Buscar este blog

domingo, 25 de mayo de 2008

Juan Rulfo

(Sayula, México, 1918 - Ciudad de México, 1986) Escritor mexicano. Juan Rulfo creció en el pequeño pueblo de San Gabriel, villa rural dominada por la superstición y el culto a los muertos, y sufrió allí las duras consecuencias de las luchas cristeras en su familia más cercana (su padre fue asesinado). Esos primeros años de su vida habrían de conformar en parte el universo desolado que Juan Rulfo recreó en su breve pero brillante obra.
En 1934 se trasladó a Ciudad de México, donde trabajó como agente de inmigración en la Secretaría de la Gobernación. A partir de 1938 empezó a viajar por algunas regiones del país en comisiones de servicio y publicó sus cuentos más relevantes en revistas literarias.
En los quince cuentos que integran El llano en llamas (1953), Juan Rulfo ofreció una primera sublimación literaria, a través de una prosa sucinta y expresiva, de la realidad de los campesinos de su tierra, en relatos que trascendían la pura anécdota social.
En su obra más conocida, Pedro Páramo (1955), Rulfo dio una forma más perfeccionada a dicho mecanismo de interiorización de la realidad de su país, en un universo donde cohabitan lo misterioso y lo real, y obtuvo la que se considera una de las mejores obras de la literatura iberoamericana

se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras

 
Posted by Picasa


Quiso levantar su mano para aclarar la imagen; pero sus piernas la retuvieron como si
fuera de piedra. Quiso levantar la otra mano y fue cayendo despacio, de lado, hasta
quedar apoyada en el suelo como una muleta deteniendo su hombro deshuesado.
«Ésta es mi muerte», dijo.
El sol se fue volteando sobre las cosas y les devolvió su forma. La tierra en ruinas
estaba frente a él, vacía. El calor caldeaba su cuerpo. Sus ojos apenas se movían;
saltaban de un recuerdo a otro, desdibujando el presente. De pronto su corazón se
detenía y parecía como si también se detuviera el tiempo y el aire de la vida.
«Con tal de que no sea una nueva noche» , pensaba él.
Porque tenía miedo de las noches que le llenaban de fantasmas la oscuridad. De
encerrarse con sus fantasmas. De eso tenía miedo.
«Sé que dentro de pocas horas vendrá Abundio con sus manos ensangrentadas a
pedirme la ayuda que le negué. Y yo no tendré manos para taparme los ojos y no verlo.
Tendré que oírlo, hasta que su voz se apague con el día, hasta que se le muera su voz.»
Sintió que unas manos le tocaban los hombros y enderezó el cuerpo, endureciéndolo.
-Soy yo, don Pedro -dijo Damiana-. ¿No quiere que le traiga su almuerzo?
Pedro Páramo respondió:
-Voy para allá. Ya voy.
Se apoyó en los brazos de Damiana Cisneros e hizo intento de caminar. Después de
unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un
golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras