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miércoles, 30 de abril de 2008

Posted by Picasa





EL MARINERO.
DE
FERNANDO PESSOA


Una sala, sin duda en un castillo antiguo.
La sala se ve que es circular.
En el centro se yergue sobre un catafalco
un ataúd con una doncella de blanco.
Cuatro hachas en los ángulos.
A la derecha, casi frente a quien imagina la sala,
hay una única ventana, alta y estrecha,
que da hacia donde sólo se ve,
entre dos montes lejanos,
un pequeño trozo de mar.
Junto a la ventana velan tres doncellas.
La primera está sentada frente a la ventana,
e espaldas al hacha superior de la derecha.
Las otras dos están sentadas una a cada lado de la ventana.
Es de noche y hay como [1] un vago resto de luar [2].



PRIMERA VELADORA – Todavía no ha dado hora alguna.
SEGUNDA – No se podría oír. No hay reloj aquí cerca. Dentro de poco debe ser de día.
TERCERA – No: el horizonte está negro.
PRIMERA – ¿No deseas, hermana mía, que nos entretengamos contando lo que fuimos? Es hermoso y siempre es falso...
SEGUNDA – No, no hablemos de eso. Además, ¿fuimos nosotras algo?
PRIMERA – Tal vez. No lo sé. Pero, a pesar de todo, siempre es hermoso hablar del pasado... Las horas han caído y hemos guardado silencio. Por mi parte, he estado mirando la llama de aquella vela. A veces tiembla, otras se hace más amarilla, otras empalidece. No sé por qué ocurre eso. Pero sabemos nosotras, hermanas mías, ¿por qué ocurre cualquier cosa?...
(una pausa)

LA MISMA – Hablar del pasado - eso debe ser hermoso, porque es inútil y apena tanto...
SEGUNDA – Hablemos, si queréis, de un pasado que no hubiésemos tenido.
TERCERA – No. Tal vez lo hubiésemos tenido...
PRIMERA – No decís más que palabras. ¡Es tan triste hablar! ¡Es un modo tan falso de olvidarnos!... ¿Y si paseáramos?...
TERCERA – ¿Dónde?
PRIMERA – Aquí, de un lado para otro. A veces eso va en busca de sueños.
TERCERA – ¿De qué?
PRIMERA – No sé. ¿Por qué habría de saberlo?
(una pausa)

SEGUNDA – Todo este país es muy triste... En el que yo viví antaño era menos triste. Al atardecer, hilaba sentada junto a mi ventana. La ventana daba al mar y, a veces, había una isla a lo lejos... Muchas veces no hilaba; miraba el mar y me olvidaba de vivir. No sé si era feliz. Ya no volveré a ser aquello que quizá no he sido nunca...
PRIMERA – Fuera de aquí, nunca he visto el mar. Ahí, desde esa ventana, que es la única desde donde el mar se ve, ¡se ve tan poco!... ¿Es hermoso el mar de otras tierras?
SEGUNDA - Sólo el mar de otras tierras es hermoso. El que nosotras vemos nos trae siempre saudades [3] de aquel que no veremos nunca...
(una pausa)

PRIMERA – ¿No decíamos que íbamos a contar nuestro pasado?
SEGUNDA – No, no lo decíamos.
TERCERA – ¿Por qué no habrá reloj en esta sala?
SEGUNDA – No lo sé... Pero así, sin reloj, todo es más lejano y misterioso. La noche pertenece más a sí misma... ¿Quién sabe si podríamos hablar así si supiéramos la hora que es?
PRIMERA – En mí todo es triste, hermana mía. Paso diciembres en el alma... Estoy procurando no mirar a la ventana... Sé que desde allí se ven, a lo lejos, montes... Yo fui feliz antaño más allá de los montes... Yo era una niña. Cogía flores todo el día y antes de dormirme pedía que no me las quitasen... No sé qué tiene esto de irreparable que me dan ganas de llorar... Eso sólo pudo ser lejos de aquí... ¿Cuándo llegará el día?...
TERCERA – ¿Qué importa? Llega siempre de la misma manera... siempre, siempre, siempre...
(una pausa)

