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sábado, 15 de marzo de 2008

LISBON REVISITED 2008

Sabia de una carta escrita por Fernando Pessoa a Adolfo Casais Monteiro el domingo 13 de enero de 1935, en ese clima se escribio Lisbon Revisited 1935, y ahora resulta que encuentro en mis viajes por internet que el poeta portugues escribio otra carta a Casais Monteiro el domingo siguiente (20 de enero de 1935) Estos buscando ahora las cartas de Monteiro a Pessoa y vere que me dicen. Otro domingo de malestar de Pessoa en su casa Ese invierno no fue de lo mejor. Se volvera sobre el tema.

Luis Nuñez

copio ahora las dos cartas de Fernando Pessoa:


[Primera Carta a Adolfo Casais Monteiro]
Caja Postal 147
Lisboa, 13 de enero de 1935
Mi apreciado camarada:
Agradezco mucho su carta, a la que voy responder inmediata e íntegramente. Antes de, propiamente, comenzar, quiero pedirle disculpas por escribirle en este papel de copia. Se me acabó el decente, es domingo, y no puedo conseguir otro. Pero más vale, creo, el mal papel que el aplazamiento.
En primer lugar, quiero decirle que yo nunca vería “otras razones” en cualquier cosa que escribiese respecto de mí, discordando. Soy uno de los pocos poetas portugueses que no decretó su propia infalibilidad, ni toma cualquier crítica que se le haga como un acto de lesa-divinidad. Además, cualesquiera que sean mis defectos mentales, es nula en mí la tendencia a la manía de persecución. Aparte eso, conozco ya suficientemente su independencia mental, que, si me es permitido decirlo, mucho apruebo y elogio. Nunca me propuse ser Maestro o Jefe; Maestro, porque no sé enseñar, ni sé si tendría qué enseñar; Jefe, porque ni siquiera sé freír huevos. No se preocupe, pues, en cualquier ocasión, de lo que tenga que decir sobre mí. No busco cavas en los pisos nobles.


