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sábado, 28 de agosto de 2010

NAVEA


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Esa mujer se parecía a la palabra nunca

Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.

Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus
manos.

Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.

Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté,
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.


de GOTÁN de Juan Gelman

DIVAGANDO CON LISBOA



DIVAGANDO POR LA LISBOA DE PESSOA.

Juan Bonilla. __________________________________________________________________________
El día de 1958 que colocaron la lápida conmemorativa en la casa en que nació Fernando Pessoa, en el número 4 del Largo de San Carlo, antes de que la autoridad destinada a ello corriese la cortinilla que descubriera el mármol, justo cuando uno de los allí convocados recordaba al poeta en un discurso, el viento se adelantó al protocolo y con un golpe retiró la cortina y descubrió la lápida.
Seguramente a Fernando Pessoa le hubiera entusiasmado que sucediese precisamente así, y tal vez intuiría en el hecho casual una razón oculta, un significado intrigante, pues no en vano hizo participar al viento en algún poema suyo, por ejemplo, en estos versos de su heterónimo Alberto Caeiro: Hola, guardador de rebaños/ Ahí junto al camino ¿qué te dice el viento al pasar?/ Que es viento y que pasa y que pasó antes/ y que después ha de pasar.Un Viento gélido azota Lisboa en los últimos días de 1996. Las lluvias -que también colaboraron a menudo con Pessoa- han convertido a la capital portuguesa en una sucursal de Venecia. Desde el año 58 a hoy, la ciudad se ha llenado de lápidas que conmemoran al poeta. Son muchas las casas que pueden enorgullecerse ahora de haber albergado en alguno en sus pisos a aquel hombre oscuro que, como esos mendigos a los que después de morir se les descubre una fortuna camuflada en el interior del colchón podrido sobre el que dormían, atesoró en un ya mítico arcón un montón de papeles inéditos que ha terminado por consagrarle como uno de los pocos poetas realmente insustituibles de este siglo, con todo lo que esto significa, es decir, tanto ser leído y memorizado por adolescentes de otros tiempos que quedará maravillados por la intensidad y la rara inteligencia de sus versos, como quedar cautivo por esa ralea de especialistas capaces de convertir la publicación de una simple nota de lavandería en un acontecimiento cultural que arroja luz nueva sobre la personalidad del poeta.Suele pasar. Les ha pasado a Lorca, a Juan Ramón, a Eliot, a Borges. Ya advertía este último, al retratar una compleja tribu en El Informe de Brodie: "Otra costumbre de la tribu son los poetas. A un hombre se le ocurre ordenar seis o siete palabras, por lo general enigmáticas. No puede contenerse y las dice a gritos, de pie, en el centro de un círculo que forman, tendidos en la tierra, los hechiceros y la plebe. Si el poema no excita, no pasa nada; si las palabras del poeta los sobrecoge, todos se apartan de él, en silencio bajo el mandato de un horror sagrado. Sienten que lo ha tocado el espíritu; nadie hablará con él ni lo mirará, ni siquiera su madre. Ya no es un hombre sino un dios y cualquiera puede matarlo". En efecto, cualquiera puede matar al poeta: recuerdo haber visto - aunque no descarto que se tratara de una alucinación- cómo un grupo popfolk masacraba unos versos de Cernuda sustituyendo la música de éstos por unos rasgueos aflamencados de guitarra.Y hoy mismo, qué me decís del anciano Alberti que, a la manera del perro de Pavlov, recita uno de sus poemitas cada vez que le ponen delante una cámara o algún ministro le arroja unas monedas.En la Rua Garret, una anciana ciega y de luto canta fados cada vez que un turista introduce monedad en una de esas cajas negras que en Lisboa llevan los mendigos. Subo por esta calle del Chiado para ver la estatua de de Pessoa en A Brasileira, el mejor café del mundo: el poeta sentado en la terraza del café, fotografiado cientos de veces al día. En la librería Bertrand, techos bajos y abovedados, el escaparate principal está ocupado por ejemplares de una voluminosa fotobiografía de Pessoa, el libro más vendido del mes por encima de las banalidades contemporáneas de Crichton, Forsyth y Stephen King. Estoy a punto de preguntar si con el ejemplar de la fotobiografía regalan un bigotito y unas gafitas a lo Pessoa, pero no me atrevo.Donde sí pueden verse las gafitas de Fernando Pessoa es en una de las vitrinas que en el número 16 de la Rua Coelho da Roche, atesoran algunos objetos personales del poeta junto a las primeras ediciones de los primeros libros que publicara, algún papel suelto y más. En aquel edificio, en el que Pessoa vivió sus últimos 15 años, se ha instalado la casa Fernando Pessoa. Fue inaugurada el 30 de noviembre del año 93 y entre sus principales propósitos se encuentra el de promover y fomentar tanto la obra del poeta como el gusto por la poesía.En la planta baja, se ha habilitado una sala en la que de momento todo son cuadros y obras que tienen al poeta como protagonista. Las hay para todos los gustos: pinturas al óleo y retratos a lápiz, perfiles o composiciones cubistas, caricaturas y bustos.En un pequeño mostrador de la sala se despachan camisetas con la silueta de Fernando Pessoa, graciosas esculturas de escayola de Fernando Pessoa, postales y llaveros de Fernando Pessoa, mecheros (¿me lo estaré inventando?) de Fernando Pessoa. También conservan en esta Casa -cuya austeridad nada tiene que ver con la ampulosidad de por ejemplo la de Juan Ramón Jiménez en Moguer: allí el visitante puede echarse unos minutos en la cama del poeta, y estar tentado -él- de probarse su pijama de rayas o -ella- las preciosas zapatillas con tacones de Zenobia (¿guardará alguno de los cajones de la cómoda preservativos que no llegaron a usar la pareja? ¿usaban preservativos?)