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sábado, 28 de agosto de 2010

DIVAGANDO CON LISBOA



DIVAGANDO POR LA LISBOA DE PESSOA.

Juan Bonilla. __________________________________________________________________________
El día de 1958 que colocaron la lápida conmemorativa en la casa en que nació Fernando Pessoa, en el número 4 del Largo de San Carlo, antes de que la autoridad destinada a ello corriese la cortinilla que descubriera el mármol, justo cuando uno de los allí convocados recordaba al poeta en un discurso, el viento se adelantó al protocolo y con un golpe retiró la cortina y descubrió la lápida.
Seguramente a Fernando Pessoa le hubiera entusiasmado que sucediese precisamente así, y tal vez intuiría en el hecho casual una razón oculta, un significado intrigante, pues no en vano hizo participar al viento en algún poema suyo, por ejemplo, en estos versos de su heterónimo Alberto Caeiro: Hola, guardador de rebaños/ Ahí junto al camino ¿qué te dice el viento al pasar?/ Que es viento y que pasa y que pasó antes/ y que después ha de pasar.Un Viento gélido azota Lisboa en los últimos días de 1996. Las lluvias -que también colaboraron a menudo con Pessoa- han convertido a la capital portuguesa en una sucursal de Venecia. Desde el año 58 a hoy, la ciudad se ha llenado de lápidas que conmemoran al poeta. Son muchas las casas que pueden enorgullecerse ahora de haber albergado en alguno en sus pisos a aquel hombre oscuro que, como esos mendigos a los que después de morir se les descubre una fortuna camuflada en el interior del colchón podrido sobre el que dormían, atesoró en un ya mítico arcón un montón de papeles inéditos que ha terminado por consagrarle como uno de los pocos poetas realmente insustituibles de este siglo, con todo lo que esto significa, es decir, tanto ser leído y memorizado por adolescentes de otros tiempos que quedará maravillados por la intensidad y la rara inteligencia de sus versos, como quedar cautivo por esa ralea de especialistas capaces de convertir la publicación de una simple nota de lavandería en un acontecimiento cultural que arroja luz nueva sobre la personalidad del poeta.Suele pasar. Les ha pasado a Lorca, a Juan Ramón, a Eliot, a Borges. Ya advertía este último, al retratar una compleja tribu en El Informe de Brodie: "Otra costumbre de la tribu son los poetas. A un hombre se le ocurre ordenar seis o siete palabras, por lo general enigmáticas. No puede contenerse y las dice a gritos, de pie, en el centro de un círculo que forman, tendidos en la tierra, los hechiceros y la plebe. Si el poema no excita, no pasa nada; si las palabras del poeta los sobrecoge, todos se apartan de él, en silencio bajo el mandato de un horror sagrado. Sienten que lo ha tocado el espíritu; nadie hablará con él ni lo mirará, ni siquiera su madre. Ya no es un hombre sino un dios y cualquiera puede matarlo". En efecto, cualquiera puede matar al poeta: recuerdo haber visto - aunque no descarto que se tratara de una alucinación- cómo un grupo popfolk masacraba unos versos de Cernuda sustituyendo la música de éstos por unos rasgueos aflamencados de guitarra.Y hoy mismo, qué me decís del anciano Alberti que, a la manera del perro de Pavlov, recita uno de sus poemitas cada vez que le ponen delante una cámara o algún ministro le arroja unas monedas.En la Rua Garret, una anciana ciega y de luto canta fados cada vez que un turista introduce monedad en una de esas cajas negras que en Lisboa llevan los mendigos. Subo por esta calle del Chiado para ver la estatua de de Pessoa en A Brasileira, el mejor café del mundo: el poeta sentado en la terraza del café, fotografiado cientos de veces al día. En la librería Bertrand, techos bajos y abovedados, el escaparate principal está ocupado por ejemplares de una voluminosa fotobiografía de Pessoa, el libro más vendido del mes por encima de las banalidades contemporáneas de Crichton, Forsyth y Stephen King. Estoy a punto de preguntar si con el ejemplar de la fotobiografía regalan un bigotito y unas gafitas a lo Pessoa, pero no me atrevo.Donde sí pueden verse las gafitas de Fernando Pessoa es en una de las vitrinas que en el número 16 de la Rua Coelho da Roche, atesoran algunos objetos personales del poeta junto a las primeras ediciones de los primeros libros que publicara, algún papel suelto y más. En aquel edificio, en el que Pessoa vivió sus últimos 15 años, se ha instalado la casa Fernando Pessoa. Fue inaugurada el 30 de noviembre del año 93 y entre sus principales propósitos se encuentra el de promover y fomentar tanto la obra del poeta como el gusto por la poesía.En la planta baja, se ha