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sábado, 15 de marzo de 2008

la novela esta muerta

Entonces que? Es la novela la muerta o Tom Wolfe tampoco escucha? ya se sabrà.
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Tom Wolfe: "La novela está muerta"

Tom Wolfe: "La novela está muerta"

El inventor del "Nuevo Periodismo", un estilo surgido de una libreta de apuntes publicada tal cual, según cuenta la leyenda, reconoció que sus libros de no-ficción son más importantes que sus novelas. Con su figura de dandy, ahora rico y famoso, habló pestes de Norman Mailer, su archienemigo, y dijo que "no sabía escuchar". El autor de La hoguera de las vanidades, llevada al cine por Brian De Palma, dice que sólo los libros que mezclan ficción y realidad tienen futuro.
¡Mailer esta muerto! ¡John Updike no ha escrito nada que valga la pena leer desde la presidencia de Ronald Regan! ¿Roth? Bueno, sí, es prolífico como siempre. ¿Pero no se han cansado ya de Zuckerman, su alter ego pusilánime y abrumado por su vida cómoda que llega a su fin? ¿Salinger? Esta más escondido que Bin Laden. ¿Pynchon? Ok, sí. Sigue jugando en la Primera División pero sería más fácil conseguir una entrevista con Elvis que con el autor paranoico del Arcoiris de la Gravedad. De los grandes escritores estadounidenses vivos que trazan su linaje desde Melville y Twain, desde London y Dos Pasos, desde Hemingway y Faulkner, y hasta Truman Capote y Hunter S. Thompson, ¿quién queda aún parado en el ring, luchando ambiciosamente en la caza del Gran Premio –más elusivo que la Ballena Blanca que arrastró al abismo a Ahab y su tripulación–: la Gran Novela Americana? ¿Quién, pregunta usted? Hay sólo una respuesta: Tom Wolfe.

¡Sí, Tom Wolfe! El inventor del Nuevo Periodismo. El último dandy americano. El reportero impecable, incansable e innovador que pudo retratar tribus de los 60 tan heterogéneas como los monjes lisérgicos del Bus Mágico de Ken Kessy (The Electric Cool Aid Acid Test, 1968) y los aviadores cojonudos de la NASA (The Right Stuff, 1979).

Tom Wolfe, el autor de tres novelas dickenseanas, de más de 600 páginas cada una, que retratan a los Estados Unidos en todo su fulgor, ambición, belleza y perversión en los 80, los 90 y los 00, respectivamente (The Bonfire of the Vanities, 1987, A Man in Full 1998, I am Charlotte Simons, 2004). Acaba de cumplir 78 años y sigue con más energía, ganas y lucidez que cualquiera de los ya-no- tan-jóvenes escritores que se jactan por ser el próximo Gran Novelista Americano como Jonathan Franzen, David Foster Wallace o Jeffrey Eugenides.

¡Y en sólo dos meses este legendario Tom Wolfe se viene a Buenos Aires para presentarse en la Feria del Libro! Entonces nos fuimos urgente a visitarlo en Miami, la última gran capital latinoamericana, para charlar –aunque fuera sólo un rato– sobre qué está escribiendo, qué esta pensando, y sobre cómo llegó a ser Tom Wolfe.

Cordial y sonriente (si te fijás bien verás que sus dientes están llenos de oro), Wolfe me recibe en su hotel preferido de un barrio recoleto y exclusivo de Miami llamado Coconut Grove (está preparando una novela más, situada en Miami). Y no defraudó. Revivió el debate con su Némesis, el difunto pugilista literario de Brooklyn, Norman Mailer: "Mailer no sabe escribir diálogos porque no escucha. Sólo sabe escribir sobre Norman Mailer". Me contó el secreto detrás de su traje blanco: "Por muchos años me sirvió como substituto de una personalidad".

Confesó algunas intimidades existenciales: "La gran decepción en mi vida fue no ser jugador de béisbol profesional. Si me hubieran dado un contrato, aunque fuera para la cuarta división, felizmente no hubiera escrito una sola palabra".

Y me entretuvo con descripciones de tramas inéditas de su próxima novela, Back to Blood (De regreso a la sangre) que promete que se publicará el año que viene y que toma como tema central la temática social de los Estados Unidos en este nuevo siglo: sus inmigrantes. Fueron solamente dos horas que en el comedor del Hotel Mayfair, inundado de música funcional a todo volumen (Shakira, Sting, Peter Gabriel, etcétera. ¡Todos tus hits favoritos, nostálgicos y bailables, de los ochenta, los noventa y hoy!), pero dieron mucho para relatar.

Entonces, no perdamos más tiempo con preliminares en clave de Wolfe. ¡Empecemos de una vez!

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La entrevista empieza así, en el salón de desayuno del hotel: "¿Quieres tomar café?" Como no hay nadie atendiendo a este tesoro nacional viviente en este hotel de cinco estrellas, Tom Wolfe se va solo a la cocina, sonriendo. "Hello! Hello? Could we have some coffee, please? Hellooooo?" Vuelve, momentos después, cargando un gigantesco termo de aluminio. Nos sirve dos tazones (al cronista y al fotógrafo) y se sirve a sí mismo. Sonríe sinceramente, se reclina, y comenzamos.

Por más que haya vivido casi la mitad de su vida en la ciudad de Nueva York, Wolfe aún mantiene el suave acento sureño de su Virginia natal y también el aire de caballerosidad y distensión que uno asocia con los sureños de su país. Las respuestas concretas llegan pero tras divagaciones y paréntesis y hasta paréntesis dentro de paréntesis.

Estamos en Miami, es bueno recordarlo antes de seguir, pues aquí Wolfe vivió una experiencia inolvidable para un estadounidense: en su propio país se sintió un sapo de otro pozo. Veamos.

¿Esta acá en Miami investigando su próxima novela?

Sí, y ya tengo título, algo que no me pasa siempre. Pero cuando lo tengo me siento mejor. Tuve The Right Stuff desde el comienzo y también La hoguera de las vanidades. En ese caso estaba en un tour de American Express por Florencia. Paramos en la Piazza de la Signoria donde Savonarola tuvo su famosa hoguera de las vanidades y allí mismo me dije "¡Pucha, qué frase! Ese es el título de un libro". No sabía de qué se trataría el libro, pero tenía el título.

¿Y "The Right Stuff"?

Yo tengo un amigo chino-americano que vive en California. Por algún motivo estaba desesperado por ser policía. Se había recibido en la universidad, pero quería ser policía. Pero no cumplía con los requisitos mínimos de altura: tenía que tener por lo menos cinco pies y siete pulgadas, y el tenía cinco con seis y medio. Y hacía todas las cosas imaginables para intentar vencer este obstáculo. Por ejemplo, había leído que somos más altos cuando nos despertamos por la mañana, porque se nos alarga la columna vertebral. Bueno, al instante de despertarse se iba rajando en su auto a la comisaría en donde hacían los exámenes de admisión. Pero era un Volkswagen que andaba muy lento y cuando llegaba ya se había achicado. De todas maneras, él me explicaba que sabía perfectamente bien que ser guardia se seguridad era un trabajo muy bien pagado y si lograbas ser jefe de seguridad en un Mall, por ejemplo, podías ganar hasta $ 150.000 por año, que era un muy buen sueldo en esos tiempos...

¡Y hoy también!

Bueno, no sé. Cómo se está yendo el dólar para abajo... De todas maneras, él me decía que por más dinero que ganabas ibas a saber siempre, en tu corazón, que solamente un Policía Metropolitano tiene the right stuff (tiene la "posta"). Y allí estaba. Yo ya estaba interesado en los astronautas y esa frase se convirtió en mi guía para escribir el libro. Una historia que, como todas las buenas, está fuera de uno, ¿entiendes?

¿Y la próxima novela?

Esta nueva novela que estoy escribiendo ahora se llama Back to Blood; sangre en el sentido de linaje. Acá en Miami, por ejemplo, hay una confluencia de distintas nacionalidades y de grupos étnicos. No son solamente los cubanos. Hay haitianos, nicaragüenses; ahora están entrando los rusos. Lo que me fascina es que Miami es el único lugar donde –hasta donde yo he podido averiguar– más de 50% de la población son inmigrantes recientes. Los Estados Unidos está lleno de inmigrantes pero en este caso me refiero a inmigrantes que llegaron desde 1960. Y lo increíble es que controlan el gobierno local. Ha sido muy interesante estar con las autoridades cubanas porque me han tratado muy, pero muy bien. ¡Pero de golpe te das cuenta! Están haciendo el esfuerzo de ser gentil contigo porque tú perteneces a una minoría. Nunca había tenido esa sensación.

Ayer en un taxi, en plena autopista, vi un tipo bajarse de un Mercedes y ponerse a gritar: "¡Vuélvanse todos a su país, cabrones de mierda!" ¿Es algo que está por explotar?

No sé si tanto. Pero uno escucha muchos casos como ese vinculados con el tránsito. Por ejemplo, te cuento una, que es una escena en la novela. Una mujer llega tarde a un restaurante con su marido y justo ve que se está desocupando un lugar para estacionar. Pero cuando se libera entra un Porsche convertible así ¡zweeeeeng - grang! y toma el lugar. Resulta que es una mujer latina. Se arma un gran despelote entre los dos, una gritando en inglés y otra en español, diciéndose barbaridades. Bueno, la americana se enfurece y empieza a gritar: "Hable en inglás, carajo. ¡Está en los Estados Unidos ahora! Y la otra responde, en un inglés acentuado: "Sí. Pero tú estás en MI-AM-I". Pero quiero decirte esto. A pesar de todo lo que puedan decir sobre los Estados Unidos, este sigue siendo el único lugar en el mundo al que pueden llegar personas de otro país, que hablan otro idioma, que tienen otra cultura, y que hasta parecen drásticamente diferentes, y aun así pueden lograr tomar control de una metrópolis en poco más de una generación. Es lo que hicieron los cubanos en Miami.

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Aunque Tom Wolfe consiguió un doctorado en Estudios americanos en la prestigiosísima Universidad de Yale, descubrió luego que su pasión era el periodismo. Ese periodismo romántico que ya no existe, de máquinas de escribir y redacciones llenas de humo y whisky. Decidido a ser un reportero en la Gran Ciudad pasó primero por un diario pequeño, el Springfield Union. Después, entre 1959 y 1962, trabajó en The Washington Post como cronista de la ciudad (y también, por seis meses, reportó desde Cuba tras la toma del poder por Fidel Castro). Allí comenzó a cultivar su estilo de prosa ideosincrática llena de onomatopeyas, perspectivas inusuales y metáforas rimbombantes. Ese estilo, por accidente, terminó siendo una de las características del Nuevo Periodismo, un género de reportaje literario que, según la leyenda, inventó Wolfe casi sin querer. En 1963 estaba trabado con una nota para la revista Esquire sobre gente que modificaba sus autos convirtiéndolos en Hot Rods. Trabado y desesperado sobre el cierre, mandó 49 páginas de sus apuntes –escritas de una manera casi automática– a su editor para que él escribiera la nota.

Pero el editor publicó los apuntes tal cual. Allí nació la leyenda.

Desde 1987, cuando publicó La hoguera de las vanidades, Wolfe se ha dedicado mayormente a la ficción. Sus tiempos de gestación son larguísimos, en parte porque documenta sus novelas minuciosamente y con el rigor de un periodista de investigación. La novela Un hombre entero le llevó 11 años. Su intención declarada públicamente –en un artículo titulado "Cazando la Bestia de un Mil Millón de Pies", publicado en 1989 en la revista Harpers– fue devolver la novela estadounidense a la tradición del realismo: "En este momento débil y pálido y desgastado de la historia de la literatura americana necesitamos que un batallón de Zolas se lancen a este país salvaje, barroco y desopilante y que lo reclamen como propiedad literaria". Aunque sus tres novelas han sido best-sellers y lo convirtieron en millonario, las críticas fueron matizadas y colegas como Updike y Mailer y John Irving lo insultaron públicamente: era un periodista que no tiene por qué o con qué meterse en la Literatura. Wolfe, fanático de una buena disputa, respondió con un ensayo llamado "Mis tres chiflados" despachando a sus tres atacantes: "Un hombre entero les había asustado. Estaban golpeados. Fue tan simple como eso. Un hombre entero era un ejemplo alarmantemente visible de que la ficción a fines del siglo XX podía encarar una nueva dirección: la de una novela intensamente realista, basada en la investigación, que se mete en la realidad social de América de hoy. Una revolución de contenido en vez de forma. Una revolución que haría que muchos de nuestros prestigiosos artistas –incluyendo estos tres viejos novelistas– fueran de golpe estériles e irrelevantes".

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Escribió "Cazando la Bestia de un Mil Millón de Pies" hace más de veinte años ya. ¿Alguien le tomó la palabra? ¿Algún escritor siguió ese manifiesto?

No. Yo creo que nadie me hizo caso. Bueno, hubo uno. Uno que es terriblemente bueno que se llama Richard Price. No sé si necesariamente estaba respondiendo a lo que yo escribí en ese ensayo pero de alguna manera tomó la idea de salir a la calle y conseguir material trabajando. Su primera novela se llamaba The Wanderers y estaba basada en su adolescencia en el barrio del Bronx y su experiencia en ser parte de una pandilla. Es una novela muy graciosa y en momentos conmovedora. Y después escribió dos novelas más basadas en su experiencia personal. En ese ensayo que mencionas yo escribí que Emerson dijo que cada persona tiene una gran autobiografía dentro de ella, si simplemente sabe entender lo que es único de su propia experiencia. Pero no dijo que cada persona tiene dos autobiografías para escribir. Bueno, este Richard Price se salvó porque se volcó a reportar y a meterse en vidas ajenas.

¿Su método de reportar cambia cuando es para una novela?

No. Es lo mismo. Yo pensé que iba a ser mucho más fácil escribir ficción porque, bueno carajo, lo inventas no más. Pero para mí simplemente no lo fue. Terminé trabajando tanto para La hoguera de las vanidades como lo hice para The Right Stuff (Lo que hay que tener).

Si intenta mirar su carrera objetivamente, ¿qué le parece más importante: su trabajo en el Nuevo Periodismo o sus novelas?

No me gusta hacer eso porque me hace sentir más cercano a la muerte. Yo no miro para atrás. No pienso en mi carrera. No me gusta hacer eso.

Entonces podría preguntar: ¿nunca dudó al investigar para una de las novelas, que en realidad el material sería mejor usado en una obra de no ficción?

Mira. Pasó lo siguiente... para contestar tu pregunta directamente... Yo sospecho que mi no-ficción al fin es más importante, desde el punto de vista literario, que mis novelas. Lo que pasó originariamente es que yo iba a hacer un trabajo de no-ficción sobre Nueva York. Algo siguiendo las líneas de Vanity Fair del novelista inglés del siglo XIX, Thackeray. Yo había escuchado que el compositor Leonard Bernstein iba a dar una fiesta en su departamento de Park Avenue para los Black Panthers (grupo político de acción directa de los años sesenta). "¡Dios mío!" pensé, "¡Los Black Panthers en Park Avenue!" Quería una invitación. Mi mujer trabajaba en la revista Harpers y una tarde en que pasé a buscarla entré en la oficina de David Halberstam –que estaba vacía– ¡y allí estaba esa invitación increíble a la fiesta en Park Avenue en el duplex de Bernstein con los Black Panthers! Entonces llamé y di mi nombre diciendo que aceptaba.

Eso fue la acción de un reportero intrépido. No me imagino un escritor debilucho de ficciones haciendo algo semejante.

Es que es considerado tan indigno hacer algo así. Mira, un reportero es alguien con una taza de mendigo que está esperando una contribución a la cual no tiene derecho. Pero simplemente tienes que quitarte la vergüenza y el pudor de encima y meterte en las vidas de los otros. Y estar a la merced de sus agendas y sus horarios. Y es ponerse en posición social terriblemente inferior.

¿Pero en qué momento se dio cuenta de que lo que iba a escribir era una novela y no un reportaje?

Primero fui a esta fiesta y era tan increíble que tenía terror que otra persona lo fuera a escribir. Había un periodista más, un tipo de The New York Times, que había sido invitado oficialmente y que tenía simpatía por lo que estaban haciendo. Entonces le tuve que ganar. Me dije: tengo que escribir esto ya, no puedo guardarlo para la novela.

Y le terminó complicando la vida. ¿Pero ya entonces le gustaba provocar?

Me gustó decir "Miren. ¡Todos ustedes son idiotas!" Simplemente fue un evento muy gracioso, en mi opinión. Pero, al escribirlo perdí lo que iba a ser un gran capítulo en mi novela de no-ficción. Y en ese momento me di cuenta de algo. Tienes que entender que ya en ese momento tenía cincuenta años. ¿O era más tarde? No me acuerdo cuándo era exactamente. Bueno, de todas formas, yo sabía que había mucha gente que me estaba observando atentamente. Yo estaba haciendo este gran alboroto por una nueva forma de arte, una nueva forma de narrar –o sea, el Nuevo Periodismo–, pero sabía que había muchas personas que pensaban: "Dios mío. Qué manera tan complicada de evadir de escribir la grande (The Big One)". Es decir, escribir una novela.

¿Entonces sentía culpa por no haber escrito una novela?

Sí. Porque para todas las personas en este país que arrancaban en la universidad con la intención de ser un escritor serio, la novela es la única meta. Era la cosa más seria, el logro más codiciado. Pero, para mí, en algún momento el periodismo se convirtió en algo muy interesante y me dediqué a eso. Pero allí siempre –yo sabía– estaban las personas que decían, "¡Cuántas vueltas más tienes que dar para escribir una novela!" Entonces me dije: "Bueno, dale. Tú puedes hacer eso". Y me costó una barbaridad al comienzo.

¿Sufría escribiéndolo?

Sabes, simplemente me quedaba sentado frente a mi escritorio en un estado catatónico. Sabía que se iba a tratar de Nueva York. Sabía que iba a tratar de las clases altas y las clases bajas. Pero no arrancaba. Hasta que, durante unas vacaciones, conocí al juez Burt Roberts. Era un gran raconteur que terminó siendo el juez principal en las cortes criminales y civiles del Bronx. Entonces comencé a ir a los juzgados. Tomaba notas. Y allí estaba todo. Era un lugar donde, por definición, se juntaban las clases altas y las clases bajas. Allí, trabajando como un reportero, me empecé a destrabar.

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¿Usa el traje blanco siempre, aun cuando está investigando?

No, no. Mira, nunca intento pasar inadvertido porque no me sale. Si estoy trabajando suelo usar un blazer azul. Pero sí uso corbata. Y eso en este país, ahora, te haces ver. Sabes, muchas veces cuando voy a un restaurante se me acercan personas y me preguntan si hay mesas disponibles.

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Como la capa de Superman, las orejas de Mickey Mouse o ese vestido alzado por los vientos del subte de Marilyn Monroe, el traje de Wolfe ya es parte de la iconografía de la cultura popular de los Estados Unidos. Verlo bajar las escaleras del hotel en la hora de la entrevista fue algo extraño y asombroso, como ver a Batman o Darth Vader. Es muy posible que haya viajado a Miami tanto para ver ese traje como para entrevistar al escritor.

Buscando por Internet, encontré al sastre italiano de Nueva York, Vincent Nicolosi, que le hace la ropa a medida a Wolfe desde más de 30 años. Pero no fue una conversación muy fluida.

Le digo al sastre Nicolosi: ¿Cómo describiría usted el corte de los trajes del señor Wolfe?

-¿Corte? ¿Qué corte? (la voz del sastre grita en un inglés con un fuerte acento italiano). Tú vienes a mi tienda, te hago un traje. Mr. Wolfe viene a mi tienda, yo le hago un traje. Cada hombre tiene un traje. Corte, no. ¿Qué corte? No conseguimos ningún secreto.

-¿Cuánto cuestan sus trajes?

-No, no. Eso no lo digo por teléfono. Venga tú a mi tienda y te digo.

-¿Lee los libros de Wolfe?

-¿Leer? ¿Qué corno? Sí, sí. Tengo los libros acá. El me regala los libros. Eh. ¿De dónde eres? ¿Vas a venir a mi tienda...?

Mejor ir directo a la fuente.

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Señor Wolfe, llamamos a su sastre antes de venir, para entrevistarlo.

No me digas. ¿Pudiste entender una palabra de lo que hablaba?

Fue bastante complicado. Pero quería preguntarle, aunque parezca frívolo: ¿Piensa que hubiera sido el mismo escritor sin el traje blanco?

Lo que pasó es que yo siempre quise ser un reportero en Nueva York. Ese era el lugar. Yo estaba en The Washington Post cuando me llamaron, en 1962, para un trabajo en Nueva York. En esos días los reporteros tenían que usar saco y corbata. Y yo tenía exactamente dos sacos a muy mal traer. Entonces me fui a una tienda y me compré un traje blanco. En Virginia, de donde soy, no es para nada fuera de lo común vestirse en un traje blanco en el verano. Pero este traje, por más que fuera blanco, estaba hecho con un material bien espeso, como de lana. Por lo tanto lo empecé a usar en noviembre con el frío, porque no tenía mucha ropa. Y desde el primer día me di cuenta que le molestaba a la gente sobremanera. Era de un corte convencional pero el maldito era blanco. Bueno, esto habla más de mí que de ellos, pero por primera vez en mi vida me empezó a producir un gran placer vestirme por la mañana. No tengo el número directo para las consultas nocturnas del doctor Freud, sino le preguntaría de qué se trata. Pero poco después publiqué mi primer libro, The Kandy-Kolored Tangerine-Flake Streamline Baby, una antología de artículos de revista. Yo seguía trabajando para el Herald Tribune como reportero, pero por primera vez en mi vida alguien me estaba entrevistando a mí. Estaba muy acostumbrado a entrevistar a gente pero nunca me ocurrió estar al otro lado. Y francamente me sentía muy incómodo y por ende estaba seguro de que iba a ser una entrevista malísima. Pero leí la nota al día siguiente y decía, "Qué hombre interesante. ¡Y se viste con trajes blancos!" Entonces por unos cinco años el traje sirvió como sustituto para una personalidad. Me ha servido bien.

¿Cómo ve a los escritores jóvenes de hoy en los EE. UU. ?

Mire. Estaba hablando con un chico de Harvard, editor de la revista The Lampoon. Se supone que esa posición la ocupa una persona con mucho potencial. Y yo le pregunté qué quería hacer después de recibirse. Y me dijo: "Me encantaría escribir para Los Simpson". ¡Los Simpson! Yo le insistí: "Tu sabes que no hay más de veinte personas en este país que puedan recordar a un escritor de televisión". Pero eso no le preocupaba. Claramente su idea de lo que es una carrera literaria era muy distinta a la mía.

Su archienemigo Norman Mailer dijo, antes de morir, que consideraba que la serie "Los Soprano" estaba consiguiendo, en términos narrativos, cosas que ninguna novela estaba logrando. ¿Compra ese argumento?

Lo compro en el sentido de que son las personas trabajando en el cine las que están saliendo a descubrir cosas. Mailer nunca habría escrito Los Soprano porque nunca se hubiera acercado a personas como ellos. Te tienes que ensuciar las manos. Y tienes que ponerte en una posición inferior a ellos para hacerles preguntas.

¿Leyó su última novela, "El castillo en el bosque"?

La empecé. Pero no, no pude. El sólo tiene un libro. Si vuelves a leer Los desnudos y los muertos te darás cuenta que no es una buena novela. Los diálogos no son muy buenos. Mailer nunca pudo escribir diálogo. Y es porque no escuchaba a la gente. Su único personaje siempre fue él mismo. La única excepción: El canto del verdugo. Pero en ese caso tomó todo el trabajo de un fotógrafo y reportero llamado Lawrence Schiller, que desafortunadamente no podía escribir bien. El le dio las cintas de Garry Gilmore. Ese libro son principalmente transcripciones. Por eso resulta realista.

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¿Es optimista sobre el futuro de la literatura en los Estados Unidos y en el mundo?

No. Sólo la no-ficción. La novela, realmente, murió. La novela seria.

¿Entonces, qué le diría a una persona joven que quiere desesperadamente ser escritor?

Le diría: ¿Quieres escribir ficción o no-ficción? E inevitablemente la respuesta es ficción. Bueno. Entonces le diría: olvídate de la ficción en tus primeros años. Si quieres publicar cosas, es fácil si tienes algo para contar. No tiene que ser algo tuyo personal. Podría ser algo en tu barrio, en tu ciudad, algo que no haya sido reportado y a lo que tienes acceso exclusivo. Pero cuando has terminado el artículo no se lo muestres. Pídeles sugerencias. Si les pides consejos allí sí que te van a defender, porque los estás estimando. Te juro que es realmente fácil. Puedes aparecer de la nada.

El nuevo poder del autor

El nuevo poder del autor
Blogs, webs o foros modifican la relación de los escritores con su público. Autores y lectores dialogan e intercambian ideas.
JOSÉ ANTONIO MILLÁN 15/03/2008

Hola: soy el autor del libro que has empezado a leer, o que empezarás a leer, o que tal vez no leas nunca". Éste es, cada vez más, el saludo que puede contener la web de un escritor.

"Has llegado hasta aquí porque leíste la dirección en la solapa de mi libro, o a lo mejor has venido a través de un buscador. En cualquier caso, voy a contarte algunas cosas. Sobre mí, sobre lo que he escrito, y lo que estoy escribiendo. Si ya eres lector de mis obras, podrás hacerme sugerencias: a lo mejor colaboramos en el próximo libro que escriba. O podrás conocer la obra en la que estoy trabajando. Si te interesa la forma en que redacto un párrafo o creo un personaje, te dejaré echar una ojeada por encima de mi hombro. Si quieres saber cómo me documenté sobre tal o cual tema, te contaré qué libros y revistas he manejado. Ah: y si aún no me has leído, te diré por qué podría gustarte hacerlo. Éste puede ser el comienzo de una larga amistad

...".

El contacto de los autores con su público, y muy específicamente el ágil contacto que propicia la red está lleno de ventajas para ambas partes. Y pienso tanto en los escritores de ficción como en los de ensayo. Los autores pueden recibir nuevas ideas y bibliografía, o ver corregidas las erratas o datos inexactos de los libros. Los lectores pueden recibir adelantos de una obra, materiales complementarios y secretos de la cocina del escritor. Autor y lector pueden también jugar juntos. Por poner dos ejemplos propios: un grupo de lectores está añadiendo en Flickr (sitio gratuito de imágenes) nuevas páginas a mi libro Quasibolo. Y a lo largo de varias semanas estuve debatiendo con mis lectores las posibles puntuaciones de distintos párrafos, como complemento de un libro sobre el tema.

Pero, por encima de todo, el autor puede ahora poner nombre y deseos a los lectores de sus libros. Al otro lado de la mesa de la librería ya no se extiende un abismo negro en el que los autores ven desaparecer sus obras: ahora brillan, aquí y allá, pequeñas estrellas que nos devuelven sus mensajes...

Fijémonos en dos cosas muy importantes. La primera es que en su mayor parte los recursos de la web que un autor puede usar para estos propósitos son gratuitos: blogs, YouTube...: sólo necesitará invertir su tiempo. La segunda es que para este contacto con su público, real o potencial, el autor no tiene que pasar necesariamente por su editorial. Sí; el editor tiene más poder económico, y a veces cuenta con mejor infraestructura que una web personal o un blog: podrá hacer la web de un libro llena de animaciones, o crear un booktrailer (pequeño anuncio en vídeo). Pero, insisto: el autor solo también puede hacer mucho, porque lo más importante aquí no son los medios, sino la comunicación.

Y esto es revolucionario, porque replantea muchas cosas sobre autores y editores. Los primeros han visto notablemente aumentado su poder: para darse a conocer ya no están confinados a la voluntad (o el poder) del editor. Sí: el autor sigue necesitando al editor para crear el libro, y colocarlo en la librería, porque la tarea de editarse su propia obra y ponerla a la venta sigue siendo excesiva para la mayoría de las personas, aunque sea con ayuda de sitios especializados, como Lulu. Pero la promoción y la difusión de su obra puede estar en sus manos.

¿A qué llevará todo esto? Quizás a editoriales que mimen a sus autores y les creen un sitio web. Aunque para un autor que ya lo tenga o pueda hacérselo él mismo esto no será necesario. ¿Tal vez a autores que gestionen su difusión para su editor, a cambio, por ejemplo, de una mejora en sus condiciones? ¿A intermediarios especializados?

En el futuro inmediato no sólo triunfarán los libros que tengan un apoyo en la web, pero para muchas obras la difusión en la red supondrá la diferencia entre la vida y la muerte. He aquí un nuevo terreno para el encuentro, o desencuentro, entre editores y autores. -

El 'blog' y la literatura del siglo XXI

El 'blog' y la literatura del siglo XXI
Las fronteras de los recursos literarios se amplían.
Edmundo Paz Soldán 15/03/2008

La literatura es parte de una ecología de medios que compiten entre sí. Esa competencia puede producir diálogos tensos o estimulantes, apropiaciones constantes de los efectos producidos por otros medios. La llegada del cine, la televisión y el ordenador no significó, como algunos críticos apocalípticos llegaron a sugerir, el fin de las novelas, de los poemas. Los escritores se han ido adaptando a la convivencia con estos medios: los novelistas incorporaron a su escritura procedimientos narrativos derivados del cine; los poetas experimentaron con la tipografía de la máquina de escribir; hoy, gracias a internet y las facilidades tecnológicas del ordenador, ha aparecido el blog como un nuevo género literario; una nueva generación de autores lo utiliza como parte fundamental de su proyecto narrativo, a la vez que busca incorporar en su escritura procedimientos aprendidos en la diaria convivencia con los medios y las tecnologías emergentes.

Cuando aparece un nuevo medio, al principio se tiende a remedar a otro ya existente: por ejemplo, el cine mudo de comienzos del siglo XX tenía deudas con el teatro; hubo que esperar hasta fines de la década del veinte para que hallara su propio lenguaje y se distanciara del teatro. Debido a que el medio es aún muy joven, el tipo de blog que predomina es el de posts que en realidad son columnas de opinión o críticas que no desentonarían en un medio impreso. También están los que tienen algo del diario, del cuaderno de apuntes o del microrrelato. El formato blog es nuevo, pero el lenguaje todavía pertenece a otro medio y a otro género.

El blog que utiliza las múltiples posibilidades interactivas de internet es el que se anuncia como un nuevo género literario. La literatura de los siglos XIX y XX ha tratado de salir de la dictadura del texto e incorporar otros medios; era común ver en las novelas clásicas del siglo XIX y XX gráficos que acompañaban al texto (es famosa la negativa de Kafka a que se ilustrara La metamorfosis, bajo el argumento de que el poder sugerente del texto era suficiente para el lector); recientemente, W. G. Sebald puso de moda la incorporación de fotografías como parte esencial del texto y no como simple ilustración. Son ejemplos son tímidos si se los compara con las posibilidades que despliega el blog para hacer que el texto incorpore imágenes, vídeos, comentarios de lectores. Como dice el crítico mexicano Heriberto Yepez, el blog es también "una obra de arte visual, que el autor puede rediseñar o perfeccionar con un conocimiento mínimo de HTML o simple copy-paste... Lo que sigue de aquí es el multimedia".

El blog debe abrirse al diálogo con las múltiples posibilidades interactivas de la red, hacer navegar al lector: un post debe contener muchos enlaces que nos lleven de aquí para allá (artículos, noticias, foros, blogs, vídeos). También permite que los lectores comenten los posts. Algunos blogueros lo impiden, lo cual va contra la naturaleza misma del blog: la posibilidad de interactuar de forma inmediata y sin filtros con los lectores, de hacer que los comentarios conviertan al post en un foro de discusión. Algunos señalan el peligro de que el blog se convierta en una suerte de dictadura de la opinión pública, que sean los lectores y no el autor quienes determinen la versión final del texto. Pero eso no es nuevo. El diálogo de un autor con los lectores ha ocurrido siempre; el blog lo intensifica, y hace más factible que la opinión de un lector llegue al autor.

El blog es un punto de partida para uno de los caminos de la literatura del siglo XXI. Por un lado, permite la aparición y autoedición de escritores que no siguen los mecanismos de publicación del mundo editorial (de manera irónica, algunos blogs, como premio por su calidad, terminan siendo publicados como libros impresos, aunque lo cierto es que el verdadero lugar del blog es la red). Por otro, gracias al ordenador y a la red, futuros cuentos, novelas y poemas se escribirán incorporando otros medios o la opinión del lector. Los nuevos lectores digitales (el Sony Reader, el Kindle) harán esto más fácil y transformarán no sólo nuestra forma de leer; también la idea que tenemos de la literatura. Pronto, no será extraño estar leyendo una novela en un lector digital y encontrarnos con un enlace a un vídeo en YouTube o a un dato en Wikipedia. Tampoco que los lectores puedan mandar, en tiempo real, sus comentarios al autor de un relato o un poema, y que, debido a ello, este decida cambiar la trama de un relato o la rima de un soneto. El autor no morirá, pero la literatura se hará más interactiva. No hay razones para alarmarse: la creación literaria ha demostrado una extraordinaria inventiva para adaptarse a los desafíos de otros medios. -

FERNANDO PESSOA


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LISBON REVISITED 2008

Sabia de una carta escrita por Fernando Pessoa a Adolfo Casais Monteiro el domingo 13 de enero de 1935, en ese clima se escribio Lisbon Revisited 1935, y ahora resulta que encuentro en mis viajes por internet que el poeta portugues escribio otra carta a Casais Monteiro el domingo siguiente (20 de enero de 1935) Estos buscando ahora las cartas de Monteiro a Pessoa y vere que me dicen. Otro domingo de malestar de Pessoa en su casa Ese invierno no fue de lo mejor. Se volvera sobre el tema.

