Tom Wolfe: "La novela está muerta"
El inventor del "Nuevo Periodismo", un estilo surgido de una libreta de apuntes publicada tal cual, según cuenta la leyenda, reconoció que sus libros de no-ficción son más importantes que sus novelas. Con su figura de dandy, ahora rico y famoso, habló pestes de Norman Mailer, su archienemigo, y dijo que "no sabía escuchar". El autor de La hoguera de las vanidades, llevada al cine por Brian De Palma, dice que sólo los libros que mezclan ficción y realidad tienen futuro.
¡Mailer esta muerto! ¡John Updike no ha escrito nada que valga la pena leer desde la presidencia de Ronald Regan! ¿Roth? Bueno, sí, es prolífico como siempre. ¿Pero no se han cansado ya de Zuckerman, su alter ego pusilánime y abrumado por su vida cómoda que llega a su fin? ¿Salinger? Esta más escondido que Bin Laden. ¿Pynchon? Ok, sí. Sigue jugando en la Primera División pero sería más fácil conseguir una entrevista con Elvis que con el autor paranoico del Arcoiris de la Gravedad. De los grandes escritores estadounidenses vivos que trazan su linaje desde Melville y Twain, desde London y Dos Pasos, desde Hemingway y Faulkner, y hasta Truman Capote y Hunter S. Thompson, ¿quién queda aún parado en el ring, luchando ambiciosamente en la caza del Gran Premio –más elusivo que la Ballena Blanca que arrastró al abismo a Ahab y su tripulación–: la Gran Novela Americana? ¿Quién, pregunta usted? Hay sólo una respuesta: Tom Wolfe.
¡Sí, Tom Wolfe! El inventor del Nuevo Periodismo. El último dandy americano. El reportero impecable, incansable e innovador que pudo retratar tribus de los 60 tan heterogéneas como los monjes lisérgicos del Bus Mágico de Ken Kessy (The Electric Cool Aid Acid Test, 1968) y los aviadores cojonudos de la NASA (The Right Stuff, 1979).
Tom Wolfe, el autor de tres novelas dickenseanas, de más de 600 páginas cada una, que retratan a los Estados Unidos en todo su fulgor, ambición, belleza y perversión en los 80, los 90 y los 00, respectivamente (The Bonfire of the Vanities, 1987, A Man in Full 1998, I am Charlotte Simons, 2004). Acaba de cumplir 78 años y sigue con más energía, ganas y lucidez que cualquiera de los ya-no- tan-jóvenes escritores que se jactan por ser el próximo Gran Novelista Americano como Jonathan Franzen, David Foster Wallace o Jeffrey Eugenides.
¡Y en sólo dos meses este legendario Tom Wolfe se viene a Buenos Aires para presentarse en la Feria del Libro! Entonces nos fuimos urgente a visitarlo en Miami, la última gran capital latinoamericana, para charlar –aunque fuera sólo un rato– sobre qué está escribiendo, qué esta pensando, y sobre cómo llegó a ser Tom Wolfe.
Cordial y sonriente (si te fijás bien verás que sus dientes están llenos de oro), Wolfe me recibe en su hotel preferido de un barrio recoleto y exclusivo de Miami llamado Coconut Grove (está preparando una novela más, situada en Miami). Y no defraudó. Revivió el debate con su Némesis, el difunto pugilista literario de Brooklyn, Norman Mailer: "Mailer no sabe escribir diálogos porque no escucha. Sólo sabe escribir sobre Norman Mailer". Me contó el secreto detrás de su traje blanco: "Por muchos años me sirvió como substituto de una personalidad".
Confesó algunas intimidades existenciales: "La gran decepción en mi vida fue no ser jugador de béisbol profesional. Si me hubieran dado un contrato, aunque fuera para la cuarta división, felizmente no hubiera escrito una sola palabra".
Y me entretuvo con descripciones de tramas inéditas de su próxima novela, Back to Blood (De regreso a la sangre) que promete que se publicará el año que viene y que toma como tema central la temática social de los Estados Unidos en este nuevo siglo: sus inmigrantes. Fueron solamente dos horas que en el comedor del Hotel Mayfair, inundado de música funcional a todo volumen (Shakira, Sting, Peter Gabriel, etcétera. ¡Todos tus hits favoritos, nostálgicos y bailables, de los ochenta, los noventa y hoy!), pero dieron mucho para relatar.