- la exigua biblioteca de Fernando Pessoa, aumentada con otras publicaciones poéticas o estrictamente dedicadas al poeta. En le segundo piso está el cuarto donde habitó Pessoa. Se decidió dejarlo vacío para permitir a los visitantes que se lo imaginaran según su sensibilidad. Así pues, una pequeña placa te avisa de que estás pisando el lugar donde residió Pessoa, pero allí no queda nada. Ello no obsta par que se nos muestren los muebles que pertenecieron a Pessoa, en exposición permanente, entre ellos, como no podía ser de otra manera, la famosa cómoda donde Pessoa escribía de pie., donde le asaltaron los demonios de sus heterónimos impulsándole a multiplicarse y cantar los misterios del mundo con tan diversas voces. Un drama em gente, o quizás mejo, un drama en mente. A este respecto los pessoanos de Lisboa siguen discutiendo el reciente libro de Mario Saraiva cobre Pessoa como caso clínico, su distimia cíclica con sintomatológica alternancia de estados de depresión y explayamientos, sus alucinaciones constantes, su astrapefobia -fobia a los relámpagos- y su soledad como rechazo del resto del mundo.Pero la joya de la Casa de Fernando Pessoa es sin lugar a dudas el retrato espléndido que le hizo Almada Negreiros. Preside una pared alta junto a la que va subiendo la escalera de la biblioteca, de manera que se nos permite contemplarlo desde dos perspectivas distintas (dos o quince , dependiendo del punto de la escalera donde te detengas a mirarlo). Es una obra impresionante, de veras. Vista mil veces en ilustraciones se había hecho uno la idea de que se trataba de un cuadro pequeño, coqueto, doméstico. Nada de eso: es espectacular.La iconografía pessoana, de cualquier forma, también se ha trasplantado a algunas calles de Lisboa. En Rua Do Carmo, por ejemplo, hay un colegio cuyos muros exteriores han sido hermoseados por los alumnos que han dejado allí las imágenes de todos los heterónimos de Pessoa para regocijo de los cazadores de instantáneas. No mencionemos, en fin, los escaparates de tantas tiendas que muestran la efigie del poeta impresa en los más inverosímiles artículos(¿habré soñado haber visto su rostro en un pastel de nata, el bigotito hecho con dos líneas de chocolate?). Así pues la presencia del poeta en la ciudad es patente. Pero, ¿y de la ciudad en el poeta?Hay una regla, muy caprichosa y por ello nada científica ni fiable, que asegura que la producción de un escritor acerca de una ciudad será inversamente proporcional al número de años que residió en ella. O sea, que si uno vive un año en un lugar le dedicará un libro; si vive diez, no pasará de escribir algún artículo; y, si permanece en ella toda la vida, entonces, o bien se esfuerza en dedicarle un solo renglón, o bien le queda el recurso de escribir algún un poema. Pessoa no se pasó toda la vida encerrado en Lisboa, pero casi. Regresó a la ciudad en que nación en 1905, después de vivir en Durban, pues su madre se había casado con el cónsul de Portugal en Sudáfrica. A partir de esa fecha apenas se alejará de Lisboa en algún viaje corto y esporádico. Según la regla antes mencionada, Pessoa se habría de conformar con esparcir su relación con la ciudad a los largo de toda su obra, como de hecho así fue (si exceptuamos una pequeña guía para turistas que compuso con mano erudita). Es inevitable recordar, no obstante, un poema de 1926 que no en vano se titula Lisbon Revisited, conde como en tantos otros poemas suyos, se plasma el paradójico espíritu del poeta:Nada me une a nada.Quiero cincuenta cosas al mismo tiempo.Ansío con una angustia de hambre de carneLo que no sé qué sea:Definidamente por lo indefinido…Duermo inquieto y vivo en un sueño inquietoDe quien duerme inquieto, mitad soñando.
Sólo tres años antes de componer ese poema cuya estrofa más propicia a nuestros intereses dice,
Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-Transeúnte inútil de ti y de mí,Extranjero aquí como en todas partes,Tan casual en la vida como en el alma,Fantasma errante por los salones del recuerdoEnvuelto por el ruido de ratas y maderas que crujenEn el castillo maldito de tener que vivir…
Pessoa hizo escribir a su heterónimo Álvaro de Campos otra Lisboa revisitada que concluye entre admiraciones:
¡Oh cielo azul, el mismo de mi infancia!¡Eterna verdad vacía y perfecta!¡Oh suave Tajo, ancestral y mudo, pequeña verdad donde el cielo se refleja!¡Oh pena mía, de nuevo visitada, oh Lisboa de otro tiempo, hoy!Nada me dais, nada me quitáis, nada sois que yo me sienta.¡Dejadme en paz! No he de tardar, que nunca tardo…Y mientras tardan el Abismo y el Silencio ¡quiero estar conmigo a solas!
Como se ve, la Lisboa que patrocina la melancolía del poeta es una ciudad que ya no existe, pues aunque sea la misma que el poeta abandonó en su infancia son otros los ojos que ahora la miran: los de un extranjero aquí y en todas partes, los de un fantasma errante por los jardines del recuerdo.Pero no hemos de olvidar que Pessoa no se limitó a ser un poeta acosado por las dudas metafísicas. También fue un activista cultural y en cierta medida un ciudadano comprometido. Ayudó a fundar algunas revistas cuya importancia nadie cuestiona y en las que alojó producción suficiente como para que carezca de sentido esa superstición según la cual murió prácticamente inédito y olvidado. Provocó más de un escándalo al defender ideas que chocaban frontalmente con lo establecido. Es el caso, por ejemplo , del texto en que defendía al poeta homosexual Antonio Botto y un libro que había sido silenciado por la crítica. Ese texto se titulaba Antonio Botto y el ideal estético de Portugal y en 1922 produjo una serie de reacciones que pasaron a catalogarse como "polémica en Sodoma". Hay un volumen de las Obras de Pessoa que viene publicado en elegantes y austeros tomos de la Editorial Atica, dedicado a acoger las páginas de intervención de Fernando Pessoa, otro en el que se recogen textos sobre Portugal y otro más donde están elucubraciones de sociología política. No se encerró Pessoa en ninguna torre de marfil, y aunque es cierto que los problemas contemporáneos y los hechos circunstanciales de la actualidad política o literaria los utiliza como trampolines para arriesgar sus ejercicios de metafísica , es también evidente que la casi constante presencia del poeta en la vida intelectual portuguesa no nos deja decir que se encastilló entre sus fantasmas para mirar la vida como aquellos a los que la realidad que les rodea les trae al pairo.Pero va llegando la hora de despedir estas divagaciones en la ciudad de Pessoa. Cualquiera que plantease un itinerario siguiendo las huellas del poeta me recomendaría, después de conseguir mesa en Martinho de Arcada, visitar el panteón donde reposan los restos de Pessoa, en el Cementerio dos Prazeres, a las afueras de Lisboa. Pero, pues la ocasión lo exige rebajémonos a la cursilería, uno prefiere despedirse del poeta en ese lugar donde sus restos siguen palpitando contra el tiempo y la muere, o sea, en su versos, y así, lejos de la multiplicación de imágenes que ha padecido la figura convertida en mercancía y souvenir recluirse en su manera de mirar Lisboa:
Si de noche, acostado y despiertoEn la inútil lucidez de no poder dormir,quiero imaginarme alguna cosa (pero siempresurge otra, porque tengo sueño)quiero extender esa mirada con la que imaginohasta los grandes palmares fantásticos,no veo nada más,sobre una especie de lado de dentro de los párpados,que Lisboa con sus casasde varios colores.Sonrío, porque aquí acostado, eso es ya otra cosa.A fuerza de monotonía es diferente.Y a la fuerza de ser yo, duermo y me olvido de que existo.Queda sola sin mi, que olvido porque duermo,Lisboa con sus casasDe varios colores.
Publicado en AJOBLANCO 1996.
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Que quieres alma mia, Lisboa que quieres Alvaro de Campos