Estoy absolutamente de acuerdo con usted en que no fue feliz el estreno que hice de mí mismo con un libro de la naturaleza de Mensagem. Soy, de hecho, un nacionalista místico, un sebastianista racional. Pero soy, aparte de eso, y hasta en contradicción con eso, muchas otras cosas. Y esas cosas, por la misma naturaleza del libro, Mensagem no las incluye.
Comencé mis publicaciones con ese libro por la simple razón de que fue el primer libro que conseguí, no sé por qué, tener organizado y terminado. Como estaba listo, me incitaron a publicarlo: accedí. No lo hice, debo decir, con los ojos puestos en el posible premio del Secretariado, aunque en eso no hubiese mayor pecado intelectual. Mi libro estaba listo en setiembre y yo pensaba, incluso, que no podría concurrir al premio, pues ignoraba que el plazo para entrega de los libros, que primitivamente era hasta fin de julio, había sido extendido hasta fines de octubre. Como, sin embargo, a finales de octubre ya había ejemplares listos de Mensagem, hice entrega de los que el Secretariado exigía. El libro estaba exactamente en las condiciones (nacionalismo) de concursar. Concurrí.
Cuando a veces pensaba en el orden de una futura publicación de mis obras, nunca un libro del género de Mensagem figuraba en número uno. Dudaba entre si debía comenzar por un libro de versos grande –un libro de unas 350 páginas–, englobando las diversas subpersonalidades de Fernando Pessoa él-mismo, o si debía hacerlo con una novela policial, que todavía no conseguí completar.
Estoy de acuerdo con usted, dije, en que no fue feliz el estreno que hice de mí mismo con la publicación de Mensagem. Pero concuerdo con los hechos que fue el mejor estreno que yo podía hacer. Precisamente porque esa faceta –en cierto modo secundaria– de mi personalidad nunca había sido suficientemente manifestada en mis colaboraciones en revistas (excepto en el caso del Mar Portugués, parte de este mismo libro) – precisamente por eso convenía que apareciese, y que apareciese ahora. Coincidió, sin que yo lo planease o lo premeditase (soy incapaz de premeditación práctica), con uno de los momentos críticos (en el sentido original de la palabra) de la remodelación del subconsciente nacional. Lo que hice casualmente y se completó por conversación, había sido exactamente trazado, con Escuadra y Compás, por el Gran Arquitecto.
(Interrumpo. No estoy loco ni bebido. Estoy, sin embargo, escribiendo directamente, tan de prisa como la máquina me lo permite, y me voy sirviendo de las expresiones que se me ocurren, sin mirar a la literatura que haya en ellas. Suponga –y hará bien en suponerlo, porque es verdad – que estoy simplemente hablando con usted)
Respondo ahora directamente a sus tres preguntas: (1) plan futuro de la publicación de mis obras, (2) génesis de mis heterónimos, y (3) ocultismo.
Hecha, en las condiciones que le indiqué, la publicación de Mensagem, que es una manifestación unilateral, tengo la intención de proseguir de la siguiente manera. Estoy ahora completando una versión enteramente remodelada del Banquero Anarquista; esa debe estar lista en breve y espero, una vez que esté lista, publicarla inmediatamente. Si así sucede, traduciré inmediatamente ese escrito al inglés, y voy a ver si lo puedo publicar en Inglaterra. Tal como debe quedar, tiene probabilidades europeas. (No tome esta frase en el sentido de Premio Nobel inmanente.) Después –y ahora respondo propiamente a su pregunta, que se reporta a la poesía– me propongo, durante el verano, reunir el tal gran volumen de los poemas pequeños de Fernando Pessoa él-mismo, y ver si lo consigo publicar a fines de este año. Será ese el volumen que Casais Monteiro espera, y es ese que yo mismo deseo que se haga. Ese, entonces, será todas las facetas, excepto la nacionalista, que Mensagem ya manifestó.
Me referí, como vio, sólo a Fernando Pessoa. No pienso nada de Caeiro, de Ricardo Reis o de Álvaro de Campos. Nada de eso podré hacer, en el sentido de publicar, excepto cuando (ver más arriba) me sea dado el Premio Nobel. Y con todo –lo pienso con tristeza– puse en Caeiro todo mi poder de despersonalización dramática, puse en Ricardo Reis toda mi disciplina mental, vestida de la música que le es propia, puse en Álvaro de Campos toda la emoción que no doy ni a mí ni a la vida. ¡Pensar, mi querido Casais Monteiro, que todos estos tienen que ser, en la práctica de la publicación, relegados por el impuro y simple Fernando Pessoa!
Creo que respondí a su primera pregunta.
Si fui omiso, diga en qué. Si puedo responder, responderé. Más planes no tengo, por el momento. Y, sabiendo yo lo que son y en que terminan mis planes, es caso para decir, ¡Gracias a Dios!
Paso ahora a responder a su pregunta sobre la génesis de mis heterónimos. Voy a ver si consigo responderle completamente.
Comienzo por la parte psiquiátrica. El origen de mis heterónimos es el profundo trazo de histeria que existe en mí. No sé si soy simplemente histérico, si soy, más propiamente, un histero-neurasténico. Tiendo a esta segunda hipótesis, porque hay en mí fenómenos de abulia que la histeria, propiamente dicha, no encuadra en el registro de sus síntomas. Sea como fuere, el origen mental de mis heterónimos está en mi tendencia orgánica y constante a la despersonalización y la simulación. Estos fenómenos –felizmente para mí y para los demás– se mentalizaron en mí; quiero decir, no se manifiestan en mi vida práctica, exterior y de contacto con otros; hacen explosión hacia dentro y los vivo yo a solas conmigo. Si yo fuese mujer –en la mujer los fenómenos histéricos rompen en ataques y cosas parecidas– cada poema de Alvaro de Campos (lo más histéricamente histérico de mí) sería una alarma en el vecindario. Pero soy hombre –y en los hombres la histeria asume principalmente aspectos mentales; así todo acaba en silencio y poesía...
Esto explica, tant bien que mal, el origen orgánico del mi heteronimismo. Ahora voy a hacerle la historia directa de mis heterónimos. Comienzo por aquellos que murieron, y de algunos de los cuales ya no me acuerdo: los que yacen perdidos en el pasado remoto de mi infancia casi olvidada.
Desde niño tuve la tendencia a crear en torno a mí un mundo ficticio, a rodearme de amigos y conocidos que nunca existieron. (No sé, bien entendido, si realmente no existieron, o si soy yo que no existo. En estas cosas, como en todas, no debemos ser dogmáticos.) Desde que me conozco como siendo aquello a que llamo yo, recuerdo haber precisado mentalmente, en figura, movimientos, carácter e historia, diversas figuras irreales que eran para mí tan visibles y mías como las cosas de aquello a que llamamos, acaso abusivamente, vida real. Esta tendencia, que tengo desde que recuerdo ser un yo, me ha acompañado siempre, cambiando un poco el tipo de música con que me encanta, pero no alterando nunca su manera de encantar.
Recuerdo, así, el que me parece haber sido mi primer heterónimo, o, antes, mi primer conocido inexistente: un cierto Chevalier de Pas de mis seis años, por quien escribía cartas suyas a mí mismo, y cuya figura, no enteramente vaga, todavía conquista la parte de mi afecto que confina con la saudade. Me acuerdo, con menos nitidez, de otra figura, cuyo nombre, también extranjero, ya no tengo presente, que era, no sé en qué, rival de Chevalier de Pas... ¿Cosas que suceden a todos los niños? Sin duda; o tal vez. Pero a tal punto las viví que las vivo todavía, porque las recuerdo de tal modo que es necesario un esfuerzo para hacerme saber que no fueron realidades.
Esta tendencia a crear en torno a mí otro mundo, igual a este pero con otra gente, nunca abandonó mi imaginación. Tuvo diversas fases, entre las cuales ésta, sucedida ya en la edad madura. Se me ocurría una expresión de espíritu, absolutamente ajena, por un motivo u otro, a quien yo soy, o a quien supongo que soy. Lo decía, inmediatamente, espontáneamente, como si fuera de cierto amigo mío, cuyo nombre inventaba, cuya historia adicionaba, y cuya figura –cara, estatura, traje y gesto– inmediatamente yo veía ante mí. Y así apronté, y propagué, varios amigos y conocidos que nunca existieron, pero que todavía hoy, a casi treinta años de distancia, oigo, siento, veo. Repito: oigo, siento, veo... Y tengo saudades de ellos.
(Comenzando a hablar –y escribir a máquina es para mí hablar–, me cuesta encontrar freno. ¡Basta de darle lata, Casais Monteiro! Voy a entrar en la génesis de mis heterónimos literarios, que es, finalmente, lo que usted quiere saber. En todo caso, lo dicho más arriba le proporciona la historia de la madre que los dio a luz).
Allí por 1912, salvo error (que nunca puede ser grande), me vino la idea escribir unos poemas de índole pagana. Esbocé unas cosas en verso irregular (no en el estilo Álvaro de Campos, sino en un estilo de media regularidad), y abandoné el caso. Se me había esbozado, con todo, en una penumbra mal urdida, un vago retrato de la persona que estaba haciendo aquello. (Había nacido, sin que yo lo supiera, Ricardo Reis.)
Año y medio, o dos años después, un día se me ocurrió jugarle una broma a Sá-Carneiro: inventar un poeta bucólico, de especie complicada, y presentarlo, ya no me acuerdo cómo, en alguna especie de realidad. Pasé algunos días elaborando al poeta pero nada conseguí. Un día en que finalmente había desistido –fue el 8 de Marzo de 1914– me acerqué a una cómoda alta y, tomando un papel, comencé a escribir, de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas al hilo, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no conseguiré definir. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré tener otro así. Abrí con un título, El Guardador de Rebaños. Y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, a quien di inmediatamente el nombre de Alberto Caeiro. Discúlpeme lo absurdo de la frase: había aparecido en mí mi maestro. Fue esa la sensación inmediata que tuve. Y tanto así que, escritos que fueron esos treinta y tantos poemas, inmediatamente tomé otro papel y escribí, al hilo, también, los seis poemas que constituyen Lluvia Oblicua, de Fernando Pessoa. Inmediata y totalmente... Fue el regreso de Fernando Pessoa-Alberto Caeiro a Fernando Pessoa-él solo. O, mejor, fue la reacción de Fernando Pessoa contra su inexistencia como Alberto Caeiro.