Entonces, no perdamos más tiempo con preliminares en clave de Wolfe. ¡Empecemos de una vez!
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La entrevista empieza así, en el salón de desayuno del hotel: "¿Quieres tomar café?" Como no hay nadie atendiendo a este tesoro nacional viviente en este hotel de cinco estrellas, Tom Wolfe se va solo a la cocina, sonriendo. "Hello! Hello? Could we have some coffee, please? Hellooooo?" Vuelve, momentos después, cargando un gigantesco termo de aluminio. Nos sirve dos tazones (al cronista y al fotógrafo) y se sirve a sí mismo. Sonríe sinceramente, se reclina, y comenzamos.
Por más que haya vivido casi la mitad de su vida en la ciudad de Nueva York, Wolfe aún mantiene el suave acento sureño de su Virginia natal y también el aire de caballerosidad y distensión que uno asocia con los sureños de su país. Las respuestas concretas llegan pero tras divagaciones y paréntesis y hasta paréntesis dentro de paréntesis.
Estamos en Miami, es bueno recordarlo antes de seguir, pues aquí Wolfe vivió una experiencia inolvidable para un estadounidense: en su propio país se sintió un sapo de otro pozo. Veamos.
¿Esta acá en Miami investigando su próxima novela?
Sí, y ya tengo título, algo que no me pasa siempre. Pero cuando lo tengo me siento mejor. Tuve The Right Stuff desde el comienzo y también La hoguera de las vanidades. En ese caso estaba en un tour de American Express por Florencia. Paramos en la Piazza de la Signoria donde Savonarola tuvo su famosa hoguera de las vanidades y allí mismo me dije "¡Pucha, qué frase! Ese es el título de un libro". No sabía de qué se trataría el libro, pero tenía el título.
¿Y "The Right Stuff"?
Yo tengo un amigo chino-americano que vive en California. Por algún motivo estaba desesperado por ser policía. Se había recibido en la universidad, pero quería ser policía. Pero no cumplía con los requisitos mínimos de altura: tenía que tener por lo menos cinco pies y siete pulgadas, y el tenía cinco con seis y medio. Y hacía todas las cosas imaginables para intentar vencer este obstáculo. Por ejemplo, había leído que somos más altos cuando nos despertamos por la mañana, porque se nos alarga la columna vertebral. Bueno, al instante de despertarse se iba rajando en su auto a la comisaría en donde hacían los exámenes de admisión. Pero era un Volkswagen que andaba muy lento y cuando llegaba ya se había achicado. De todas maneras, él me explicaba que sabía perfectamente bien que ser guardia se seguridad era un trabajo muy bien pagado y si lograbas ser jefe de seguridad en un Mall, por ejemplo, podías ganar hasta $ 150.000 por año, que era un muy buen sueldo en esos tiempos...
¡Y hoy también!
Bueno, no sé. Cómo se está yendo el dólar para abajo... De todas maneras, él me decía que por más dinero que ganabas ibas a saber siempre, en tu corazón, que solamente un Policía Metropolitano tiene the right stuff (tiene la "posta"). Y allí estaba. Yo ya estaba interesado en los astronautas y esa frase se convirtió en mi guía para escribir el libro. Una historia que, como todas las buenas, está fuera de uno, ¿entiendes?
¿Y la próxima novela?
Esta nueva novela que estoy escribiendo ahora se llama Back to Blood; sangre en el sentido de linaje. Acá en Miami, por ejemplo, hay una confluencia de distintas nacionalidades y de grupos étnicos. No son solamente los cubanos. Hay haitianos, nicaragüenses; ahora están entrando los rusos. Lo que me fascina es que Miami es el único lugar donde –hasta donde yo he podido averiguar– más de 50% de la población son inmigrantes recientes. Los Estados Unidos está lleno de inmigrantes pero en este caso me refiero a inmigrantes que llegaron desde 1960. Y lo increíble es que controlan el gobierno local. Ha sido muy interesante estar con las autoridades cubanas porque me han tratado muy, pero muy bien. ¡Pero de golpe te das cuenta! Están haciendo el esfuerzo de ser gentil contigo porque tú perteneces a una minoría. Nunca había tenido esa sensación.