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(Há quanto tempo, Portugal, há quanto)
Há quanto tempo, Portugal, há quanto
Vivemos separados! Ah, mas a alma,
Esta alma incerta, nunca forte ou calma,
Não se distrai de ti, nem bem nem tanto.
Sonho, histérico oculto, um vão recanto...
O rio Furness, que é o que aqui banha,
Só ironicamente me acompanha,
Que estou parado e ele correndo tanto... Tanto?
Sim, tanto relativamente...
Arre, acabemos com as distinções,
As subtilezas, o interstício, o entre,
A metafísica das sensações —
Acabemos com isto e tudo mais...
Ah, que ânsia humana de ser rio ou cais!
¡Hace cuánto tiempo, Portugal, hace cuánto
Vivimos separados! Ah, pero el alma,
Este alma incierta, nunca fuerte o calma,
No se distrae de tí, ni bien ni tanto. Sueño,
histérico oculto, un vano rincón...
El río Furness, que es lo que aquí baña,
Sólo irónicamente me acompaña,
Que estoy parado y él corriendo tanto...
¿Tanto? Sí, tanto relativamente...
Arre, acabemos con las distinciones,
Las sutilezas, el intersticio, el entre,
La metafísica de las sensaciones —
Acabemos con esto y lo demás...
¡Ah, qué ansia humana de ser río o muelle!
Ãlvaro de Campos
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AMOR 77 - Julio Cortazar