Luis Nuñez

copio ahora las dos cartas de Fernando Pessoa:


[Primera Carta a Adolfo Casais Monteiro]
Caja Postal 147
Lisboa, 13 de enero de 1935
Mi apreciado camarada:
Agradezco mucho su carta, a la que voy responder inmediata e íntegramente. Antes de, propiamente, comenzar, quiero pedirle disculpas por escribirle en este papel de copia. Se me acabó el decente, es domingo, y no puedo conseguir otro. Pero más vale, creo, el mal papel que el aplazamiento.
En primer lugar, quiero decirle que yo nunca vería “otras razones” en cualquier cosa que escribiese respecto de mí, discordando. Soy uno de los pocos poetas portugueses que no decretó su propia infalibilidad, ni toma cualquier crítica que se le haga como un acto de lesa-divinidad. Además, cualesquiera que sean mis defectos mentales, es nula en mí la tendencia a la manía de persecución. Aparte eso, conozco ya suficientemente su independencia mental, que, si me es permitido decirlo, mucho apruebo y elogio. Nunca me propuse ser Maestro o Jefe; Maestro, porque no sé enseñar, ni sé si tendría qué enseñar; Jefe, porque ni siquiera sé freír huevos. No se preocupe, pues, en cualquier ocasión, de lo que tenga que decir sobre mí. No busco cavas en los pisos nobles.