Ayer en un taxi, en plena autopista, vi un tipo bajarse de un Mercedes y ponerse a gritar: "¡Vuélvanse todos a su país, cabrones de mierda!" ¿Es algo que está por explotar?
No sé si tanto. Pero uno escucha muchos casos como ese vinculados con el tránsito. Por ejemplo, te cuento una, que es una escena en la novela. Una mujer llega tarde a un restaurante con su marido y justo ve que se está desocupando un lugar para estacionar. Pero cuando se libera entra un Porsche convertible así ¡zweeeeeng - grang! y toma el lugar. Resulta que es una mujer latina. Se arma un gran despelote entre los dos, una gritando en inglés y otra en español, diciéndose barbaridades. Bueno, la americana se enfurece y empieza a gritar: "Hable en inglás, carajo. ¡Está en los Estados Unidos ahora! Y la otra responde, en un inglés acentuado: "Sí. Pero tú estás en MI-AM-I". Pero quiero decirte esto. A pesar de todo lo que puedan decir sobre los Estados Unidos, este sigue siendo el único lugar en el mundo al que pueden llegar personas de otro país, que hablan otro idioma, que tienen otra cultura, y que hasta parecen drásticamente diferentes, y aun así pueden lograr tomar control de una metrópolis en poco más de una generación. Es lo que hicieron los cubanos en Miami.
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Aunque Tom Wolfe consiguió un doctorado en Estudios americanos en la prestigiosísima Universidad de Yale, descubrió luego que su pasión era el periodismo. Ese periodismo romántico que ya no existe, de máquinas de escribir y redacciones llenas de humo y whisky. Decidido a ser un reportero en la Gran Ciudad pasó primero por un diario pequeño, el Springfield Union. Después, entre 1959 y 1962, trabajó en The Washington Post como cronista de la ciudad (y también, por seis meses, reportó desde Cuba tras la toma del poder por Fidel Castro). Allí comenzó a cultivar su estilo de prosa ideosincrática llena de onomatopeyas, perspectivas inusuales y metáforas rimbombantes. Ese estilo, por accidente, terminó siendo una de las características del Nuevo Periodismo, un género de reportaje literario que, según la leyenda, inventó Wolfe casi sin querer. En 1963 estaba trabado con una nota para la revista Esquire sobre gente que modificaba sus autos convirtiéndolos en Hot Rods. Trabado y desesperado sobre el cierre, mandó 49 páginas de sus apuntes –escritas de una manera casi automática– a su editor para que él escribiera la nota.
Pero el editor publicó los apuntes tal cual. Allí nació la leyenda.
Desde 1987, cuando publicó La hoguera de las vanidades, Wolfe se ha dedicado mayormente a la ficción. Sus tiempos de gestación son larguísimos, en parte porque documenta sus novelas minuciosamente y con el rigor de un periodista de investigación. La novela Un hombre entero le llevó 11 años. Su intención declarada públicamente –en un artículo titulado "Cazando la Bestia de un Mil Millón de Pies", publicado en 1989 en la revista Harpers– fue devolver la novela estadounidense a la tradición del realismo: "En este momento débil y pálido y desgastado de la historia de la literatura americana necesitamos que un batallón de Zolas se lancen a este país salvaje, barroco y desopilante y que lo reclamen como propiedad literaria". Aunque sus tres novelas han sido best-sellers y lo convirtieron en millonario, las críticas fueron matizadas y colegas como Updike y Mailer y John Irving lo insultaron públicamente: era un periodista que no tiene por qué o con qué meterse en la Literatura. Wolfe, fanático de una buena disputa, respondió con un ensayo llamado "Mis tres chiflados" despachando a sus tres atacantes: "Un hombre entero les había asustado. Estaban golpeados. Fue tan simple como eso. Un hombre entero era un ejemplo alarmantemente visible de que la ficción a fines del siglo XX podía encarar una nueva dirección: la de una novela intensamente realista, basada en la investigación, que se mete en la realidad social de América de hoy. Una revolución de contenido en vez de forma. Una revolución que haría que muchos de nuestros prestigiosos artistas –incluyendo estos tres viejos novelistas– fueran de golpe estériles e irrelevantes".
