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miércoles, 18 de mayo de 2011

entender el ‘ulises’ de james joyce

entender el ‘ulises’ de james joyce

En el reciente Encuentro de Irlandeses y Amantes de Irlanda en España salió a colación, más de una vez, la obra Ulises de Joyce. El domingo por la mañana pude escuchar con atención cómo Roger Cumminskey desgranaba el capítulo 4. Pues bien, navegando por la red me he topado con esta guía para comprender mejor la obra. Espero que os sea de utilidad. Yo creo que, siguiendo al pie de la letra todas sus instrucciones, el Ulises se nos abrirá de par en par. ¡Suerte!
Supongo que muchos habréis oído hablar de esta obra cumbre de la literatura universal y de su autor, el escritor irlandés James Joyce. La leyenda urbana que corre por ahí es que nadie consigue acabarse el tocho sin sentirse anonadado por su tremenda incultura o quedarse profundamente dormido. No os preocupéis, es normal. Es imposible entender el contenido si con anterioridad no se ha localizado el continente. Así que, nos hemos dicho, ¿por qué no hacer un manual de ayuda para que entendáis este libro? Y eso hemos hecho. Generosos que somos.
Para los profanos explicar brevemente que “Ulises” es un relato basado según algunos en la estructura de La Odisea de Homero; según otros en la forma de empinar el codo del autor. Por si fuera poco, hace un uso indiscriminado del discurso interior, técnica narrativa no basada en los cánones literarios convencionales, sino en el discurrir aleatorio, incoherente y naufragante que se produce en la mente cuando vas caminando por la calle. Podéis hacer la prueba cuando queráis: iros a dar una vuelta y lo comprobaréis personalmente. Leéis un rótulo donde pone “Camas automáticas” y de repente hacéis una regresión en el tiempo y os acordáis de cuando estuvisteis ingresados por una lesión de ligamentos cruzados del menisco interior derecho y, efectivamente, la cama era automática. De ahí saltáis a “Maribel“, ¿por qué?, por que la enfermera que os traía la sopa se llamaba justamente… ¡Maribel! y unos momentos después estáis pensando en una marca comercial de queso que se llamamini-maribel. Os entra hambre y acabáis frente a un pincho de tortilla en una tasca un poco grasienta. ¿Resultado? En menos de un minuto nos hemos ido de las “camas automáticas” a los “pinchos de tortilla”. Este tío era un genio: te ahorras un pastón en drogas!!!
Por si no tenéis bastante, Joyce tenía un sentido del humor bastante peculiar y hacía un uso desmedido del “private joke“. Para que nos aclaremos: es aquello que nos hace gracia sólo a nosotros porque está relacionado con cosas de nuestra vida particular. Por si fuera poco: aparte del vino, le chiflaban las alegorías, los simbolismos, los mensajes encriptados y los juegos de palabras raros. Y además los usaba a destajo.
¿Preparados?
TODO LO QUE HAY QUE SABER (previamente) PARA ENTENDER ULISES.
* Hay que tener el nivel C de latín, o en su defecto el Latin First Certificate.
* También hay que tener conocimientos profundos de etimología griega y saberse de pé a pá las obras de Aristóteles, Platón y Sócrates (mínimo) Si se pueden leer directamente en griego antiguo es preferible. Si tus conocimientos de griego alcanzan sólo a decir kroña-k-jroña, mejor ni lo intentes.
* Conocimientos profundos de inglés, alemán, francés, español, neerlandés, gaélico, romanche e italiano (muy recomendables)
* Hay que saberse al dedillo todas las oraciones latinas que se utilizan en la liturgia católica y todos los ritos, sacramentos, vestuario, complementos y accesorios relacionados con la misma. Recomendable leerse unos cuantos catecismos y misalitos antes de emprender el combate de lucha libre contra Ulises. Podéis ir si queréis al sermón dominical (opcional) Hacer un estudio de la filosofía eucarística de la Iglesia entre 1904 y 1924 tampoco está de más.
* Es imprescindible conocer en profundidad la situación social, política y económica de la Irlanda de principios del siglo XX, en especial todo lo relacionado con los movimientos independentistas locales, además de todas las marcas de cerveza, ungüentos, linimentos, camafeos, ligueros y sujetadores del momento. Conocer la ubicación de los principales prostíbulos, tabernas, pubs, publicaciones, iglesias, conventos, casas de okupas y mercados de ganado del momento también puede resultar útil. Si no se dispone de un mapa de Dublín es recomendable buscar uno o viajar directamente. Cada 16 de junio se celebra el Bloomsday, rito que consiste en disfrazarse de tío de 1904 (o tía: con ligueros y tal) y desfilar en procesión por el itinerario que Leopold Bloom (uno de los protas) sigue en la novela. Es el momento ideal para hacerlo.
* Es innecesario decir que es absolutamente imprescindible conocer de forma exhaustiva toda la obra de Homero, especialmente La Odisea. Si tenéis unos minutillos, echadle también un vistazo a todas las obras de Shakespeare, Ibsen, Dante, Santo Tomás de Aquino y San Lúcar de Barrameda. Se precisan asimismo, conocimientos elementales sobre autores de la antiguedad greco-romana como Tito Livio, Séneca, Cicerón, Plutarco y Pijus Magníficus.
* Como ya hemos dicho, Joyce hace un uso frecuente de simbologías chistosas relacionadas con su vida privada. Es el momento que estabais esperando, cabrones, lo sé: el de la parte “Salsa Rosa” del relato. Tenéis que conocer todas las anécdotas sobre la vida del personaje. Desde sus relaciones con los jesuítas en el internado de Clongowes y los pormenores de sus relaciones familiares. Su hábitat social también es importante para saber porque se divorció del nacionalismo irlandés. Y, sobre todo, sus relaciones con Nora Barnacle, su mujer, una criada totalmente inculta. También os pueden ser útiles los chismes de sus amigos de barra, como Hemmingway. Hay que leerse todas las biografías habidas y por haber para entender muchos de los chistes herméticos que contiene la novela. Es una realidad. También son útiles obras basadas en su correspondencia particular (que de haberlas, haylas)
* Vino: Si decidís beberos unos vasillos de vino para entender mejor la novela os aconsejamos ciertofendant blanco de las riveras del Rhin que Joyce consideraba pipí de archiduquesa. Nunca se os ocurra beber vino tinto mientras leeis Ulises, pues Joyce lo consideraba un “bistec licuefacto”. Si sois fumadores, es una ocasión para dejarlo. Si no, todo el vino te sabe como el que bebe Asunción.
* Historia: no estaría de más que le echarais un vistazo a la situación política de Europa en la época de entreguerras y al estudio de los gorrones que pululaban por los hoteles de Zurich en esa época. Análisis exhaustivos sobre el consumo de langosta mientras el Imperio Austrohúngaro se hundía en la miseria también son necesarios.
* Previamente a embarcarse en esa odisea llamada Ulysses, hay que leer la obra anterior del autor. La novela contiene spoilers, puesto que uno de los personajes repite papel en sus novelas anteriores,Stephen el Héroe, Retrato del artista adolescente y Dublineses.
* Brevemente, y sin intención de desmoralizar. Con posterioridad a Ulises, Joyce escribió Finnegans Wake (1939), basada en un tabernero borracho que se ha quedado dormido sobre una mesa y se le va la olla. No ha podido ser traducida a ningún idioma por el momento. Y si ha sido traducida tendría que verse cómo.
Creo que con esto tendréis suficiente para empezar.