Aparecido Alberto Caeiro, de inmediato traté de descubrirle –instintiva y subconscientemente– unos discípulos. Arranqué de su falso paganismo al Ricardo Reis latente, le descubrí el nombre y lo ajusté a él mismo, porque a esta altura ya lo veía. Y, de repente, y en derivación opuesta a la de Ricardo Reis, me surgió impetuosamente un nuevo individuo. En un chorro, y a máquina de escribir, sin interrupción ni enmienda, surgió la Oda Triunfal de Álvaro de Campos: la Oda con ese nombre y el hombre con el nombre que tiene.
Creé, entonces, una coterie inexistente. Fijé todo aquello en moldes de realidad. Gradué las influencias, conocí las amistades, oí, dentro de mí, las discusiones y las divergencias de criterios, y en todo esto me parece que fui yo, creador de todo, lo que menos hubo allí. Parece que todo sucedió independientemente de mí. Y parece que todavía así sucede. Si algún día yo pudiera publicar la discusión estética entre Ricardo Reis y Álvaro de Campos, verá cuan diferentes son, y como yo no soy nada en la materia.
Cuando preparábamos la publicación de Orpheu, fue necesario, a última hora, conseguir algo para completar el número de páginas. Le sugerí entonces a Sá-Carneiro componer yo un poema “antiguo” de Álvaro de Campos: un poema de cómo sería Álvaro de Campos antes de conocer a Caeiro y caer bajo su influencia. Y así hice Opiario, donde intenté expresar todas las tendencias latentes de Álvaro de Campos, conforme habrían de ser después reveladas, pero sin que hubiera todavía algún indicio de contacto con su maestro Caeiro. De los poemas que he escrito fue el que me dio más que hacer, por el doble poder de despersonalización que tuve que desarrollar. Pero, finalmente, creo que no salió mal, y que muestra a Álvaro en capullo...
Creo que le expliqué el origen de mis heterónimos. Si hay, no obstante, algún punto del que precise un esclarecimiento más lúcido –estoy escribiendo de prisa, y cuando escribo de prisa no soy muy lúcido–, dígame, que de buen grado lo daré. Y, es verdad, un complemento verdadero e histérico: al escribir ciertos pasajes de las Notas para el recuerdo de mi Maestro Caeiro, de Álvaro de Campos, he llorado lágrimas verdaderas. ¡Es para que sepa con quien está lidiando, mi querido Casais Monteiro!
Unos apuntes más sobre el asunto... Yo veo frente a mí, en el espacio incoloro pero real del sueño, las caras, los gestos de Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos. Les construí las edades y las vidas. Ricardo Reis nació en 1887 (no recuerdo día y mes, pero los tengo en algún lado), en Porto, es médico y actualmente está en Brasil. Alberto Caeiro nació en 1889 y murió en 1915; nació en Lisboa, pero vivió casi toda su vida en el campo. No tuvo profesión ni educación casi ninguna. Álvaro de Campos nació en Tavira, el día 15 de Octubre de 1890 (a las 1,30 de la tarde, me dice Ferreira Gomes; y es verdad, pues, hecho el horóscopo para esa hora, está bien). Éste, como sabe, es ingeniero naval (por Glasgow), pero ahora está aquí en Lisboa, inactivo. Caeiro era de estatura media, y, aunque realmente frágil (murió tuberculoso), no parecía tan frágil como era. Ricardo Reis es un poco, pero muy poco, más bajo, más fuerte, más seco. Álvaro de Campos es alto 1,75 m de altura, 2 cm. más que yo), magro y un poco tendiente a encorvarse. Cara afeitada todos: Caeiro rubio sin color, ojos azules; Reis de un vago moreno mate; Campos entre blanco y moreno, tipo vagamente de judío portugués, cabello, sin embargo, liso y normalmente con raya al costado, monóculo. Caeiro, como dije, no tuvo más educación que casi ninguna: sólo instrucción primaria; se le murieron temprano el padre y la madre, y se dejó estar en casa, viviendo de unas pequeñas rentas. Vivía con una tía vieja, tía abuela. Ricardo Reis, educado en un colegio de jesuitas, es, como dije, médico; vive en Brasil desde 1919, pues se expatrió espontáneamente por ser monárquico. Es un latinista por educación ajena, y un semi-helenista por educación propia. Álvaro de Campos tuvo una educación común de liceo; después fue enviado a Escocia estudiar ingeniería, primero mecánica y después naval. En unas vacaciones, hizo el viaje al Oriente de donde resultó Opiario. Le enseñó latín un tío de Beira que era sacerdote.
¿Cómo escribo en nombre de esos tres?... Caeiro por pura e inesperada inspiración, sin saber o siquiera calcular qué iría a escribir. Ricardo Reis, después de una deliberación abstracta, que súbitamente se concretiza en una oda. Campos, cuando siento un súbito impulso de escribir y no sé qué. (Mi semi-heterónimo Bernardo Soares, que por otra parte en muchas cosas se parece a Álvaro de Campos, aparece siempre que estoy cansado o somnoliento, de suerte que tenga un poco suspendidas las cualidades de raciocinio y de inhibición; aquella prosa es un constante devaneo. Es un semi-heterónimo porque, no siendo la personalidad mía, no es diferente de la mía, sino una simple mutilación de ella. Soy yo menos el raciocinio y la afectividad. La prosa, salvo lo que el raciocinio proporciona de tenue a la mía, es igual a ésta, y el portugués perfectamente igual; mientras que Caeiro escribía mal el portugués, Campos razonablemente pero con lapsus como decir “yo propio” en vez de “yo mismo”, etc., Reis mejor que yo, pero con un purismo que considero exagerado. Lo difícil para mí es escribir la prosa de Reis –todavía inédita– o de Campos. La simulación es más fácil, incluso porque es más espontánea, en verso.)
A esta altura estará usted, Casais Monteiro, pensando qué mala suerte lo hizo caer, por lectura, en medio de un manicomio. En todo caso, lo peor de todo esto es la incoherencia con que lo he escrito. Repito, sin embargo: escribo como si estuviese hablando con usted, para poder escribirle inmediatamente. No siendo así, pasarían meses sin que consiguiera escribir.
Falta responder a su pregunta sobre el ocultismo. Me pregunta si creo en el ocultismo. Hecha así, la pregunta no es del todo clara; comprendo sin embargo la intención y a ella respondo. Creo en la existencia de mundos superiores al nuestro y de habitantes de esos mundos, en experiencias de diversos grados de espiritualidad, sutilizándose hasta llegar a un Ente Supremo, que presumiblemente creó este mundo. Puede ser que haya otros Entes, igualmente Supremos, que hayan creado otros universos, y que esos universos coexistan con el nuestro, interpenetradamente o no. Por estas razones, y aun otras, la Orden Externa del Ocultismo, o sea, la Masonería, evita (excepto la Masonería anglosajona) la expresión “Dios”, dadas sus implicaciones teológicas y populares, y prefiere decir “Gran Arquitecto del Universo”, expresión que deja en blanco el problema de si Él es Creador, o simple Gobernador del mundo. Dadas estas escalas de seres, no creo en la comunicación directa con Dios, pero, según nuestra afinación espiritual, podremos ir comunicando con seres cada vez más altos. Hay tres caminos hacia lo oculto: el camino mágico (incluyendo prácticas como las del espiritismo, intelectualmente al nivel de la brujería, que es magia también), camino éste extremadamente peligroso, en todos los sentidos; el camino místico, que no tiene propiamente peligros, pero es incierto y lento; y el que se llama camino alquímico, el más difícil y el más perfecto de todos, porque comprende una transmutación de la propia personalidad que la prepara, sin grandes riesgos, o antes, con defensas que los otros caminos no tienen. En cuanto a la “iniciación” o no, puedo decirle sólo esto, que no sé si responde a su pregunta: no pertenezco a Orden Iniciática ninguna. La cita, epígrafe a mi poema Eros y Psique, de un pasaje (traducido, pues el Ritual es en latín) del Ritual del Tercer Grado de la Orden Templaria de Portugal, indica simplemente –lo que es un hecho– que me fue permitido hojear los Rituales de los tres primeros grados de esa Orden, extinta, o en letargo desde cerca de 1888. Si no estuviese en letargo, yo no citaría el pasaje del Ritual, pues no se deben citar (indicando el origen) pasajes de Rituales que están en ejercicio.
Creo así, mi querido camarada, haber respondido, si bien con ciertas incoherencias, a sus preguntas. Si hay otras que desea hacerme, no dude en hacerlas. Responderé conforme pueda y lo mejor que pueda. Lo que podrá suceder, y esto me lo disculpará desde ya, es que no responda tan de prisa.
Lo abraza el camarada que mucho lo estima y admira.
Fernando Pessoa
P.S. (!!!)
— Lisboa, 14 de enero de 1935
Además de la copia que normalmente hago para mí, cuando escribo a máquina, de cualquier carta que envuelve explicaciones del orden de las que esta contiene, hice una copia suplementaria, tanto para el caso de que esta carta se extravié, como para el de, posiblemente, serle necesaria para cualquier otro fin. Esa copia está siempre a sus órdenes. Otra cosa. Puede ser que, para algún estudio suyo, u otro fin análogo, precise, en el futuro, citar algún pasaje de esta carta. Queda desde ya autorizado a hacerlo, pero con una reserva, y le pido licencia para acentuarla. El parágrafo sobre ocultismo, en la página 7 de mi carta, no puede ser reproducido en letra impresa. Creo que puedo, al responder su pregunta, salir deliberadamente un poco afuera de los límites que son naturales en esta materia.
Se trata de una carta particular, y por eso no dudé en hacerlo. Nada obsta a que lea ese parágrafo a quien quiera, siempre que esa otra persona obedezca también al criterio de no reproducir en letra impresa lo que en ese parágrafo va escrito. Creo que puedo contar con usted para tal fin negativo.
Continúo adeudándole la carta ultra-debida sobre sus últimos libros. Mantengo lo que creo que le dije en mi carta anterior: cuando ahora (creo que será sólo en febrero) vaya a pasar algunos días en Estoril, pondré esa correspondencia en orden, pues estoy en deuda, en esta materia, no sólo con usted, sino también con otras personas.
Se me ocurre preguntar de nuevo una cosa que ya le pregunté y a la que me no respondió: ¿recibió mis folletos de versos en inglés, que hace tiempo le envié?
“Para mi gobierno”, como se dice en lenguaje comercial, le pediría que me indicase lo antes posible si recibió esta carta.
Gracias.
Fernando Pessoa