Amor 77
Y después de hacer todo lo que hacen,
se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se peinan, se visten,
y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

De Julio Cortazar.
1979

un tal Lucas

miércoles, 25 de agosto de 2010

LAMENTO POR LA MUERTE DE PARSIFAL HOOLIG

LAMENTO POR LA MUERTE DE PARSIFAL HOOLIG

de Juan Gelman

empezó a llover vacas
y en vista de la situación reinante en el país
los estudiantes de agronomía sembraron desconcierto
los profesores de ingeniería proclamaron su virginidad
los bedeles de filosofía aceitaron las grampas de la razón intelectual
los maestros de matemáticas verificaron llorando el dos más dos
los alumnos de lenguaje inventaron buenas malas palabras

esto ocurrió al mismo tiempo
un oleaje de nostalgia invadía las camas del país
y las parejas entre sí se miraban como desconocidos
y el crepúsculo era servido en el almuerzo por padres y madres
y el dolor o la pena iba vistiendo lentamente a los chiquitines
y a unos se les caía el pecho y la espalda a otros y nada a los demás
y a Dios lo encontraron muerto varias veces
y los viejos volaban por el aire agarrados a sus testículos resecos
y las viejas lanzaban exclamaciones y sentían puntadas en la memoria o el olvido según
y varios perros asentían y brindaban con armenio coñac
y a un hombre lo encontraron muerto varias veces

junto a un viernes de carnaval arrancado del carnaval
bajo una invasión de insultos otoñales
o sobre elefantes azules parados en la mejilla de Mr. Hollow
o alrededor de alondras en dulce desafío vocal con el verano
encontraron muerto a ese hombre
con las manos abiertamente grises
y las caderas desordenadas por los sucesos de Chicago
un resto de viento en la garganta
25 centavos de dólar en el bolsillo y su águila quieta
con las plumas mojadas por la lluvia infernal

¡ah queridos!
¡esa lluvia llovió años y años sobre el pavimento de Hereby Street
sin borrar la más mínima huella de lo acontecido!
¡sin mojar ninguna de las humillaciones ni uno solo de los miedos
de ese hombre con las caderas revueltas tiradas en la calle
tarde para que sus terrores puedan mezclarse con el agua y pudrirse y terminar!

así murió parsifal hoolig
cerró los ojos silenciosos
conservó la costumbre de no protestar
fue un difunto valiente
y aunque no tuvo necrológica en el New York Times ni el Chicago Tribune se ocupó de él
no se quejó cuando lo recogieron en un camión del servicio municipal
a él y a su aspecto melancólico
y si alguno supone que esto es triste
si alguno va a pararse a decir que esto es triste
sepa que esto es exactamente lo que pasó
que ninguna otra cosa pasó sino esto
bajo este cielo o bóveda celeste