Estoy absolutamente de acuerdo con usted en que no fue feliz el estreno que hice de mí mismo con un libro de la naturaleza de Mensagem. Soy, de hecho, un nacionalista místico, un sebastianista racional. Pero soy, aparte de eso, y hasta en contradicción con eso, muchas otras cosas. Y esas cosas, por la misma naturaleza del libro, Mensagem no las incluye.
Comencé mis publicaciones con ese libro por la simple razón de que fue el primer libro que conseguí, no sé por qué, tener organizado y terminado. Como estaba listo, me incitaron a publicarlo: accedí. No lo hice, debo decir, con los ojos puestos en el posible premio del Secretariado, aunque en eso no hubiese mayor pecado intelectual. Mi libro estaba listo en setiembre y yo pensaba, incluso, que no podría concurrir al premio, pues ignoraba que el plazo para entrega de los libros, que primitivamente era hasta fin de julio, había sido extendido hasta fines de octubre. Como, sin embargo, a finales de octubre ya había ejemplares listos de Mensagem, hice entrega de los que el Secretariado exigía. El libro estaba exactamente en las condiciones (nacionalismo) de concursar. Concurrí.
Cuando a veces pensaba en el orden de una futura publicación de mis obras, nunca un libro del género de Mensagem figuraba en número uno. Dudaba entre si debía comenzar por un libro de versos grande –un libro de unas 350 páginas–, englobando las diversas subpersonalidades de Fernando Pessoa él-mismo, o si debía hacerlo con una novela policial, que todavía no conseguí completar.
Estoy de acuerdo con usted, dije, en que no fue feliz el estreno que hice de mí mismo con la publicación de Mensagem. Pero concuerdo con los hechos que fue el mejor estreno que yo podía hacer. Precisamente porque esa faceta –en cierto modo secundaria– de mi personalidad nunca había sido suficientemente manifestada en mis colaboraciones en revistas (excepto en el caso del Mar Portugués, parte de este mismo libro) – precisamente por eso convenía que apareciese, y que apareciese ahora. Coincidió, sin que yo lo planease o lo premeditase (soy incapaz de premeditación práctica), con uno de los momentos críticos (en el sentido original de la palabra) de la remodelación del subconsciente nacional. Lo que hice casualmente y se completó por conversación, había sido exactamente trazado, con Escuadra y Compás, por el Gran Arquitecto.
(Interrumpo. No estoy loco ni bebido. Estoy, sin embargo, escribiendo directamente, tan de prisa como la máquina me lo permite, y me voy sirviendo de las expresiones que se me ocurren, sin mirar a la literatura que haya en ellas. Suponga –y hará bien en suponerlo, porque es verdad – que estoy simplemente hablando con usted)
Respondo ahora directamente a sus tres preguntas: (1) plan futuro de la publicación de mis obras, (2) génesis de mis heterónimos, y (3) ocultismo.
Hecha, en las condiciones que le indiqué, la publicación de Mensagem, que es una manifestación unilateral, tengo la intención de proseguir de la siguiente manera. Estoy ahora completando una versión enteramente remodelada del Banquero Anarquista; esa debe estar lista en breve y espero, una vez que esté lista, publicarla inmediatamente. Si así sucede, traduciré inmediatamente ese escrito al inglés, y voy a ver si lo puedo publicar en Inglaterra. Tal como debe quedar, tiene probabilidades europeas. (No tome esta frase en el sentido de Premio Nobel inmanente.) Después –y ahora respondo propiamente a su pregunta, que se reporta a la poesía– me propongo, durante el verano, reunir el tal gran volumen de los poemas pequeños de Fernando Pessoa él-mismo, y ver si lo consigo publicar a fines de este año. Será ese el volumen que Casais Monteiro espera, y es ese que yo mismo deseo que se haga. Ese, entonces, será todas las facetas, excepto la nacionalista, que Mensagem ya manifestó.
Me referí, como vio, sólo a Fernando Pessoa. No pienso nada de Caeiro, de Ricardo Reis o de Álvaro de Campos. Nada de eso podré hacer, en el sentido de publicar, excepto cuando (ver más arriba) me sea dado el Premio Nobel. Y con todo –lo pienso con tristeza– puse en Caeiro todo mi poder de despersonalización dramática, puse en Ricardo Reis toda mi disciplina mental, vestida de la música que le es propia, puse en Álvaro de Campos toda la emoción que no doy ni a mí ni a la vida. ¡Pensar, mi querido Casais Monteiro, que todos estos tienen que ser, en la práctica de la publicación, relegados por el impuro y simple Fernando Pessoa!
Creo que respondí a su primera pregunta.
Si fui omiso, diga en qué. Si puedo responder, responderé. Más planes no tengo, por el momento. Y, sabiendo yo lo que son y en que terminan mis planes, es caso para decir, ¡Gracias a Dios!
Paso ahora a responder a su pregunta sobre la génesis de mis heterónimos. Voy a ver si consigo responderle completamente.
Comienzo por la parte psiquiátrica. El origen de mis heterónimos es el profundo trazo de histeria que existe en mí. No sé si soy simplemente histérico, si soy, más propiamente, un histero-neurasténico. Tiendo a esta segunda hipótesis, porque hay en mí fenómenos de abulia que la histeria, propiamente dicha, no encuadra en el registro de sus síntomas. Sea como fuere, el origen mental de mis heterónimos está en mi tendencia orgánica y constante a la despersonalización y la simulación. Estos fenómenos –felizmente para mí y para los demás– se mentalizaron en mí; quiero decir, no se manifiestan en mi vida práctica, exterior y de contacto con otros; hacen explosión hacia dentro y los vivo yo a solas conmigo. Si yo fuese mujer –en la mujer los fenómenos histéricos rompen en ataques y cosas parecidas– cada poema de Alvaro de Campos (lo más histéricamente histérico de mí) sería una alarma en el vecindario. Pero soy hombre –y en los hombres la histeria asume principalmente aspectos mentales; así todo acaba en silencio y poesía...
Esto explica, tant bien que mal, el origen orgánico del mi heteronimismo. Ahora voy a hacerle la historia directa de mis heterónimos. Comienzo por aquellos que murieron, y de algunos de los cuales ya no me acuerdo: los que yacen perdidos en el pasado remoto de mi infancia casi olvidada.
Desde niño tuve la tendencia a crear en torno a mí un mundo ficticio, a rodearme de amigos y conocidos que nunca existieron. (No sé, bien entendido, si realmente no existieron, o si soy yo que no existo. En estas cosas, como en todas, no debemos ser dogmáticos.) Desde que me conozco como siendo aquello a que llamo yo, recuerdo haber precisado mentalmente, en figura, movimientos, carácter e historia, diversas figuras irreales que eran para mí tan visibles y mías como las cosas de aquello a que llamamos, acaso abusivamente, vida real. Esta tendencia, que tengo desde que recuerdo ser un yo, me ha acompañado siempre, cambiando un poco el tipo de música con que me encanta, pero no alterando nunca su manera de encantar.
Recuerdo, así, el que me parece haber sido mi primer heterónimo, o, antes, mi primer conocido inexistente: un cierto Chevalier de Pas de mis seis años, por quien escribía cartas suyas a mí mismo, y cuya figura, no enteramente vaga, todavía conquista la parte de mi afecto que confina con la saudade. Me acuerdo, con menos nitidez, de otra figura, cuyo nombre, también extranjero, ya no tengo presente, que era, no sé en qué, rival de Chevalier de Pas... ¿Cosas que suceden a todos los niños? Sin duda; o tal vez. Pero a tal punto las viví que las vivo todavía, porque las recuerdo de tal modo que es necesario un esfuerzo para hacerme saber que no fueron realidades.
Esta tendencia a crear en torno a mí otro mundo, igual a este pero con otra gente, nunca abandonó mi imaginación. Tuvo diversas fases, entre las cuales ésta, sucedida ya en la edad madura. Se me ocurría una expresión de espíritu, absolutamente ajena, por un motivo u otro, a quien yo soy, o a quien supongo que soy. Lo decía, inmediatamente, espontáneamente, como si fuera de cierto amigo mío, cuyo nombre inventaba, cuya historia adicionaba, y cuya figura –cara, estatura, traje y gesto– inmediatamente yo veía ante mí. Y así apronté, y propagué, varios amigos y conocidos que nunca existieron, pero que todavía hoy, a casi treinta años de distancia, oigo, siento, veo. Repito: oigo, siento, veo... Y tengo saudades de ellos.
(Comenzando a hablar –y escribir a máquina es para mí hablar–, me cuesta encontrar freno. ¡Basta de darle lata, Casais Monteiro! Voy a entrar en la génesis de mis heterónimos literarios, que es, finalmente, lo que usted quiere saber. En todo caso, lo dicho más arriba le proporciona la historia de la madre que los dio a luz).
Allí por 1912, salvo error (que nunca puede ser grande), me vino la idea escribir unos poemas de índole pagana. Esbocé unas cosas en verso irregular (no en el estilo Álvaro de Campos, sino en un estilo de media regularidad), y abandoné el caso. Se me había esbozado, con todo, en una penumbra mal urdida, un vago retrato de la persona que estaba haciendo aquello. (Había nacido, sin que yo lo supiera, Ricardo Reis.)
Año y medio, o dos años después, un día se me ocurrió jugarle una broma a Sá-Carneiro: inventar un poeta bucólico, de especie complicada, y presentarlo, ya no me acuerdo cómo, en alguna especie de realidad. Pasé algunos días elaborando al poeta pero nada conseguí. Un día en que finalmente había desistido –fue el 8 de Marzo de 1914– me acerqué a una cómoda alta y, tomando un papel, comencé a escribir, de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas al hilo, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no conseguiré definir. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré tener otro así. Abrí con un título, El Guardador de Rebaños. Y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, a quien di inmediatamente el nombre de Alberto Caeiro. Discúlpeme lo absurdo de la frase: había aparecido en mí mi maestro. Fue esa la sensación inmediata que tuve. Y tanto así que, escritos que fueron esos treinta y tantos poemas, inmediatamente tomé otro papel y escribí, al hilo, también, los seis poemas que constituyen Lluvia Oblicua, de Fernando Pessoa. Inmediata y totalmente... Fue el regreso de Fernando Pessoa-Alberto Caeiro a Fernando Pessoa-él solo. O, mejor, fue la reacción de Fernando Pessoa contra su inexistencia como Alberto Caeiro.
Aparecido Alberto Caeiro, de inmediato traté de descubrirle –instintiva y subconscientemente– unos discípulos. Arranqué de su falso paganismo al Ricardo Reis latente, le descubrí el nombre y lo ajusté a él mismo, porque a esta altura ya lo veía. Y, de repente, y en derivación opuesta a la de Ricardo Reis, me surgió impetuosamente un nuevo individuo. En un chorro, y a máquina de escribir, sin interrupción ni enmienda, surgió la Oda Triunfal de Álvaro de Campos: la Oda con ese nombre y el hombre con el nombre que tiene.
Creé, entonces, una coterie inexistente. Fijé todo aquello en moldes de realidad. Gradué las influencias, conocí las amistades, oí, dentro de mí, las discusiones y las divergencias de criterios, y en todo esto me parece que fui yo, creador de todo, lo que menos hubo allí. Parece que todo sucedió independientemente de mí. Y parece que todavía así sucede. Si algún día yo pudiera publicar la discusión estética entre Ricardo Reis y Álvaro de Campos, verá cuan diferentes son, y como yo no soy nada en la materia.
Cuando preparábamos la publicación de Orpheu, fue necesario, a última hora, conseguir algo para completar el número de páginas. Le sugerí entonces a Sá-Carneiro componer yo un poema “antiguo” de Álvaro de Campos: un poema de cómo sería Álvaro de Campos antes de conocer a Caeiro y caer bajo su influencia. Y así hice Opiario, donde intenté expresar todas las tendencias latentes de Álvaro de Campos, conforme habrían de ser después reveladas, pero sin que hubiera todavía algún indicio de contacto con su maestro Caeiro. De los poemas que he escrito fue el que me dio más que hacer, por el doble poder de despersonalización que tuve que desarrollar. Pero, finalmente, creo que no salió mal, y que muestra a Álvaro en capullo...
Creo que le expliqué el origen de mis heterónimos. Si hay, no obstante, algún punto del que precise un esclarecimiento más lúcido –estoy escribiendo de prisa, y cuando escribo de prisa no soy muy lúcido–, dígame, que de buen grado lo daré. Y, es verdad, un complemento verdadero e histérico: al escribir ciertos pasajes de las Notas para el recuerdo de mi Maestro Caeiro, de Álvaro de Campos, he llorado lágrimas verdaderas. ¡Es para que sepa con quien está lidiando, mi querido Casais Monteiro!
Unos apuntes más sobre el asunto... Yo veo frente a mí, en el espacio incoloro pero real del sueño, las caras, los gestos de Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos. Les construí las edades y las vidas. Ricardo Reis nació en 1887 (no recuerdo día y mes, pero los tengo en algún lado), en Porto, es médico y actualmente está en Brasil. Alberto Caeiro nació en 1889 y murió en 1915; nació en Lisboa, pero vivió casi toda su vida en el campo. No tuvo profesión ni educación casi ninguna. Álvaro de Campos nació en Tavira, el día 15 de Octubre de 1890 (a las 1,30 de la tarde, me dice Ferreira Gomes; y es verdad, pues, hecho el horóscopo para esa hora, está bien). Éste, como sabe, es ingeniero naval (por Glasgow), pero ahora está aquí en Lisboa, inactivo. Caeiro era de estatura media, y, aunque realmente frágil (murió tuberculoso), no parecía tan frágil como era. Ricardo Reis es un poco, pero muy poco, más bajo, más fuerte, más seco. Álvaro de Campos es alto 1,75 m de altura, 2 cm. más que yo), magro y un poco tendiente a encorvarse. Cara afeitada todos: Caeiro rubio sin color, ojos azules; Reis de un vago moreno mate; Campos entre blanco y moreno, tipo vagamente de judío portugués, cabello, sin embargo, liso y normalmente con raya al costado, monóculo. Caeiro, como dije, no tuvo más educación que casi ninguna: sólo instrucción primaria; se le murieron temprano el padre y la madre, y se dejó estar en casa, viviendo de unas pequeñas rentas. Vivía con una tía vieja, tía abuela. Ricardo Reis, educado en un colegio de jesuitas, es, como dije, médico; vive en Brasil desde 1919, pues se expatrió espontáneamente por ser monárquico. Es un latinista por educación ajena, y un semi-helenista por educación propia. Álvaro de Campos tuvo una educación común de liceo; después fue enviado a Escocia estudiar ingeniería, primero mecánica y después naval. En unas vacaciones, hizo el viaje al Oriente de donde resultó Opiario. Le enseñó latín un tío de Beira que era sacerdote.
¿Cómo escribo en nombre de esos tres?... Caeiro por pura e inesperada inspiración, sin saber o siquiera calcular qué iría a escribir. Ricardo Reis, después de una deliberación abstracta, que súbitamente se concretiza en una oda. Campos, cuando siento un súbito impulso de escribir y no sé qué. (Mi semi-heterónimo Bernardo Soares, que por otra parte en muchas cosas se parece a Álvaro de Campos, aparece siempre que estoy cansado o somnoliento, de suerte que tenga un poco suspendidas las cualidades de raciocinio y de inhibición; aquella prosa es un constante devaneo. Es un semi-heterónimo porque, no siendo la personalidad mía, no es diferente de la mía, sino una simple mutilación de ella. Soy yo menos el raciocinio y la afectividad. La prosa, salvo lo que el raciocinio proporciona de tenue a la mía, es igual a ésta, y el portugués perfectamente igual; mientras que Caeiro escribía mal el portugués, Campos razonablemente pero con lapsus como decir “yo propio” en vez de “yo mismo”, etc., Reis mejor que yo, pero con un purismo que considero exagerado. Lo difícil para mí es escribir la prosa de Reis –todavía inédita– o de Campos. La simulación es más fácil, incluso porque es más espontánea, en verso.)
A esta altura estará usted, Casais Monteiro, pensando qué mala suerte lo hizo caer, por lectura, en medio de un manicomio. En todo caso, lo peor de todo esto es la incoherencia con que lo he escrito. Repito, sin embargo: escribo como si estuviese hablando con usted, para poder escribirle inmediatamente. No siendo así, pasarían meses sin que consiguiera escribir.
Falta responder a su pregunta sobre el ocultismo. Me pregunta si creo en el ocultismo. Hecha así, la pregunta no es del todo clara; comprendo sin embargo la intención y a ella respondo. Creo en la existencia de mundos superiores al nuestro y de habitantes de esos mundos, en experiencias de diversos grados de espiritualidad, sutilizándose hasta llegar a un Ente Supremo, que presumiblemente creó este mundo. Puede ser que haya otros Entes, igualmente Supremos, que hayan creado otros universos, y que esos universos coexistan con el nuestro, interpenetradamente o no. Por estas razones, y aun otras, la Orden Externa del Ocultismo, o sea, la Masonería, evita (excepto la Masonería anglosajona) la expresión “Dios”, dadas sus implicaciones teológicas y populares, y prefiere decir “Gran Arquitecto del Universo”, expresión que deja en blanco el problema de si Él es Creador, o simple Gobernador del mundo. Dadas estas escalas de seres, no creo en la comunicación directa con Dios, pero, según nuestra afinación espiritual, podremos ir comunicando con seres cada vez más altos. Hay tres caminos hacia lo oculto: el camino mágico (incluyendo prácticas como las del espiritismo, intelectualmente al nivel de la brujería, que es magia también), camino éste extremadamente peligroso, en todos los sentidos; el camino místico, que no tiene propiamente peligros, pero es incierto y lento; y el que se llama camino alquímico, el más difícil y el más perfecto de todos, porque comprende una transmutación de la propia personalidad que la prepara, sin grandes riesgos, o antes, con defensas que los otros caminos no tienen. En cuanto a la “iniciación” o no, puedo decirle sólo esto, que no sé si responde a su pregunta: no pertenezco a Orden Iniciática ninguna. La cita, epígrafe a mi poema Eros y Psique, de un pasaje (traducido, pues el Ritual es en latín) del Ritual del Tercer Grado de la Orden Templaria de Portugal, indica simplemente –lo que es un hecho– que me fue permitido hojear los Rituales de los tres primeros grados de esa Orden, extinta, o en letargo desde cerca de 1888. Si no estuviese en letargo, yo no citaría el pasaje del Ritual, pues no se deben citar (indicando el origen) pasajes de Rituales que están en ejercicio.
Creo así, mi querido camarada, haber respondido, si bien con ciertas incoherencias, a sus preguntas. Si hay otras que desea hacerme, no dude en hacerlas. Responderé conforme pueda y lo mejor que pueda. Lo que podrá suceder, y esto me lo disculpará desde ya, es que no responda tan de prisa.
Lo abraza el camarada que mucho lo estima y admira.
Fernando Pessoa
P.S. (!!!)
— Lisboa, 14 de enero de 1935
Además de la copia que normalmente hago para mí, cuando escribo a máquina, de cualquier carta que envuelve explicaciones del orden de las que esta contiene, hice una copia suplementaria, tanto para el caso de que esta carta se extravié, como para el de, posiblemente, serle necesaria para cualquier otro fin. Esa copia está siempre a sus órdenes. Otra cosa. Puede ser que, para algún estudio suyo, u otro fin análogo, precise, en el futuro, citar algún pasaje de esta carta. Queda desde ya autorizado a hacerlo, pero con una reserva, y le pido licencia para acentuarla. El parágrafo sobre ocultismo, en la página 7 de mi carta, no puede ser reproducido en letra impresa. Creo que puedo, al responder su pregunta, salir deliberadamente un poco afuera de los límites que son naturales en esta materia.
Se trata de una carta particular, y por eso no dudé en hacerlo. Nada obsta a que lea ese parágrafo a quien quiera, siempre que esa otra persona obedezca también al criterio de no reproducir en letra impresa lo que en ese parágrafo va escrito. Creo que puedo contar con usted para tal fin negativo.
Continúo adeudándole la carta ultra-debida sobre sus últimos libros. Mantengo lo que creo que le dije en mi carta anterior: cuando ahora (creo que será sólo en febrero) vaya a pasar algunos días en Estoril, pondré esa correspondencia en orden, pues estoy en deuda, en esta materia, no sólo con usted, sino también con otras personas.
Se me ocurre preguntar de nuevo una cosa que ya le pregunté y a la que me no respondió: ¿recibió mis folletos de versos en inglés, que hace tiempo le envié?
“Para mi gobierno”, como se dice en lenguaje comercial, le pediría que me indicase lo antes posible si recibió esta carta.
Gracias.
Fernando Pessoa

[Segunda Carta a Adolfo Casais Monteiro]
Caja Postal 147
Lisboa, 20 de enero de 1935
Mi querido camarada:
Muy agradecido por su carta. Felizmente conseguí decir alguna cosa que realmente interesase. Llegué a dudar de ello, por la manera precipitada y corriente en que le escribí, al sabor de la conversación mental que estaba teniendo con usted.
Respondo con igual espontaneidad, y por tanto falta de método y ordenamiento, a su carta recién recibida. Pero, en fin, algo respondo. Sigo al acaso los puntos a que tengo que responder. En cuanto a su estudio sobre mí, que desde ya, por lo que tiene de honroso, mucho le agradezco: déjelo para después de que publique el libro grande en que congregue la vasta extensión autónima de Fernando Pessoa. Salvo cualquier complicación imprevista, deberé tener ese libro terminado e impreso en octubre de este año. Y entonces usted tendrá los datos suficientes: ese libro, la faceta subsidiaria representada por Mensagem, y lo bastante, ya publicado, de los heterónimos. Con esto ya, Casais Monteiro, podrá tener una “impresión de conjunto”, suponiendo que haya en mí alguna cosa tan delineada como un conjunto.
En todo esto, me reporto simplemente a la poesía, no estoy sin embargo limitado a esa sonrisa de las letras. Pero, en cuanto a la prosa, ya me conoce, y lo que hay publicado es bastante. Hasta la fecha, que indico como probable para la aparición del libro mayor, deben estar publicados El Banquero Anarquista (en nueva forma y redacción), una novela policial (que estoy escribiendo y no es aquella a que me referí en la carta anterior) y uno u otro escrito más que las circunstancias puedan requerir.