[Segunda Carta a Adolfo Casais Monteiro]
Caja Postal 147
Lisboa, 20 de enero de 1935
Mi querido camarada:
Muy agradecido por su carta. Felizmente conseguí decir alguna cosa que realmente interesase. Llegué a dudar de ello, por la manera precipitada y corriente en que le escribí, al sabor de la conversación mental que estaba teniendo con usted.
Respondo con igual espontaneidad, y por tanto falta de método y ordenamiento, a su carta recién recibida. Pero, en fin, algo respondo. Sigo al acaso los puntos a que tengo que responder. En cuanto a su estudio sobre mí, que desde ya, por lo que tiene de honroso, mucho le agradezco: déjelo para después de que publique el libro grande en que congregue la vasta extensión autónima de Fernando Pessoa. Salvo cualquier complicación imprevista, deberé tener ese libro terminado e impreso en octubre de este año. Y entonces usted tendrá los datos suficientes: ese libro, la faceta subsidiaria representada por Mensagem, y lo bastante, ya publicado, de los heterónimos. Con esto ya, Casais Monteiro, podrá tener una “impresión de conjunto”, suponiendo que haya en mí alguna cosa tan delineada como un conjunto.
En todo esto, me reporto simplemente a la poesía, no estoy sin embargo limitado a esa sonrisa de las letras. Pero, en cuanto a la prosa, ya me conoce, y lo que hay publicado es bastante. Hasta la fecha, que indico como probable para la aparición del libro mayor, deben estar publicados El Banquero Anarquista (en nueva forma y redacción), una novela policial (que estoy escribiendo y no es aquella a que me referí en la carta anterior) y uno u otro escrito más que las circunstancias puedan requerir.


