% de la información de Antena 3, el 22% de la de TVE, el 30% de la de Cuatro, se dedican a tan viril ocupación, más que en tiempos de Franco. En el estudio ha intervenido la Universidad Pompeu Fabra, pero no aparecen cifras de la televisión catalana por modestia. Y es que, en la actualidad, el fútbol y el porno cordial ya no son formas de alienación fascista sino de integración cultural, así que no debe abatirnos, sino alegrarnos, que cada vez más mujeres se pinten la cara para ir al estadio y los hombres disputen en la oficina o en el tajo sobre las prestaciones del nuevo amor de la señora Obregón. Caen las barreras entre ricos y pobres, se esfuman las clases sociales, los sexos, las religiones, gracias a dos inocentes actividades: mirar por el ojo de la cerradura a las parejas y fundirse en una masa aullante. Esa es nuestra identidad cultural.

En los informativos franceses, por ejemplo, el deporte casi no existe. Solo se le conceden unos pocos segundos. ¡Si serán fachas!

Artículo publicado en: El Periódico, 21 de abril de 2007

23/04/07 | Enlace permanente | Comentarios (87)
No me esperes en Zimbabue
Ciertos amigos y sin embargo lectores míos se han amostazado porque en la columna anterior cantaba albricias por el cambio climático y el hecho de que Londres vaya a ser como Valencia o Barcelona como Túnez. Algunos de estos muy solidarios amigos escribían palabras que parten el corazón como: "¿Y los países africanos?". O bien: "¿Acaso no serán los pobres quienes más sufran?". En fin, ese tipo de enunciados que yo había oído de niño en boca de los Hermanos de la Doctrina Cristiana. ¡Quién me iba a decir que con el tiempo ese sería el discurso único de la izquierda!...

Cuando se habla de los pobres y de África hay que cargar con las consecuencias. No somos inocentes. Los pobres son pobres porque nosotros somos ricos. Pero ningún partido político está dispuesto a incluir en su programa un remedio verdadero de la pobreza: sus electores los mandarían al carajo. A menos de que sean programas populistas o fascistas y entonces tienen mucho apoyo. Como acertadamente escribió Sartre en 1969, el principal enemigo de la revolución son los partidos de izquierda y de extrema izquierda.

Lo segundo que debemos considerar es que la trágica situación de los países africanos, como la de las favelas americanas (que suman más gente), depende por completo de nuestra capacidad de gasto. Mientras todos tengamos coche, moto, calefacción, avión, tren, televisión y demás juguetitos y los usemos con la beocia creencia de que la energía es gratuita, estaremos matando gente. Cada uno de nosotros. En innumerables ocasiones el que más lloriquea porque no se "ayuda" (¿qué querrá decir ese verbo?) al tercer mundo suele pasar por alto que mata a un pobre cada vez que pone en marcha el cuatro por cuatro para ir a destruir la Cerdanya o el Cabo de Gata con los niños, la señora y el perro.

Es un gran consuelo creer que los pobres y África están fatal por culpa de Bush, Aznar y el Papa. Es una suerte que esclarecer las causas reales de la miseria sea, hoy por hoy, un asunto tabú. ¿O será pura casualidad que el mayor enemigo del cambio climático sea un posible presidente de los EEUU?

Publicado en: El Periódico, 14 de abril de 2007

16/04/07 | Enlace permanente | Comentarios (393)
Trenes muy poco conocidos
Para el camillero. Jaime Salinas

En sus dos últimas películas, Clint Eastwood da una visión asaz convincente del asalto a la isla de Iwo Jima, decisivo para el final de la campaña del Pacífico. Lo expone desde ambos lados, el americano y el japonés. Al parecer, aun cuando la crítica ha sido elogiosa, el relato no ha logrado el éxito entre el público de los EE UU. Tengo para mí que una de las causas del escaso entusiasmo popular es que el protagonista de la primera parte sea un camillero y el de la segunda un soldado nipón sin ímpetu combativo cuya vida está ligada a la del comandante de la plaza, un general excesivamente inteligente como para provocar la simpatía de las masas.

Las películas de guerra habituales, las que buscan el embeleso populista, no pueden apartarse del sentimentalismo pequeño burgués (antes, "cursilería"), como esos soldados Ryan de Spielberg o esas milicianas de Loach cuya presencia hurga con dedos codiciosos en nuestro corazón. Para el actual convencionalismo, la guerra sólo es digerible mediante una infusión simple y epidérmica, como de novela rosa ideológica. Sin embargo, Eastwood ha intentado excavar un poco más. Su primera parte, la mejor de las dos, creo yo, ve la contienda desde el punto de vista de un camillero, ese desconocido.

Precisamente el cine nos ha habituado a creer que en las guerras todo lo deciden los políticos, los oficiales y los soldados, mentira tan portentosa como creer que en las democracias todo lo deciden los votantes. El camillero de Eastwood es una pieza clave, pero oculta, del combate. Con todo conocimiento, el alto mando japonés había ordenado matar en primer lugar a los camilleros porque cada baja de ese cuerpo suponía la muerte de cientos de heridos cuya agonía en el campo de batalla desmoralizaba a los supervivientes. Un buen servicio médico era esencial en la guerra convencional, e imagino que aún lo sigue siendo. Saber que si caes con un tiro en el estómago no vas a morir como un perro, adivino que da fuerzas para seguir avanzando.

El segundo elemento oculto en la imagen sentimental de la guerra es la intendencia y el transporte. En la mayor parte de las actuales cintas bélicas, por no decir en todas, los soldados se alimentan de aire, reciben el correo de manos de los ángeles y han llegado al frente caídos de una nube. Sin embargo, era la buena organización de esos elementos lo que decidía una victoria o una derrota. En sus recuerdos sobre la Primera Guerra Mundial, el mariscal Ludendorff, una de las lumbreras del Alto Estado Mayor alemán, se lamentaba amargamente: "La victoria francesa de 1918 fue la victoria del camión francés sobre el tren alemán". Contra lo que pueda parecer, la progresiva tecnificación de los combates hasta llegar a las actuales guerras robóticas comenzó no hace tantos años.

Una escueta exposición del Museo del Ejército francés, en los Inválidos, presenta la historia de ese cuerpo casi desconocido, l'Arme du Train (cuya traducción al español será, quizás, ¿el Arma de Transportes?) y en ella se constata que apenas tiene doscientos años. Su fundación, ¡cómo no!, fue otra iniciativa napoleónica. En 1807, el emperador creó el primer Train d'equipages militaires. Hasta esa fecha los soldados comían según las contratas privadas de cada batallón, estaban a merced del placer o el negocio de los jefes, al azar de los mercaderes que se arriesgaran a seguir a los soldados o de las mujeres que les acompañaran. Apenas puede hablarse de evacuación o cuidado de los heridos tras cada batalla, porque se improvisaba. Una de las causas de las continuas victorias napoleónicas fue justamente que ningún otro ejército contaba entonces con ese servicio ejemplar, tan heroico como la infantería, capaz de auxiliar a los caídos y trasladarlos a lugar seguro.

No es casual que l'Arme du Train ganara su primera águila durante la guerra de España, en 1812. Hay que imaginar las campañas por los bosques, las sierras y los peñascales españoles, en pasos de montaña apenas transitables, con una orografíasólo comparable a la balcánica y por allí, serpenteando, las reatas de mulas y caballos cargados de alimento, munición, agua, mantas, medicinas, en fin, lo imprescindible para que las columnas avanzaran más rápidas que el enemigo. ¡Y con qué esfuerzo!

En la exposición figura una de las monturas en las que se evacuaba a los heridos: es una silla con estructura de hierro y dos estrechos asientos dotados de estribo (cacolets) que cuelgan a modo de alforjas. Pesaban 150 kilos y hay que pensar en aquellas mulillas y en su conductor cargando con la pareja de muchachos maltrechos, trotando por los estrechos pasos de Despeñaperros o de Sierra Morena, para figurarse una guerra enteramente distinta de la habitual. Por cierto que esas mulas sí aparecen en la reciente película de Rachid Bouracheb, Indigènes, en la que arremete contra el ejército francés por el racismo con que trató a sus soldados magrebíes y senegaleses.

La evolución del Train fue rapidísima. Si avistamos la Primera Guerra Mundial nos aparece un bosque de 180.000 conductores, 140.000 animales (las llamadas unidades "hipomóviles") y 97.000 vehículos (las "automóviles"). Se dice que uno de los motivos por los que la guerra quedó estancada en la espantosa carnicería de las trincheras, con millones de bajas por ambos lados y sin que el frente se moviera un centímetro durante años, fue el efecto de una movilización rapidísima y el apabullante desconcierto de los generales incapaces de hacer nada de provecho con un utensilio mil veces superior a sus capacidades.

¿Cómo puede ser tan escasa la información y casi inexistente la imagen cinematográfica o literaria de tan enorme máquina técnica y humana? Los conductores por supuesto también disparaban y tenían que entrar en lo más duro de los combates porque allí era donde recogían a los heridos para evacuarlos. Todavía en la Segunda Guerra Mundial (recuérdense las imágenes de la liberación de Italia) a los heridos se les evacuaba en mulas cuando los combates se daban a campo abierto o en ciudades intransitables por la devastación de los bombardeos.