SEGUNDA - Contémonos cuentos unas a otras... Yo no sé ningún cuento, pero eso no daña... Tan sólo el vivir daña... No rocemos por la vida ni siquiera la orla de nuestros vestidos... No, no os levantéis. Eso sería un gesto y cada gesto interrumpe un sueño... En este momento yo no soñaba, pero me agrada pensar que podía haber estado soñando... Mas el pasado, ¿por qué no hablamos del pasado?
PRIMERA – Hemos decidido no hacerlo... Pronto rayará el día y nos arrepentiremos... Con la luz los sueños se adormecen... El pasado no es más que un sueño... Además, ni siquiera sé lo que no es sueño... Si miro atentamente el presente, me parece que ya pasó... ¿Qué es cualquier cosa? ¿Cómo pasa? ¿Cómo es por dentro el modo con que pasa?... Ah, hablemos, hermanas mías, hablemos en alto, hablemos todas juntas... El silencio comienza a tomar cuerpo, comienza a ser cosa... Siento que me envuelve como una niebla... ¡Ah, hablad, hablad!...
SEGUNDA – ¿Para qué? Os observo a las dos y al punto no os veo... Parece que entre nosotras han crecido abismos... Tengo que agotar la idea de que os puedo ver para poder llegar a veros... Este aire caliente es frío por dentro en el lugar donde toca el alma... Debería sentir ahora manos imposibles deslizándose por mis cabellos –es el gesto con que hablan de las sirenas... (Cruza las manos sobre las rodillas. Pausa.) Hace un momento, cuando no pensaba en nada, estaba pensando en mi pasado.
PRIMERA – También yo debía haber estado pensando en el mío...
TERCERA – Yo ya no sabía en qué pensaba... Tal vez en el pasado de los otros..., en el pasado de gente maravillosa que nunca existió... Junto a la casa de mi madre corría un riachuelo... ¿Por qué correría, y por qué no correría más lejos o más cerca?... ¿Hay alguna razón para que una cosa sea lo que es? ¿Existe para ello una razón verdadera y real como mis manos?...
SEGUNDA – Las manos no son verdaderas ni reales... Son misterios que habitan nuestra vida... A veces, cuando contemplo mis manos tengo miedo de Dios... No hay viento que mueva las llamas de las velas y, mirad, se mueven... ¿Hacia dónde se inclinan?... ¡Qué pena si alguien pudiese responder!... Siento grandes deseos de oír extrañas músicas que deben ahora estar tocando en palacios de otros continentes... Siempre es lejanía [4] en mi alma... Tal vez, porque cuando era niña, corrí tras las olas a la orilla del mar. Llevé la vida de la mano por entre las rocas, bajamar, cuando el mar parece haber cruzado las manos sobre el pecho y haberse adormecido cual estatua de ángel para que nunca más nadie mirase...
TERCERA – Tus frases me recuerdan mi alma...
SEGUNDA – Quizá por no ser verdaderas... Mal sé que las digo... Las repito siguiendo una voz que no oigo y que me las está murmurando en secreto... Pero debo haber vivido realmente a la orilla del mar... Amo todo cuanto se mece... Hay olas en mi alma. Al caminar me balanceo... Ahora me gustaría caminar...
No lo hago porque nunca vale la pena hacer nada, sobre todo lo que se quiere hacer... Es de los montes de lo que tengo miedo... Es insufrible su quietud y su grandeza... Deben tener un secreto de piedra y se niegan a saber que lo tienen... Si asomándome a esta ventana pudiese dejar de ver montes, asomaría un momento a mi alma alguien en quien me sentiría feliz...