se dio juego de barajas y hechaste todo a perder

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sábado, 14 de mayo de 2011

HIJO GOZOSO DE MI TIEMPO -Javier Goma Lanzon

REPORTAJE: PENSAMIENTO

Hijo gozoso de mi tiempo

JAVIER GOMÁ LANZÓN 14/05/2011
Publicado en El Pais del 14 de mayo de 2011
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La ejemplaridad -más que la reacción o la resignación- es la mejor arma del ciudadano de hoy para elegir formas superiores de libertad
Pocas ideas tejen tantos consensos como la de que el estado actual de la cultura es una calamidad. Y el futuro no promete, a tenor de lo que se observa en esta juventud nuestra, mal criada, sin gramática ni epigramática, ignorante, bárbaramente tecnológica y consumista. La juventud ya no cuida de sí misma -desoyendo las recomendaciones de los estoicos- sino sólo de su coche, que relimpia hasta dejarlo como un sagrario. También yo citaré por una vez a Chesterton, quien escribió que lo malo de que los hombres hayan perdido su fe en Dios no es que no crean en nada sino que creen en cualquier cosa... como su coche, su gimnasio o su móvil, oportunamente encumbrados a deidad de sucedáneo. La liberación de las costumbres no ha hecho más que dar carta de naturaleza a la ramplonería. Y los padres, ay, imitan a sus retoños. Si tomamos una de esas fotos familiares color sepia de hace un siglo, el patriarca, luciendo bigotazos y opulento abdomen, pleno de respetabilidad, suele descansar con severo ademán en la poltrona mientras su mujer posa detrás, de pie, reclinando sus manos sobre el respaldo y, a su lado, la muchachada común en la que destaca un pollo de no más de veinte años que, con su actitud formal, su atuendo de caballero y unos mostachos incipientes, se esfuerza por parecerse a su padre. Ahora ocurre lo contrario: los cincuentones, vigoréxicos y bronceados, se enfundan camisetas estridentes y tejanos rotos y pasan a recoger a su nueva novia en un deportivo aerodinámico. Es decir, emulan el estilo de vida de sus hijos adolescentes pero con la ventaja de disponer de más medios. ¿Y qué decir de los políticos? Su mediocridad ¿no es un clamor general, causante de la desafección de la ciudadanía? Los medios de comunicación social, por su parte, no ayudan a remontar esta degeneración generalizada porque proveen a la sociedad de toneladas industriales de contraejemplos y la zafiedad campea en ellos sin oposición. Pero la culpa de todo reside, en último término, en nuestro deficiente sistema educativo, banalizado, alérgico al mérito y tristemente alejado del bachillerato de nuestros mayores, quienes cursaban hasta siete años de latín y salían de la escuela con dominio de los rudimentos de las ciencias y las letras, y una sólida formación les acompañaba el resto de su vida adulta.