Está extraordinariamente bien efectuada su observación sobre la ausencia que hay en mí de lo que legítimamente pueda denominarse una evolución. Hay poemas míos, escritos a los veinte años, que son iguales en valía –tanto cuanto puedo apreciar – a los que escribo hoy. No escribo mejor que entonces, salvo en cuanto al conocimiento de la lengua portuguesa; caso cultural y no poético. Escribo diferentemente. Tal vez la solución del caso esté en lo siguiente. Lo que esencialmente soy –por detrás de las máscaras involuntarias del poeta, del pensador y de cuanto más haya– es dramaturgo. El fenómeno de mi despersonalización instintiva, al que aludí en mi carta anterior, como explicación de la existencia de los heterónimos, conduce naturalmente a esa definición. Siendo así, no evoluciono, VIAJO. (Por un lapso en la tecla de las mayúsculas me salió, sin que yo quisiese, esa palabra en letra grande. Está bien, y así lo dejo) Voy cambiando de personalidad, voy (aquí es que puede haber evolución) enriqueciéndome en la capacidad de crear personalidades nuevas, nuevos tipos de fingir que comprendo el mundo, o, mejor, de fingir que se puede comprenderlo. Por eso veo esa marcha en mí como comparable, no a una evolución, sino a un viaje: no subí de un piso a otro; seguí, en planicie, de un lugar a otro. Perdí, es cierto, algunas simplezas e ingenuidades que había en mis poemas de adolescencia; eso, sin embargo, no es evolución, sino envejecimiento.
Creo haber dado, en estas palabras apresuradas, algún vislumbre de una idea clara de que estoy de acuerdo con, y acepto, su criterio de que en mí no ha habido propiamente evolución.
Me refiero, ahora, al caso de la publicación de mis libros en un futuro próximo. No hay razón para preocuparse con dificultades en este sentido. Si realmente deseara publicar a Caeiro, Ricardo Reis y Alvaro de Campos, puedo hacerlo inmediatamente. Sucede, sin embargo, que recelo de la ninguna venta de libros de ese género y tipo. La vacilación está sólo ahí. En cuanto al libro grande de versos, ese, como cualquier otro, tiene desde ya la publicación garantizada. Si pienso más en este que en otro, es porque encuentro más ventaja mental en su publicación, y, a pesar de todo, menos riesgo de in-éxito en su edición.
En cuanto a la publicación de El Banquero Anarquista en inglés, tampoco ahí habrá, creo yo, pero por otras razones, dificultad notable. Si en la obra hubiera capacidad de interés para el mercado inglés, el agente literario a quien la envíe, la colocará más tarde o más temprano. No será preciso recurrir al apoyo de Richard Aldington, cuya indicación, de todas maneras, mucho le agradezco. Los agentes literarios (respondiendo ahora a su pregunta sobre lo que son) son individuos, o firmas, que colocan los libros o escritos de los autores cerca de editores o directores de periódicos, que ellos, mejor que los autores, evalúan cuales deben ser, mediante una comisión, en general del diez por ciento. En este punto, sé lo que he de hacer y a quien me he de dirigir; cosa rara, por otra parte, en mí, en cualquier circunstancia práctica de la vida.
Lo abraza el camarada amigo y admirador,
Fernando Pessoa
Borrador de una carta a Adolfo Casais Monteiro
He tenido siempre, desde niño, la necesidad de aumentar el mundo con personalidades ficticias, sueños míos rigurosamente construidos, vistos en visiones de claridad fotográfica, comprendidos por dentro de sus almas. No tenía yo más de cinco años y, niño aislado y no deseando sino estar así, ya me acompañaban algunas figuras de mis sueños —un capitán Thibeaut, un Chevalier de Pas— y otros que ya se me han olvidado, y cuyo olvido, como el imperfecto recuerdo de aquellos, es una de las grandes añoranzas de mi vida.