Ciertamente, la historia de esta arma se hace menos fascinante a medida que la tecnificación va dando mayor importancia a la máquina que al tiro de sangre o a la vieja camioneta atoldada y conducida a toda velocidad por un as cubierto con casco de cuero, mientras el copiloto vacía su pistola contra un biplano que les ametralla desde el aire. En nuestros días la unidad estelar del arma se llama "vehículo de transporte logístico" y es una colosal plataforma sobre la que se trasladan unidades blindadas que no pueden llevarse por aire. Unos monstruos a cuyo lado las mulillas semejan señoritas con sombrero de velo y botines de corchete.

El camillero de Eastwood es un punto de vista novedoso en la imagen de la guerra moderna. Es cierto que no puede emocionar a las masas con la misma intensidad que el héroe romántico y sentimental de las cintas patrioteras, pero libera de la abusiva presencia del soldado valiente o cobarde, víctima o verdugo, cínico o angélico, que oculta con su rostro la presencia de un orden racional y técnico en la batalla.

Porque lo que propone la mistificación romántica, sentimental y nacionalista es hacernos creer que la guerra trae consigo una experiencia salvadora, individual, subjetiva, sin relación con la red de metros de una ciudad, el abastecimiento de los mercados, el circuito de carreteras en fin de semana, el conjunto hospitalario de una nación o la logística de la mercancía. Sin embargo, como todos sabemos, la guerra es tan sólo la política llevada a su verdad radical. Una verdad tan dura de soportar que a veces descansamos de ella durante decenios mediante esa argucia teatral y litúrgica que llamamos "tiempo de paz" y que consiste en simular que no hay bajas.

Artículo publicado en: El País, 10 de abril de 2007

10/04/07 | Enlace permanente | Comentarios (373)
Espérame en Siberia, corazón
La lucha contra el calentamiento climático, además de positivamente inútil, esconde un misoneísmo disfrazado de Amor a la Tierra. Dos recientes estudios, uno del Hadley Center británico y otro de Arpège, han diseñado un mapa de Europa al que no le falta atractivo. Añado que ambos centros son rigurosamente científicos. El francés, por ejemplo, pertenece a Météo France, el centro meteorológico gubernamental.

Según el mapa inglés, París pasaría a tener el clima de Córdoba. Ante semejante peligro, el ingeniero exclama: "Los pisos orientados al sureste serían inhabitables en verano". Es una magnífica noticia para los cordobeses que viven en pisos orientados al sureste. Ahora ya saben que no habitan. En el mapa francés, sin embargo, París queda a la altura de Burdeos, una bendición para los parisinos: tendrán menos lluvia, más sol y un vino óptimo.

Según los ingleses, Londres pasaría a gozar del clima de Lisboa. No se puede pedir más. Y según los franceses, el de la costa bretona, lo que no trae consigo mucho cambio. Algunas ciudades ganarían la gloria, como Berlín, que, dicen los franceses, pasaría a la atmósfera de Roma. O Viena, que para el Hadley Center se situaría en las temperaturas de Valencia. Sinceramente, el mapa no asusta a nadie, sino todo lo contrario. ¿Por qué entonces tanto revuelo?

La respuesta la da Stéphane Hallegatte, el ingeniero de Météo France entrevistado: porque las inversiones en climatización y adaptación del hábitat serían gigantescas. ¡Billones de euros!, dice. Pues, ¿cuál es el problema? Precisamente estas inversiones son el acicate económico que está esperando Europa. ¿O acaso no son las colosales inversiones en carreteras, represas, túneles o aclimatación los motores de la empresa privada? Lo que anuncia el cambio climático es un negocio escandaloso para las grandes compañías con ministros infiltrados en los respectivos gobiernos.

Por cierto, Barcelona pasaría a tener el clima de Túnez o Argel. Madrid, en cambio, no se mueve o como mucho se acerca a Atenas. ¡Toma agravio!

Artículo publicado en: El Periódico, 7 de abril de 2007

09/04/07 | Enlace permanente | Comentarios (81)
Banderitas para el nene y la nena
La campaña francesa está cada día más divertida. Ahora han emprendido una carrera para ver quién tiene la patria más grande. La palabra "nación" aparece en sus discursos más a menudo que en las Cortes. El candidato conservador ha prometido un Ministerio de la Identidad y la candidata socialista ha respondido exigiendo que cada ciudadano francés ponga una bandera en su hogar. El más sensato, François Bayrou, no ha entrado al trapo... y ha bajado en las encuestas.

Ante el amor furioso que estos inesperados nacionalistas muestran hacia la bandera, la identidad o la nación, y siendo así que hasta ahora el único nacionalista era Jean-Marie Le Pen, candidato de la extrema derecha, la izquierda está que trina. Todos los periódicos y las televisiones entrevistan sin pausa a lo que queda de intelecto gauchiste para que se indigne en público. Se indigna, y el público se muere de risa. De haber estudiado la filosofía política española (y haber sobrevivido), sabrían que no hay nada más izquierdista que el nacionalismo, pero como no la han estudiado, están espeluznados y fuera de sí.

De todos ellos, el que ha tenido las mejores ocurrencias ha sido Toni Negri, antiguo apóstol de la lucha armada y actual clérigo de la extrema izquierda paleolítica. Preguntado por el fenómeno nacionalista que sacude a Francia, el pensador contesta: "Es un movimiento general que procede de la última fase del pensamiento neoconservador americano". ¡Cielo santo! ¿Carod Rovira, Pernando Barrena, Xosé Beiras, serán en verdad un derivado autóctono de Bush?

No queda la cosa en tan sorprendente afirmación. Un poco más adelante añade: "(la agitación nacionalista) ss un comportamiento reaccionario por definición y vergonzoso en alguien que se dice socialista como Ségolène Royal". ¡Qué barbaridad! ¿Reaccionarios Otegui, Xirinachs o Vendrell, esas figuras heroicas de la izquierda española?

Si alguien tiene todavía un poco de amor por la izquierda europea, por favor, que le envíe a Toni Negri algún libro subvencionado por la Generalitat. A ver si se aclara.

Artículo publicado en: El Periódico, 31 de marzo de 2007

02/04/07 | Enlace permanente | Comentarios (519)
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Samba da bênção

Samba da bênção
Vinicius de Moraes / Baden Powell


Cantado

É melhor ser alegre que ser triste
Alegria é a melhor coisa que existe
É assim como a luz no coração

Mas pra fazer um samba com beleza
É preciso um bocado de tristeza
É preciso um bocado de tristeza
Senão, não se faz um samba não

Falado

Senão é como amar uma mulher só linda
E daí? Uma mulher tem que ter
Qualquer coisa além de beleza
Qualquer coisa de triste
Qualquer coisa que chora
Qualquer coisa que sente saudade
Um molejo de amor machucado
Uma beleza que vem da tristeza
De se saber mulher
Feita apenas para amar
Para sofrer pelo seu amor
E pra ser só perdão

Cantado

Fazer samba não é contar piada
E quem faz samba assim não é de nada
O bom samba é uma forma de oração
Porque o samba é a tristeza que balança
E a tristeza tem sempre uma esperança
A tristeza tem sempre uma esperança
De um dia não ser mais triste não

Ponha um pouco de amor numa cadência
E vai ver que ninguém no mundo vence
A beleza que tem um samba, não

Porque o samba nasceu lá na Bahia
E se hoje ele é branco na poesia
Se hoje ele é branco na poesia
Ele é negro demais no coração

Falado

Eu, por exemplo, o capitão do mato
Vinicius de Moraes
Poeta e diplomata
O branco mais preto do Brasil
Na linha direta de Xangô, saravá!
A bênção, Senhora
A maior ialorixá da Bahia
Terra de Caymmi e João Gilberto
A bênção, Pixinguinha
Tu que choraste na flauta
Todas as minhas mágoas de amor
A bênção, Cartola, a benção, Sinhô
A bênção, Ismael Silva
Sua bênção, Heitor dos Prazeres
A bênção, Nelson Cavaquinho
A bênção, Geraldo Pinheiro
A bênção, meu bom Cyro Monteiro
Você, sobrinho de Nonô
A bênção, Noel, sua bênção, Ary
A bênção, todos os grandes
Sambistas do Brasil
Branco, preto, mulato
Lindo como a pele macia de Oxum
A bênção, maestro Antonio Carlos Jobim
Parceiro e amigo querido
Que já viajaste tantas canções comigo
E ainda há tantas por viajar
A bênção, Carlinhos Lyra
Parceiro cem por cento
Você que une a ação ao sentimento
E ao pensamento
Feito essa gente que anda por aí
Brincando com a vida
Cuidado, companheiro!
A vida é pra valer
E não se engane não, tem uma só
Duas mesmo que é bom
Ninguém vai me dizer que tem
Sem provar muito bem provado
Com certidão passada em cartório do céu
E assinado embaixo: Deus
E com firma reconhecida!
A vida não é brincadeira, amigo
A vida é arte do encontro
Embora haja tanto desencontro pela vida
Há sempre uma mulher à sua espera
Com os olhos cheios de carinho
Ponha um pouco de amor na sua vida
Como no seu samba
A bênção, a bênção, Baden Powell
Amigo novo, parceiro novo
Que fizeste este samba comigo
A bênção, amigo
A bênção, maestro Moacir Santos
Não és um só, és tantos como
O meu Brasil de todos os santos
Inclusive meu São Sebastião
Saravá! A bênção, que eu vou partir
Eu vou ter que dizer adeus

Cantado

Ponha um pouco de amor numa cadência
E vai ver que ninguém no mundo vence
A beleza que tem um samba, não

Porque o samba nasceu lá na Bahia
E se hoje ele é branco na poesia
Se hoje ele é branco na poesia
Ele é negro demais no coração

© Tonga Editora Musical LTDA / Direto
64412350/BRMCA6300012

sábado, 12 de mayo de 2007

Autobiografia?