LAMENTO POR EL ARBOLITO DE PHILIP


philip se sacó la camisa servil
llena de tardes de oficina y sonrisas al jefe
y asesinatos de su niño románticamente hablando
su niño operado cortado transplantado injertado
de bucólicas primaveras y Ginger Street volando alto verdadera
en la tarde de agosto gris

se quedó en pecho philip y cuando
se quedó en pecho hizo el recuento feliz de cuando:
le sacó la lengua al maestro (a espaldas del maestro)
le hizo la higa a la patria potestad (a espaldas de la patria potestad)
formó cuernitos con la mano contra toda invasión maternal (a espaldas
de toda invasión maternal)
se burló del ejército la iglesia (a espaldas del ejército la iglesia)
en general de cuando
ejerció su rebelde corazón (dentro de lo posible)
fortificó sus entretelas acostumbradas al vuelo (siempre que el tiempo lo permita)
engañó a su mujer (con permiso)
philip era glorioso en esas noches de whisky y hasta vino
exóticamente consumido con referencias a la costa del sol
una palabra encantadora lo retenía semanas y semanas a su alrededor
sol por ejemplo
o sol digamos
o la palabra sol
como si philip buscara lejos de la sociedad industrial
fuentes de luz fuentes de sombra fuentes

qué coraje hablar del sol

como suele ocurrir philip murió
una tarde lenta amarilla buena callada en los tejados
no hablaremos de cómo lo lloró su mujer (a sus espaldas)
o el ejército la iglesia ( a sus espaldas
o el mundo en particular y en general súbitamente de espaldas:
su viuda le plantó un arbolito sobre la tumba en Cincinnati
que creció bendecido por los jugos del cielo
y también se curvó

y si alguien piensa que lo triste es la vida de philip
fíjese en el arbolito le ruego
fíjese en el arbolito por favor

hay varias formas de ser mejor dicho
muchas formas de ser:
llamarse Hughes
hablar arameo mojarlo con té
estallar contra la tristeza del mundo
pero a ustedes les pido que se fijen
en el curvado arbolito
tiernamente inclinado sobre philip
su pecho en pena en piel como se dice

ni un pajarito nunca

cantó o lloró sobre ese árbol
verde todo inclinado
inclinado

LOS 33 DE CHILE

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martes, 24 de agosto de 2010