Esto parece simplemente esa imaginación infantil que se entretiene con la atribución de vida a muñecos o muñecas. Era sin embargo más: yo no necesitaba muñecas para concebir intensamente aquellas figuras. Claras y visibles en mi sueño constante, realidades exactamente humanas para mí, cualquier muñeco, por irreal las arruinaría. Eran gente.

Además, esta tendencia no pasó con la infancia, se desarrolló en la adolescencia, arraigó con su crecimiento, se convirtió finalmente en la forma natural de mi espíritu. Hoy ya no tengo personalidad: cuanto en mí hay de humano lo he repartido entre los autores varios de cuya obra he sido el ejecutor. Soy, hoy, el punto de reunión de una pequeña humanidad sólo mía.

Se trata, a pesar de todo, simplemente del temperamento dramático elevado al máximo; escribiendo, en vez de dramas en actos y acción, dramas de almas. Tan sencillo es, en substancia, este fenómeno aparentemente tan confuso.

No niego, sin embargo —hasta lo acepto—, la explicación psiquiátrica, pero debe comprenderse que toda actividad superior del espíritu, puesto que es anormal, es igualmente susceptible de interpretación psiquiátrica. No me cuesta admitir que esté loco, pero exijo que se comprenda que no estoy loco de manera diferente que Shakespeare, cualquiera que sea el valor relativo de los productos de la parte sana de nuestra locura. Médium, así, de mí mismo, todavía subsisto. Soy, no obstante menos real que los demás, menos coherente, menos personal, eminentemente influenciable por todos ellos. Soy también discípulo de Caeiro, y todavía me acuerdo del día —13 de marzo de 1914— en que, habiendo "oído por primera vez" (es decir, habiendo acabado de escribir, de una sola aspiración de espíritu) gran número de los primeros poemas de El guardador de rebaños, inmediatamente escribí, seguidos, los seis poemas—intersecciones resultado de la influencia de Caeiro en el temperamento de Fernando Pessoa.
Fernando Pessoa

Fernando Pessoa
Conciencia de la pluralidad

No sé quién soy, qué alma tengo.
Cuando hablo con sinceridad no sé con qué sinceridad hablo. Soy variamente otro de un yo que no sé si existe (o si es esos otros).
Siento creencias que no tengo. Me animan ansias que repudio. Mi permanente atención sobre mí continuamente me dicta traiciones al carácter de un alma que, tal vez, no tenía, ni que ella juzga yo pueda tener.
Me siento múltiple. Soy como una habitación con innumerables espejos fantásticos que desvían hacia falsas reflexiones una única y anterior realidad que no está en ninguna parte y está en todas.
Como un panteísta se siente árbol (?) incluso flor, yo me siento varios seres. Me siento vivir vidas ajenas en mi, incompletamente, como si mi ser participase de todos los hombres, incompletamente de cada (?), por una suma de no-yos sintetizados en un yo postizo.