Apartado Postal 147
Lisboa, 13 de Enero de 1935
Mi apreciado Camarada:
Agradezco mucho su carta, la que voy a responder inmediata e integralmente. Andes de, propiamente, comenzar, quiero pedirle disculpas de escribirle en este papel de copia. Se me acabó el decente, es Domingo, y no puedo conseguir otro. Pero más vale, creo, el mal papel que la prórroga.
En primer lugar, quiero decirle que yo nunca vería «otras razones» en cualquier cosa que escribiera, discordando, a mi respecto. Soy uno de los pocos poetas portugueses que no decretaron su propia infalibilidad, ni toman ninguna crítica que se les haga, como un acto de lesa-divinidad. Más allá de eso, cualquieras que sean mis defectos mentales, es nula en mí la tendencia para la manía de la persecusión. Aparte de eso, conozco ya suficientemente su independencia mental, que, se me es permitido decirlo, mucho lo apruebo y alabo. Nunca me propuse ser Maestro o Maestro en Jefe, porque no sé enseñar, ni sé si tendría qué enseñar; Jefe, porque ni sé romper huevos. No se preocupe, pues, en cualquier ocasión, con lo que tenga que decir a mi respecto. No busco excavar en los andares nobles.
Concuerdo absolutamente consigo en que no fue feliz la estrella, que de mi mismo hice con un libro de la naturaleza del «Mensagem», Soy, de facto, un nacionalista místico, un sebastianista racional. Pero soy, aparte de eso, y hasta en contradicción con eso, muchas otras cosas. Y esas cosas por la misma naturaleza del libro, el «Mensagem» no las incluí.
Comencé por ese libro mis publicaciones por la simple razón de que fue el primer libro que conseguí, no sé porqué, tener organizado y listo. Como estaba pronto, incitáronme a que lo publicara: accedí. Ni lo hice, debo decir, con los ojos puestos en el posible premio del Secretariado, enhorabuena en eso no hubiera pecado intelectual mayor. Mi libro estaba listo en Septiembre, y yo juzgaba, hasta, que no podría concurrir al premio, pues ignoraba que el plazo para la entrega de los libros, que primitívamente fuera hasta fin de Julio, fuese alargado hasta el fin de Octubre. Como, pese a todo, a fin de Octubre ya había ejemplares listos del «Mensagem», hice entrega de los que el Secretariado exigía. El libro estaba exactamente en las condiciones (nacionalismo) de concurrir. Concurrí.
Cuando a veces pensaba en la orden de una futura publicación de obras mías, nunca un libro del género de «Mensagem» figuraba en número uno. Tituveaba entre si debía comenzar por un libro de versos grande - un libro de unas 350 páginas -, englobando las varias sub-personalidades de Fernando Pessoa él mismo, o si debería abrir con una novela policial, que todavía no conseguí completar.
Concuerdo consigo, dije, en que no fue feliz la estrella, que de mi mismo hice, con la publicación de «Mensagem». Pero concuerdo con los actos que fue la mejor estrella que hubiera podido hacer. Precisamente porque esa faceta - en cierto modo secundaria - de mi personalidad no había sido nunca suficientemente manifestada en mis colaboraciones en revistas (excepto en el caso del Mar Português, parte de este mismo libro) - precisamente por eso convine que ella apareciese, y que apareciera ahora. Coincidió, sin que yo lo planease o premeditase (soy incapaz de premeditación práctica), con uno de los momentos críticos (en el sentido original de la palabra) de la remodelación del subconsciente nacional. El que hice por si acaso y se completó por conversación, fuera exactamente tallado, con Escuadra y Compás, por el Gran Arquitecto.
(Interrumpo. No estoy ni dolido ni borracho. Estoy, pese a todo, escribiendo directamante, tan deprisa cuanto la máquina me lo permite, y voy sirviéndome de las expresiones que me ocurren, sin mirar que la literatura esté en ellas. Suponga - y hará bien en suponer, porque es verdad - que estoy simplemente hablando consigo.)
Respondo ahora directamente a sus tres preguntas: (1) plano futuro de la publicación de mis obras, (2) génesis de mis pseudónimos, y (3) ocultismo.
Hecha, en las condiciones que le indiqué, la publicación del «Mensagem», que es una manifestación unilateral, intento continuar de la siguiente manera. Estoy ahora completando una versión enteramente remodelada del Barqueiro Anarquista; esa debe estar lista en breve y cuento, desde que estuviera lista, publicarla inmediatamente. Si así hiciera, traduciría inmediatamente ese escrito para el inglés, y voy a ver si lo puedo publicar en Inglaterra. Tal cual debe quedar, tiene pobabilidades europeas. (No tome esta frase en el sentido de Premio Nóbel inherente.) Después - y ahora respondo propiamente a su pregunta, que se reporta a poesía - intento, durante el verano, reunir el tal grande volumen de los poemas pequeños de Fernando Pessoa él mismo, y ver si lo configo publicar en fin del año en que estamos. Será ese el volumen que Casais Monteiro espera, y es ese que yo mismo deseo que se haga. Ese, entonces, será todas las facetas, excepto la nacionalista, que «Mensagem» ya manifestó.
Me referí, como vió, a Fernando Pessoa solamente. No pienso nada de Caeiro, de Ricardo Reis o de Álvaro de Campos. Nada de eso podré hacer, en el sentido de publicar, excepto cuando (ver más encima) me fuera dado el Premio Nóbel. Y con todo - lo pienso con tristeza - puse en Caeiro todo mi poder de despersonalización dramática, puse en Ricardo Reis toda mi disciplina mental, vestida de la música que le es propia, puse en Álvaro de Campos toda la emoción que no doy mi a mí ni a la vida. Pensar, mi querido Casais Monteiro, que todos estos tienen que ser, en la práctica de la publicación, preteridos por Fernando Pessoa, ¡impuro y simple!
Creo que respondí a su primera pregunta.
Si fui omiso, diga en qué. Si puedo responder, responderé. Más planes no tengo, por ahora. Y, sabiendo lo que son y en que dan a mis planes, es caso para decir, ¡Gracias a Dios!
Paso ahora a responde a su pregunta sobre el génesis de mis pseudónimos. Voy a ver si consigo responderle completamente.
Comienzo por la parte psiquiátrica. El origen de mis pseudónimos es el hondo trazo de histeria que existe en mí. No sé si soy simplemente histérico, si soy, más propiamente, un hísteroneurastémico. Tiendo para esa segunda hipótesis, porque hay en mí fenómenos de apatía que la histeria, propiamente dicha, no encuadra en el registro de sus síntomas. Sea como fuere, el origen natural de mis pseudónimos está en mi tendencia orgánica y constante para la despersonalización y para la simulación. Estos fenómenos - felizmente para mí y para los otros - mentalizáronse en mí; quiero decir, no se manifestan en mi vida práctica, exterior y de contacto con otros; hacen explosión para dentro y los vivo yo a solas conmigo. Si yo fuera mujer - en la mujer los fenómenos histéricos rompen en ataques y cosas parecidas - cada poema de Álvaro de Campos (el más histericamente histérico de mí) sería una alarma para la vecindad. Pero soy hombre - y en los hombres la histéria asume principalmente aspectos mentales; asi todo, acaba en silencio y poesía...
Esto explica, tant(sic) bien que mal, el origen orgánico de mis pseudónimos. Voy ahora a hacerle la historia directa de mis pseudónimos. Comienzo por aquellos que murieran, y de algunos de los cuales ya no me acuerdo - los que yacen perdidos en el pasado remoto de mi infancia casi olvidada.
Desde niño tuve la tendencia de crear en torno a mí un mundo ficticio, de cercarme de amigos y conocidos que nunca existieron. (no sé, bien entendido, si realmente no existieron, o si soy yo que no existo. En estas cosas, como en todas, no debemos ser dogmáticos.) Desde que me conozco como siendo aquello a lo que llamo yo, me acuerdo de precisar mentalmente, en figura, movimientos, carácter e historia, varias figuras ireales que eran para mí tan visibles y mias como las cosas de aquello a lo que llamamos, por ventura abusivamente, la vida real. Esta tendencia, que me viene desde que me acuerdo de ser un yo, me ha acompañado siempre, mudando un poco el tipo de música en que me encanta, pero no alterando nunca su manera de encantar.
Recuerdo, así, lo que me parece haber sido mi primer pseudónimo, o, antes, mi primer conocido inexistente - un cierto Chevalier de Pas de mis seis años, por quien escribía cartas a mí mismo, y cuya figura, no enteramente vaga, todavía conquista aquella parte del afecto que confina con la añoranza. Me acuerdo, con menos nitidez, de otra figura, cuyo nombre ya no me acuerdo más que que era extranjero también, que era, no sé en qué, un rival de Chevalier de Pas... ¿Cosas que le suceden a todos los niños? Sin duda - o tal vez. Pero a tal punto las viví que las vivo todavía, pues las recuerdo de tal modo que es menester un esfuerzo para hacerme saber que no fueron realidades.
Esta tendencia para crear en torno de mí otro mundo, igual a este mas con otra gente, nunca me salió de la imaginación. Tuve varias fases, entre las cuales está, sucedida ya en mayoría. Se me ocurría un dicho de espíritu, absolutamente ajeno, por un motivo u otro, a quien soy, o lo que supongo que soy. Lo decía inmediatamente, espontameamente, como siendo de cierto amigo mio, cuyo nombre inventaba, cuya historia agrandaba, y cuya figura - cara, estatura, traje y gesto - inmediatamente veia delante de mí. Y así conseguí, y propagué, varios amigos y conocidos que nunca existieron, pero que todavía hoy, a cerca de treinta años de distancia, oigo, siento, veo, Repio: oigo, siento, veo... y tengo añoranzas de ellos.
(En mí comenzando a hablar - y escribir a máquina es para mí hablar -, cuestame encontrar el freno. ¡Basta de conversación incómoda para sí, Casais Monteiro! Voy a entrar en la génesis de mis pseudónimos literarios, que es, al final, lo que Ud. quiere saber. En todo caso, lo que va dicho encima le da a la historia la madre que los dio a luz.)
Ahí por 1912, salvo error (que nunca puede ser grande), me vino a la idea escribir unos poemas de índole pagana. Esbocé unas cosas en verso irregular (no en el estilo Álvaro de Campos, mas en un estilo de media regularidad), y abandoné el caso. Se me esbozara, con todo, en una penumbra mal urdida, un vago retrato de persona que estaba por hacer aquello. (Había nacido, sin que yo supiera, Ricardo Reis.)