PRIMERA – Yo, por mi parte, amo los montes... Del lado de acá de todos los montes la vida es siempre fea... Del lado de allá, donde vive mi madre, solíamos sentarnos a la sombra de los tamarindos y hablar de ir a ver otras tierras... Allí era todo alegre y duradero como el canto de dos aves, una a cada lado del camino... La floresta no tenía otros claros que nuestros pensamientos... Y nuestro sueño era que los árboles proyectasen en el suelo otra calma que no sus sombras... Fue realmente así como vivimos, yo y no sé si alguien más... Decidme que fue verdad esto para que no tenga que llorar...
SEGUNDA – Viví entre rocas y acechaba el mar... La orla de mi falda era fresca y salada golpeando mis piernas desnudas... Era pequeña y extraña... Hoy tengo miedo de haber sido... El presente me parece que duermo... Habladme de las hadas. Nunca le oí a nadie hablar de ellas... El mar era demasiado grande para hacer pensar en las hadas... En la vida conforta ser niño... ¿Eras feliz, hermana mía?
PRIMERA – Empiezo en este instante a haberlo sido antaño... Además, todo aquello murió en las sombras... Los árboles lo vivieron más que yo... Nunca llegó y yo apenas tenía esperanzas... Y tú, hermana, ¿por qué no hablas?
TERCERA – Me causa horror que de aquí a poco os haya dicho ya lo que os voy a decir. Mis palabras presentes, apenas las diga, pertenecerán ya al pasado, quedarán fuera de mí, no sé donde, rígidas y fatales... Hablo, y pienso esto en mi garganta, y mis palabras me parecen gente... Tengo un miedo superior a mí misma. Siento en mi mano, no sé cómo, la llave de una puerta desconocida. Y toda yo soy un amuleto o un sagrario que tuviesen conciencia de sí mismos. Por esto es por lo que me aterra ir por una floresta oscura, a través del misterio de hablar... Y, al final, ¿quién sabe si soy yo así y si esto es sin duda lo que siento?...
PRIMERA – ¡Cuesta tanto saber lo que se siente cuando nos fijamos en nosotros mismos!... Incluso vivir sabe a costar tanto cuando uno se da cuenta que vive... Habla, pues, sin advertir que existes... ¿No nos ibas a decir quién eras?
TERCERA – Lo que antaño era ya no recuerda quien soy... ¡Pobre de la feliz que fui!... Yo he vivido entre las sombras de las ramas, y todo en mi alma son hojas que se estremecen. Cuando camino bajo el sol mi sombra es fresca. Pasé la fuga de mis días al lado de fuentes, donde mojaba, cuando soñaba vivir, las puntas apacibles de mis dedos... A veces, a la orilla de los lagos, me asomaba y me contemplaba... Cuando sonreía, mis dientes eran misteriosos en el agua... Tenían una sonrisa sólo suya, independiente de la mía... Sonreía siempre sin motivo... Habladme de la muerte, del fin de todo, para que tenga un motivo que recordar...
PRIMERA – No hablemos de nada, de nada... Hace más frío, pero ¿por qué hace más frío? No hay ninguna razón para que haga más frío. No es precisamente más frío lo que hace... ¿Para qué tenemos que hablar?... Es mejor cantar, no sé por qué... El canto, cuando la gente canta por la noche, es una persona alegre y sin miedo que entra de repente en el cuarto y lo anima consolándonos... Podría cantaros una canción que cantábamos en casa de mi pasado. ¿Por qué no queréis que os la cante?
TERCERA – No merece la pena, hermana mía... Cuando alguien canta no puedo estar conmigo. Necesito no poder recordarme. Y luego todo mi pasado se hace otro y lloro una vida muerta que llevo conmigo y que no viví nunca. Siempre es demasiado tarde para cantar, así como siempre es demasiado tarde para no cantar...
(una pausa)

PRIMERA – Pronto será de día... Guardemos silencio... La vida así lo quiere. Junto a la casa en que nací había un lago. Yo iba allí y me sentaba a su orilla, sobre un tronco que había caído casi dentro del agua... Me sentaba en la punta y mojaba en el agua los pies, estirando los dedos hacia abajo. Después miraba fijamente las puntas de los pies, pero no para verlos. No se por qué, pero me parece que este lago nunca ha existido... Recordarlo es como no poder acordarme de nada... ¿Quién sabe por qué digo esto y si fui yo quien vivió lo que recuerdo?...
SEGUNDA – Nos ponemos tristes cuando soñamos a la orilla del mar... No podemos ser lo que queremos ser, porque lo que queremos ser lo queremos siempre haber sido en el pasado... Cuando la ola se quiebra y bulle la espuma, parece que hay mil voces diminutas hablando. La espuma tan sólo parece fresca a quien la cree una... Todo es mucho y no sabemos nada... ¿Queréis que os cuente lo que soñaba a la orilla del mar?
PRIMERA – Puedes contarlo, hermana mía; pero nada en nosotras necesita que nos lo cuentes... Si es hermoso, me pesa ya el haberlo oído. Y si no es hermoso, espera... cuéntalo sólo después de cambiarlo...
SEGUNDA – Voy a contároslo. No es totalmente falso, porque sin duda nada es totalmente falso. Debe haber sido así... Un día, me encontré recostada sobre la cima fría de una roca, y había olvidado que tenía padre y madre y que había habido en mí, infancia y otros días; ese día vi a lo lejos como una cosa que sólo yo pensara ver, el pasar vago de una vela... Luego desapareció... Cuando reparé en mí, me di cuenta que ya tenía ese sueño mío... No sé dónde empezó... Nunca volví a ver otra vela... Ninguna vela de los navíos que de aquí zarpan se parece a aquella, ni siquiera cuando hay luna y los navíos pasan de lejos, lentamente...
PRIMERA – Por la ventana veo un barco a lo lejos. Tal vez es el que viste...
SEGUNDA – No, hermana mía; el que ves busca sin duda algún puerto... Es imposible que el que yo vi buscase algún puerto...
PRIMERA – ¿Por qué me has respondido?... Puede ser... No he visto ningún barco por la ventana... Deseaba ver uno y te hablé de él para no entristecerme... Ahora cuéntanos lo que soñaste a la orilla del mar...
SEGUNDA – Soñaba con un marinero que se hubiese perdido en una isla lejana. En la isla había firmes palmeras, pocas, que rondaban ociosas aves... No vi si alguna vez se posaban... Desde que se salvó del naufragio, el marinero vivía allí... Como no tenía medio de volver a su patria, y sufría cada vez que la recordaba, se puso a soñar una patria que nunca hubiese tenido; se puso a imaginar que hubiera sido suya otra patria, otra suerte de país con otro tipo de paisajes, y otra gente, y otra forma de andar por las calles y de asomarse a las ventanas... A cada rato, construía en sueños esta falsa patria, nunca dejaba de soñar, por el día bajo la sombra exigua de las grandes palmeras, que se recortaba, orlada de puntas, en el suelo arenoso y caliente; por la noche, tendido en la playa, de espaldas, y sin fijarse en las estrellas.
PRIMERA – ¡Qué no haya habido un árbol que motease sobre mis manos extendidas la sombra de un sueño como ese!...
TERCERA – Déjala hablar... No la interrumpas... Conoce palabras que las sirenas le enseñaron... Entorno los ojos para poder escucharla... Cuenta, hermana mía, cuenta... Me duele el corazón por no haber sido tú cuando soñabas a la orilla del mar...
SEGUNDA – Durante años y años, día a día, el marinero erigía en un sueño continuo su nueva tierra natal... Todos los días ponía una piedra de sueño en ese edificio imposible... Pronto iba teniendo un país que había recorrido ya tantas veces. Recordaba haber transitado ya a lo largo de sus costas durante horas y horas. Sabía qué color solían tener los crepúsculos en una bahía del norte, y lo apacible que era arribar, entrada ya la noche, con el alma apoyada en el murmullo del agua que el navío surcaba, a un gran puerto del sur en donde antaño había pasado, feliz quizá, de sus mocedades la supuesta...
(una pausa)

PRIMERA – Hermana mía, ¿por qué te callas?
SEGUNDA – No se debe hablar demasiado... La vida nos acecha siempre... Toda hora es madre de sueños, pero es preciso no saberlo... Cuando hablo demasiado empiezo a separarme de mí y a oírme hablar. Eso hace que me compadezca de mí misma y sienta excesivamente el corazón, entonces me viene un afligido deseo de tenerlo entre los brazos para mecerlo como a un hijo... Mirad: el horizonte ha empalidecido... El día no puede ya tardar... ¿Es necesario que os hable aún más de mi sueño?
PRIMERA – Cuenta siempre, hermana mía, cuenta siempre... No pares de contar, ni te fijes en los días que nacen... El día nunca nace para quien apoya la cabeza en el seno de las horas soñadas... No retuerzas las manos, recuerda el ruido de una serpiente furtiva... Háblanos más, mucho más, de tu sueño. Es tan verdadero que no tiene sentido ninguno. Sólo pensar en oírte, me emociona...
SEGUNDA – Sí, os hablaré más de mi sueño. Incluso necesito contároslo. A medida que lo voy contando, me lo cuento a mí misma... Son tres escuchando... (De repente, mirando el ataúd, y estremeciéndose.) Tres no... No sé... No sé cuántas...
TERCERA – No hables así... Cuenta deprisa, sigue contando... No hables de cuántos pueden oír... Nunca sabemos cuántas cosas realmente viven y ven y escuchan... Vuelve a tu sueño... El marinero. ¿Qué soñaba el marinero?...
SEGUNDA – (más bajo, con una voz muy pausada) Al principio creó los paisajes, después creó las ciudades; más tarde las calles y las travesías, una a una, cincelándolas en la materia de su alma – una a una las calles, barrio a barrio, hasta los paredones de los muelles, en donde construyó puertos más tarde... Una a una las calles, y la gente que las recorría y que las miraba desde las ventanas... Empezó a conocer a gente [5] como quien apenas las reconoce... Iba conociendo sus vidas pasadas y sus conversaciones [6] y todo eso como quien tan sólo sueña paisajes y los va viendo... Luego viajaba, recordado [7], a través del país que creara... Y así fue construyendo su pasado... Pronto tuvo otra vida anterior... Tenía ya, en esa nueva patria, un lugar donde había nacido, los sitios donde había pasado la juventud, los puertos donde había embarcado... Iba teniendo poco a poco los compañeros de la infancia y más tarde los amigos y enemigos de su madurez... Todo era diferente de como lo había tenido – ni el país, ni la gente, ni siquiera su mismo pasado se asemejaban a lo que habían sido... ¿Me obligáis a que continúe?... ¡Me apena tanto hablar de esto!... Ahora, al hablaros de ello, me gustaría más estar contando otros sueños...
TERCERA – Continúa, aunque no sepas por qué... Cuanto más te escucho, menos me pertenezco...
PRIMERA – ¿Será bueno realmente que continúes? ¿Debe cualquier historia tener fin? En todo caso sigue... Importa tan poco lo que decimos o no decimos... Velamos las horas que pasan... Nuestro menester es inútil como la Vida...
SEGUNDA – Un día que había llovido mucho, y el horizonte estaba aún muy incierto, el marinero se cansó de soñar... Quiso entonces recordar su patria verdadera..., pero vio que no se acordaba de nada, que no existía para él... No recordaba otra infancia que la de su patria de sueño, ni otra adolescencia que la que se había creado... Toda su vida había sido su vida soñada... Vio que no podía haber existido otra vida... Si de ni una calle, ni de una figura, ni de un gesto materno se acordaba... Y en la vida que le parecía haber soñado, todo era real y había sido... Ni siquiera podía soñar otro pasado, imaginar que hubiese tenido otro, como todos, un momento, pueden creer... Oh hermanas mías, hermanas mías... Hay algo que no sé lo que es, que no os he dicho... algo que explicaría todo esto... Mi alma me desalienta... Mal sé si he estado hablando... Habladme, gritadme para que despierte, para que sepa que estoy aquí ante vosotras y que hay cosas que son tan sólo sueños...
PRIMERA – (con una voz muy baja) No sé que decirte... No me atrevo a mirar a las cosas... ¿Cómo continúa ese sueño?...
SEGUNDA – No sé cómo era el resto... Mal sé cómo era el resto... ¿Por qué ha de haber más?...
PRIMERA – ¿Qué ocurrió después?
SEGUNDA – ¿Después? ¿Después de qué? ¿Es después alguna cosa?... Vino un día un barco... Vino un día un barco... – Sí, sí... Sólo podía haber sido así... – Vino un día un barco, y pasó por esa isla, y allí no estaba el marinero...
TERCERA – Quizá hubiese regresado a su patria... ¿Pero a cuál?
PRIMERA – Sí, ¿a cuál? ¿Qué habrían hecho del marinero? ¿Lo sabría alguien?
SEGUNDA – ¿Por qué me lo preguntas? ¿Hay respuesta para algo?
(una pausa)

TERCERA – ¿Es absolutamente necesario, aun en tu sueño, que haya existido ese marinero y esa isla?
SEGUNDA – No, hermana mía; nada es absolutamente necesario.
PRIMERA – Al menos, ¿cómo acabó el sueño?
SEGUNDA – No acabó... No sé... Ningún sueño acaba... ¿Sé realmente si no lo continúo soñando, si no lo sueño sin saberlo, si el soñarlo no es esta cosa vaga que llamo mi vida?... No me habléis más... Empiezo a estar segura de algo que no sé lo que es... Avanzan hacia mí, por una noche que no es ésta, los pasos de un horror que desconozco... ¿A quién habré ido a despertar con el sueño mío que os he contado?... Siento un miedo disforme de que Dios hubiese prohibido mi sueño... Sin duda mi sueño es más real de lo que Dios permite... No estéis en silencio... Decidme al menos que la noche va pasando, aunque lo sepa... Mirad, comienza a ser de día... Mirad: va a llegar el día real... Desistamos... No pensemos más... No intentemos seguir en esta aventura interior... ¿Quién sabe lo que está en su final?... Todo esto, hermanas mías, murió con la noche... No hablemos más de ello, ni a nosotras mismas... Es humano y conveniente que tomemos, cada cual, su actitud de tristeza.
TERCERA – Me ha sido tan grato escucharte... No digas que no... Bien sé que no ha merecido la pena... Por eso es por lo que lo he encontrado grato... No ha sido por eso, pero deja que lo diga... Además, la música de tu voz, que he sentido aún más que tus palabras, me deja, quizá por ser tan sólo música, insatisfecha...
SEGUNDA – Todo deja insatisfecha, hermana mía... Los hombres que piensan se cansan de todo, porque todo cambia. Los hombres que pasan lo atestiguan, porque cambian con todo... Eterno y hermoso sólo existe el sueño... ¿Por qué estamos hablando todavía?...
PRIMERA – No lo sé... (mirando el ataúd, bajando la voz) ¿Por qué se muere?
SEGUNDA – Tal vez porque no se sueña bastante...
PRIMERA – Es posible... Entonces, ¿no valdría la pena encerrarnos en el sueño y olvidar la vida para que la muerte nos olvidase?...
SEGUNDA – No, hermana mía, nada vale la pena...
TERCERA – Hermanas mías, ya es de día... Mirad: la línea de los montes se maravilla... ¿Por qué no lloramos?... Esa que finge estar ahí era hermosa y joven como nosotras, y soñaba también... Estoy segura de que su sueño era el más hermoso de todos... ¿Qué soñaría ella?...
PRIMERA – Habla más bajo. Quizá nos escucha, y ya sabe para qué sirven los sueños...
(una pausa)

SEGUNDA – Tal vez nada de esto sea verdad... Todo este silencio, y esta muerta, y este día que nace, tal vez no son más que un sueño... Mirad bien todo esto... ¿Creéis que pertenece a la vida?...
PRIMERA – No lo sé. No sé cómo se es de la vida... ¡Ah, qué inmóvil estás! Y tus ojos tan tristes parece que lo están inútilmente...
SEGUNDA – No merece la pena estar triste de otro modo... ¿No os apetece que nos callemos? Es tan extraño estar viviendo... Todo lo que sucede es increíble, tanto en la isla del marinero como en este mundo... Mirad, ya está verde el cielo... El horizonte sonríe oro... Siento que me escuecen los ojos por haber pensado en llorar...
PRIMERA – Lloraste realmente, hermana mía.
SEGUNDA – Tal vez... No importa... ¿Qué clase de frío es éste [8]?... ¡Ah, es ahora... es ahora!... Respondedme a esto... Respondedme aún una cosa... ¿Por qué la única cosa real en todo esto no será el marinero, y nosotras y todo lo de aquí tan sólo un sueño suyo?...
PRIMERA – No hables más, no hables más... Lo que has dicho es tan extraño que debe ser verdad... No sigas... No sé qué ibas a decir, pero debe ser demasiado para que el alma pueda oírlo... Tengo miedo de lo que no llegaste a decir... Mirad, mirad, ya es de día... Mirad el día... Haced todo lo posible por fijaros sólo en el día, en el día real, ahí fuera... Miradlo, miradlo... Consuela... No penséis, no reflexionéis... Mirad cómo llega, el día... Brilla cual oro en tierra de plata. Las leves nubes se redondean a medida que adquieren color... ¿Y si nada existiese, hermanas mías?... ¿Y si todo fuese, de algún modo, absolutamente cosa ninguna?... ¿Por qué has mirado así?...
(No le responden. Y nadie había mirado de ninguna manera)