BORGES ; 24 DE AGOSTO dia de su nacimiento

Jorge Luis Borges
Veinticinco de agosto, 1983


Vi en el reloj de la pequeña estación que eran las once de la noche pasadas. Fui caminando hasta el hotel. Sentí, como otras veces, la resignación y el alivio que nos infunden los lugares muy conocidos. El ancho portón estaba abierto; la quinta, a oscuras. Entré en el vestíbulo, cuyos espejos pálidos repetían las plantas del salón. Curiosamente el dueño no me reconoció y me tendió el registro. Tomé la pluma que estaba sujeta al pupitre, la mojé en el tintero de bronce y al inclinarme sobre el libro abierto, ocurrió la primera sorpresa de las muchas que me depararía esa noche. Mi nombre, Jorge Luis Borges, ya estaba escrito y la tinta, todavía fresca.
El dueño me dijo:
-Yo creí que usted ya había subido.
Luego me miró bien y se corrigió:
-Disculpe, señor El otro se le parece tanto, pero, usted es más joven.
Le pregunté:
-¿Qué habitación tiene?
-Pidió la pieza 19 -fue la respuesta.
Era lo que yo había temido.
Solté la pluma y subí corriendo las escaleras. La pieza 19 estaba en el segundo piso y daba a un pobre patio desmantelado en el que había una baranda y, lo recuerdo, un banco de plaza. Era el cuarto más alto del hotel. Abrí la puerta que cedió. No habían apagado la araña. Bajo la despiadada luz me reconocí. De espaldas en la angosta cama de fierro, más viejo, enflaquecido y muy pálido, estaba yo, los ojos perdidos en las altas molduras de yeso. Me llegó la voz. No era precisamente la mía; era la que suelo oír en mis grabaciones, ingrata y sin matices.
-Qué raro -decía- somos dos y somos el mismo. Pero nada es raro en los sueños.
Pregunté asustado:
-Entonces, ¿todo esto es un sueño?
-Es, estoy seguro, mi último sueño.
Con la mano mostró el frasco vacío sobre el mármol de la mesa de luz.
-Vos tendrás mucho que soñar, sin embargo, antes de llegar a esta noche. ¿En qué fecha estás?
-No sé muy bien -le dije aturdido-. Pero ayer cumplí sesenta y un años.
-Cuando tu vigilia llegue a esta noche, habrás cumplido, ayer, ochenta y cuatro. Hoy estamos a 25 de agosto de 1983.
-Tantos años habrá que esperar -murmuré.
-A mí ya no me está quedando nada -dijo con brusquedad-. En cualquier momento puedo morir, puedo perderme en lo que no sé y sigo soñando con el doble. El fatigado tema que me dieron los espejos y Stevenson.
Sentí que la evocación de Stevenson era una despedida y no un rasgo pedante. Yo era él y comprendía. No bastan los momentos más dramáticos para ser Shakespeare y dar con frases memorables. Para distraerlo, le dije:
-Sabía que esto te iba a ocurrir. Aquí mismo hace años, en una de las piezas de abajo, iniciamos el borrador de la historia de este suicidio.
-Sí -me respondió lentamente, como si juntara recuerdos-. Pero no veo la relación. En aquel borrador yo había sacado un pasaje de ida para Adrogué, y ya en el hotel Las Delicias había subido a la pieza 19, la más apartada de todas. Ahí me había suicidado.
-Por eso estoy aquí -le dije.
-¿Aquí? Siempre estamos aquí. Aquí te estoy soñando en la casa de la calle Maipú. Aquí estoy yéndome, en el cuarto que fue de madre.
-Que fue de madre -repetí, sin querer entender-. Yo te sueño en la pieza 19, en el patio de arriba.
-¿Quién sueña a quién? Yo sé que te sueño, pero no sé si estás soñándome. El hotel de Adrogué fue demolido hace ya tantos años, veinte, acaso treinta. Quién sabe.
-El soñador soy yo -repliqué con cierto desafío.
-No te das cuenta que lo fundamental es averiguar si hay un solo hombre soñando o dos que se sueñan.
-Yo soy Borges, que vio tu nombre en el registro y subió.
-Borges soy yo, que estoy muriéndome en la calle Maipú.
Hubo un silencio, el otro me dijo:
-Vamos a hacer la prueba. ¿Cuál ha sido el momento más terrible de nuestra vida?
Me incliné sobre él y los dos hablamos a un tiempo. Sé que los dos mentimos.
Una tenue sonrisa iluminó el rostro envejecido. Sentí que esa sonrisa reflejaba, de algún modo, la mía.
-Nos hemos mentido -me dijo- porque nos sentimos dos y no uno. La verdad es que somos dos y somos uno.
Esa conversación me irritaba. Así se lo dije.
Agregué:
-Y vos, en 1983, ¿no vas a revelarme nada sobre los años que me faltan?
-¿Qué puedo decirte, pobre Borges? Se repetirán las desdichas a que ya estás acostumbrado. Quedarás solo en esta casa. Tocarás los libros sin letras y el medallón de Swedenborg y la bandeja de madera con la Cruz Federal. La ceguera no es la tiniebla; es una forma de la soledad. Volverás a Islandia.