Año y medio, o dos años después, me acordé un día de hacer una partida al Sá-Carneiro - de inventar un poeta bucólico, de especie complicada, y presentarlo, ya no recuerdo como, en cualquier especie de realidad. Llevé unos días para elaborar al poeta mas nada conseguí. Un día en que finalmente desistiría - fue el 8 de Marzo de 1914 - me acerqué desde una cómoda alta, y tomando un papel, comencé a escribir, de pie,como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas al hilo, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no conseguiré definir. Fue el dia triufal de mi vida, y nunca podré tener otro así. Abrí con un título, O Guardador de Rebanhos. Y lo que le siguió fue la aparición de alguien en mí, a quien di desde luego el nombre de Alberto Caeiro. Discúlpeme el absurdo de la frase: apareció en mí mi maestro. Fue esa la sensación inmediata que tuve. Y tanto así que, escritos que fueran esos treinta y tantos poemas, inmediatamante agarré otro papel y escribí, al hilo, también, los seis poemas que constituyen la Chuva Oblíqua, de Fernando Pessoa. Inmediatamente y totalmente... Fue el regreso de Fernando Pessoa-Alberto Caeiro a Fernando Pessoa él solo. O, mejor, fue la reacción de Fernando Pessoa contra a su existencia como Alberto Caeiro.
Aparecido Alberto Caeiro, traté luego de descubrirle - instintiva y subconscientemente - unos discípulos. Arranqué de su falso paganismo al Ricardo Reis latente, le descubrí el nombre, y lo ajusté a sí mismo, porque a esa altura ya lo veia. Y, de repente, y en derivación opuesta a la de Ricardo Reis, me surgió impestuosamente un nuevo individuo. En un acto, y la máquina de escribir, sin interrupción ni enmienda, surgió la Ode Triunfal de Álvaro de Campos - la Oda con ese nombre y el hombre con el nombre que tiene.
Creé, entonces, una coterie inexistente. Fijé todo aquello en moldes de realidad. Gradué las influencias, conocí a las amistades, oí, dentro de mí, las discusiones y las divergencias de criterios, y en todo esto me parece que fui yo, creador de todo, el que menos estuvo ahí. Parece que todo se pasó independientemente de mí. Y parece que así todavía se pasa. Si algún día pudiera publicar la discusión estética entre Ricardo Reis y Álvaro de Campos, verá como ellos son direrentes, y como yo no soy nada en la materia.
Cuando fue la publicación de Orpheu, fue preciso, a la última hora, conseguir cualquier cosa para completar el número de páginas. Sugerí entonces al Sá-Carneiro que yo hiciera un poema «antiguo» de Álvaro de Campos - un poema de como Álvaro de Campos sería antes de haber conocido a Caeiro y haber caido bajo su influencia. Y así hice al Opiário, en que intenté dar todas las tendencias latentes de Álvaro de Campos, conforme habían de ser después reveladas, pero sin haber todavía cualquier trazo de contacto con su maestro Caeiro. Fue de los poemas que tengo escritos, el que me dio más que hacer, por el duplo poder de despersonalización que tuve que desenvolver. Pero, en fin, creo que no salió mal, y que muestra a Álvaro en pimpollo...
Creo que le expliqué el origen de mis pseudónimos. Si hay con todo cualquier punto en el que precisa de un esclarecimiento más lúcido - estoy escribiendo deprisa, y cuando escribo deprisa no soy muy lúcido -, diga que de buen grado se lo daré. Y, es verdad, un complemento verdadero e histérico: al escribir ciertos pasajes de las Notas para recordação do meu Mestre Caeiro, de Álvaro de Campos, he llorado lágrimas verdaderas. Es para que sepa con quién está lidiando, ¡mi querido Casais Monteiro!
Algunas notas más en esta materia... Yo veo delante de mí, en el espacio incoloro pero reali del sueño, las caras, los gestos de Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos. Les construí las edades y las vidas. Ricardo Reis nación en 1887 (no me acuerdo el dia y mes, pero los tengo en algún lugar), en Porto, es médico y está en el presente en Brasil. Alberto Caeiro nació en 1889 y murió en 1915; nació en Lisboa, pero vivió casi toda su vida en el campo. No tuvo profesión ni casi educación alguna. Álvaro de Campos nació en Tavira, en el día 15 de Octubre de 1890 (a la 1:30 de la tarde, me dice Ferreira Gomes; y es verdad, pues, hecho el horóscopo para esa hora, está bien). Este, como se sabe, es ingeniero naval (por Glasgow), pero ahora está aquí en Lisboa en inactividad. Caeiro es de estatura media, y, enhorabuena realmente frágil (murió tuberculoso), no parecía tan frágil como era. Ricardo Reis es un poco, pero muy poco, más bajo, más fuerte, más seco. Álvaro de Campos es alto (1,75 m de altura, 2cm más que yo), flaco y un poco tendiente a encorvarse. Cara afeitada todos - Caeiro es rubio sin color, ojos azules; Reis de un vago moreno mate; Campos entre blanco y moreno, tipo vagamente de judío portugués, cabello, por lo tanto, liso y normalmente apartado al lado, monóculo. Caeiro, como dije, no tuvo más educación que casi ninguna - sólo instrucción primaria; se le murieron temprano el padre y la madre, y se dejó estar en casa, viviendo de unos pequeños intereses. Vivía con una tía vieja, tía abuela. Ricardo Reis, educado en un colegio de jesuitas, es, como dije, médico; vive en el Brasil desde 1919, pues se exilió espontaneamente por ser monárquico. Es, un latinista por educación ajena, y un semi-helenista por educación propia. Álvaro de Campos tuvo una educación vulgar de liceo; después fue mandado para Escocia a estudiar ingeniería, primero mecánica y después naval. En unas vacaciones hizo el viaje a Oriente de donde resultó el Opiário. Le enseñó latín un tío beirão (N.d.T: habitante de las Beiras lisboetas) que era padre.
¿Cómo escribo en nombre de esos tres?... Caeiro, por pura e inesperada inspiración, sin saber o siquiera calcular que iría a escribír. Ricardo Reis, después de una deliberación abstracta, que subitamente se concretiza en una oda. Campos, cuando siento un súbito impulso para escribir y no sé qué. (Mi semi-pseudónimo Bernardo Soares, que además en muchas cosas se parece con Álvaro de Campos, aparece siempre que estoy cansado o somnoliento, de suerte que tenga un poco suspensas las cualidades del raciocinio y de inhibición; aquella prosa es un constante divague. Es un semi-pseudónimo porque, no siendo la personalidad la mia, es, no diferente de la mía, pero una simple mutilación de ella. Soy yo menos el raciocinio y la afectividad. La prosa, salvo lo que el raciocinio da de tenue a la mía, es igual a ésta, y el portugués perfectamente igual; al paso que Caeiro escriba mal el por tugués, Campos razonablemente pero con lapsos como decir «yo propio» en vez de «yo mismo», etc., Reis mejor de lo que yo, pero con un purismo que considero exagerado. Lo difícil para mí es escribir la prosa de Reis - todavía inédita - o la de Campos. La simulación es más fácil, hasta porque es más espontánea, en verso.)
A esta altura estará Casais Monteiro pensando qué mala suerte lo hizo caer, por lectura, en medio de un manicomio. En todo el caso, lo peor de todo esto es la incoherencia con la que he escrito. Repito, pese a todo: Escribo como si estuviera hablando consigo, para que pueda escribir inmediatamente. No siendo así, pasarían meses sin conseguir yo escribir.(*)
Falta responder a su pregunta en cuanto al ocultismo. Me pregunta si creo en el ocultismo. Hecha así, la pregunta no es bien clara; comprendo pese a eso la intención y a ella respondo. Creo en la existencia de mundos superiores al nuestro y de habitantes de esos mundos, en experiencias de diversos grados de espiritualidad, subutilizandose hasta llegarse a un Ente Supremo, que presumiblemente creó este mundo. Puede ser que hayan otros Entes igualmente Supremos, que hayan creado otros universos, y que esos universos coexistan con el nuestro, interpenetradamente o no. Por estas razones, y todavía otras, la Orden Externa do Ocultismo, o sea, la Maçonaria (N.d.T: Masonería), evita (excepto la Maçonaria anglosajona) la expresión «Deus», dadas sus implicaciones teológicas y populares, y prefiere decir «Grande Arquitecto do Universo», expresión que deja en blanco el problema de si Él es creador, o simple Gobernador del mundo. Dadas estas escalas de seres, no creo en la comunicación directa con Dios, pero, según nuestra afinidad espiritual, podemos ir comunicándonos con seres cada vez más altos. Hay tres caminos para lo oculto: el camino mágico (incluyendo prácticas como las del espiritismo, intelectualmente al nivel de la brujería, que es magia también), camino ese extremadamente peligroso, en todos los sentidos; el camino místico, que no tiene propiamente peligros, pero es incierto y lento; y lo que se llama el camino alquímico, el más difícil y el más perfecto de todos, porque envuelve una transmutación de la propia personalidad que la prepara, sin grandes riesgos, antes con defencas que los otros caminos no tienen. En cuanto a la «iniciación» o no, puedo decirle sólo esto, que no sé si responde a su pregunta: no pertenezco a Ordem Iniciática (N.d.T: Iniciadora) ninguna. La cita, epígrafe a mi poema Eros e Psique, de un pedazo (tradicido, pues el Ritual es en latín), del Ritual do Terceiro Grau da Ordem Templária de Portugal, indica simplemente - lo que es hecho - que me fue permitido hojear los Rituales de los tres primeros grados de esa Orden, extinta, o en letargo desde cerca de 1888. Si no estuviera en letargo, yo no citaría el trech del Ritual, pueso no se deben citar (indicando el origen) trechos de Rituales que están en trabajo(**)
Creo así, mi querido camarada, haber respondido, todavía con ciertas incoherencias, a sus preguntas. Si hay otras que desee hacer, no dude en hacerlas. Responderé como pueda y lo mejor que pueda. Lo que podrá suceder, y eso me disculpará, desde ya, es no responder tan deprisa.
Lo abraza el camarada que mucho lo estima y admira.

