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sábado, 2 de junio de 2012






Viajeros sencillos, los que se van sin irse
Enrique Vila-Matas

Voy de pie, medio pasmado. Voy en un viejo globo, hacia Königsberg. Silencio absoluto, calma
completa de la atmósfera, solo perturbada por los crujidos del mimbre que nos lleva. En la
engañosa quietud evoco a Emmanuel Kant, que precisamente nació en esa ciudad prusiana de
Königsberg (rebautizada por los rusos como Kaliningrado) y no se movió en su vida de allí; al
parecer, eligió conocer la variedad del mundo y la infinitud de países a través sólo de los libros.
Me hace pensar en el joven André Gide que, habiendo escrito un librito bajo el título embaucador
de Voyage au Spitzberg, fue un día a ver a su protector Mallarmé y le dio un ejemplar. Mallarmé le
miró desconcertado, pues, de acuerdo al título, creyó que se trataba de un viaje real. Cuando una
semana después volvió a verle, le dijo al joven Gide: “¡Ah, que susto me dio usted! Temí que
hubiera ido allá de verdad”.
En aquel entonces realidad y ficción aún eran conceptos bien distintos, y por eso fue normal que
Mallarmé, el escritor hogareño por excelencia, se alarmara ante el extraño viaje que parecía haber
hecho su joven admirador.
Simpatizo con los que se van sin irse, con los que dicen haber estado en un lugar y luego
descubrimos que no han pisado ese sitio en su vida. Me caen bien porque son sencillos. En cuanto
doy con ese tipo de nómadas inmóviles, suelo corroborar que sólo las imaginaciones limitadas
necesitan los viajes al extranjero. De hecho, admiro a aquellos que cierran con doble llave sus
cuartos para que el confinamiento les proporcione mayor libertad en su vuelo mental.
Así las cosas, no es extraño que me haya encantado el último Bayard, Comment parler des lieux où
l’on n’a pas été? (Cómo hablar de lugares donde no hemos estado), libro publicado en Francia por
Minuit y entre nosotros aún no traducido. Se trata en realidad de una especie de continuación
lógica de su célebre Cómo hablar de los libros que no se han leído (Anagrama).
Me ha gustado ese nuevo libro de Pierre Bayard, aunque debo precisar que no lo he leído, ni falta
que me hace. Es más, esperaré a que se publique la traducción para poder reincidir en el mismo
delito y seguir insistiendo en no abrir el libro. Aunque, eso sí, puedo hablar de él como si lo
conociera de memoria. Después de todo, si adquirí cierta pericia en esta clase de lecturas fue
gracias a las instrucciones que propio Bayard me diera en Cómo hablar de los libros que no se
han leído.