-¡Islandia! ¡Islandia de los mares!
-En Roma, repetirás los versos de Keats, cuyo nombre, como el de todos, fue escrito en el agua.
-No he estado nunca en Roma.
-Hay también otras cosas. Escribirás nuestro mejor poema, que será una elegía.
-A la muerte de... -dije yo. No me atreví a decir el nombre.
-No. Ella vivirá más que vos.
Quedamos silenciosos. Prosiguió:
-Escribirás el libro con el que hemos soñado tanto tiempo. Hacia 1979 comprenderás que tu supuesta obra no es otra cosa que una serie de borradores, de borradores misceláneos, y cederás a la vana y supersticiosa tentación de escribir tu gran libro. La superstición que nos ha infligido el Fausto de Goethe, Salammbó, el Ulysses. Llené, increíblemente, muchas páginas.
-Y al final comprendiste que habías fracasado.
-Algo peor Comprendí que era una obra maestra en el sentido más abrumador de la palabra. Mis buenas intenciones no habían pasado de las primeras páginas; en las otras estaban los laberintos, los cuchillos, el hombre que se cree una imagen, el reflejo que se cree verdadero, el tigre de las noches, las batallas que vuelven en la sangre, Juan Muraña ciego y fatal, la voz de Macedonio, la nave hecha con las uñas de los muertos, el inglés antiguo repetido en las tardes.
-Ese museo me es familiar -observé con ironía.
-Además, los falsos recuerdos, el doble juego de los símbolos, las largas enumeraciones, el buen manejo del prosaísmo, las simetrías imperfectas que descubren con alborozo los críticos, las citas no siempre apócrifas.
-¿Publicaste ese libro?
-jugué, sin convicción, con el melodramático propósito de destruirlo, acaso por el fuego. Acabé por publicarlo en Madrid, bajo un seudónimo. Se habló de un torpe imitador de Borges, que tenía el defecto de no ser Borges y de haber repetido lo exterior del modelo.
-No me sorprende -dije yo-. Todo escritor acaba por ser su menos inteligente discípulo.
-Ese libro fue uno de los caminos que me llevaron a esta noche. En cuanto a los demás... La humillación de la vejez, la convicción de haber vivido ya cada día...
-No escribiré ese libro -dije.
-Lo escribirás. Mis palabras, que ahora son el presente, serán apenas la memoria de un sueño.
Me molestó su tono dogmático, sin duda el que uso en mis clases. Me molestó que nos pareciéramos tanto y que aprovechara la impunidad que le daba la cercanía de la muerte. Para desquitarme, le dije:
-¿Tan seguro estás de que vas a morir?
-Sí -me replicó-. Siento una especie de dulzura y de alivio, que no he sentido nunca. No puedo comunicarlo. Todas las palabras requieren una experiencia compartida. ¿Por qué parece molestarte tanto lo que te digo?
-Porque nos parecemos demasiado. Aborrezco tu cara, que es mi caricatura, aborrezco tu voz, que es mi remedo, aborrezco tu sintaxis patética, que es la mía.
-Yo también -dijo el otro-. Por eso resolví suicidarme.
Un pájaro cantó desde la quinta.
-Es el último -dijo el otro.
Con un gesto me llamó a su lado. Su mano buscó la mía. Retrocedí; temí que se confundieran las dos.
Me dijo:
-Los estoicos enseñan que no debemos quejamos de la vida; la puerta de la cárcel está abierta. Siempre lo entendí así, pero la pereza y la cobardía me demoraron. Hará unos doce días, yo daba una conferencia en La Plata sobre el Libro VI de la Eneida. De pronto, al escandir un hexámetro, supe cuál era mi camino. Tomé esta decisión. Desde aquel momento me sentí invulnerable. Mi suerte será la tuya, recibirás la brusca revelación, en medio del latín y de Virgilio y ya habrás olvidado enteramente este curioso diálogo profético, que transcurre en dos tiempos y en dos lugares. Cuando lo vuelvas a soñar, serás el que soy y tú serás mi sueño.
-No lo olvidaré y voy a escribirlo mañana.
-Quedará en lo profundo de tu memoria, debajo de la marea de los sueños. Cuando lo escribas, creerás urdir un cuento fantástico. No será mañana, todavía te faltan muchos años.
Dejó de hablar, comprendí que había muerto. En cierto modo yo moría con él; me incliné acongojado sobre la almohada y ya no había nadie.
Huí de la pieza. Afuera no estaba el patio, ni las escaleras de mármol, ni la gran casa silenciosa, ni los eucaliptus, ni las estatuas, ni la glorieta, ni las fuentes, ni el portón de la verja de la quinta en el pueblo de Adrogué.
Afuera me esperaban otros sueños.