LA MISMA – ¿Qué es lo que has dicho que me ha aterrado?... Lo he sentido tanto que apenas vi lo que era... Dime qué fue para que oyéndolo de nuevo no tenga tanto miedo como antes... No, no... No digas nada... No te lo pregunto para que me respondas, sino por hablar solamente, para no dejarme pensar... Tengo miedo de poder recordar lo que fue... Pero fue algo desmedido y pavoroso como el que haya Dios... Ya deberíamos haber acabado de hablar... Hace ya tanto tiempo que nuestra conversación perdió el sentido... Lo que hay entre nosotras que nos hace hablar dura demasiado... Aquí hay otras presencias además de nuestras almas... El día ya debería haber despuntado... Ya deberían haber despertado... Algo se demora... Todo se demora... ¿Qué es lo que está ocurriendo en las cosas conforme con nuestro horror?... Ah, no me abandonéis... Hablad conmigo... Hablad al mismo tiempo que yo para no dejar sola a mi voz... Tengo menos miedo a mi voz que a la idea de mi voz, dentro de mí, si reparo en que estoy hablando...
TERCERA – ¿Qué voz es esa con que hablas?... Es de otra... Viene de una especie de lejanía[9].
PRIMERA – No sé... No me recuerdes eso... Debería estar hablando con la voz aguda y trémula del miedo... Pero ya no sé cómo se habla... Entre mi voz y yo se ha abierto un abismo... Todo esto, toda esta conversación y esta noche y este miedo, todo esto debería haber acabado, debería haber acabado de repente, después del horror que nos contaste... Empiezo a sentir que lo olvido, eso que dijiste, y que me hizo pensar que debía gritar de un modo distinto para expresar un horror parecido...
TERCERA – (a la SEGUNDA) Hermana mía, no nos debías haber contado esa historia. Ahora, con más horror, me admira el estar viva. Contabas, y me distraía tanto que oía el sentido de tus palabras independientemente de su sonido. Y me parecía que tú, y tu voz, y el sentido de cuanto decías, eran tres entes diferentes como tres criaturas que hablan y andan.
SEGUNDA – Son realmente tres entes diferentes, con vida propia y real. Tal vez Dios sepa por qué... Ah, pero ¿por qué hablamos? ¿Quién nos hace seguir hablando? ¿Por qué hablo yo sin querer hablar? ¿Por qué no vemos que ya es de día?...
PRIMERA – ¡Quién pudiese gritar para despertarnos! Estoy oyéndome gritar dentro de mí, pero ya no conozco el camino de mi deseo hacia mi garganta. Siento una necesidad feroz de tener miedo de que alguien pueda ahora llamar a aquella puerta. ¿Por qué no llama alguien a la puerta? Sería imposible y yo necesito tener miedo de eso, de saber de qué es de lo que tengo miedo... ¡Qué extraña me siento!... Me parece que ya no tengo mi voz... Parte de mí se ha adormecido y se ha quedado imaginando... Mi pavor ha aumentado pero yo ya no sé sentirlo... Ya no sé en qué parte del alma se siente... Han puesto al sentimiento mío de mi cuerpo una mortaja de plomo... ¿Para qué nos has contado tu historia?
SEGUNDA – Ya no recuerdo... Ya casi no recuerdo haberla contado... ¡Parece haber ocurrido hace ya tanto tiempo!... ¡Qué sueño [10], qué sueño absorbe mi modo de mirar las cosas!... ¿Qué es lo que queremos hacer? ¿Qué es lo que ideamos hacer? - ya no sé si es hablar o no hablar...
PRIMERA – No hablemos más. A mí, me cansa el esfuerzo que hacéis para hablar... Me duele el intervalo que hay entre lo que pensáis y lo que decís... Mi conciencia flota en la superficie de mi piel por la somnolencia aterrada de mis sentidos... No sé qué es esto, pero es lo que siento... Necesito decir frases confusas, un poco largas, que cueste decirlas... ¿No sentís todo esto como una araña enorme que nos teje de alma a alma una tela negra que nos prende?
SEGUNDA – No siento nada... Siento mis sensaciones como algo que se siente... ¿Quién es quien estoy siendo?... ¿Quién es quien está hablando con mi voz?... Ah, escuchad...
PRIMERA Y TERCERA – ¿Quién ha sido?
SEGUNDA – Nada. No oí nada... Quise fingir que oía para que supusierais que oíais y yo pudiese creer que había algo que oír... Oh, qué horror, qué horror íntimo nos desprende la voz del alma, y las sensaciones de los pensamientos, y nos hace hablar y sentir y pensar cuando todo en nosotras anhela el silencio y el día y la inconsciencia de la vida... ¿Quién es la quinta persona en esta sala que extiende el brazo y nos interrumpe siempre que vamos a sentir?
PRIMERA – ¿Para qué intentar horrorizarme? No cabe más terror dentro de mí... Peso demasiado en brazos de sentirme. Me he hundido toda en el tibio lodo de lo que supongo que siento. Me penetra por todos los sentidos algo que nos prende y nos vela. Me pesan los párpados en todas mis sensaciones. Se traba la lengua en todos mis sentimientos. Un sueño profundo pega unas a otras las ideas de todos mis gestos. ¿Por qué has mirado así?...
TERCERA – (con una voz muy lenta y apagada) Ah, es ahora, es ahora... Sí, alguien ha despertado... Hay gente que despierta... Cuando alguien entre acabará todo esto... Hasta entonces hagamos lo posible por creer que todo este horror fue un largo sueño que tuvimos mientras dormíamos. Ya es de día... Todo va a terminar... Y de todo esto queda, hermana mía, que sólo tú eres feliz porque crees en el sueño...
SEGUNDA – ¿Por qué me lo preguntas? ¿Por qué lo he dicho? No, no creo...



Un gallo canta. La luz parece como que [11] aumenta de repente. Las tres veladoras se quedan en silencio y sin mirarse unas a otras.
No muy lejos, por un camino, un carro errante gime y chirría.


11/12, Octubre, 1913.

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