Está extraordinariamente bien efectuada su observación sobre la ausencia que hay en mí de lo que legítimamente pueda denominarse una evolución. Hay poemas míos, escritos a los veinte años, que son iguales en valía –tanto cuanto puedo apreciar – a los que escribo hoy. No escribo mejor que entonces, salvo en cuanto al conocimiento de la lengua portuguesa; caso cultural y no poético. Escribo diferentemente. Tal vez la solución del caso esté en lo siguiente. Lo que esencialmente soy –por detrás de las máscaras involuntarias del poeta, del pensador y de cuanto más haya– es dramaturgo. El fenómeno de mi despersonalización instintiva, al que aludí en mi carta anterior, como explicación de la existencia de los heterónimos, conduce naturalmente a esa definición. Siendo así, no evoluciono, VIAJO. (Por un lapso en la tecla de las mayúsculas me salió, sin que yo quisiese, esa palabra en letra grande. Está bien, y así lo dejo) Voy cambiando de personalidad, voy (aquí es que puede haber evolución) enriqueciéndome en la capacidad de crear personalidades nuevas, nuevos tipos de fingir que comprendo el mundo, o, mejor, de fingir que se puede comprenderlo. Por eso veo esa marcha en mí como comparable, no a una evolución, sino a un viaje: no subí de un piso a otro; seguí, en planicie, de un lugar a otro. Perdí, es cierto, algunas simplezas e ingenuidades que había en mis poemas de adolescencia; eso, sin embargo, no es evolución, sino envejecimiento.
Creo haber dado, en estas palabras apresuradas, algún vislumbre de una idea clara de que estoy de acuerdo con, y acepto, su criterio de que en mí no ha habido propiamente evolución.
Me refiero, ahora, al caso de la publicación de mis libros en un futuro próximo. No hay razón para preocuparse con dificultades en este sentido. Si realmente deseara publicar a Caeiro, Ricardo Reis y Alvaro de Campos, puedo hacerlo inmediatamente. Sucede, sin embargo, que recelo de la ninguna venta de libros de ese género y tipo. La vacilación está sólo ahí. En cuanto al libro grande de versos, ese, como cualquier otro, tiene desde ya la publicación garantizada. Si pienso más en este que en otro, es porque encuentro más ventaja mental en su publicación, y, a pesar de todo, menos riesgo de in-éxito en su edición.
En cuanto a la publicación de El Banquero Anarquista en inglés, tampoco ahí habrá, creo yo, pero por otras razones, dificultad notable. Si en la obra hubiera capacidad de interés para el mercado inglés, el agente literario a quien la envíe, la colocará más tarde o más temprano. No será preciso recurrir al apoyo de Richard Aldington, cuya indicación, de todas maneras, mucho le agradezco. Los agentes literarios (respondiendo ahora a su pregunta sobre lo que son) son individuos, o firmas, que colocan los libros o escritos de los autores cerca de editores o directores de periódicos, que ellos, mejor que los autores, evalúan cuales deben ser, mediante una comisión, en general del diez por ciento. En este punto, sé lo que he de hacer y a quien me he de dirigir; cosa rara, por otra parte, en mí, en cualquier circunstancia práctica de la vida.
Lo abraza el camarada amigo y admirador,
Fernando Pessoa
Borrador de una carta a Adolfo Casais Monteiro
He tenido siempre, desde niño, la necesidad de aumentar el mundo con personalidades ficticias, sueños míos rigurosamente construidos, vistos en visiones de claridad fotográfica, comprendidos por dentro de sus almas. No tenía yo más de cinco años y, niño aislado y no deseando sino estar así, ya me acompañaban algunas figuras de mis sueños —un capitán Thibeaut, un Chevalier de Pas— y otros que ya se me han olvidado, y cuyo olvido, como el imperfecto recuerdo de aquellos, es una de las grandes añoranzas de mi vida.

Esto parece simplemente esa imaginación infantil que se entretiene con la atribución de vida a muñecos o muñecas. Era sin embargo más: yo no necesitaba muñecas para concebir intensamente aquellas figuras. Claras y visibles en mi sueño constante, realidades exactamente humanas para mí, cualquier muñeco, por irreal las arruinaría. Eran gente.

Además, esta tendencia no pasó con la infancia, se desarrolló en la adolescencia, arraigó con su crecimiento, se convirtió finalmente en la forma natural de mi espíritu. Hoy ya no tengo personalidad: cuanto en mí hay de humano lo he repartido entre los autores varios de cuya obra he sido el ejecutor. Soy, hoy, el punto de reunión de una pequeña humanidad sólo mía.

Se trata, a pesar de todo, simplemente del temperamento dramático elevado al máximo; escribiendo, en vez de dramas en actos y acción, dramas de almas. Tan sencillo es, en substancia, este fenómeno aparentemente tan confuso.

No niego, sin embargo —hasta lo acepto—, la explicación psiquiátrica, pero debe comprenderse que toda actividad superior del espíritu, puesto que es anormal, es igualmente susceptible de interpretación psiquiátrica. No me cuesta admitir que esté loco, pero exijo que se comprenda que no estoy loco de manera diferente que Shakespeare, cualquiera que sea el valor relativo de los productos de la parte sana de nuestra locura. Médium, así, de mí mismo, todavía subsisto. Soy, no obstante menos real que los demás, menos coherente, menos personal, eminentemente influenciable por todos ellos. Soy también discípulo de Caeiro, y todavía me acuerdo del día —13 de marzo de 1914— en que, habiendo "oído por primera vez" (es decir, habiendo acabado de escribir, de una sola aspiración de espíritu) gran número de los primeros poemas de El guardador de rebaños, inmediatamente escribí, seguidos, los seis poemas—intersecciones resultado de la influencia de Caeiro en el temperamento de Fernando Pessoa.
Fernando Pessoa

Fernando Pessoa
Conciencia de la pluralidad

No sé quién soy, qué alma tengo.
Cuando hablo con sinceridad no sé con qué sinceridad hablo. Soy variamente otro de un yo que no sé si existe (o si es esos otros).
Siento creencias que no tengo. Me animan ansias que repudio. Mi permanente atención sobre mí continuamente me dicta traiciones al carácter de un alma que, tal vez, no tenía, ni que ella juzga yo pueda tener.
Me siento múltiple. Soy como una habitación con innumerables espejos fantásticos que desvían hacia falsas reflexiones una única y anterior realidad que no está en ninguna parte y está en todas.
Como un panteísta se siente árbol (?) incluso flor, yo me siento varios seres. Me siento vivir vidas ajenas en mi, incompletamente, como si mi ser participase de todos los hombres, incompletamente de cada (?), por una suma de no-yos sintetizados en un yo postizo.