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La transformación consiste en una aceptación positiva, aunque no incondicional ni acrítica, del igualitarismo contemporáneo
Estas o parecidas razones se escuchan con frecuencia entre progresistas y conservadores por igual, los cuales coinciden grosso modo en el análisis de la situación -en su juicio negativo hacia determinadas manifestaciones de la vigente cultura de masas: su mal gusto, su anomia moral, su descreimiento ideológico, su miope presentismo, su autocomplacencia, su inmoderada ansia de entretenimiento, compendiadas todas ellas en la noción de vulgaridad- y sólo discrepan en la posición adoptada ante dicho diagnóstico. Tres son las posibles respuestas a la vulgaridad triunfante. Las denominaré reacción, resignación y transformación.
La reacción es la voz de quien dice: "Veis a lo que ha conducido esa libertad que tanto porfiabais: al caos y nada más que al caos. Volvamos, pues, a esa edad previa donde quizá había menos libertad pero al menos estaban garantizados el orden y la seguridad, reinaba el buen gusto, regían reglas bien definidas y había valores". Por mi parte, he de confesar que cada vez que oigo la palabra "valores" me llevo la mano al revólver porque, usada por Nietzsche y por Scheler, ha sido apropiada ahora por la reacción, que la emplea combativamente para imponer los suyos a una mayoría que no los comparte. Estos reaccionarios se consideran del linaje de los grandes señores de antaño, herederos de la brillante tradición del humanismo aristocrático y, como no soportan una democracia que los nivela con los menestrales, les gustaría dar un puñetazo sobre la mesa -la mesa de la modernidad, definitivamente un gran error- y volver a la dulzura del Antiguo Régimen. Esta actitud está bien representada por ese personaje de la novela de D'Ormesson que, al ser invitado a opinar sobre la tolerancia, uno de los más preciados bienes de nuestra cuestionada modernidad, replicó con desprecio: "¿La tolerancia? Hay casas para eso".
Luego estaría la resignación, cuyo lema se condensaría en el célebre dictum de Churchill: "La democracia es el menos malo de los sistemas políticos". Vale decir: en nuestra época democrática la grandeza ha sido reemplazada por la mediocridad igualitaria, pero esta pérdida del ideal es el precio que hay que pagar por disfrutar de las libertades a las que no estamos dispuestos a renunciar en ningún caso. Se trata, en suma, de tener la madurez de rebajar prudentemente las expectativas y de aprender a convivir con la vulgaridad inevitable.
Y finalmente, la transformación. Consiste en una aceptación positiva, aunque no incondicional ni acrítica, del igualitarismo contemporáneo sin excluir la vulgaridad que le es aneja, pero presentando al mismo tiempo un ideal -la ejemplaridad- dotado de fuerza innovadora que mueva al ciudadano de hoy, por convicción y sin coacción, a reformar su vulgaridad de origen y a elegir formas superiores de libertad. Esta posición se opone a las dos anteriores: reacción y resignación. Al reaccionario le dirige las siguientes preguntas: ¿qué época distinta de ésta elegiría usted para ser pobre? ¿Y para ir al dentista o en general para caer enfermo? ¿Y para ir preso? ¿Y para ser disidente, hereje, extranjero, mujer, niño o anciano? Ninguna mejor que la nuestra, lo que ya debería convencer al otro, al resignado, sobre la altura moral de nuestra cultura y sobre su capacidad de idealismo. El ideal es inexcusable para movilizar las fuerzas latentes en una sociedad y para inspirarle esa extensio ad magna que es condición de progreso moral: todas las épocas lo han tenido y ésta no ha de ser una excepción.
En lo que a mí respecta, orgullosamente me declaro hijo gozoso de mi tiempo.