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Escribió "Cazando la Bestia de un Mil Millón de Pies" hace más de veinte años ya. ¿Alguien le tomó la palabra? ¿Algún escritor siguió ese manifiesto?
No. Yo creo que nadie me hizo caso. Bueno, hubo uno. Uno que es terriblemente bueno que se llama Richard Price. No sé si necesariamente estaba respondiendo a lo que yo escribí en ese ensayo pero de alguna manera tomó la idea de salir a la calle y conseguir material trabajando. Su primera novela se llamaba The Wanderers y estaba basada en su adolescencia en el barrio del Bronx y su experiencia en ser parte de una pandilla. Es una novela muy graciosa y en momentos conmovedora. Y después escribió dos novelas más basadas en su experiencia personal. En ese ensayo que mencionas yo escribí que Emerson dijo que cada persona tiene una gran autobiografía dentro de ella, si simplemente sabe entender lo que es único de su propia experiencia. Pero no dijo que cada persona tiene dos autobiografías para escribir. Bueno, este Richard Price se salvó porque se volcó a reportar y a meterse en vidas ajenas.
¿Su método de reportar cambia cuando es para una novela?
No. Es lo mismo. Yo pensé que iba a ser mucho más fácil escribir ficción porque, bueno carajo, lo inventas no más. Pero para mí simplemente no lo fue. Terminé trabajando tanto para La hoguera de las vanidades como lo hice para The Right Stuff (Lo que hay que tener).
Si intenta mirar su carrera objetivamente, ¿qué le parece más importante: su trabajo en el Nuevo Periodismo o sus novelas?
No me gusta hacer eso porque me hace sentir más cercano a la muerte. Yo no miro para atrás. No pienso en mi carrera. No me gusta hacer eso.
Entonces podría preguntar: ¿nunca dudó al investigar para una de las novelas, que en realidad el material sería mejor usado en una obra de no ficción?
Mira. Pasó lo siguiente... para contestar tu pregunta directamente... Yo sospecho que mi no-ficción al fin es más importante, desde el punto de vista literario, que mis novelas. Lo que pasó originariamente es que yo iba a hacer un trabajo de no-ficción sobre Nueva York. Algo siguiendo las líneas de Vanity Fair del novelista inglés del siglo XIX, Thackeray. Yo había escuchado que el compositor Leonard Bernstein iba a dar una fiesta en su departamento de Park Avenue para los Black Panthers (grupo político de acción directa de los años sesenta). "¡Dios mío!" pensé, "¡Los Black Panthers en Park Avenue!" Quería una invitación. Mi mujer trabajaba en la revista Harpers y una tarde en que pasé a buscarla entré en la oficina de David Halberstam –que estaba vacía– ¡y allí estaba esa invitación increíble a la fiesta en Park Avenue en el duplex de Bernstein con los Black Panthers! Entonces llamé y di mi nombre diciendo que aceptaba.
Eso fue la acción de un reportero intrépido. No me imagino un escritor debilucho de ficciones haciendo algo semejante.
Es que es considerado tan indigno hacer algo así. Mira, un reportero es alguien con una taza de mendigo que está esperando una contribución a la cual no tiene derecho. Pero simplemente tienes que quitarte la vergüenza y el pudor de encima y meterte en las vidas de los otros. Y estar a la merced de sus agendas y sus horarios. Y es ponerse en posición social terriblemente inferior.
¿Pero en qué momento se dio cuenta de que lo que iba a escribir era una novela y no un reportaje?
Primero fui a esta fiesta y era tan increíble que tenía terror que otra persona lo fuera a escribir. Había un periodista más, un tipo de The New York Times, que había sido invitado oficialmente y que tenía simpatía por lo que estaban haciendo. Entonces le tuve que ganar. Me dije: tengo que escribir esto ya, no puedo guardarlo para la novela.
Y le terminó complicando la vida. ¿Pero ya entonces le gustaba provocar?
Me gustó decir "Miren. ¡Todos ustedes son idiotas!" Simplemente fue un evento muy gracioso, en mi opinión. Pero, al escribirlo perdí lo que iba a ser un gran capítulo en mi novela de no-ficción. Y en ese momento me di cuenta de algo. Tienes que entender que ya en ese momento tenía cincuenta años. ¿O era más tarde? No me acuerdo cuándo era exactamente. Bueno, de todas formas, yo sabía que había mucha gente que me estaba observando atentamente. Yo estaba haciendo este gran alboroto por una nueva forma de arte, una nueva forma de narrar –o sea, el Nuevo Periodismo–, pero sabía que había muchas personas que pensaban: "Dios mío. Qué manera tan complicada de evadir de escribir la grande (The Big One)". Es decir, escribir una novela.
¿Entonces sentía culpa por no haber escrito una novela?
Sí. Porque para todas las personas en este país que arrancaban en la universidad con la intención de ser un escritor serio, la novela es la única meta. Era la cosa más seria, el logro más codiciado. Pero, para mí, en algún momento el periodismo se convirtió en algo muy interesante y me dediqué a eso. Pero allí siempre –yo sabía– estaban las personas que decían, "¡Cuántas vueltas más tienes que dar para escribir una novela!" Entonces me dije: "Bueno, dale. Tú puedes hacer eso". Y me costó una barbaridad al comienzo.
¿Sufría escribiéndolo?
Sabes, simplemente me quedaba sentado frente a mi escritorio en un estado catatónico. Sabía que se iba a tratar de Nueva York. Sabía que iba a tratar de las clases altas y las clases bajas. Pero no arrancaba. Hasta que, durante unas vacaciones, conocí al juez Burt Roberts. Era un gran raconteur que terminó siendo el juez principal en las cortes criminales y civiles del Bronx. Entonces comencé a ir a los juzgados. Tomaba notas. Y allí estaba todo. Era un lugar donde, por definición, se juntaban las clases altas y las clases bajas. Allí, trabajando como un reportero, me empecé a destrabar.
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¿Usa el traje blanco siempre, aun cuando está investigando?
No, no. Mira, nunca intento pasar inadvertido porque no me sale. Si estoy trabajando suelo usar un blazer azul. Pero sí uso corbata. Y eso en este país, ahora, te haces ver. Sabes, muchas veces cuando voy a un restaurante se me acercan personas y me preguntan si hay mesas disponibles.
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Como la capa de Superman, las orejas de Mickey Mouse o ese vestido alzado por los vientos del subte de Marilyn Monroe, el traje de Wolfe ya es parte de la iconografía de la cultura popular de los Estados Unidos. Verlo bajar las escaleras del hotel en la hora de la entrevista fue algo extraño y asombroso, como ver a Batman o Darth Vader. Es muy posible que haya viajado a Miami tanto para ver ese traje como para entrevistar al escritor.
Buscando por Internet, encontré al sastre italiano de Nueva York, Vincent Nicolosi, que le hace la ropa a medida a Wolfe desde más de 30 años. Pero no fue una conversación muy fluida.
Le digo al sastre Nicolosi: ¿Cómo describiría usted el corte de los trajes del señor Wolfe?
-¿Corte? ¿Qué corte? (la voz del sastre grita en un inglés con un fuerte acento italiano). Tú vienes a mi tienda, te hago un traje. Mr. Wolfe viene a mi tienda, yo le hago un traje. Cada hombre tiene un traje. Corte, no. ¿Qué corte? No conseguimos ningún secreto.
-¿Cuánto cuestan sus trajes?
-No, no. Eso no lo digo por teléfono. Venga tú a mi tienda y te digo.
-¿Lee los libros de Wolfe?
-¿Leer? ¿Qué corno? Sí, sí. Tengo los libros acá. El me regala los libros. Eh. ¿De dónde eres? ¿Vas a venir a mi tienda...?
Mejor ir directo a la fuente.
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Señor Wolfe, llamamos a su sastre antes de venir, para entrevistarlo.
No me digas. ¿Pudiste entender una palabra de lo que hablaba?
Fue bastante complicado. Pero quería preguntarle, aunque parezca frívolo: ¿Piensa que hubiera sido el mismo escritor sin el traje blanco?
Lo que pasó es que yo siempre quise ser un reportero en Nueva York. Ese era el lugar. Yo estaba en The Washington Post cuando me llamaron, en 1962, para un trabajo en Nueva York. En esos días los reporteros tenían que usar saco y corbata. Y yo tenía exactamente dos sacos a muy mal traer. Entonces me fui a una tienda y me compré un traje blanco. En Virginia, de donde soy, no es para nada fuera de lo común vestirse en un traje blanco en el verano. Pero este traje, por más que fuera blanco, estaba hecho con un material bien espeso, como de lana. Por lo tanto lo empecé a usar en noviembre con el frío, porque no tenía mucha ropa. Y desde el primer día me di cuenta que le molestaba a la gente sobremanera. Era de un corte convencional pero el maldito era blanco. Bueno, esto habla más de mí que de ellos, pero por primera vez en mi vida me empezó a producir un gran placer vestirme por la mañana. No tengo el número directo para las consultas nocturnas del doctor Freud, sino le preguntaría de qué se trata. Pero poco después publiqué mi primer libro, The Kandy-Kolored Tangerine-Flake Streamline Baby, una antología de artículos de revista. Yo seguía trabajando para el Herald Tribune como reportero, pero por primera vez en mi vida alguien me estaba entrevistando a mí. Estaba muy acostumbrado a entrevistar a gente pero nunca me ocurrió estar al otro lado. Y francamente me sentía muy incómodo y por ende estaba seguro de que iba a ser una entrevista malísima. Pero leí la nota al día siguiente y decía, "Qué hombre interesante. ¡Y se viste con trajes blancos!" Entonces por unos cinco años el traje sirvió como sustituto para una personalidad. Me ha servido bien.
¿Cómo ve a los escritores jóvenes de hoy en los EE. UU. ?
Mire. Estaba hablando con un chico de Harvard, editor de la revista The Lampoon. Se supone que esa posición la ocupa una persona con mucho potencial. Y yo le pregunté qué quería hacer después de recibirse. Y me dijo: "Me encantaría escribir para Los Simpson". ¡Los Simpson! Yo le insistí: "Tu sabes que no hay más de veinte personas en este país que puedan recordar a un escritor de televisión". Pero eso no le preocupaba. Claramente su idea de lo que es una carrera literaria era muy distinta a la mía.
Su archienemigo Norman Mailer dijo, antes de morir, que consideraba que la serie "Los Soprano" estaba consiguiendo, en términos narrativos, cosas que ninguna novela estaba logrando. ¿Compra ese argumento?
Lo compro en el sentido de que son las personas trabajando en el cine las que están saliendo a descubrir cosas. Mailer nunca habría escrito Los Soprano porque nunca se hubiera acercado a personas como ellos. Te tienes que ensuciar las manos. Y tienes que ponerte en una posición inferior a ellos para hacerles preguntas.
¿Leyó su última novela, "El castillo en el bosque"?
La empecé. Pero no, no pude. El sólo tiene un libro. Si vuelves a leer Los desnudos y los muertos te darás cuenta que no es una buena novela. Los diálogos no son muy buenos. Mailer nunca pudo escribir diálogo. Y es porque no escuchaba a la gente. Su único personaje siempre fue él mismo. La única excepción: El canto del verdugo. Pero en ese caso tomó todo el trabajo de un fotógrafo y reportero llamado Lawrence Schiller, que desafortunadamente no podía escribir bien. El le dio las cintas de Garry Gilmore. Ese libro son principalmente transcripciones. Por eso resulta realista.
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¿Es optimista sobre el futuro de la literatura en los Estados Unidos y en el mundo?
No. Sólo la no-ficción. La novela, realmente, murió. La novela seria.
¿Entonces, qué le diría a una persona joven que quiere desesperadamente ser escritor?
Le diría: ¿Quieres escribir ficción o no-ficción? E inevitablemente la respuesta es ficción. Bueno. Entonces le diría: olvídate de la ficción en tus primeros años. Si quieres publicar cosas, es fácil si tienes algo para contar. No tiene que ser algo tuyo personal. Podría ser algo en tu barrio, en tu ciudad, algo que no haya sido reportado y a lo que tienes acceso exclusivo. Pero cuando has terminado el artículo no se lo muestres. Pídeles sugerencias. Si les pides consejos allí sí que te van a defender, porque los estás estimando. Te juro que es realmente fácil. Puedes aparecer de la nada.