L I S B O A

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Lisbon Revisited (1926)

Lisbon Revisited (1926)

(*)Nada me prende a nada. Quero cinqüenta coisas ao mesmo tempo. Anseio com uma angústia de fome de carne O que não sei que seja — Definidamente pelo indefinido... Durmo irrequieto, e vivo num sonhar irrequieto De quem dorme irrequieto, metade a sonhar. Fecharam-me todas as portas abstratas e necessárias. Correram cortinas de todas as hipóteses que eu poderia ver da rua. Não há na travessa achada o número da porta que me deram. Acordei para a mesma vida para que tinha adormecido. Até os meus exércitos sonhados sofreram derrota. Até os meus sonhos se sentiram falsos ao serem sonhados. Até a vida só desejada me farta — até essa vida... Compreendo a intervalos desconexos; Escrevo por lapsos de cansaço; E um tédio que é até do tédio arroja-me à praia. Não sei que destino ou futuro compete à minha angústia sem leme; Não sei que ilhas do sul impossível aguardam-me naufrago; Ou que palmares de literatura me darão ao menos um verso. Não, não sei isto, nem outra coisa, nem coisa nenhuma... E, no fundo do meu espírito, onde sonho o que sonhei, Nos campos últimos da alma, onde memoro sem causa (E o passado é uma névoa natural de lágrimas falsas), Nas estradas e atalhos das florestas longínquas Onde supus o meu ser, Fogem desmantelados, últimos restos Da ilusão final, Os meus exércitos sonhados, derrotados sem ter sido, As minhas cortes por existir, esfaceladas em Deus. Outra vez te revejo, Cidade da minha infância pavorosamente perdida... Cidade triste e alegre, outra vez sonho aqui... Eu? Mas sou eu o mesmo que aqui vivi, e aqui voltei, E aqui tornei a voltar, e a voltar. E aqui de novo tornei a voltar? Ou somos todos os Eu que estive aqui ou estiveram, Uma série de contas-entes ligados por um fio-memória, Uma série de sonhos de mim de alguém de fora de mim? Outra vez te revejo, Com o coração mais longínquo, a alma menos minha. Outra vez te revejo — Lisboa e Tejo e tudo —, Transeunte inútil de ti e de mim, Estrangeiro aqui como em toda a parte, Casual na vida como na alma, Fantasma a errar em salas de recordações, Ao ruído dos ratos e das tábuas que rangem No castelo maldito de ter que viver... Outra vez te revejo, Sombra que passa através das sombras, e brilha Um momento a uma luz fúnebre desconhecida, E entra na noite como um rastro de barco se perde Na água que deixa de se ouvir... Outra vez te revejo, Mas, ai, a mim não me revejo! Partiu-se o espelho mágico em que me revia idêntico, E em cada fragmento fatídico vejo só um bocado de mim — Um bocado de ti e de mim!...

Nada me prende a nada. Quiero cincuenta cosas al mismo tiempo. Ansío con un angustia de hambre de carne Lo que no sé que sea — Definidamente por lo indefinido... Duermo inquieto, y vivo en un soñar inquieto De quien duerme inquieto, mitad soñando. Me cerraron todas las puertas abstractas y necesarias. Corrieron cortinas de todas las hipótesis que yo podría ver de la calle. No hay en el dintel esperado el numero de la puerta que me dieron. Desperté para la misma vida de la que hube adormecido. Hasta mis ejércitos soñados sufrieron derrota. Hasta mis sueños se sintieron falsos al ser soñados. Hasta la vida sólo deseada me harta — hasta esa vida... Comprendo a intervalos inconexos; Escribo por lapsos de cansancio; Y un tedio que es hasta del tedio me arroja a la playa. No sé qué destino o futuro compete a mi angustia sin timón; No sé qué istas del sur imposible aguárdanme náufrago; O que palmares de literatura me darán al menos un verso. No, no sé esto, ni otra cosa, ni cosa alguna... Y, en el fondo de mi espíritu, donde sueño lo que soñé, En los campos últimos del alma, donde memoro sin causa (Y el pasado es una niebla natural de lágrimas falsas), En los caminos y atajos de las florestas lejanas Donde supuse a mi ser, Huyen desmantelados, últimos restos De la ilusión final, Mis ejércitos soñados, derrotados sin haber sido, Mis cortes por existir, despedazadas en Dios. Otra vez te reveo, Ciudad de mi infancia pavorosamente perdida... Ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí.. ¿Yo? Pero soy yo el mismo que aquí viví, y aquí volví, Y aquí volví a tornar, y a volver. ¿Y aquí de nuevo volví a tornar? ¿O somos todos los Yo que estuve aquí o estuvieron, Una serie de cuentas-entes ligados por un hilo-memoria, Una serie de sueños de mí de alguien fuera de mí? Otra vez te reveo, Con el corazón más lejano, el alma menos mia. Otra vez te reveo — Lisboa, Tejo(**) y todo —,

Transeúnte inútil de ti y de mí, Extranjero aquí como en todas partes, Casual en la vida como en el alma, Fantasma errando en salas de recordaciones, Al ruido de las ratas y de las tablas que rozan En el castillo maldito de tener que vivir... Otra vez te reveo, Sombra que pasa a través de las sombras, y brilla Un momento a una luz fúnebre desconocida, Y entra en la noche como un rastro de barco se pierde En el agua que deja de oirse... Otra vez te reveo, ¡Pero, ay, a mí no me reveo! Partiose el espejo mágico en que me reveía idéntico, Y en cada fragmento fatídico veo sólo un pedazo de mí — ¡Un pedazo de ti y de mí!...
Contemporânea, Junho de 1926. Álvaro de Campos

OTRA VEZ LISBON

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WWW.FPESSOA.COM.AR .::. Sobre el Sitio

http://www.fpessoa.com.ar/sobre.asp

Depus A Máscara

Depus a máscara e vi-me ao espelho. —
Era a criança de há quantos anos.
Não tinha mudado nada...
É essa a vantagem de saber tirar a máscara.
É-se sempre a criança,
O passado que foi A criança.
Depus a máscara, e tornei a pô-la.
Assim é melhor, Assim sem a máscara.
E volto à personalidade como a um términus de linha.


Depuse la máscara y me vi al espejo. —
Era el niño de hace cuántos años.
No había cambiado nada...
Es esa la ventaja de saber sacar la máscara.
Se es siempre el niño, El pasado que fue El niño.
Depuse la máscara, y volví a ponerla.
Así es mejor, Así sin la máscara.
Y vuelvo a la personalidad como a un términus(*) de línea.

L I S B O N

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Luis B. Nuñez - Lisbon, revisited 1935

Luis B. Nuñez - Lisbon, revisited 1935


El sol del medio día de enero, se refleja en las tejas de las casas blancas y en el río azul.Qué decir del cielo!. La ciudad está más Lisboa que nunca. El Castelo de San Jorge domina brillante también entre las construcciones vecinas.El habitante del primer piso de la Rua Coelho da Rocha 16, tiene otra visión de este día. Gris y cansado.Las vigilias de tantas noches, muestran a sus enrojecidos ojos: su maltrecho y abandonado presente.Desde que murió su tía, vive solo en las dos salas. Terminaron sus continuos traslados de pensiones y hoteluchos, pero su interior sigue de mudanza.Domingo largo y monótono, es de nunca acabar. Se ha quedado sin cigarrillos. Solo quedan algunos pitillos en los platos de la cocina. Va hacia la ventana, desde allí se ven las desiertas veredas. La portera del edificio, va a visitar a sus parientes de Benfica. Alves no ha venido a abrir la cigarrería, tampoco el almacén de la esquina esta abierto La Brasileira es su única salida. Pero a qué ir a ese lugar un domingo. Sus amigos y las tertulias de los días de semana no estarán hoy. Qué es lo que le hace pensar que todos ellos, sus amigos están hoy fingiendo: ser buenos padres y esposos amantes?. Vuelve de la ventana a la sala donde en el alto escritorio su maquina espera. Cuando comienza a escribir y descansa su pie izquierdo sobre uno de los baúles de debajo del escritorio, no sabe sí esta en lo de Fonseca o en la Rua Coelho 16.Oye pasar un tranvía en camino al final del recorrido: Los Plazzeres. Domingo sin tertulias, cigarros y vino.Desde el atalaya, una ventana, una colina mas de Lisboa, vigila el movimiento del Hospital. En la plazoleta del frente, el busto de Wellington es también pálido testigo del día interminable. Pereira, su medico en él ultimo reconocimiento al estudiar la radiografía, señalando la mancha en el hígado dijo, es dura y seca como esa estatua. No tenemos solución, definitivamente no.


La carta que escribe en el alto escritorio, para su amigo Monteiro, lo aparta de la nada y de la nausea que vuelve y lo ahoga. Alves no llegará. No obstante este dominical ánimo, ayer con la visita de su barbero, se había sentido un poco dandy y joven como en la lejana Dubron. Allí definió que iba a ser un poeta ingles.La carta a Monteiro es todo un hecho que lo hace sentir tal vez esperanzado. Ha podido concluirla y ha escrito como hace tiempo no lo hace. Le explica en ese correo su plan de publicaciones para ese año y la génesis del “drama de gentes”. El drama que duerme debajo de su escritorio, en los papeles dentro de los baúles. Su saudade de sentirse entendido y otra vez niño. Otro año terminado en cinco que traerá dolor pero esta vez paz, alguien le dijo en lo de de Martihno da Arcada “Descansa, pocos te llorarán”.La carta son sus pensamientos que precipitadamente se escriben, tal cual salen de su afiebrada cabeza. Las palabras brotan como en una charla, solitaria tertulia en la sala del frente junto a la ventana. La vieja Royal. En ella golpea las palabras, la angustia, también el plan de escribir que no lo abandonó nunca.Escribir de pie sobre su elevado escritorio es un habito que viene de lejos. Tal vez su trabajo en oficinas comerciales de la Baixa o el despacho de bebidas de Fonseca en la calle Do Ouro. Sus bolsillos con notas y apuntes que dibuja en servilletas que luego pasará a maquina en su casa o en la oficina son el resultado de sus ultimos dias desquisiados. .La carta de ese 13 de enero es todo para el, en su domingo y solitaria tertulia.Para su buena administración le pide a Monteiro que avise lo antes posible, cuando la reciba..Prepara un sobre, que pone con la carta en un bolsillo de su chaqueta. Esta cuelga del picaporte de la ventana. No debe olvidar despacharla mañana. Los últimos años han sido muy duros, ahora desearía tener una entrada regular, para remediar su situación. Tal vez así podrá escribir y ordenar algunos de sus papeles y sacar al fin una publicación decente.Enciende la radio que dejó su tía. Se escuchan canciones inglesas. El ingles es su idioma y desde joven en las colonias quiso ser un poeta ingles.. Ya se lo ha escrito a su amigo. Pero solo es un poeta portugués.

La voz canta:NO MATTER WHAT THE FUTURE BRINGS, AS TIME GOES BY.Qué traerá el mañana? Ya dentro de sus propios versos, finge tan completamente; que hasta finge que es dolor, el dolor que en verdad siente.Ahora vivo, nadie verá esos papeles de los arcones.AS TIME GOES BY.Va a la cocina, saca un pitillo del plato de restos y trata de encenderlo. Llena una copa del ultimo vino que queda en la casa. THE LAST DRINK, THE BIGINING OF THE END.Unos meses después el poeta, en una cama del Hospital San Luis de los franceses, espera el final. Pide papel, lápiz, anteojos y escribe su ultimo verso, la triste hoja del libro caído de su vida.I KNOW NOT WHAT THE FUTURE WILL BRING.Fue en el momento de despedirse del mundo, cansado, incluso cansado del cansancio, que comprendía que nunca había podido ser nada en la vida porque estaba condenado a fracasar en todo; al final, para comenzar a vivir tenia que comenzar por morir. La ceremonia fue discreta y las lagrimas escasas o ningunas. Estaban en el lunes lluvioso en Los Plazzeres, algunos viejos compañeros, un joven admirador, dos de sus patrones, su amigo el barbero. Este fue el principio.

viernes, 11 de mayo de 2007

Juan Carlos Onetti

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Juan Carlos Onetti

Juan (Una charla con Dolly de Onetti)

“ ‘Puedo ver en sueños, por lo menos, el rostro de lo que no sé’, repetía ella.”
Juan Carlos Onetti, La Vida Breve.