habilitado una sala en la que de momento todo son cuadros y obras que tienen al poeta como protagonista. Las hay para todos los gustos: pinturas al óleo y retratos a lápiz, perfiles o composiciones cubistas, caricaturas y bustos.En un pequeño mostrador de la sala se despachan camisetas con la silueta de Fernando Pessoa, graciosas esculturas de escayola de Fernando Pessoa, postales y llaveros de Fernando Pessoa, mecheros (¿me lo estaré inventando?) de Fernando Pessoa. También conservan en esta Casa -cuya austeridad nada tiene que ver con la ampulosidad de por ejemplo la de Juan Ramón Jiménez en Moguer: allí el visitante puede echarse unos minutos en la cama del poeta, y estar tentado -él- de probarse su pijama de rayas o -ella- las preciosas zapatillas con tacones de Zenobia (¿guardará alguno de los cajones de la cómoda preservativos que no llegaron a usar la pareja? ¿usaban preservativos?)- la exigua biblioteca de Fernando Pessoa, aumentada con otras publicaciones poéticas o estrictamente dedicadas al poeta. En le segundo piso está el cuarto donde habitó Pessoa. Se decidió dejarlo vacío para permitir a los visitantes que se lo imaginaran según su sensibilidad. Así pues, una pequeña placa te avisa de que estás pisando el lugar donde residió Pessoa, pero allí no queda nada. Ello no obsta par que se nos muestren los muebles que pertenecieron a Pessoa, en exposición permanente, entre ellos, como no podía ser de otra manera, la famosa cómoda donde Pessoa escribía de pie., donde le asaltaron los demonios de sus heterónimos impulsándole a multiplicarse y cantar los misterios del mundo con tan diversas voces. Un drama em gente, o quizás mejo, un drama en mente. A este respecto los pessoanos de Lisboa siguen discutiendo el reciente libro de Mario Saraiva cobre Pessoa como caso clínico, su distimia cíclica con sintomatológica alternancia de estados de depresión y explayamientos, sus alucinaciones constantes, su astrapefobia -fobia a los relámpagos- y su soledad como rechazo del resto del mundo.Pero la joya de la Casa de Fernando Pessoa es sin lugar a dudas el retrato espléndido que le hizo Almada Negreiros. Preside una pared alta junto a la que va subiendo la escalera de la biblioteca, de manera que se nos permite contemplarlo desde dos perspectivas distintas (dos o quince , dependiendo del punto de la escalera donde te detengas a mirarlo). Es una obra impresionante, de veras. Vista mil veces en ilustraciones se había hecho uno la idea de que se trataba de un cuadro pequeño, coqueto, doméstico. Nada de eso: es espectacular.La iconografía pessoana, de cualquier forma, también se ha trasplantado a algunas calles de Lisboa. En Rua Do Carmo, por ejemplo, hay un colegio cuyos muros exteriores han sido hermoseados por los alumnos que han dejado allí las imágenes de todos los heterónimos de Pessoa para regocijo de los cazadores de instantáneas. No mencionemos, en fin, los escaparates de tantas tiendas que muestran la efigie del poeta impresa en los más inverosímiles artículos(¿habré soñado haber visto su rostro en un pastel de nata, el bigotito hecho con dos líneas de chocolate?). Así pues la presencia del poeta en la ciudad es patente. Pero, ¿y de la ciudad en el poeta?Hay una regla, muy caprichosa y por ello nada científica ni fiable, que asegura que la producción de un escritor acerca de una ciudad será inversamente proporcional al número de años que residió en ella. O sea, que si uno vive un año en un lugar le dedicará un libro; si vive diez, no pasará de escribir algún artículo; y, si permanece en ella toda la vida, entonces, o bien se esfuerza en dedicarle un solo renglón, o bien le queda el recurso de escribir algún un poema. Pessoa no se pasó toda la vida encerrado en Lisboa, pero casi. Regresó a la ciudad en que nación en 1905, después de vivir en Durban, pues su madre se había casado con el cónsul de Portugal en Sudáfrica. A partir de esa fecha apenas se alejará de Lisboa en algún viaje corto y esporádico. Según la regla antes mencionada, Pessoa se habría de conformar con esparcir su relación con la ciudad a los largo de toda su obra, como de hecho así fue (si exceptuamos una pequeña guía para turistas que compuso con mano erudita). Es inevitable recordar, no obstante, un poema de 1926 que no en vano se titula Lisbon Revisited, conde como en tantos otros poemas suyos, se plasma el paradójico espíritu del poeta:Nada me une a nada.Quiero cincuenta cosas al mismo tiempo.Ansío con una angustia de hambre de carneLo que no sé qué sea:Definidamente por lo indefinido…Duermo inquieto y vivo en un sueño inquietoDe quien duerme inquieto, mitad soñando.
Sólo tres años antes de componer ese poema cuya estrofa más propicia a nuestros intereses dice,
Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-Transeúnte inútil de ti y de mí,Extranjero aquí como en todas partes,Tan casual en la vida como en el alma,Fantasma errante por los salones del recuerdoEnvuelto por el ruido de ratas y maderas que crujenEn el castillo maldito de tener que vivir…
Pessoa hizo escribir a su heterónimo Álvaro de Campos otra Lisboa revisitada que concluye entre admiraciones:
¡Oh cielo azul, el mismo de mi infancia!¡Eterna verdad vacía y perfecta!¡Oh suave Tajo, ancestral y mudo, pequeña verdad donde el cielo se refleja!¡Oh pena mía, de nuevo visitada, oh Lisboa de otro tiempo, hoy!Nada me dais, nada me quitáis, nada sois que yo me sienta.¡Dejadme en paz! No he de tardar, que nunca tardo…Y mientras tardan el Abismo y el Silencio ¡quiero estar conmigo a solas!
Como se ve, la Lisboa que patrocina la melancolía del poeta es una ciudad que ya no existe, pues aunque sea la misma que el poeta abandonó en su infancia son otros los ojos que ahora la miran: los de un extranjero aquí y en todas partes, los de un fantasma errante por los jardines del recuerdo.Pero no hemos de olvidar que Pessoa no se limitó a ser un poeta acosado por las dudas metafísicas. También fue un activista cultural y en cierta medida un ciudadano comprometido. Ayudó a fundar algunas revistas cuya importancia nadie cuestiona y en las que alojó producción suficiente como para que carezca de sentido esa superstición según la cual murió prácticamente inédito y olvidado. Provocó más de un escándalo al defender ideas que chocaban frontalmente con lo establecido. Es el caso, por ejemplo , del texto en que defendía al poeta homosexual Antonio Botto y un libro que había sido silenciado por la crítica. Ese texto se titulaba Antonio Botto y el ideal estético de Portugal y en 1922 produjo una serie de reacciones que pasaron a catalogarse como "polémica en Sodoma". Hay un volumen de las Obras de Pessoa que viene publicado en elegantes y austeros tomos de la Editorial Atica, dedicado a acoger las páginas de intervención de Fernando Pessoa, otro en el que se recogen textos sobre Portugal y otro más donde están elucubraciones de sociología política. No se encerró Pessoa en ninguna torre de marfil, y aunque es cierto que los problemas contemporáneos y los hechos circunstanciales de la actualidad política o literaria los utiliza como trampolines para arriesgar sus ejercicios de metafísica , es también evidente que la casi constante presencia del poeta en la vida intelectual portuguesa no nos deja decir que se encastilló entre sus fantasmas para mirar la vida como aquellos a los que la realidad que les rodea les trae al pairo.Pero va llegando la hora de despedir estas divagaciones en la ciudad de Pessoa. Cualquiera que plantease un itinerario siguiendo las huellas del poeta me recomendaría, después de conseguir mesa en Martinho de Arcada, visitar el panteón donde reposan los restos de Pessoa, en el Cementerio dos Prazeres, a las afueras de Lisboa. Pero, pues la ocasión lo exige rebajémonos a la cursilería, uno prefiere despedirse del poeta en ese lugar donde sus restos siguen palpitando contra el tiempo y la muere, o sea, en su versos, y así, lejos de la multiplicación de imágenes que ha padecido la figura convertida en mercancía y souvenir recluirse en su manera de mirar Lisboa:
Si de noche, acostado y despiertoEn la inútil lucidez de no poder dormir,quiero imaginarme alguna cosa (pero siempresurge otra, porque tengo sueño)quiero extender esa mirada con la que imaginohasta los grandes palmares fantásticos,no veo nada más,sobre una especie de lado de dentro de los párpados,que Lisboa con sus casasde varios colores.Sonrío, porque aquí acostado, eso es ya otra cosa.A fuerza de monotonía es diferente.Y a la fuerza de ser yo, duermo y me olvido de que existo.Queda sola sin mi, que olvido porque duermo,Lisboa con sus casasDe varios colores.
Publicado en AJOBLANCO 1996.
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