Sé plural como el universo!
Siendo nosotros portugueses conviene saber lo que somos:
a) Adaptabilidad, que en lo mental da inestabilidad y, por lo tanto, diversidad al individuo dentro de sí mismo. El buen portugués es varias personas.
b) La predominancia de la emoción sobre la pasión. Somos tiernos y poco intensos, al contrario que los españoles -nuestros absolutos contrarios- que son apasionados y fríos.
Nunca me siento tan portuguesmente yo como cuando me siento diferente de mi -Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Älvaro Campos, Fernando Pessoa-, y cuantos más haya habidos o por haber.
Presentación de los heterónimos
La obra completa, de la que este es el primer volumen, es de sustancia dramática, aunque en variada forma -aquí con fragmentos de prosa y en otros libros con poemas o filosofía-.
No sé si la constitución mental que los produce son producto de un privilegio o de una enfermedad. Lo cierto es, sin embargo, que el autor de estas líneas -no sé si el autor de estos libros- nunca tuvo una sola personalidad, ni pensó o sintió jamás sino de forma dramática, o el que pudiese tener tales sentimientos, y esto considerado en tanto persona o personalidad ficticia más que él mismo
Hay autores que escriben dramas y novelas; en esos dramas y novelas atribuyen sentimientos e ideas a las figuras que las habitan, y muchas veces estos autores se indignan si estos sentimientos o ideas son tomados por propias. Aquí la sustancia es la misma aunque de otra índole.
A cada personalidad que el autor sintió vivir de manera prolongada dentro de sí, él le dio una índole expresiva, e hizo de dicha personalidad un autor con un libro, con las ideas, las emociones, y el arte con los cuales el autor real (o quizás aparente, porque no sabemos qué pueda ser la realidad), nada tiene -salvo el haber sido-, al escribirlas, el medium de figuras que él mismo creó.
Ni esta obra, ni las que le sigan, tienen que ver con quien las escribe. Él ni acuerda ni desacuerda con lo que va escribiendo. Como si le fuese dictado, escribe, y como si se tratara de un amigo quien le dicta, y que por esta razón le pide que escriba lo que le dicta, encuentra interesante -quizás sólo por la amistad- lo que se le dicta y va escribiendo.
El autor humano de estos libros no conoce en sí mismo personalidad alguna. Cuando acaso siente emerger en él una personalidad, repentinamente advierte que es un ente distinto de él mismo, aunque parecido; hijo mental quizás, y con cualidades heredadas pero diferenciado como un otro.
El autor de estos libro no refuta ni aprueba la posibilidad de que esta cualidad del escritor sea una forma de histeria, o de la llamada disociación de la personalidad. De nada le serviría pronunciarse por ésta o aquella teoría, esclavo como es de la multiplicidad que lo habita.
Que este proceso para realizar arte cause extrañeza no sorprende, lo que sorprende es que alguna cosa no cause extrañeza.
Algunas teorías que el autor tiene en la actualidad, le fueron inspiradas por una u otra de estas personalidades que, en algún momento, alguna hora, algún tiempo pasaron a su personalidad, si es que ésta existe.
Afirmar que todos estos hombres, tan diferentes, tan definidos que le trasmiten a su alma incorpóreamente, no existen, es algo que el autor de estos libros no puede hacer, porque no sabe lo que es existir, ni cuál, si Hamlet o Shakespeare, es más real, o lo real en la verdad.
Estos libros serán los siguientes: Primero, este volumen, Libro del desasosiego, escrito por quien dice llamarse Vicente Guedes; después El cuidador de rebaños y otros poemas y fragmentos del (también y del mismo modo fallecido) Alberto Caeiro, que nació cerca de Lisboa en 1889 y murió en el mismo lugar en 1915. Si me dijesen que es absurdo hablar así de quien nunca existió, respondo que tampoco tengo pruebas de que Lisboa haya existido alguna vez existido, o yo mismo que escribo, o cualquier otra cosa que sea.
Alberto Caeiro tuvo dos discípulos, Ricardo Reis y Álvaro Campos, que seguirán caminos distintos; intensificando y volviéndose artísticamente ortodoxo el primero del paganismo descubierto por Caeiro, y desarrollando un sistema enteramente diferente y enteramente basado en las sensaciones el segundo. El continuador filosófico, Antonio Mora (los nombres son tan inevitables, tan externamente impuestos por las personalidades), escribirá uno o dos libros, en los que probará completamente la verdad, metafísica y práctica, del paganismo. Un segundo filósofo de esta escuela pagana, cuyo nombre sin embargo no puedo todavía avizorar en mi interior, hará una defensa del paganismo basada enteramente en otros argumentos.
Es probable que más adelante otros individuos de este género, de verdadera realidad, puedan aparecer. No lo sé, pero serán siempre bienvenidos a mi vida interior donde conviven mejor conmigo de lo que yo consigo hacerlo con la realidad externa. Me dispenso de expresar con que parte de las teorías de ellos concuerdo y con cuales no. Resulta absolutamente indiferente. Si ellos escriben cosas bellas, esas cosas son bellas independientemente de cualquier consideración metafísica sobre los autores "reales" de ellas. Si en esas filosofías se dicen algunas verdades -si hay verdad en un mundo que es no haber nada-, esas cosas son verdaderas independientemente de la intención o de la "realidad" de quien las dice.
Transformándome de este modo, como mínimo en un loco que sueña alto, como máximo ya no siendo un solo escritor, queda toda una literatura que, si no contribuye a divertirme -lo que para mí ya es bastante-, contribuye quizás a engrandecer el universo, porque quien al morir deja un bello verso, deja más ricos a los cielos y a la tierra y más emotivamente misteriosa la razón de que haya estrellas y gente.
Con una falta tal de literatura como ocurre en la actualidad, ¿qué puede hacer un hombre de carácter sino convertirse él mismo en literatura? Con una falta tal de gente co-existente como sucede en la actualidad, ¿qué puede hacer un hombre de sensibilidad sino inventarse sus amigos o, cuanto menos, a sus compañeros de espíritu?
Pensé en un principio publicar anónimamente estas obras, y, por ejemplo, establecer un neopaganismo portugués, con varios autores, todos diferentes, colaborar con ellos con ampliaciones. Pero, tomando en cuenta que el medio intelectual portugués es reducido, para que (incluso sin infidencias) esta máscara pudiese mantener, resultaba inútil el esfuerzo mental de intentarlo.
Tengo, en una visión que llamo interior sólo porque llamo exterior a determinado "mundo", plenamente determinado, de un modo nítido, claro y distinto, a las líneas fisonómicas y rasgos de carácter, la vida e influencias, en algunos casos la muerte, de estos personajes. Algunos llegarán a conocerse, otros no. A mí personalmente ninguno de ellos me conoció salvo Álvaro Campos. Sin embargo, el día de mañana viajara a América y de pronto me encontrara con la persona física de Ricardo Reis, que según creo vive allá, no me embargaría el menor sobresalto, estaría todo claro, incluso antes del suceso, estaba claro. ¿Qué es la vida?
Creador de Mitos
(Aspectos)
La serie o colección de libros cuya publicación se inicia con éstos, no representa un nuevo proceso en literatura tanto como una nueva forma de emplear un antiguo proceso.
Deseo ser un creador de mitos, que es el misterio más elevado que puede obrar alguien en la humanidad.
La confección de estas obras no supone ninguna suerte de opinión metafísica. Es decir que, al escribir estos "aspectos" de la realidad totalizados en personas que pudieran tenerlos, no pretendo una filosofía que insinúe que sólo es real o contiene aspectos de la realidad lo ilusivo o lo inexistente. No tengo tal creencia filosófica ni su contraria. En la intimidad de mi oficio, que es la literatura, soy un profesional en el sentido más elevado del término, quiero decir que soy un trabajador científica donde no se admite tener opiniones extrañas a la especificidad literaria, y se entrega. Y, por no tener esta o aquella opinión filosófica para la confección de estas personas-libros, no quiero inducir la creencia de ser un escéptico. La cuestión está en el plano en que la especulación metafísica, en tanto no entra legítimamente, se excusa de tener éstos o aquellos caracteres. Como el físico que no tiene metafísica en su laboratorio ni el clínico en los diagnósticos que realiza (¿) no porque no pueda tenerlos, sino porque (...) de tal modo "mío" no existe, porque no puede ni tiene porqué existir dentro de las capas de estos mis libros otros.
Los heterónimos y los grados de lirismo
Algunos personajes incluidos en cuentos o en subtítulos de libros, tienen rubricado con mi firma lo que ellos dicen, otros proyectados en absoluto no llevan mi rúbrica más allá de que soy yo quien narra lo que ellos dicen. Distingo esos personajes del siguiente modo: en los que destaco en absoluto el propio estilo me resulta ajeno, pero si el personaje lo requiere, por el contrario, puede ser como el mío; en los personajes que suscribo no hay diferencias con mi propio estilo salvo en ciertos pormenores sin los cuales no se distinguirían entre sí.
Comparé alguno de estos personajes para mostrar como ejemplo en qué consisten esas diferencias. El ayudante de contabilidad Bernardo Soares y Barão de Teive, son ambas apenas extrañas, escriben con la misma sustancia de estilo, la misma gramática y el mismo tipo y forma de propiedad: es que escriben con el mismo estilo que, bien o mal, es el mío. Comparo las dos porque son casos de un mismo fenómeno -la inadaptación a la realidad de la vida, y lo que es más, una inadaptación que reconoce los mismos motivos y razones. Pero, aunque el portugués es el mismo en Barão de Teive y en Bernardo Soares, el estilo difiere en que el hidalgo es intelectual despojado de imágenes, cómo diré, áspero y restringido, mientras que el del burgués es fluido, participando de la música y de la pintura, poco arquitectónico. El hidalgo piensa claro, escribe claro, y domina sus emociones, aunque no sus sentimientos; el ayudante de contabilidad no domina ni lo uno ni lo otro, y cuando piensa subsidiariamente siente.
Hay, por otra parte, notables semejanzas entre Bernardo Soares y Älvaro Campos. Aunque, desde luego surge en Álvaro Campos la negligencia del portugués, y desapegado de las imágenes, más íntimo y menos deliberado que Soares.
Hay accidentes en mi distinción de cada uno que pesan como grandes fardos en mi discernimiento espiritual. Distinguir tal composición musical de Bernardo Soares de una composición musical de igual tenor a la mía.
Hay oportunidades en que lo hago repentinamente, con una perfección que me da pasmo; una pasmosidad sin inmodestia, porque descreyendo de ningún fragmente de libertad humana, me pasmo en mí como si sucediera en otros, en dos extraños.
Sólo una gran intuición puede ser la brújula en los vastos descampados del alma; sólo con un gran sentido que usa la inteligencia, aunque no se asemeje a ella a ella se funde, se puede distinguir a estos personajes de sueño en la realidad de uno y otro.
En estos desdoblamientos de personalidad, o mejor dicho, invenciones de personalidades diferentes, hay dos grados o tipos que se revelarán al lector si los sigue, por características distintas. En el primer grado, la personalidad se distingue por ideas y sentimientos propios, distintos de los míos, así como, en el más bajo nivel de ese grado, se distingue por ideas, puestas en raciocinio o argumento que no son míos, o si lo son, no los conozco. El "Banquero anarquista" es un ejemplo de tal grado inferior; el "Libro del desasosiego" y el personaje Bernardo Soares son un ejemplo del grado superior.
Habrá podido reparar el lector que, aunque haya publicado (se haya publicado) El Libro del desasosiego como siendo de un tal Bernardo Soares, ayudante de contabilidad de la ciudad de Lisboa, no lo he incluido todavía en estas Ficciones de Interludio. Es que Bernardo Soares, distinguiéndose de mí por sus ideas, sus sentimientos, sus puntos de vista y manera de comprender, no se distingue de mí por su estilo de exposición. Doy la personalidad diferente a través del estilo que me es natural, no existiendo más que una distinción inevitables de tono especial que la propia especificidad de las emociones necesariamente proyecta.
En los autores de Ficciones de Interludio no son los sentimientos e ideas lo que los distinguen de los míos: la técnica de composición, el estilo, es diferente al mío. En ese sentido cada personaje es una creación integralmente diferente y no simplemente pensados de un modo diferente. Por eso, en las Ficciones de Interludio predomina el verso, en prosa es más difícil otrorizarse.
Aristóteles dividió la poesía en lírica, elegíaca, épica y dramática. Como todas las clasificaciones está bien pensada, es clara y útil; como todas las clasificaciones es falsa. Los géneros no se separan con tan íntima facilidad y, si analizamos con detenimiento aquello de lo que se componen, verificamos que entre la poesía lírica y la dramática hay una graduación interrumpida. En efecto, y remontándonos al los orígenes de la poesía dramática -Esquilo por ejemplo-, será correcto decir que encontramos poesía lírica en la boca de diversos personajes.
El primer grado de la poesía lírica es aquel en que el poeta, concentrado en su sentimiento, expresa dicho sentimiento. Si él fuese, sin embargo una criatura de sentimientos variables y diversos, se expresará como si fuese una multiplicidad de personajes, sólo unificados en él en su estilo y temperamento. Un paso más en la escala poética y tenemos al poeta que es una criatura de sentimientos variados y ficticios, más imaginativo que sentimental y viviendo más cada estado del alma por la inteligencia que por la emoción. Este poeta se expresa como una multiplicidad de personajes unificados no ya por el temperamento o el estilo, pues el temperamento ha sido reemplazado por la imaginación y el sentimiento por la inteligencia, sino tan sólo por simples estilos. Otro paso en la misma escala de despersonalización, o sea de la imaginación y tenemos al poeta que cada uno de sus variados estados mentales se integran de tal modo en él que se despersonaliza completamente, de suerte que, viviendo analíticamente ese estado del alma, lo hace expresión de otro personaje y, de ese modo, el propio estilo tiende a variar. Demos un paso final y tendremos al poeta que será varios poetas, un poeta dramático escribiendo poesía lírica. Cada grupo de estados del alma insensiblemente aproximados se transformará en un personaje, con un estilo propio, con sentimiento por ventura diferentes, incluso opuestos, a los que son típicos a la persona viva del poeta. Y así se verá llevado de la poesía lírica -o cualquier forma literaria análoga en su sustancia- hasta la poesía dramática, sin -todavía-, darle la forma del drama, ni explícita ni implícitamente.
Supongamos que un supremo despersonalizado como Shakespeare, en lugar de crear al personaje Hamlet como participante de un drama, lo creaba como un simple personaje sin drama. Tendría escrito, por así decir, un drama de un solo personaje, un monólogo prolongado y analítico. No sería legítimo buscar en ese personaje una definición de los sentimientos y pensamientos de Shakespeare, a no ser que el personaje fuese hablado, porque el mal dramaturgo es el que se revela.
Por algún temperamental motivo que no me propongo analizar -ni importa que se analice-, construí en mi interior varios personajes distintos entre sí y de mí mismo, personajes a los que atribuí poemas varios que no son como yo, según mis sentimientos e ideas, como yo los escribiría.
Es así como los poemas de Caeiro, de Ricardo Reis y los de Álvaro Campos deben ser considerados. No hay que buscar en cualquiera de ellos ideas o sentimientos míos, porque muchos de ellos expresan ideas que no acepto, sentimientos que nunca tuve. Hay simplemente que leerlos como son, que es así como debe leerse. (aliás)
A título de ejemplo: escribí con sobresalto y repugnancias el poema octavo de Guardador de rebanhos, con su blasfemia infantil y su absoluto espiritualismo. En mí mismo, con su apariencia de realidad con quien vivo social y objetivamente, no uso la blasfemia ni soy espiritualista. Alberto Caeiro, sin embargo, tal como lo concebí es así, y así tiene que escribirlo quiera o no lo quiera yo, lo piense o no lo piense él. Negarme el derecho de hacer esto sería lo mismo que negar a Shakespeare el derecho de dar expresión al alma de Lady Macbeth, bajo pretexto de que él, poeta, no era mujer, ni -que se lo sepa- un histérico-epiléptico, o atribuirle una tendencia alucinatoria o una ambición que no retrocede ante el crimen. Si así puede pensarse de los personajes ficticios de un drama, es lícito pensarlo de los personajes ficticios sin drama.
Parece no ser necesario explicar una cosa tan simple e intuitivamente comprensible. Sucede sin embargo, que la estupidez humana es inmensa y poca la bondad.
Prefacio de Ficciones de interludio
Los astrólogos relacionan a todas las cosas con la operación de cuatro elementos -fuego, agua, aire y tierra-, es en tal sentido que deben entenderse la operación de toda influencia. Unas actúan sobre los hombres como la tierra, sepultándolos y aboliéndolos, y esos son los que dominan el mundo. Unas actúan sobre los hombres como el aire, envolviéndolos y escondiéndolos, y esos son los que dominan al trasmundo. Unas actúan sobre los hombres como el agua, que los ensopa y convierte en su misma sustancia, y esos son los ideólogos y los filósofos, que dispersan a través de los otros las energías de su propia alma. Unos actúan sobre los hombres como el fuego, que quema en él todo lo accidental, y los deja desnudos y reales, propios y verídicos, y esos son los libertarios. Caeiro es de esta raza. Caeiro tuvo esa fuerza. ¿Qué importa que Caeiro salga de mí si Caeiro es así?
De ese modo, operando sobre Reis, que todavía no había escrito nada, hizo nacer en él una forma propia y una persona estética. Así, operando sobre mí mismo, me libró de sombras y miserias, le dio más inspiración a la inspiración y más alma al alma. Después de esto, tan prodigiosamente conseguido quién podría preguntar si Caeiro existió?
Génesis de los heterónimos
Tuve siempre, desde muy pequeño, la necesidad de aumentar el mundo con personalidades ficticias, sueños rigurosamente construidos, visualizados con claridad fotográfica, comprendidos en la intimidad de sus almas. No tenía más de cinco años, siendo un niño aislado y sin otro deseo que el de permanecer así, y ya estaba en compañía de algunas figuras de mis sueños -un capitán Thibeaut, un Chevalier de Pas- y otros que se me escapan y cuyo olvido como su imperfecto recuerdo, es una de las mayores saudades de mi vida.
Esto se parece a la simple imaginación infantil cuando atribuye vida a muñecos o muñecas. Pero era aún más que eso: yo no precisaba de muñecas para concebir intensamente dichas figuras. Claras y vívidas en mi sueño constante, realidades plenamente humanas para mí, cualquier muñeco, por irreal, las estragaría. Eran gente.
Más tarde, esta tendencia no cesó con la infancia y se incrementó en la adolescencia, se arraigó con su desarrollo, y se tornó finalmente una forma natural de mi espíritu. Hoy no tengo personalidad.: cuanto de humano haya de mí, yo lo dividí entre autores varios y de cuya obra se me tiene como ejecutor. Sólo soy hoy el punto de reunión de una pequeña humanidad sólo mía.
Se trata, con todo, simplemente del temperamento dramático llevado al máximun, escribiendo, en vez de dramas en actos y acción, dramas en almas. Tan simple es en su substancia este fenómeno de apariencia tan confusa.
No niego sin embargo -al contrario no la rechazo-, la explicación psiquiátrica, pero debe comprenderse que toda actividad superior del espíritu en tanto es anormal, es susceptible de interpretación psiquiátrica. No me cuesta admitir que yo sea un loco, pero exijo que se comprenda no soy diferentemente loco a un Shakespeare, cualquiera que sea el valor relativo de los productos de nuestras locuras.
Como medium de mí mismo todavía subsisto. Soy sin embargo menos real que los otros, menos integrado (¿), menos personalizado, esencialmente influenciable por todos ellos. Soy también discípulo de Caeiro, y todavía recuerdo el día -13 de marzo de 1914- cuando "oí hablar de él por primera vez" (quiero decir, cuando terminé de escribir de un solo hausto de espíritu) gran número de los primeros versos de Guardador de Rebanhos, inmediatamente escribí, de un tirón, seis poemas-intersecciones que componen Chuva Oblícua (Orpheu 2), manifiesto y lógico resultado de la influencia de Caeiro sobre el temperamento de Pessoa.