Sé plural como el universo!
Siendo nosotros portugueses conviene saber lo que somos:
a) Adaptabilidad, que en lo mental da inestabilidad y, por lo tanto, diversidad al individuo dentro de sí mismo. El buen portugués es varias personas.
b) La predominancia de la emoción sobre la pasión. Somos tiernos y poco intensos, al contrario que los españoles -nuestros absolutos contrarios- que son apasionados y fríos.
Nunca me siento tan portuguesmente yo como cuando me siento diferente de mi -Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Älvaro Campos, Fernando Pessoa-, y cuantos más haya habidos o por haber.
Presentación de los heterónimos
La obra completa, de la que este es el primer volumen, es de sustancia dramática, aunque en variada forma -aquí con fragmentos de prosa y en otros libros con poemas o filosofía-.
No sé si la constitución mental que los produce son producto de un privilegio o de una enfermedad. Lo cierto es, sin embargo, que el autor de estas líneas -no sé si el autor de estos libros- nunca tuvo una sola personalidad, ni pensó o sintió jamás sino de forma dramática, o el que pudiese tener tales sentimientos, y esto considerado en tanto persona o personalidad ficticia más que él mismo
Hay autores que escriben dramas y novelas; en esos dramas y novelas atribuyen sentimientos e ideas a las figuras que las habitan, y muchas veces estos autores se indignan si estos sentimientos o ideas son tomados por propias. Aquí la sustancia es la misma aunque de otra índole.
A cada personalidad que el autor sintió vivir de manera prolongada dentro de sí, él le dio una índole expresiva, e hizo de dicha personalidad un autor con un libro, con las ideas, las emociones, y el arte con los cuales el autor real (o quizás aparente, porque no sabemos qué pueda ser la realidad), nada tiene -salvo el haber sido-, al escribirlas, el medium de figuras que él mismo creó.
Ni esta obra, ni las que le sigan, tienen que ver con quien las escribe. Él ni acuerda ni desacuerda con lo que va escribiendo. Como si le fuese dictado, escribe, y como si se tratara de un amigo quien le dicta, y que por esta razón le pide que escriba lo que le dicta, encuentra interesante -quizás sólo por la amistad- lo que se le dicta y va escribiendo.
El autor humano de estos libros no conoce en sí mismo personalidad alguna. Cuando acaso siente emerger en él una personalidad, repentinamente advierte que es un ente distinto de él mismo, aunque parecido; hijo mental quizás, y con cualidades heredadas pero diferenciado como un otro.
El autor de estos libro no refuta ni aprueba la posibilidad de que esta cualidad del escritor sea una forma de histeria, o de la llamada disociación de la personalidad. De nada le serviría pronunciarse por ésta o aquella teoría, esclavo como es de la multiplicidad que lo habita.
Que este proceso para realizar arte cause extrañeza no sorprende, lo que sorprende es que alguna cosa no cause extrañeza.
Algunas teorías que el autor tiene en la actualidad, le fueron inspiradas por una u otra de estas personalidades que, en algún momento, alguna hora, algún tiempo pasaron a su personalidad, si es que ésta existe.
Afirmar que todos estos hombres, tan diferentes, tan definidos que le trasmiten a su alma incorpóreamente, no existen, es algo que el autor de estos libros no puede hacer, porque no sabe lo que es existir, ni cuál, si Hamlet o Shakespeare, es más real, o lo real en la verdad.
Estos libros serán los siguientes: Primero, este volumen, Libro del desasosiego, escrito por quien dice llamarse Vicente Guedes; después El cuidador de rebaños y otros poemas y fragmentos del (también y del mismo modo fallecido) Alberto Caeiro, que nació cerca de Lisboa en 1889 y murió en el mismo lugar en 1915. Si me dijesen que es absurdo hablar así de quien nunca existió, respondo que tampoco tengo pruebas de que Lisboa haya existido alguna vez existido, o yo mismo que escribo, o cualquier otra cosa que sea.
Alberto Caeiro tuvo dos discípulos, Ricardo Reis y Álvaro Campos, que seguirán caminos distintos; intensificando y volviéndose artísticamente ortodoxo el primero del paganismo descubierto por Caeiro, y desarrollando un sistema enteramente diferente y enteramente basado en las sensaciones el segundo. El continuador filosófico, Antonio Mora (los nombres son tan inevitables, tan externamente impuestos por las personalidades), escribirá uno o dos libros, en los que probará completamente la verdad, metafísica y práctica, del paganismo. Un segundo filósofo de esta escuela pagana, cuyo nombre sin embargo no puedo todavía avizorar en mi interior, hará una defensa del paganismo basada enteramente en otros argumentos.
Es probable que más adelante otros individuos de este género, de verdadera realidad, puedan aparecer. No lo sé, pero serán siempre bienvenidos a mi vida interior donde conviven mejor conmigo de lo que yo consigo hacerlo con la realidad externa. Me dispenso de expresar con que parte de las teorías de ellos concuerdo y con cuales no. Resulta absolutamente indiferente. Si ellos escriben cosas bellas, esas cosas son bellas independientemente de cualquier consideración metafísica sobre los autores "reales" de ellas. Si en esas filosofías se dicen algunas verdades -si hay verdad en un mundo que es no haber nada-, esas cosas son verdaderas independientemente de la intención o de la "realidad" de quien las dice.
Transformándome de este modo, como mínimo en un loco que sueña alto, como máximo ya no siendo un solo escritor, queda toda una literatura que, si no contribuye a divertirme -lo que para mí ya es bastante-, contribuye quizás a engrandecer el universo, porque quien al morir deja un bello verso, deja más ricos a los cielos y a la tierra y más emotivamente misteriosa la razón de que haya estrellas y gente.
Con una falta tal de literatura como ocurre en la actualidad, ¿qué puede hacer un hombre de carácter sino convertirse él mismo en literatura? Con una falta tal de gente co-existente como sucede en la actualidad, ¿qué puede hacer un hombre de sensibilidad sino inventarse sus amigos o, cuanto menos, a sus compañeros de espíritu?
Pensé en un principio publicar anónimamente estas obras, y, por ejemplo, establecer un neopaganismo portugués, con varios autores, todos diferentes, colaborar con ellos con ampliaciones. Pero, tomando en cuenta que el medio intelectual portugués es reducido, para que (incluso sin infidencias) esta máscara pudiese mantener, resultaba inútil el esfuerzo mental de intentarlo.
Tengo, en una visión que llamo interior sólo porque llamo exterior a determinado "mundo", plenamente determinado, de un modo nítido, claro y distinto, a las líneas fisonómicas y rasgos de carácter, la vida e influencias, en algunos casos la muerte, de estos personajes. Algunos llegarán a conocerse, otros no. A mí personalmente ninguno de ellos me conoció salvo Álvaro Campos. Sin embargo, el día de mañana viajara a América y de pronto me encontrara con la persona física de Ricardo Reis, que según creo vive allá, no me embargaría el menor sobresalto, estaría todo claro, incluso antes del suceso, estaba claro. ¿Qué es la vida?
Creador de Mitos
(Aspectos)
La serie o colección de libros cuya publicación se inicia con éstos, no representa un nuevo proceso en literatura tanto como una nueva forma de emplear un antiguo proceso.
Deseo ser un creador de mitos, que es el misterio más elevado que puede obrar alguien en la humanidad.
La confección de estas obras no supone ninguna suerte de opinión metafísica. Es decir que, al escribir estos "aspectos" de la realidad totalizados en personas que pudieran tenerlos, no pretendo una filosofía que insinúe que sólo es real o contiene aspectos de la realidad lo ilusivo o lo inexistente. No tengo tal creencia filosófica ni su contraria. En la intimidad de mi oficio, que es la literatura, soy un profesional en el sentido más elevado del término, quiero decir que soy un trabajador científica donde no se admite tener opiniones extrañas a la especificidad literaria, y se entrega. Y, por no tener esta o aquella opinión filosófica para la confección de estas personas-libros, no quiero inducir la creencia de ser un escéptico. La cuestión está en el plano en que la especulación metafísica, en tanto no entra legítimamente, se excusa de tener éstos o aquellos caracteres. Como el físico que no tiene metafísica en su laboratorio ni el clínico en los diagnósticos que realiza (¿) no porque no pueda tenerlos, sino porque (...) de tal modo "mío" no existe, porque no puede ni tiene porqué existir dentro de las capas de estos mis libros otros.
Los heterónimos y los grados de lirismo
Algunos personajes incluidos en cuentos o en subtítulos de libros, tienen rubricado con mi firma lo que ellos dicen, otros proyectados en absoluto no llevan mi rúbrica más allá de que soy yo quien narra lo que ellos dicen. Distingo esos personajes del siguiente modo: en los que destaco en absoluto el propio estilo me resulta ajeno, pero si el personaje lo requiere, por el contrario, puede ser como el mío; en los personajes que suscribo no hay diferencias con mi propio estilo salvo en ciertos pormenores sin los cuales no se distinguirían entre sí.
Comparé alguno de estos personajes para mostrar como ejemplo en qué consisten esas diferencias. El ayudante de contabilidad Bernardo Soares y Barão de Teive, son ambas apenas extrañas, escriben con la misma sustancia de estilo, la misma gramática y el mismo tipo y forma de propiedad: es que escriben con el mismo estilo que, bien o mal, es el mío. Comparo las dos porque son casos de un mismo fenómeno -la inadaptación a la realidad de la vida, y lo que es más, una inadaptación que reconoce los mismos motivos y razones. Pero, aunque el portugués es el mismo en Barão de Teive y en Bernardo Soares, el estilo difiere en que el hidalgo es intelectual despojado de imágenes, cómo diré, áspero y restringido, mientras que el del burgués es fluido, participando de la música y de la pintura, poco arquitectónico. El hidalgo piensa claro, escribe claro, y domina sus emociones, aunque no sus sentimientos; el ayudante de contabilidad no domina ni lo uno ni lo otro, y cuando piensa subsidiariamente siente.
Hay, por otra parte, notables semejanzas entre Bernardo Soares y Älvaro Campos. Aunque, desde luego surge en Álvaro Campos la negligencia del portugués, y desapegado de las imágenes, más íntimo y menos deliberado que Soares.