viernes, 20 de agosto de 2010

JULIO CORTAZAR

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y si el llanto te viene a buscar ............

Muñeca brava

Grabado por Carlos Gardel el 28/6/1929. Nueva discografia de Edmundo Rivero; Juan D'Arienzo, Mario Bustos. Sexto premio en concurso de la Casa de Música de Max Glücksmann del año 1928.

 
Letra de Enrique Cadicamo.
Musica de Luis N. Visca.
Compuesto en 1928. 
 
 
 
Che "Madam" que parlas en frances
y tiras ventolin a dos manos,
que escabias copetin bien frape
y tenes gigolo bien bacan...
Sos un biscuit
de pestañas muy arqueadas...
Muñeca brava
bien cotizada...
Sos del Trianon,
del Trianon de Villa Crespo...
Milonguerita,
juguete de ocasión...
 
Tenes un camba que te hace gustos
y veinte abriles que son diqueros,
y muy repleto tu monedero
pa' patinarlo de norte a Sud...
Te baten todos Muñeca Brava
porque a los giles mareas sin grupo,
pa' mi sos siempre la que no supo
guardar un cacho de amor y juventud.
Campanea la ilusión que se va
y embroca tu silueta sin rango,

y si el llanto te viene a buscar

escurri tu dolor y rei...
Meta champan
que la vida se te escapa,
Muñeca Brava, flor de pecado...
Cuando llegues
al final de tu carrera,
tus primaveras
veras languidecer...

MUÑECA BRAVA (II)
Letra de Enrique Cadicamo
Musica de Luis Visca
 
 
Che madame que parraza para hacer
y tiras el dinero a dos manos
de cenar con champan bien frape
y en el tango enredas tu ilusion
sos un bijuel te castañas muy arqueada
muñeca brava flor de pecado
sos del trialon del salon de Villa Crespo
che vampiresa juguete de ocasion
tenes amigos que te hacen mucho
y veinte abriles carnavaleros
y bien repleto tu monedero
pa' derrocharlo de norte a sur
te llaman todos muñeca brava
porque tus besos son dulces grupos
pa' mi sos siempre la que no supo
tomar en serio mi amor de juventud
comprende que la vida se va
y se acaban los brillos y el rango
cuando el santo te venga a buscar
acordate muñeca de mi
de mi que siempre soñe con tu cariño
y alla en el barrio te ame de niño
pero pa' que voy a decirte cosas viejas
si ya has cambiado muñeca el corazón
tenes amigos que te hacen mucho
y veinte abriles carnavaleros
y bien repleto tu monedero
pa' patinarlo de norte a sur
te llaman todos muñeca brava
porque tus besos son dulces grupos
pa' mi sos siempre la que no supo
tomar en serio mi amor de juventud

MUÑECA BRAVA (III)
 
Letra de L. Visca
Musica de Enrique Cadicamo
Versión Cantada por Alberto Castillo,
con la orquesta de Ricardo Tanturi.
 
 
Che, madam, que parlas en frances
y tiras ventolin a dos manos,
que cenas con champan bien frappe
y en el tango enredas tu ilusión.
 
Sos un biscuit de pestañas muy arqueadas,
muñeca brava, bien cotizada.
Sos del Trianon, del Trianon de Villa Crespo
Che vampiresa, juguete de ocasión.
 
Tenes amigos que te hacen gustos
y veinte abriles carnavaleros
y bien repleto tu monedero,
pa'derrocharlo de norte a sur.
 
Te llaman todos muñeca brava,
porque tus besos son dulces grupos.
Pa'mi sos siempre la que no supo
tomar en serio mi amor de juventud.
 
Comprende que la vida se va
y se acaban los brillos y el tango.
Cuando el llanto te vengo a buscar,
acordate, muñeca, de mi,
de mi que siempresnoe con tu cariño 
y alla en el barrio te ame de niño.
Pero pa'que voy a decirte cosas viejas,
si ya has cambiado, muñeca, el corazón.

lunes, 9 de agosto de 2010

Los consejos de un gran autor sobre el arte de narrarCarta a un joven escritor Arturo Pérez-Reverte
lanacion.com | Opinión | Lunes 9 de agosto de 2010

martes, 3 de agosto de 2010

y si el llanto te viene a buscar

Posted by Picasa
Las relaciones peligrosas del fútbol y la políticaRazones de la cólera Alvaro Abos

RAZONES DE LA CÒLERA

1950 año del Libertador, etc.


Y si el llanto te viene a buscar...

De un tango


Y si el llanto te viene a buscar

agarrálo de frente, bebé entero

el copetín de lágrimas legítimas.

Llorá, argentino, llorá por fin un llanto

de verdad, cara al tiempo

que escamoteabas ágilmente,

llorá las desgracias que creías ajenas,

la soledad sin remisión al pie de un río,

la culpa de la paz sin mérito,

la siesta de barrigas rellenas de pan dulce.

Llorá tu infancia envilecida por el cine y la radio,

tu adolescencia en las esquinas del hastío, la patota, el amor sin recompensa,

llorá el escalafón, el campeonato, el bife vuelta y vuelta,

llorá tu nombramiento o tu diploma

que te encerraron en la prosperidad o la desgracia

que en la llanura más inmensa te estaquearon

a un terrenito que pagaste

en cuotas trimestrales.

Julio Cortazar


de Razones de la cólera