Lisbon, revisited 1935

El sol del medio día de enero, se refleja en las tejas de las casas blancas y en el río azul.
Qué decir del cielo!. La ciudad está más Lisboa que nunca. El Castelo de San Jorge domina brillante también entre las construcciones vecinas.
El habitante del primer piso de la Rua Coelho da Rocha 16, tiene otra visión de este día. Gris y cansado.
Las vigilias de tantas noches, muestran a sus enrojecidos ojos: su maltrecho y abandonado presente.
Desde que murió su tía, vive solo en las dos salas. Terminaron sus continuos traslados de pensiones y hoteluchos, pero su interior sigue de mudanza.
Domingo largo y monótono, es de nunca acabar. Se ha quedado sin cigarrillos. Solo quedan algunos pitillos en los platos de la cocina. Va hacia la ventana, desde allí se ven las desiertas veredas. La portera del edificio, va a visitar a sus parientes de Benfica.
Alves no ha venido a abrir la cigarrería, tampoco el almacén de la esquina esta abierto La Brasileira es su única salida. Pero a qué ir a ese lugar un domingo. Sus amigos y las tertulias de los días de semana no estarán hoy. Qué es lo que le hace pensar que todos ellos, sus amigos están hoy fingiendo: ser buenos padres y esposos amantes?. Vuelve de la ventana a la sala donde en el alto escritorio su maquina espera. Cuando comienza a escribir y descansa su pie izquierdo sobre uno de los baúles de debajo del escritorio, no sabe sí esta en lo de Fonseca o en la Rua Coelho 16.
Oye pasar un tranvía en camino al final del recorrido: Los Plazzeres.
Domingo sin tertulias, cigarros y vino.
Desde el atalaya, una ventana, una colina mas de Lisboa, vigila el movimiento del Hospital. En la plazoleta del frente, el busto de Wellington es también pálido testigo del día interminable. Pereira, su medico en él ultimo reconocimiento al estudiar la radiografía, señalando la mancha en el hígado dijo, es dura y seca como esa estatua. No tenemos solución, definitivamente no.
La carta que escribe en el alto escritorio, para su amigo Monteiro, lo aparta de la nada y de la nausea que vuelve y lo ahoga.
Alves no llegará.
No obstante este dominical ánimo, ayer con la visita de su barbero, se había sentido un poco dandy y joven como en la lejana Dubron. Allí definió que iba a ser un poeta ingles.
La carta a Monteiro es todo un hecho que lo hace sentir tal vez esperanzado. Ha podido concluirla y ha escrito como hace tiempo no lo hace. Le explica en ese correo su plan de publicaciones para ese año y la génesis del “drama de gentes”. El drama que duerme debajo de su escritorio, en los papeles dentro de los baúles. Su saudade de sentirse entendido y otra vez niño. Otro año terminado en cinco que traerá dolor pero esta vez paz, alguien le dijo en lo de de Martihno da Arcada “Descansa, pocos te llorarán”.
La carta son sus pensamientos que precipitadamente se escriben, tal cual salen de su afiebrada cabeza. Las palabras brotan como en una charla, solitaria tertulia en la sala del frente junto a la ventana. La vieja Royal. En ella golpea las palabras, la angustia, también el plan de escribir que no lo abandonó nunca.
Escribir de pie sobre su elevado escritorio es un habito que viene de lejos. Tal vez su trabajo en oficinas comerciales de la Baixa o el despacho de bebidas de Fonseca en la calle Do Ouro. Sus bolsillos con notas y apuntes que dibuja en servilletas que luego pasará a maquina en su casa o en la oficina son el resultado de sus ultimos dias desquisiados. .
La carta de ese 13 de enero es todo para el, en su domingo y solitaria tertulia.
Para su buena administración le pide a Monteiro que avise lo antes posible, cuando la reciba..
Prepara un sobre, que pone con la carta en un bolsillo de su chaqueta. Esta cuelga del picaporte de la ventana. No debe olvidar despacharla mañana.
Los últimos años han sido muy duros, ahora desearía tener una entrada regular, para remediar su situación. Tal vez así podrá escribir y ordenar algunos de sus papeles y sacar al fin una publicación decente.
Enciende la radio que dejó su tía. Se escuchan canciones inglesas. El ingles es su idioma y desde joven en las colonias quiso ser un poeta ingles.. Ya se lo ha escrito a su amigo. Pero solo es un poeta portugués.
La voz canta:
NO MATTER WHAT THE FUTURE BRINGS, AS TIME GOES BY.
Qué traerá el mañana? Ya dentro de sus propios versos, finge tan completamente; que hasta finge que es dolor, el dolor que en verdad siente.
Ahora vivo, nadie verá esos papeles de los arcones.
AS TIME GOES BY.
Va a la cocina, saca un pitillo del plato de restos y trata de encenderlo. Llena una copa del ultimo vino que queda en la casa.
THE LAST DRINK, THE BIGINING OF THE END.
Unos meses después el poeta, en una cama del Hospital San Luis de los franceses, espera el final. Pide papel, lápiz, anteojos y escribe su ultimo verso, la triste hoja del libro caído de su vida.
I KNOW NOT WHAT THE FUTURE WILL BRING.
Fue en el momento de despedirse del mundo, cansado, incluso cansado del cansancio, que comprendía que nunca había podido ser nada en la vida porque estaba condenado a fracasar en todo; al final, para comenzar a vivir tenia que comenzar por morir. La ceremonia fue discreta y las lagrimas escasas o ningunas. Estaban en el lunes lluvioso en Los Plazzeres, algunos viejos compañeros, un joven admirador, dos de sus patrones, su amigo el barbero. Este fue el principio.


Luis B. Nuñez


(03/03/2002) Id artículo: a1799


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