Hay accidentes en mi distinción de cada uno que pesan como grandes fardos en mi discernimiento espiritual. Distinguir tal composición musical de Bernardo Soares de una composición musical de igual tenor a la mía.
Hay oportunidades en que lo hago repentinamente, con una perfección que me da pasmo; una pasmosidad sin inmodestia, porque descreyendo de ningún fragmente de libertad humana, me pasmo en mí como si sucediera en otros, en dos extraños.
Sólo una gran intuición puede ser la brújula en los vastos descampados del alma; sólo con un gran sentido que usa la inteligencia, aunque no se asemeje a ella a ella se funde, se puede distinguir a estos personajes de sueño en la realidad de uno y otro.
En estos desdoblamientos de personalidad, o mejor dicho, invenciones de personalidades diferentes, hay dos grados o tipos que se revelarán al lector si los sigue, por características distintas. En el primer grado, la personalidad se distingue por ideas y sentimientos propios, distintos de los míos, así como, en el más bajo nivel de ese grado, se distingue por ideas, puestas en raciocinio o argumento que no son míos, o si lo son, no los conozco. El "Banquero anarquista" es un ejemplo de tal grado inferior; el "Libro del desasosiego" y el personaje Bernardo Soares son un ejemplo del grado superior.
Habrá podido reparar el lector que, aunque haya publicado (se haya publicado) El Libro del desasosiego como siendo de un tal Bernardo Soares, ayudante de contabilidad de la ciudad de Lisboa, no lo he incluido todavía en estas Ficciones de Interludio. Es que Bernardo Soares, distinguiéndose de mí por sus ideas, sus sentimientos, sus puntos de vista y manera de comprender, no se distingue de mí por su estilo de exposición. Doy la personalidad diferente a través del estilo que me es natural, no existiendo más que una distinción inevitables de tono especial que la propia especificidad de las emociones necesariamente proyecta.
En los autores de Ficciones de Interludio no son los sentimientos e ideas lo que los distinguen de los míos: la técnica de composición, el estilo, es diferente al mío. En ese sentido cada personaje es una creación integralmente diferente y no simplemente pensados de un modo diferente. Por eso, en las Ficciones de Interludio predomina el verso, en prosa es más difícil otrorizarse.
Aristóteles dividió la poesía en lírica, elegíaca, épica y dramática. Como todas las clasificaciones está bien pensada, es clara y útil; como todas las clasificaciones es falsa. Los géneros no se separan con tan íntima facilidad y, si analizamos con detenimiento aquello de lo que se componen, verificamos que entre la poesía lírica y la dramática hay una graduación interrumpida. En efecto, y remontándonos al los orígenes de la poesía dramática -Esquilo por ejemplo-, será correcto decir que encontramos poesía lírica en la boca de diversos personajes.
El primer grado de la poesía lírica es aquel en que el poeta, concentrado en su sentimiento, expresa dicho sentimiento. Si él fuese, sin embargo una criatura de sentimientos variables y diversos, se expresará como si fuese una multiplicidad de personajes, sólo unificados en él en su estilo y temperamento. Un paso más en la escala poética y tenemos al poeta que es una criatura de sentimientos variados y ficticios, más imaginativo que sentimental y viviendo más cada estado del alma por la inteligencia que por la emoción. Este poeta se expresa como una multiplicidad de personajes unificados no ya por el temperamento o el estilo, pues el temperamento ha sido reemplazado por la imaginación y el sentimiento por la inteligencia, sino tan sólo por simples estilos. Otro paso en la misma escala de despersonalización, o sea de la imaginación y tenemos al poeta que cada uno de sus variados estados mentales se integran de tal modo en él que se despersonaliza completamente, de suerte que, viviendo analíticamente ese estado del alma, lo hace expresión de otro personaje y, de ese modo, el propio estilo tiende a variar. Demos un paso final y tendremos al poeta que será varios poetas, un poeta dramático escribiendo poesía lírica. Cada grupo de estados del alma insensiblemente aproximados se transformará en un personaje, con un estilo propio, con sentimiento por ventura diferentes, incluso opuestos, a los que son típicos a la persona viva del poeta. Y así se verá llevado de la poesía lírica -o cualquier forma literaria análoga en su sustancia- hasta la poesía dramática, sin -todavía-, darle la forma del drama, ni explícita ni implícitamente.
Supongamos que un supremo despersonalizado como Shakespeare, en lugar de crear al personaje Hamlet como participante de un drama, lo creaba como un simple personaje sin drama. Tendría escrito, por así decir, un drama de un solo personaje, un monólogo prolongado y analítico. No sería legítimo buscar en ese personaje una definición de los sentimientos y pensamientos de Shakespeare, a no ser que el personaje fuese hablado, porque el mal dramaturgo es el que se revela.
Por algún temperamental motivo que no me propongo analizar -ni importa que se analice-, construí en mi interior varios personajes distintos entre sí y de mí mismo, personajes a los que atribuí poemas varios que no son como yo, según mis sentimientos e ideas, como yo los escribiría.
Es así como los poemas de Caeiro, de Ricardo Reis y los de Álvaro Campos deben ser considerados. No hay que buscar en cualquiera de ellos ideas o sentimientos míos, porque muchos de ellos expresan ideas que no acepto, sentimientos que nunca tuve. Hay simplemente que leerlos como son, que es así como debe leerse. (aliás)
A título de ejemplo: escribí con sobresalto y repugnancias el poema octavo de Guardador de rebanhos, con su blasfemia infantil y su absoluto espiritualismo. En mí mismo, con su apariencia de realidad con quien vivo social y objetivamente, no uso la blasfemia ni soy espiritualista. Alberto Caeiro, sin embargo, tal como lo concebí es así, y así tiene que escribirlo quiera o no lo quiera yo, lo piense o no lo piense él. Negarme el derecho de hacer esto sería lo mismo que negar a Shakespeare el derecho de dar expresión al alma de Lady Macbeth, bajo pretexto de que él, poeta, no era mujer, ni -que se lo sepa- un histérico-epiléptico, o atribuirle una tendencia alucinatoria o una ambición que no retrocede ante el crimen. Si así puede pensarse de los personajes ficticios de un drama, es lícito pensarlo de los personajes ficticios sin drama.
Parece no ser necesario explicar una cosa tan simple e intuitivamente comprensible. Sucede sin embargo, que la estupidez humana es inmensa y poca la bondad.
Prefacio de Ficciones de interludio
Los astrólogos relacionan a todas las cosas con la operación de cuatro elementos -fuego, agua, aire y tierra-, es en tal sentido que deben entenderse la operación de toda influencia. Unas actúan sobre los hombres como la tierra, sepultándolos y aboliéndolos, y esos son los que dominan el mundo. Unas actúan sobre los hombres como el aire, envolviéndolos y escondiéndolos, y esos son los que dominan al trasmundo. Unas actúan sobre los hombres como el agua, que los ensopa y convierte en su misma sustancia, y esos son los ideólogos y los filósofos, que dispersan a través de los otros las energías de su propia alma. Unos actúan sobre los hombres como el fuego, que quema en él todo lo accidental, y los deja desnudos y reales, propios y verídicos, y esos son los libertarios. Caeiro es de esta raza. Caeiro tuvo esa fuerza. ¿Qué importa que Caeiro salga de mí si Caeiro es así?
De ese modo, operando sobre Reis, que todavía no había escrito nada, hizo nacer en él una forma propia y una persona estética. Así, operando sobre mí mismo, me libró de sombras y miserias, le dio más inspiración a la inspiración y más alma al alma. Después de esto, tan prodigiosamente conseguido quién podría preguntar si Caeiro existió?
Génesis de los heterónimos
Tuve siempre, desde muy pequeño, la necesidad de aumentar el mundo con personalidades ficticias, sueños rigurosamente construidos, visualizados con claridad fotográfica, comprendidos en la intimidad de sus almas. No tenía más de cinco años, siendo un niño aislado y sin otro deseo que el de permanecer así, y ya estaba en compañía de algunas figuras de mis sueños -un capitán Thibeaut, un Chevalier de Pas- y otros que se me escapan y cuyo olvido como su imperfecto recuerdo, es una de las mayores saudades de mi vida.
Esto se parece a la simple imaginación infantil cuando atribuye vida a muñecos o muñecas. Pero era aún más que eso: yo no precisaba de muñecas para concebir intensamente dichas figuras. Claras y vívidas en mi sueño constante, realidades plenamente humanas para mí, cualquier muñeco, por irreal, las estragaría. Eran gente.
Más tarde, esta tendencia no cesó con la infancia y se incrementó en la adolescencia, se arraigó con su desarrollo, y se tornó finalmente una forma natural de mi espíritu. Hoy no tengo personalidad.: cuanto de humano haya de mí, yo lo dividí entre autores varios y de cuya obra se me tiene como ejecutor. Sólo soy hoy el punto de reunión de una pequeña humanidad sólo mía.
Se trata, con todo, simplemente del temperamento dramático llevado al máximun, escribiendo, en vez de dramas en actos y acción, dramas en almas. Tan simple es en su substancia este fenómeno de apariencia tan confusa.
No niego sin embargo -al contrario no la rechazo-, la explicación psiquiátrica, pero debe comprenderse que toda actividad superior del espíritu en tanto es anormal, es susceptible de interpretación psiquiátrica. No me cuesta admitir que yo sea un loco, pero exijo que se comprenda no soy diferentemente loco a un Shakespeare, cualquiera que sea el valor relativo de los productos de nuestras locuras.
Como medium de mí mismo todavía subsisto. Soy sin embargo menos real que los otros, menos integrado (¿), menos personalizado, esencialmente influenciable por todos ellos. Soy también discípulo de Caeiro, y todavía recuerdo el día -13 de marzo de 1914- cuando "oí hablar de él por primera vez" (quiero decir, cuando terminé de escribir de un solo hausto de espíritu) gran número de los primeros versos de Guardador de Rebanhos, inmediatamente escribí, de un tirón, seis poemas-intersecciones que componen Chuva Oblícua (Orpheu 2), manifiesto y lógico resultado de la influencia de Caeiro sobre el temperamento de Pessoa.