A pesar de los cinco minutos de retraso, el sujeto se detuvo en la cresta de su prisa a mirar el edificio. Finalmente había llegado. Una calle y un ascensor lo separaban del lugar que había deseado visitar, con indecisa avidez, desde hacía muchos años. Los carriles de alta velocidad de la avenida América rugían bajo sus pies. El polvo y el sol de ese verano madrileño, que golpeaban las paredes y los parasoles verdes, le daban al edificio un aspecto de fatiga. Su afán de llegar a ese lugar había surgido años atrás, cuando leyó una noti-cia que decía que su amigo se encontraba recluido en un apartamento del que ya nunca salía. Desde entonces, el sujeto se propuso ir a buscarlo. La única pista que tenía era el nombre de una avenida. A un océano de distancia había intentado inútilmente averiguar la dirección exacta. Su idea era escribirle una carta ineludible. A lo largo de los meses, el sujeto redactó mentalmente centenares de versiones de la carta. Sabía que su amigo era algo huraño, que no accedía fácilmente a las visitas. En la carta le hablaría de lo mucho que significaban para él todos sus libros, le diría que él también escribía, le diría que era periodista y que quería visitarlo —pero no para hacerle una entre-vista—, que su única ambición era poder darle un abrazo, saber que era real, cru-zar con él unas palabras sobre el clima o sobre el tráfico. Pero el amigo había muerto antes de que el sujeto pudiera darle vida a su sueño de viajar a visitarlo. La carta ni siquiera fue escrita. El hombre se había ido sin saber que en un perdido pueblo de ultramar, llamado Cartagena, alguien car-garía para siempre con el peso de no haberle agradecido esa lucha nocturna y so-litaria a la que tanto le debía. En el cruce de la avenida América con la calle Cartagena, el sujeto pensó en las paradojas de la vida. Imaginó lo que habría sentido si su amigo siguiera vivo en ese apartamento que asomaba su penacho vegetal en el último piso. Pensó en los derrotados de los libros de su amigo y se acercó al edificio. "Juan Carlos Onetti vive en el octavo piso", le informó el joven vigilante, in-consciente de la herida que causaba con aquello que decía, dando a entender con su entusiasmo que sabía la importancia del hombre del piso octavo. "Tome usted el ascensor. Queda al final del pasillo." Antes de sonar el timbre, el sujeto miró el gastado tapete de fique frente a la puerta. Pensó que tal vez su amigo se había limpiado allí los zapatos la última vez que entró para nunca más salir. Miró su reloj. También esto sucedía a la hora de los sueños. Pensó que ya poco le importaba llegar un poco tarde a esa cita, cuando su retraso verdadero era casi de año y medio.
* * *
“¿Qué signo sos?”, preguntó la mujer, desenfadada, argentina y fuerte. “Géminis”, dijo el sujeto, sin terminar de hacerse a la idea de que estaba en el apartamento de su amigo. “¿Géminis? ¡Qué bien! También yo soy géminis. Estoy segura de que vamos a entendernos”. Estaban sentados en la mesa del comedor. El sujeto tenía al frente un venta-nal que daba a la terraza, a las plantas con algunas flores obstinadas a pesar de la furia del verano. A un lado estaba la sala, silenciosa, llena de libros. Y a su espal-da, la muda palpitación del cuarto. “Juan es cáncer”, dijo la mujer, en un presente que hacía más notoria la pre-sencia en el cuarto. “Tiene mucho de su signo. Le gustan los espacios cerrados, protegidos. Una vez que se mete en un sitio ya no quiere salir”. A pesar del gris que la envuelve, en su cabello revuelto y con vestigios de amarillo, en sus ojos claros, en su camisa azul pálido, es fácil apreciar la sobria belleza que acompañó al amigo durante muchos años. Se levanta, mueve con pasos vivaces y casi saltarines su cuerpo de bas-quetbolista. Trae un paquete con las últimas fotos que le tomaron a Onetti. Son unas fotos extrañas, de atmósfera triste y pesada, entre sábanas y almohadas. Su mirada es la de un hombre tremendamente digno que ha vivido demasiado. “Juan conocía mucho a la gente. Con sólo ver a una persona unos minutos ya sabía cómo era y qué pensaba...” Dolly se interrumpe, una ceniza roja se apodera de sus ojos, tiene un nudo en la garganta. “Cuando Juan murió me buscaron para hacerme entrevistas pero yo no quise hablar... Pero en fin, yo sé que debo hacerlo. He estado viendo a un psicólogo y me ha dicho que soy afortunada, que tengo todo lo que él escribió, que muchos se van sin dejar nada.” Mira las fotos sobre la mesa, dice sin fuerzas: “Quitalas”. El sujeto las recoge, las oculta de su vista. “Juan hablaba poco de su infancia. Era como un tesoro que no quería que nadie conociera. Sus padres se querían muchísimo. Aún después de veinte años de casados, su padre seguía llevándole flores a su madre, eran como recién casa-dos. Juan siempre lamentó que sus padres hubieran muerto sin conocer sus libros. Creo que sólo alcanzaron a ver el primero”. “Juan supo que escribiría desde muy niño. Es curioso, porque yo siento que Juan escribió bien desde el principio, desde 'El Pozo'. Muchos van evolucionando y van llegando, pero yo siento que Juan era profundo desde los diecinueve años”. “Había leído mucho desde niño. La madre venía y apagaba la luz de noche y él seguía con una vela. En su casa había un armario enorme, uno de esos muebles antiguos, y Juan se metía allí con su gato y el libro que estaba leyendo, y se que-daba horas y horas. Él siempre tuvo esa cosa de encerrarse, que es un poco de los de cáncer, como después se encerró ahí adentro”. Mira hacia el cuarto. Se llena de valor para seguir. “También hacía la rabona en el colegio y se iba a la biblioteca y leía todo Julio Verne, las cosas de los niños...”. El sujeto piensa que a través del dolor de la mujer está sintiendo la presencia de su amigo. Después de la muerte de Onetti había decidido que, igual, iría hasta el lugar donde él había vivido, que a través de Dolly, la violinista de la sinfónica de Madrid, su compañía definitiva, la mujer de sus últimos treinta años, podría estar cerca de él. Piensa en los lazos que los unieron, en lo mucho que su amigo debía conocer a esa mujer, él que tanto conocía esa insólita mezcla de ternura y de fiereza que hay en una mujer. “Juan siempre estuvo entre mujeres. Cuando tenía doce años se iba donde las ‘minas’ y se sentaba en una sillita a mirarlas, hasta que una se acercaba y le decía: ‘Vení, mocoso’ ”. "Me acuerdo de Alcina, un amigo de él, a quien le dedicó Bienvenido Bob. Ellos vivieron juntos en Buenos Aires, cuando eran muy jóvenes y, mientras Juan se anudaba la corbata para salir de noche, el otro le decía: ‘¿Y esta noche qué va a ser? ¿Una rubia? ¿Una morena?’ ”. “En aquel tiempo Juan vivía al tope, con los amigos, con la tertulia. Tuvo una linda época en Buenos Aires, conoció a Roberto Arlt, era un hombre muy nocturno”. “Cuando nos conocimos en Buenos Aires él estaba escribiendo La vida bre-ve y un día me dijo: ‘Te metiste en mi novela’. Así fue, en la novela apareció una violinista que no tenía mucho que ver con el resto de la historia." “Cuando llegué a Montevideo quedé enloquecida. Salía con Juan y con sus amigos, con toda esa gente tan brillante —por algo le decían a Montevideo la Suiza de América— y yo lo que hacía era quedarme con la boca cerrada escu-chando todo esto, que era maravilloso...”. Dolly es incapaz de quedarse mucho tiempo sentada. Siempre hay algo que la obliga a levantarse: una nueva cerveza, una vecina que ha venido a que le presten el teléfono, el deseo de mostrar todas las ediciones de los libros de Onetti —y en todos los idiomas a que han sido traducidas— que guarda en el cajón su-perior del mueble del comedor. “El Astillero y Juntacadáveres los escribió en Montevideo. Juntacadáveres lo empezó en Buenos Aires y un día iba para su casa —para llegar a su aparta-mento debía recorrer un corredor muy largo— y dice que cuando iba por el co-rredor le vino a la mente toda la historia de El Astillero. Supongo que ya la tenía medio metida, pero ahí se le reveló todo y se entusiasmó tanto que dejó Juntaca-dáveres y escribió El Astillero más o menos de un tirón. Lo terminó en Montevi-deo, donde nos fuimos a vivir, y como en esa época no publicaba así no más, porque no era conocido, decidió mandarlo a un concurso en Buenos Aires. Yo se lo copié todo a máquina. Me acuerdo que trabajaba medio día de secretaria y, con el permiso de los jefes, lo pasé a máquina dentro de la oficina porque tenía muy poco que hacer. Entonces lo mandé y cometí un error —no me di cuenta— al po-ner la dirección de Montevideo. Yo no había visto que las bases decían que había que vivir en Buenos Aires.” “El jurado decidió que había que darle el premio, pero cuando vieron el so-bre lo descalificaron. Entonces lo publicaron, pero sin premio... La primera edición de El Astillero es bellísima." Mira pensativa el mueble del comedor. No recuerda si allá arriba está guar-dada esa edición. “Juan conoció El Astillero. Estaba en la Boca, cerca de Buenos Aires, era el astillero en ruinas del que habla en su novela. Allí también vio a la mujer de la casilla, era una mujer muy flaca que le impresionó mucho. Era una mujer de di-nero que lo había dejado todo por irse a vivir allí con un hombre”. “¿Recuerdas la escena en que Larsen huye aterrado de esa mujer, cuando va a dar a luz? Juan siempre decía que era injusto traer hijos a sufrir. Juan no fue ni padre ni abuelo, siempre vivió alejado de sus hijos y de sus nietos. Su primera separación fue muy dolorosa, lo afectó mucho alejarse de su hija de tres años”.
* * *
“Juan solía escribir los viernes en la noche. Como él siempre fue muy noc-turno, por su trabajo como periodista, prefería escribir en las horas de la noche, y los viernes eran especiales”. “A veces, los viernes en la tarde, nos poníamos a hablar y yo veía que él es-taba con la atención en otro lado. Entonces le decía: ‘Ya estás novelando’, y él reía”. “No necesitaba muchas cosas para escribir. Guardaba y le divertía mucho una caricatura de un hombre que se asomaba por la puerta de un iglú, en el polo norte, y le decía a su esposa: ‘aquí tampoco soy capaz de escribir’ ”. “Él simplemente se sentaba, con una copa de vino y con sus cuadernos, y es-cribía. Juan siempre escribió a mano, decía que sentía mucho mejor lo que de-cía”. Dolly se acerca hasta el mueble del comedor y abre uno de los cajones infe-riores. Allí, donde era de esperar una vajilla, hay un mar de cuadernos enormes, cada uno con una etiqueta: Dejemos hablar al viento, Cuando entonces. La últi-ma novela, Cuando ya no importe, fue escrita en una agenda. La letra es clara, amplia, espaciada, una rítmica mezcla de curvas y ángulos. El sujeto pasa sus manos por las hojas, siente, se asoma a las noches de viernes de su amigo. "Juan tenía una letra clarísima. Tú vez que escribía cada letra, letra por letra. Él decía que mientras más lento iba mejor, porque le daba tiempo para ir buscan-do las palabras. Cuando le hablaban de su adjetivación, de la forma como encon-traba la palabra justa, Juan decía: ‘Me da tiempo, por lo despacio que lo hago’ ”. En la primera hoja del cuaderno donde empieza la novela Dejemos hablar al viento, el sujeto encuentra unas misteriosas iniciales. Dolly explica: “Son las ini-ciales de una oración a la Virgen. Cuando Juan escribía algo que le gustaba, reza-ba esa oración. Es curioso, a pesar de que nunca fue muy religioso, Juan siempre tuvo algo especial con la Virgen”. El sujeto piensa en Santa María, en ese pueblo universo cuyo nombre ahora entiende mejor. “Juan era inmensamente feliz cuando escribía. Contento no es la palabra. Se pasaba la noche entera con su cuaderno y al día siguiente me decía: ‘Tenés que trabajar’ y entonces me daba el libro para que lo pasara a máquina. Luego hacía sus correcciones, aunque hacía muy pocos cambios”. “El último libro lo armamos un poco entre el hijo de Juan —Jorge, que se vino a vivir a España hace unos diez años— y yo, porque Juan estaba bastante mal y no tenía muchas ganas”. “Cuando le preguntábamos por un capítulo, decía: ‘pónganlo donde quie-ran’. Yo le decía: ‘no, porque esto tiene un orden’ ”. “Yo creo que él hizo a propósito un capítulo, no sé si te acuerdas, en el que dice que vino como un viento y se llevó todo y las hojas cayeron. Era una manera de decir: ‘Bueno, si está todo desordenado, qué importa’ ”. “Después de la novela, Juan siguió escribiendo —hizo como unas ochenta páginas— pero esto sólo fue un rebote. Estaba escribiendo y seguía escribiendo hasta que realmente se puso mal y no podía más”. “Odiaba...”, Dolly vuelve a conmoverse, vuelve a forcejear con el nudo de su garganta, “...odiaba la vejez. Él amaba a la gente joven, en el comienzo de la vida”. “Hay una parte, creo que en Los niños en el bosque, donde habla de una es-calinata en una universidad, no me acuerdo muy bien cómo era, y decía: “el im-pulso de tirar a un viejo por unas escaleras, porque es viejo...”. “Odiaba la decrepitud, lo que hacía la vida con el cuerpo de uno, la injusti-cia...”. “A veces pienso que deberíamos empezar por la muerte y volver, todo hacia atrás, hacia el nacimiento”. Al final de estas palabras, el sujeto termina de admitir lo que se negaba a admitir, que a veces, en un giro de voz, en una confluencia breve de luces y de sombras, le parece estar viendo, en Dolly, el rostro de su amigo. Como si ella fue-ra un espejo que lo siguiera reflejando.
* * *
“A Juan lo que más le importó, en cuanto a sus libros, fue poder publicar en Gallimard, y lo logró. Había leído todo Proust en Gallimard, en una edición ma-ravillosa y para él, llegar a esa editorial, era el summum del escritor. Estando acá se habló de hacer una obra de Juan con Gallimard y, aunque ellos querían un contrato largo, Carmen Balcells le dijo a Juan que resistiera para que sólo fuera por cinco años (Juan la adoraba, le mandaba flores, le dedicó el último libro, igual que el Gabo). Bueno, lo cierto es que Juan resistió y al final consiguieron los cinco años y se hizo la edición con Gallimard”. “A Juan también le gustó mucho la edición de Aguilar de sus obras comple-tas, que ahora no son para nada completas. Quería mucho esa edición, la tenía bien guardadita ahí, que nadie se la llevara y muchas veces miraba sus hojas del-gaditas y sus tapas marrones”. “Ese libro, la biblia y su diccionario de sinónimos eran los que siempre tenía cerca”. “La introducción era de Rodríguez Monegal, que murió también. Lo que pa-sa es que todos se mueren, todos... todos se van yendo”.
* * *
“Él había hecho como un pequeño Uruguay dentro de esa habitación: con los amigos que venían, con la prensa uruguaya, con las llamadas telefónicas. Uruguay era un recuerdo constante y Juan no miraba otra ciudad, podría decirse que nunca estuvo del todo en España, a pesar de los casi veinte años que llevá-bamos aquí”. “Una vez vino una periodista que, después de mucho insistir, al final llegó a Juan y él le dijo: ‘Bueno, hija, qué quieres’, y ella le dijo: ‘Quiero que me diga qué es lo que siente por Madrid, ¿le gusta la ciudad?’ Juan le contestó: ‘Pues has venido en vano porque no conozco la ciudad’ ”. “Juan leía cuando iba a cualquier lado. En el auto, en el tren, en el avión... donde íbamos leía. No miraba nada, no se enteraba. Lo único que conocía de acá era esta cuadra. Cuando salíamos, íbamos ahí abajo a un restaurante y cenába-mos. Ahí no más, no quería ir más lejos. Allí todo el mundo lo conocía, cenába-mos con los amigos uruguayos, con todo el que caía”. “Juan no conocía la ciudad. Yo le hablaba de las calles cuando escribió Pre-sencia, uno de sus últimos cuentos, que tenía que ver un poco con Madrid —se trataba de un detective que tenía que encontrar una persona que realmente no existía porque estaba presa en Uruguay—, él me preguntaba por nombres de ca-lles para ponerlas, porque no sabía”.
* * *
“Cuando Juan estuvo preso en Uruguay —por formar parte de un jurado que premió un cuento que el gobierno consideró peligroso—, pensamos que se iba a morir, se deprimió muchísimo y no comía. Juan tenía unas depresiones terribles. Yo hablaba con psicólogos, les preguntaba qué podía hacer. Juan sólo aceptó una vez hablar con un psicólogo, era un tío de Eduardo Galeano, hablaron largo rato y le recetó unos medicamentos”. “Cuando pudimos sacarlo de la cárcel, en el 75, y nos vinimos a España, Juan estaba deshecho”. “Por fortuna le ofrecieron escribir un artículo periodístico mensual y todos le ayudábamos a buscar temas y se fue entusiasmando nuevamente con su trabajo”. “Juan no vivió de sus libros, ni siquiera cuando nos vinimos para acá. Sólo después de recibir el Premio Cervantes, en 1980, fue cuando se hizo más famoso y pudimos comprar este piso y un par de oficinas”. “Juan no quiso volver a Montevideo porque odiaba viajar y porque muchos de sus amigos habían muerto”. “Las últimos días leyó más bien revistas —uruguayas y argentinas—, pero poco, porque ya no tenía fuerzas. También tuve que comprarle libros más livia-nos porque se cansaba de sostenerlos y la vista no le ayudaba mucho”.
* * *
"Vení a ver mi terraza", dice Dolly, desahogada, contenta por haber podido hablar. Explica el método que utilizó para seguir regando las matas durante el viaje a Holanda e Inglaterra que acaba de hacer con su hermana: la enorme man-guera negra que recorre las macetas y deja caer en cada una chorritos mínimos. Puede decirse que su jardín, a pesar de ese verano de temperaturas criminales, es una de las zonas más verdes de Madrid. El verde rodea todo el piso, se asoma por la ventana de la sala y arroja su bullicio vital a la atmósfera de la sala y el cuarto. Dolly recuerda que a las cinco tiene un ensayo y entra apurada a la sala. “¿Querés comer algo?” Vuelve a mirar las fotos. “Saqué muchas copias de todo esto para el homenaje a Juan que harán en octubre en Uruguay. Trabajé como tres semanas sacando copias láser de las casi setenta fotos que tengo de Juan”. Mira con ternura la cansada ternura del hombre de las fotos. “A Juan le han sacado tantas fotos. Pobrecito, lo han martirizado con las fo-tos y las entrevistas. Siempre le preguntaban lo mismo. Una vez vino alguien a saludarlo y a decirle que lo admiraba mucho, que no había leído nada suyo pero que lo admiraba mucho, ¿te imaginás?” “Antes de venir los periodistas les decía: ‘Está bien, hablamos, pero nada de fotos’ ”. “Las mejores fotos se las sacó una argentina, era fabulosa. Juan se reía con ella, le decía cosas, le mandaba piropos y estaba muy distendido. A Juan le gus-taba hablar con chicas periodistas, antes de recibirlas me preguntaba: ‘¿Y es bo-nita?’ ”. Se queda atrapada nuevamente por las últimas fotos, por ese rostro de niño maltrecho que no se resigna a ser vencido. “A Juan no le gustaban estas fotos, decía que estaba muy viejo. Juan de jo-ven era maravilloso”. Va a la cocina, vuelve, practica algo de solfeo, abre uno de los cajones del comedor en el que sí hay una vajilla, pone unos platos en la mesa. “No me gusta mirarlas mucho porque se gastan, dejan de ser él y se vuelven simples fotos”. Vuelve a la cocina, deja al sujeto solo en el comedor, inhalando esa atmósfe-ra que pronto va a dejar, mirando los libros de los estantes, las novelas policiacas, pensando que lo mejor era no ver ese cuarto y marcharse con la idea de que el amigo seguía allí dormitando y quizá había escuchado y aprobado o censurado algunas de las cosas que se dijeron esa tarde. “Me alegro cuando alguien me muestra fotos de Juan que no conozco”, dice Dolly desde la cocina. “Me gusta que me cuenten cosas de él que yo no sé”. Regresa, mira el rostro conmovido del sujeto que ha venido a visitarla, su temblor de orfandad. Toma un osito de tela del estante de los libros y se lo entrega. “Tomá”, le dice, maternal, sonriente, vieja amiga del dolor y la tristeza. “Llevá este recuerdo de Onetti”.
Madrid, agosto de 1995.